Sociohistórica, nº 40, e037, 2da. Semestre de 2017. ISSN 1852-1606
Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Centro de Investigaciones Socio Históricas

 

ARTÍCULOS / ARTICLES

 

¿De Juan B. Justo a Perón? Relecturas del pasado nacional y la tradición partidaria en los grupos socialistas del PSRN


Emanuel Correa

Centro de Investigaciones Sociohistóricas - Instituto de Investigaciones de Humanidades y Ciencias Sociales / Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación- Universidad Nacional de La Plata, Argentina
emanuel_correa1982@yahoo.com.ar


Cita sugerida: Correa, E. (2017). ¿De Juan B. Justo a Perón? Relecturas del pasado nacional y la tradición partidaria en los grupos socialistas del PSRN. Sociohistorica, 40, e037. https://doi.org/10.24215/18521606e037



Resumen
Este artículo analiza los usos del pasado por parte de algunos de los grupos que, durante el segundo gobierno peronista, conformarían el Partido Socialista de la Revolución Nacional (PSRN), agrupamiento de diversas corrientes de izquierda afines al peronismo. Se enfoca en particular sobre dos grupos escindidos del Partido Socialista, caracterizado por su intransigente oposición al gobierno de Perón. Dado que el PS hacía de los usos del pasado una herramienta de primer orden en su lucha contra el peronismo, para los dirigentes y militantes que provenían de esa agrupación, la adhesión al gobierno peronista planteaba la necesidad de ensayar una justificación política que implicaba, en alguna medida, una revisión del pasado nacional y/o de la trayectoria previa del socialismo: o bien se reconsideraba el lugar que el peronismo ocupaba en la historia argentina, inscribiéndolo de alguna manera en la genealogía reivindicada por la tradición partidaria, de fuerte raigambre liberal, o bien se revisaban algunos de los tópicos tenidos como válidos por esa tradición. Mediante el análisis de los periódicos La Vanguardia (Tercera etapa) y Argentina de Hoy, a través de los cuales se expresaban estas corrientes, se tratará de determinar qué lugar ocupó en la articulación de su discurso la reinterpretación del pasado, tanto nacional como partidario, mirado ahora a través del prisma del hecho peronista, es decir, desde un presente también sometido a revisión.

Palabras clave: Peronismo; Socialismo; Identidades políticas; Historia nacional; Usos del pasado.


¿From Juan B. Justo to Perón? Reinterpretations of the national past and party tradition within the socialist groups of the PSRN


Abstract
This article analyzes the uses of the past by some of the groups that made the Partido Socialista de la Revolución Nacional (PSRN), a grouping of several leftist trends which were getting closer to Peronism. It focuses on two groups split from the Partido Socialista, characterized by its hard opposition to Perón’s government. The PS had relied upon the uses of the past to sustain the struggle against Peronism. Hence, for the leaders and activists who came from that party, their recent support to the Peronist government raised the need to try a political explanation, which implied to some extent a review of the national history and/or the previous trajectory of socialism: they had to either reconsider the place occupied by Peronism in Argentine history, re-inscribing it in some way within the strongly liberal genealogy claimed by the party tradition, or to review some of the liberal topics that were hard to assimilate to the new experience. Through the analysis of the two newspapers through which these political trends were expressed, La Vanguardia (Tercera etapa) and Argentina de Hoy, the article seeks to determine the place occupied by reinterpretations of the past in the articulation of their new discourse. Hence the reinterpretations of national and partisan pasts are seen through the prism of a Peronist present which was under deep reassessment as well.

Keywords: Peronism; Socialism; Political identities; National history; Uses of the past.



Un grupo de ciudadanos animosos, honestos
y laboriosos se han dado a la tarea de
retomar la bandera gloriosa del otrora viejo y
glorioso partido Socialista; retomarla en sus
manos y darse la difícil, la muy dura tarea de
reconstrucción del partido Socialista en sus
viejos preceptos, dados en forma
inconmovible por el doctor Juan B. Justo.
Enrique Dickmann

A eso… ha quedado reducido el minúsculo
grupo de los llamados socialistas, huérfanos
de la poca representación obrera que les
quedaba … y de ahí que, apenas perfilada
nítidamente la revolución económica que
emprendió el hoy Presidente Perón…, el
socialismo electoralista fuera abandonado por
los obreros y los militantes más capaces y
representativos, asqueados por las traiciones
de que eran víctimas.
Joaquín Coca



Introducción
1
A comienzos de 1952, poco antes de que el reelecto presidente Juan Domingo Perón iniciara su segundo mandato, uno de los dirigentes históricos del Partido Socialista (PS), Enrique Dickmann, se entrevistó públicamente con el Jefe de Estado, dando la espalda a la política de intransigente antiperonismo adoptada por su partido. Su actitud generó un fuerte impacto en el ambiente político y una reacción furibunda del Comité Ejecutivo del PS, que resolvió apartarlo inmediatamente de su seno y proponer su expulsión, la cual se consumó, por votación de los afiliados, pocos meses después (Béjar, 1979; Luna, 2013).

Si bien el paso dado por Dickmann fue sorpresivo, no podría decirse que su acercamiento al gobierno de Perón haya sido una excepción, ni el primero producido desde las filas del socialismo. En efecto, desde la irrupción misma del peronismo, el PS se había visto tensionado por la recurrente aparición de grupos o dirigentes que cuestionaban la línea de la conducción encabezada por Nicolás Repetto y Américo Ghioldi, debates que, en casi todos los casos, terminaban con la expulsión o el alejamiento de los disidentes (Galasso, 2007; Herrera, 2005, 2011). Pero debido a la envergadura del protagonista y el impulso gubernamental a la disidencia, este episodio llevaría al reagrupamiento de distintos grupos que venían apoyando al peronismo desde perspectivas socialistas, dando origen, meses después, a una nueva formación política: el Partido Socialista de la Revolución Nacional (PSRN), en el cual los grupos procedentes del PS confluirían con distintas tendencias de extracción trotskista.

Provenientes de una tradición de izquierda mayormente refractaria al peronismo, algunas de las corrientes que conformaron el nuevo partido se vieron impulsadas a encarar una reevaluación tanto del fenómeno peronista como de su propia historia para dar sentido a sus nuevos derroteros. En esta ocasión, enfocaremos la mirada sobre lo que podría llamarse el núcleo originario del PSRN, conformado por los grupos escindidos del PS y aglutinados en torno de la figura de Dickmann.2 Para estos militantes, en efecto, la ruptura con una agrupación que había hecho de la intransigencia antiperonista el rasgo distintivo de su discurso y su práctica desde 1945 (García Sebastiani, 2005), planteaba la necesidad de ensayar una justificación política; necesidad que se tornaba más apremiante cuanto más reciente fuera el pasado antiperonista de quienes encaraban ahora un rumbo afín a la Revolución Nacional acaudillada por Perón. Y esa justificación, como veremos, difícilmente podía eludir la cuestión de los usos del pasado.3

Como sostiene Alejandro Cattaruzza

(…) la organización de interpretaciones del pasado por parte de un partido político es un fenómeno complejo, que se desarrolla en múltiples dimensiones, enlaza prácticas variadas e impacta en distintos planos. Naturalmente, las miradas partidarias hacia el pasado pueden hallarse en libros de historia, que resultan los soportes tradicionales de las interpretaciones más formalizadas, producidas por dirigentes, militantes letrados o intelectuales encuadrados en la agrupación. Pero también aparecen recurrentemente en la prensa partidaria, por ejemplo, argumentos menos desarrollados, imágenes más breves o más toscas, evocaciones de ocasión. Todavía más allá, el sistema de símbolos y rituales que el partido pone en juego en sus actos públicos, en las celebraciones de sus héroes, en sus movilizaciones, ofrecen un relato, si bien disperso y discontinuo, de la historia de la organización y, en ocasiones, del pasado de la nación. (2008: 171)

El caso que se analizará tiene una especificidad que lo dota de particular interés: por tratarse de un proceso de ruptura y reorientación política, de cierta transición o hibridación entre dos identidades (la socialista y la peronista) que venían siendo consideradas contrapuestas –no sólo por el “sentido común” de la época, sino también por algunos de los propios militantes que promovían esta relectura-, difícilmente nos encontremos con aquellas visiones formalizadas a las que se refiere el autor. En efecto, más que imágenes coherentes, canonizadas e incuestionadas del pasado nacional o de la tradición partidaria, encontraremos un panorama de crisis, reconfiguraciones y disputas por los sentidos del pasado, proyectados desde un presente también bajo revisión.

En las siguientes páginas se indagará qué lugar ocupó la reinterpretación del pasado, tanto nacional como partidario, en la articulación de un discurso socialista de apoyo al peronismo. A modo introductorio, incluimos un breve apartado referido a las lecturas predominantes en el socialismo argentino, desde su surgimiento hasta la irrupción del peronismo, a las cuales podemos inscribir claramente dentro de la tradición liberal. En los tres apartados centrales analizaremos cómo y en qué medida esta tradición fue reinterpretada por los militantes socialistas que conformarían el PSRN. Comenzaremos por los postulados del propio Enrique Dickmann, reconocido por todos como una autoridad en virtud de su vasta trayectoria partidaria, y posteriormente nos detendremos en el análisis de dos publicaciones ligadas a este espacio: La Vanguardia (Tercera etapa), subtitulado órgano oficial del PS, a través del cual los socialistas afines al peronismo buscaron disputar la representación partidaria a la vieja conducción antiperonista, y Argentina de Hoy, periódico editado por el Instituto de Estudios Económicos y Sociales, un organismo a priori apartidario pero conducido por destacadas figuras de extracción socialista.4

En los tres casos, la mirada se enfocará sobre determinados ejes: la revisión de la propia tradición socialista y, en particular, del lugar que se asigna en ella a su fundador, Juan B. Justo; las lecturas sobre la experiencia yrigoyenista, donde historia nacional e historia partidaria se entrecruzan de manera compleja; y, por último, las interpretaciones globales respecto de la historia argentina y en qué medida éstas se tensionan, modifican o resignifican cuando son observadas a través del prisma del hecho peronista. Finalmente, a modo de conclusión, se intentará reponer una visión de conjunto en base a un breve ejercicio comparativo de los tres casos analizados, sin perder de vista la relación entre estas relecturas del pasado y el contexto de revisión del presente en que ellas se produjeron.

El Partido Socialista, custodio y heredero de la tradición histórica liberal

Las primeras visiones del pasado argentino formuladas por el PS estuvieron mediadas por su adhesión a la concepción evolucionista hegemónica en la Segunda Internacional. Según ese paradigma, el desarrollo de las sociedades humanas estaba sometido a leyes naturales y se daba con arreglo a principios racionales. La creciente interdependencia y la profundización del intercambio mundial actuaban como catalizadores de esta evolución, en virtud de la cual los grupos y relaciones sociales tradicionales, vistos como obstáculos al progreso, cedían inexorablemente ante el desarrollo de las fuerzas productivas. Una vez removidas esas trabas premodernas, la propia dinámica capitalista acrecentaría las filas del proletariado, sujeto histórico de la transición al socialismo. Esta transformación, a su vez, ya no era proyectada como una mutación revolucionaria sino como un proceso gradual, operado a través de la conquista de espacios institucionales por la participación político-electoral de las fuerzas socialistas (Adelman, 2000).

Desde este punto de vista, el desarrollo capitalista de la Argentina y su inserción en la economía mundial eran concebidos por los socialistas como una condición necesaria para su proyecto de constituirse en la representación orgánica del proletariado argentino. Por oposición, las fuerzas que durante el siglo XIX habían opuesto resistencia el avance del proceso modernizador (los caudillos, las montoneras y, en buena medida, las razas autóctonas), eran consideradas barreras anti-históricas, destinadas a sucumbir ante la implantación de un orden social superior.

Dentro de esta lógica, el marco político-institucional considerado indispensable para la modernización del país era la implantación de un orden laico, liberal y republicano, que el PS veía encarnado en diferentes próceres del “panteón” canonizado por la historiografía liberal: al ecuménico San Martín se añadían Moreno, Rivadavia y, en especial, hombres de la Generación del 37 como Sarmiento, Echeverría y Alberdi.

La antítesis de ese orden republicano-liberal postulado por el PS también tenía su corporización en la historia argentina: el régimen de Rosas. Su derrocamiento en Caseros y la sanción de la Constitución del 53, de todas formas, no había significado para los socialistas la supresión de una cultura política arcaica, caracterizada por el caudillismo y los vínculos clientelares. Esa política criolla, conjunto de prácticas atribuido no sólo a los conservadores sino también al radicalismo, constituía una rémora del pasado que debía ser erradicada y reemplazada por una democracia moderna, basada en la acción de partidos programáticos que representaran a los diferentes sectores de la sociedad. Desde ya, el PS se reivindicaba como el único partido de este tipo en el espectro político argentino (Martínez Mazzola, 2008).

Como vemos, el socialismo participaba de una lectura de la historia nacional tributaria de la tradición liberal-democrática, civilizatoria y progresista, de la cual se veía a sí mismo como continuación y culminación (Acha, 2009; Martínez Mazzola, 2010). En ese marco, no es casual que cuando comience a despuntar el revisionismo rosista, éste encuentre a los socialistas entre sus principales detractores. Hacia 1930, el apego del PS por el “panteón liberal” se hallaba virtualmente incólume. Ese año, un Alfredo Palacios recientemente reincorporado a las filas partidarias, reivindicaba

como patrimonio de nuestro pueblo la nobleza espartana de San Martín, el idealismo febril de Rivadavia, la progresista inquietud de Alberdi, el anhelo ascendente de Sarmiento, el justiciero fervor de Echeverría, el sentido democrático de Mitre (cit. en Cattaruzza, 2001:438).

Tal vez el enunciado cobre mayor elocuencia en boca de Palacios, pues podría leerse como una profesión de fe por parte de quien años atrás había protagonizado un duro debate con la conducción partidaria, en el cual no había estado ausente la cuestión nacional. Aquella polémica, sumada a otros conflictos, había llevado a su expulsión en 1915 y a la creación del efímero Partido Socialista Argentino (Galasso, 2007; Martínez Mazzola, 2008). Reintegrado al tronco partidario, no obstante, el ahora senador Palacios participa de una corriente que reivindica y revaloriza al “otro país” encarnado en el interior, que comenzaba a ser visto como reserva de la verdadera nacionalidad en un marco de crisis de la autoimagen de Argentina como país europeo (Halperín Donghi, 2003). En efecto, hacia fines de los 30, el PS se deja influir por cierto clima de época, fomentado desde el Estado y transversal a casi todas las identidades políticas, consistente en la revaloración de tópicos antes menospreciados por la tradición liberal, cuyo caso emblemático es la exaltación del gaucho como símbolo de la nacionalidad argentina (Cattaruzza, 2001).

Sin embargo, esas moderadas relecturas se verían obturadas en buena medida por la irrupción del peronismo, frente al cual el PS procuró postularse como polo antitético. En ese afán, el socialismo no sólo recurrió al clivaje democracia/fascismo; también halló en el pasado argentino una fuente de legitimación, apelando a la célebre dicotomía sarmientina entre Civilización y Barbarie. Bajo ese paradigma, el peronismo registraba un claro antecedente en la tiranía rosista, mientas que la lucha del PS y otras fuerzas antiperonistas podía filiarse en la de los hostigados -e ilustrados- opositores al Restaurador (Correa, 2013; Martínez Mazzola, 2010). De alguna manera, la irreductible oposición al peronismo condujo al PS a reafirmar, e incluso a exacerbar, su adscripción al relato histórico liberal.

Con estos antecedentes, la adhesión al gobierno de Perón por parte de militantes provenientes del PS planteaba a éstos la necesidad de echar una nueva mirada hacia el pasado nacional y/o hacia la trayectoria previa del socialismo: ¿Debía reconsiderarse el lugar que el peronismo ocupaba en la historia argentina, inscribiéndolo de alguna manera en la genealogía reivindicada por la tradición partidaria? ¿Debía revisarse alguno de los fundamentos tenidos como válidos por esa tradición? En los siguientes apartados veremos cómo estas alternativas, que no se excluían necesariamente, se expresaron en el discurso de estos actores políticos.

Enrique Dickmann: Recuerdos (y replanteos) de un militante socialista

La idea de fundar una nueva empresa política parece haber estado lejos de los objetivos que se planteara Dickmann al entrevistarse con Perón. El encuentro, amén de gestiones concretas como la liberación de los presos socialistas o la reapertura de su tradicional órgano de prensa, La Vanguardia, habría sido concebido como un gesto a partir del cual promover un debate interno en el PS. Previamente, el viejo dirigente venía distanciándose sutilmente de las resoluciones partidarias más recalcitrantes hacia el peronismo, como la abstención en las elecciones de convencionales constituyentes de 1948. No obstante, su fidelidad a la organización parecía incólume. Incluso, en sus Recuerdos de un Militante Socialista (Dickmann, 1949), continuaba reivindicando la lucha antitotalitaria del PS contra el peronismo y, un año después, había apoyado a la conducción frente al cuestionamiento más significativo que esa línea política había sufrido hasta entonces: el encarado por Julio V. González en el XXXVII Congreso de 1950 (Herrera, 2011).

Consumadas la entrevista y la drástica reacción del Comité Ejecutivo, la convicción de Dickmann de dar la discusión al interior del PS se mantuvo firme, aun después de refrendada su expulsión por voto mayoritario de los afiliados. Su último intento al respecto se da en el XXXIX Congreso partidario, realizado en Mar del Plata en abril de 1953, al cual se dirige unilateralmente solicitando una nueva instancia de apelación que no es siquiera atendida. Sólo luego de frustrada esta gestión, aparece dispuesto a ponerse al frente de la escisión promovida por diferentes grupos socialistas, alejados o expulsados previamente del partido por su afinidad con el peronismo. Estos militantes, que ven en el prestigio de uno de los fundadores del PS la posibilidad de disputar la identidad socialista a la conducción histórica, fundan el Movimiento Socialista (antecesor del PSRN) en 1953.

La insistencia de Dickmann en agotar todas las instancias de discusión dentro del partido contribuye a explicar el lapso de un año y medio que transcurre entre su entrevista con Perón y el lanzamiento del Movimiento Socialista, a la vez que revela un intacto apego por la tradición del “Viejo y Glorioso” PS –en contraste, como veremos, con otros grupos que integrarán la nueva agrupación. Por otro lado, es elocuente que los sectores que promovían el cisma sintieran la necesidad de contar con el aval del veterano dirigente para lanzarse (al menos públicamente) a la nueva empresa. Finalmente, el lanzamiento se produce el 8 de agosto de 1953 en el Salón Augusteo de la Capital Federal. El cierre del mitin queda a cargo de Dickmann, quien dedica buena parte de su alocución a defender su acercamiento al gobierno peronista y a denunciar, en contraposición, la política de irreductible oposición llevada adelante por el Comité Ejecutivo del PS.5

La argumentación de Dickmann registra diversas alusiones al pasado nacional, pero sobre todo se basa en una fuerte reivindicación de la tradición partidaria -encarnada en la figura de su fundador, Juan B. Justo-, de la cual la conducción encabezada por Nicolás Repetto y Américo Ghioldi, y no él mismo, se habrían apartado. Si pudiese definirse un punto en que la política del PS se había desviado del camino indicado por esa tradición, éste se ubicaría entre la conformación de la Unión Democrática –“con aquella fórmula tan castrada, tan inocua, que uno mira atrás con cierta pena”- y la negativa a reconocer que, a partir de febrero de 1946, la revolución del 4 de Junio se hallaba legitimada democráticamente:

Al día siguiente de la elección, consagrado el movimiento revolucionario por una gran elección popular, el partido debía haber retomado su marcha de antes, su fondo antioligárquico, su fondo contra la intransigencia absurda de la política criolla (…). Debía haber recuperado su origen histórico y social de un partido de clase y no de oposición, de un partido sin la intransigencia que según la definición del doctor Justo era la mácula de la política argentina. (…) ¿Por qué hemos tratado peor (…) a este gobierno, que al gobierno fraudulento del general Justo (…)? ¿Por qué la abstención del Partido Socialista, que ha nacido en el país contra la absurda abstención radical?6

En este pasaje, junto con la reivindicación de Justo, se desliza también la de la firme oposición del PS al radicalismo yrigoyenista. Como hemos visto, política criolla había sido el epíteto, dotado por cierto de una fuerte carga peyorativa y europeizante, con que los socialistas de antaño habían equiparado a conservadores y radicales. Es decir que la revalorización del peronismo no venía acompañada, en el discurso de Dickmann, de una rehabilitación de la primera experiencia de masas del siglo XX.

A la hora de ponderar las políticas del peronismo en el plano económico, Dickmann acudía a una argumentación similar: no era él, sino la conducción que lo había expulsado del partido, quien se apartaba de la tradición iniciada por Juan B. Justo.

¿Cómo no considerar una revolución nacional este movimiento? (…) la nacionalización de los ferrocarriles la hemos pedido desde que aparecimos en el escenario del país (…). Se nacionalizaron los ferrocarriles, y el llamado partido Socialista del viejo e inexistente comité denunció el acto. (…) Nosotros, los socialistas que seguimos la gloriosa tradición del maestro Justo, aplaudimos y estimulamos la obra de la nacionalización de los ferrocarriles. (…) La nacionalización de los teléfonos, ¿no la hemos exigido nosotros? (…) La nacionalización del comercio exterior fue una exigencia socialista (…). Esto ha hecho este gobierno, ¿Y no merece nuestro aplauso y nuestro apoyo?7

Ahora bien, si la operación consistía en postularse como heredero legítimo de la tradición justista, ¿cómo inscribir al peronismo en una genealogía histórica pasible de ser reivindicada desde la óptica tradicional del PS que, como hemos visto, reconocía una fuerte raigambre liberal?

De todos modos, no debemos dejar de recordar que la asimilación entre peronismo, rosismo y revisionismo histórico era más un argumento de la oposición que un tópico asumido por las “voces oficiales” del elenco peronista. En efecto, el mismo pragmatismo que llevaba al peronismo a autodefinirse como Doctrina Nacional y rehuir de definiciones ideológicas demasiado rígidas, lo inclinaba a prestar poco interés a las arduas disputas por el pasado (Cattaruzza, 2003; Halperín Donghi, 1970; Stortini, 2004). Desde esta perspectiva, podría decirse que la adscripción al peronismo no implicaba, necesariamente, abrazar o rechazar de plano alguno de los relatos en pugna sobre la historia nacional.

No obstante, dada la filiación revisionista de diversos grupos que -a derecha e izquierda- apoyaban al peronismo y el hecho de que los socialistas estuvieran entre las corrientes que más habían insistido en aquella asimilación, era de esperar que para un miembro fundador del PS, la adhesión al gobierno de Perón implicara, en alguna medida, la necesidad de inscribirlo en una tradición de civilización y progreso de la cual, hasta pocos años antes, fuera considerado antítesis incluso por el propio orador. Tal vez algo de esta incomodidad se refleje en el siguiente pasaje de su alocución:

Se ha dicho cómo yo, que era un gran defensor de la Constitución del 53, puedo ser ahora defensor ardiente de la de 1949. Pero eso es razonar con los pies y no con la cabeza. Yo he sido gran partidario de la Constitución del 53 (…), porque aseguró las libertades políticas argentinas, porque se hizo una Constitución de tipo burgués individualista, pero de gran progreso, porque nos liberó de la dictadura de Rosas; pero desde que aparecimos en el escenario político argentino exigimos la reforma de la Constitución (…) Y cuando llegó la época de reformarla (…), nosotros decretamos la abstención.8

Esta reivindicación de la Constitución que sentó las bases jurídicas de la Argentina liberal, y que incluía al pasar una explícita reafirmación de su repudio al régimen de Rosas, muestra a las claras que a sus 78 años, y tras medio siglo de desempeñar roles protagónicos en el PS, Dickmann no estaba dispuesto a renegar de una tradición política que él mismo había contribuido a forjar. Es este, probablemente, el sentido de su esfuerzo por construir una genealogía en la que la experiencia peronista se eslabona no sólo con la tradición del liberalismo argentino, sino también con la otra vertiente en que abrevara el socialismo en sus orígenes: el marxismo.

Pertenecemos al país cuyos delegados, en el año ochenta y tantos, proclamó ‘América para el mundo’; ‘América para la humanidad’, oponiéndola a la otra fórmula: ‘América para los americanos’. Pertenecemos al país donde (…) el general Mitre, proclamó que la victoria no da derechos, después de haber triunfado en el Paraguay (?)9. Pertenecemos a un país donde (…) Sarmiento dijo que la mejor cosa que había que hacer en la república era educar al soberano (…) Y pertenecemos a un país donde un Presidente (…), el 1º de Mayo de 1953 (…) desde los balcones de la Casa Rosada dijo: ‘Trabajadores del mundo: Organizáos’. Esta es la frase del Manifiesto Comunista, de Engels y de Marx, escrito hace un siglo.10

La Vanguardia (Tercera etapa): Defensa y reinvención de la tradición partidaria

El acercamiento de Dickmann al gobierno peronista no había respondido sólo a una iniciativa individual, sino que reflejaba también el activismo de grupos socialistas opuestos a la dirección partidaria y proclives a un entendimiento con el Poder Ejecutivo. La disidencia estaba encabezada, entre otros, por su hijo Emilio Dickmann, Carlos M. Bravo –también hijo de un dirigente histórico, Mario Bravo-, Saúl Bagú, Pedro Juliá y José O. Cavallieri (Herrera, 2011). La administración peronista, lejos de permanecer indiferente a este conflicto interno, lo seguía con atención desde el Ministerio del Interior, dirigido por otro ex militante socialista: Ángel Borlenghi.11

Entre las gestiones iniciadas por Dickmann (p) en su entrevista con Perón se encontraba la reapertura del histórico órgano socialista, La Vanguardia, cuyos talleres gráficos habían sido clausurados en 1947 por una disposición municipal que todo el arco opositor había entendido como un acto de censura. Abierta la disputa política y judicial por la personería del PS entre la dirigencia antiperonista y el grupo disidente, el órgano de prensa fue rehabilitado y cedido a este último.12 Así, en septiembre de 1953 hace su aparición La Vanguardia (Tercera etapa), subtitulado Órgano oficial del Partido Socialista, donde se publica una “Declaración del Movimiento Socialista asumiendo la conducción del Partido”.13 En adelante, el grupo se arrogará la representación partidaria y denominará ex conducción o dirección conservadora al elenco dirigente tradicional. La dirección del periódico es ofrecida a Dickmann, quien haciendo gala de su extendida trayectoria en el PS, declina la invitación lamentando no estar en condiciones de asumir “por novena vez” esa responsabilidad.14

La disputa por la legitimidad socialista marca desde su aparición al periódico, que parece dirigirse, en primer término, a un público específico: los viejos lectores de La Vanguardia, simpatizantes de los principios y la tradición del socialismo. No es casual, en este sentido, que la idea de continuidad presente en el nombre del periódico se refuerce con el título de su primer editorial: “Nuevamente en la calle”.15

Los artículos de La Vanguardia no tienen firma, lo cual hablaría de una unidad de criterio entre sus colaboradores que se refleja en la coherencia de su línea editorial. En sus páginas, las lecturas globales sobre el pasado nacional no ocupan un lugar destacado. El foco se pone más bien en el presente, resaltando el valor de la obra de gobierno peronista y su congruencia con los postulados del socialismo. En línea con lo planteado en el discurso de Dickmann, se sostiene que el peronismo, en los hechos, estaba realizando puntos sensibles del programa del PS, lo cual señalaba la insensatez de la actitud adoptada por la ex conducción frente a un gobierno al que se denomina, sin ambages, como revolucionario.

El pasado que sí aparece nítidamente en la publicación es el del PS y el único “prócer” exaltado en sus páginas es Juan B. Justo. En la disputa por la legitimidad con la dirección conservadora, la reivindicación de la tradición partidaria ocupa un lugar de primer orden, citando a Justo como fuente de autoridad en innumerables artículos y titulares. Su imagen aparece en cuatro de los diez primeros números –dos veces en la portada- y las omnipresentes citas o paráfrasis de sus postulados se presentan como axiomas que deben guiar la acción del socialismo en la nueva etapa, en oposición a los malos discípulos del Maestro16. Así lo expresa un artículo en el que se atribuye a Justo haber vaticinado la Revolución peronista:

El Anti-Justo se caracteriza por su egolatría, por su falta de sensibilidad (…), al revés del Maestro Justo, que creía en la capacidad de creación histórica del pueblo, y en particular de la clase obrera (…). Pudo así Justo decir en la Cámara de Diputados [en 1915]: ‘(…) Dentro de pocas décadas (…) -tal vez veinte o treinta años-, si las clases gobernantes no se apresuran a hacer suyas las reivindicaciones claras y fundadas de la clase trabajadora, VAMOS A ASISTIR EN ESTE PAÍS A UNA REVOLUCIÓN, QUE HA DE IMPONERSE EN UNA U OTRA FORMA (…)’. La notabilísima predicción del Maestro se está viviendo, excepto en el papel que Justo asignaba al Partido Socialista en la profetizada revolución, gracias al anti-Justo que desde el fallecimiento del Maestro lo ha conducido por caminos tortuosos de inepcia, cuando no de la apostasía.”17

En este fragmento vemos cómo la exaltación de Justo adquiere un tono cuasi místico. La referencia al viejo líder como el Maestro era tradicional en las evocaciones partidarias, pero aquí se complementa con términos cargados de reminiscencias religiosas (el carácter profético de sus afirmaciones, la apostasía de sus malos discípulos, caracterizados por su egolatría y motejados directamente como el Anti-Justo), en un registro que no deja de ser llamativo para una publicación socialista. Por lo demás, la nota postula un argumento generalizado en la publicación: el que señala la muerte de Justo (en 1928) como el punto a partir del cual comenzaba el proceso de decadencia que había llevado al PS a un estado crítico que hacía impostergable su regeneración. Según se señala en otro artículo, luego de su deceso,

[los] responsables (…) del Partido Socialista, no fueron ni antiimperialistas, ni anticapitalistas, ni antiuriburistas, ni antijustistas, pero, sí fueron antiradicales y antiperonistas, definiéndose así como enemigos de todo movimiento popular en el cual intervinieran la clase obrera o la clase media en masa. No comprendieron (…) una de las más hondas enseñanzas del Maestro, y es que el Partido Socialista no puede ser anti nada ni anti nadie: es siempre afirmativo y constructivo, y debe marchar adelante en medio de los otros partidos, en ocasiones ‘valiéndose de las rencillas que dividen a las facciones de la política criolla’, que es como decir, la política oligárquica, conservadora y tradicional.18

En este pasaje vemos una operación de reinvención de la tradición, en este caso partidaria, en función de las necesidades políticas de la hora. Como era de rigor, se recurre a la enseñanza del Maestro para desautorizar la política del PS bajo el liderazgo de Repetto, en este caso su intransigencia tanto anti-radical como antiperonista. No obstante, la pretensión de eximir a Justo de toda responsabilidad sobre la primera resulta un tanto forzada, por cuanto éste ocupaba el más alto cargo en el partido y en la bancada parlamentaria socialista durante el periodo de ascenso de la UCR, el primer gobierno de Yrigoyen y el de Alvear. En el mismo sentido, y según hemos visto, la frase que se le atribuye exhortando al partido a “valerse de las rencillas entre las facciones de la política criolla” muy difícilmente excluyera al radicalismo como allí se sugiere.

Si bien quedaba disminuida en comparación con su irreductible antiperonismo, la dureza que había tenido la oposición del PS al radicalismo era difícil de negar; y tanto el hecho de haber estado dirigida especialmente hacia la figura de Yrigoyen y su estilo de liderazgo caudillesco y personalista, como la caracterización del vínculo entre el radicalismo y sus bases populares en términos de demagogia, tenían evidentes puntos de contacto con los argumentos esgrimidos luego frente al peronismo. En suma, aquella enemistad socialista con el primer movimiento de base popular del siglo XX distaba de ser una innovación introducida por Repetto, pero sin duda la lectura propuesta era más conveniente en función de contraponer una línea correcta supuestamente encarnada en Justo, con una política equivocada y contraproducente adoptada tras su muerte.

Otro intento de construir un Juan B. Justo asimilable a la nueva adscripción de La Vanguardia se refleja en una polémica con Jorge Abelardo Ramos, con quien los militantes socialistas estaban a punto de confluir en la experiencia del PSRN.19 Según se reseña en el periódico, Ramos había prologado una reedición de El porvenir de América Latina, del dirigente socialista, antiimperialista y latinoamericanista Manuel Ugarte, quien a principios de siglo había sostenido duras polémicas con la conducción del PS en torno de la cuestión nacional y el imperialismo. El autor de la reseña saluda la reedición de la obra y reivindica la trayectoria de Ugarte, pero expresa también su molestia frente a las críticas que Ramos dirige a Justo en su prólogo. La defensa no se basa en una reivindicación de las posturas de Justo en sus polémicas con Ugarte -entre las que se destacaba la defensa del carácter progresista de la secesión de Panamá, impulsada por la intervención de los Estados Unidos en pos de la construcción del canal interoceánico (Galasso, 2007; Tarcus, 2007)-, sino en un intento de equiparar la vocación nacional y antiimperialista de ambos personajes:

Compartimos el propósito del prologuista en el sentido de reivindicar a Ugarte, deliberada y sistemáticamente silenciado en su propio país, a pesar de su obra prolífera, y saludamos (…) la edición de este libro (…). Esta valoración (…) no puede, sin embargo, justificar la notoria injusticia en que el prologuista incurre con respecto a (…) Juan B. Justo. (…) Justo tenía ideas bastante claras sobre el imperialismo y las expresó sin duda, con tanta precisión sociológica como el literato Ugarte.20



Luego de citar algunos pasajes en los que Justo advertía sobre la importancia de “conservar la autonomía” en un “mercado universal del que somos una simple provincia” o cuestionaba “nuestra servidumbre al capital extranjero”, el artículo reconoce vagamente “presuntos errores” atribuibles al contexto histórico en que aquél había desarrollado su acción, para finalizar ofreciendo la siguiente hipótesis:

El maestro del socialismo (…) [no] tuvo tiempo de vislumbrar los acontecimientos (…) que agudizarían las contradicciones del capitalismo internacional (…), porque de haber vivido en nuestra época, Justo habría impreso una orientación coherente de lucha al movi-miento y el Partido Socialista habría permanecido fiel a sus grandes líneas doctrinales.21

Esta hipótesis acerca de cuál habría sido la posición de Justo ante la nueva realidad se enlaza con un programa socialista actualizado, que debía contemplar decididamente la lucha antiimperialista por la liberación y la unidad latinoamericana, en la línea planteada históricamente por Ugarte y, según el articulista, también por Justo:

El Partido Socialista, en estos momentos, reivindica el espíritu combativo del proletariado argentino, ubicándose (…) en el mismo plano de lucha de los movimientos latinoamericanos que (…) pugnan por alcanzar la liberación de los pueblos del hemisferio y la creación de una confederación que complemente sus economías (…). No negamos al prologuista (…) sus razones para reivindicar a Ugarte, pero nos parece impropio disminuir los méritos sobresalientes de pensador y militante socialista de Juan B. Justo.22

Como hemos visto, en La Vanguardia, los usos del pasado en función de la legitimación política se proyectan con mayor énfasis sobre la historia del socialismo que sobre el pasado nacional. Sin embargo, hubo un hecho en el cual esas dos dimensiones se habían superpuesto, planteando un conflicto entre la memoria oficial, impulsada desde un Estado peronista que también buscaba construir su tradición, y la memoria partidaria, que se veía afectada en su ícono más preciado:

Hace tres o cuatro años, la municipalidad de la Capital instituyó el nombre de ‘avenida 17 de octubre’ a una arteria de la ciudad. Nos parece lógica la medida. El día 17 de octubre tiene una significación muy particular para el movimiento peronista (…) No censuramos (…) el nombre ‘17 de octubre’. Pero sí nos parece desacertada la medida en cuanto con ella si bien se exalta un hecho de indudable trascendencia histórica, se reemplaza el nombre de una figura excepcional, también de proyecciones históricas, como es Juan B. Justo (…).23

Ante esta situación, algo incómoda para militantes socialistas que buscaban acercarse al peronismo sin renegar de su tradición, el artículo propone una solución salomónica que satisfaga a ambas partes y, en este caso, a ambas memorias:

Pensamos que la ciudad es amplia, y en su amplitud tiene multitudes de arterias de significación urbana, en las que caben, con legítimo orgullo, tanto el hecho histórico que recuerdan los trabajadores, como la figura de Justo que éstos lo veneran.24

Como vimos hasta aquí, tanto en el discurso de Dickmann como en los artículos de La Vanguardia se intenta integrar al peronismo en la tradición del Partido Socialista, ya sea inscribiéndolo en la genealogía liberal-democrática reivindicada históricamente por la agrupación –en el primer caso-, o bien soslayando referencias generales al pasado nacional y haciendo hincapié en los principios fundacionales de una tradición partidaria a la vez exaltada y reinterpretada –en el segundo-. A continuación, pondremos el foco sobre otro grupo de militantes que, si bien provenían del mismo PS y no abjuraban de esa identidad, venían arrastrando desde décadas atrás una conflictiva relación con la conducción partidaria, lo cual dotaba a su mirada de matices peculiares.

Argentina de Hoy: Viejos socialistas, entre la tradición y el revisionismo

El periódico Argentina de Hoy hace su aparición en agosto de 1951, como órgano del Instituto de Estudios Económicos y Sociales (IEES), fundado un año antes por diversos militantes e intelectuales de izquierda afines al peronismo. Carlos M. Herrera (2009) define al IEES como una empresa político-cultural; un proyecto que procuraba articular un discurso socialista de apoyo al gobierno de Perón, trascendiendo la esfera intelectual para insertarse en el plano político. La labor del Instituto combinaba distintos frentes de acción y niveles de elaboración, en el afán de generar lo que hoy se denominaría un think tank o “usina de ideas” al servicio de la administración peronista. Para Omar Acha (2006), la experiencia del IEES constituye la primera articulación de la Izquierda Nacional argentina, por cuanto sus pronunciamientos combinan una prédica de izquierda con la defensa del proyecto peronista (al cual se identifica con el interés de la nación toda) y, en especial, con la denuncia de una izquierda antinacional corporizada en las dirigencias socialista y comunista. La acción del Instituto se desarrolló en torno de dos ejes: la producción de conocimiento técnico sobre la realidad económica y social del país y la elaboración político-ideológica. En ambos, Argentina de Hoy cumplirá un rol esencial, llegando a revelarse, más allá de otras actividades del IEES (informes, congresos y ciclos de conferencias), como su realización más palpable y efectiva (Herrera, 2014).

Dado que los puestos directivos del periódico y del Instituto fueron ocupados por dirigentes provenientes del socialismo, podemos inscribir el proyecto en esa tradición política. Además, si bien en los primeros años participó de la experiencia un sector de extracción comunista (fundamentalmente el grupo liderado por Rodolfo Puiggrós y Eduardo Astesano), para el periodo que analizamos, sus miembros se habían apartado del IEES y su colaboración en Argentina de Hoy se haría cada vez más esporádica, hasta cesar completamente. 25

Como veremos, la búsqueda de articular un discurso socialista de apoyo al peronismo por parte del IEES incluyó una vocación de reinterpretar la historia argentina. Pero antes de adentrarnos en este aspecto, pasemos revista de la trayectoria de estos militantes, a fin de comprender cómo ésta repercutía en la relación de Argentina de Hoy con la tradición del “Viejo y Glorioso” PS.

Para algunos destacados colaboradores de la publicación, como el director del IEES, Juan Unamuno, y el veterano ex diputado Joaquín Coca, las discrepancias con la dirección del PS no eran una novedad. Ya en la coyuntura de 1930, en su obra El Contubernio, Coca se había mostrado muy crítico de la política de su partido, que había simpatizado de forma apenas velada con el derrocamiento de Yrigoyen y se encaminaba a una coalición con el Partido Demócrata Progresista de cara a las amañadas elecciones de 1931. A contramano de esta política, Coca condenaba enfáticamente el golpe de Septiembre y propugnaba la alianza con el radicalismo proscripto, por considerarlo una fuerza antioligárquica que representaba a las clases medias (Coca, 1931).

Otro antecedente de estas desavenencias podemos hallarlo en el Partido Socialista Obrero (PSO), surgido en 1937 tras la expulsión del ala izquierda del PS, al cabo de una dura disputa interna (Herrera, 2006). Muchos colaboradores de Argentina de Hoy (entre ellos, los mencionados Coca y Unamuno) habían participado de esa experiencia, en la cual la centralidad de la cuestión nacional en el programa partidario había impulsado algunas relecturas del pasado argentino (Martínez, 2014).26 Sin embargo, el PSO naufragó a poco de andar, debido a su dificultad para hacerse un lugar en el espectro político. Algunos de sus principales dirigentes se incorporaron al Partido Comunista; quienes no estuvieron dispuestos a seguirlos disolvieron la agrupación y, en algunos casos, solicitaron -con diversa suerte- su reingreso al PS.

Ya entrados los 40, el peronismo será un renovado factor de discordia con la ortodoxia partidaria, aglutinando nuevamente, en torno del IEES y Argentina de Hoy, a aquellos viejos militantes provenientes del tronco socialista pero críticos de su conducción (Herrera, 2009). De hecho, algunos ya venían colaborando en publicaciones afines al gobierno peronista, como la revista Hechos e Ideas, y también lo harían en el diario La Prensa luego de su expropiación en 1951. Desde esos espacios, los disidentes socialistas no ahorraban críticas a su antiguo partido. En un artículo de 1947, titulado elocuentemente La Revolución y los titulados socialistas, Coca denunciaba

la manifiesta influencia [de] la oligarquía (…) en los antiguos partidos populares, (…) que hoy tiene su expresión en los titulados (…) socialistas (…), que así como antaño trataron en toda forma de impedir el normal funcionamiento de los gobiernos del Presidente Yrigoyen, hoy están unidos en la tarea antihistórica de obstaculizar la política (…) [del] gobierno revolucionario. (…) No se crea que esta tendencia antiobrera de los jerarcas del llamado partido Socialista es de ahora: es antigua, pues hace muchos años que su dirección está en manos de ‘intelectuales’ con mentalidad oligárquica, algunos de ellos procedentes de la flor y nata de la oligarquía.”27

Esta situación, para el autor, había tenido como consecuencia

el abandono (…) de las rutas históricas y su separación de las masas obreras para entregarse al más crudo electoralismo en interés exclusivo del gremio de candidatos a que ha quedado reducido el presunto partido Socialista.”

En una tónica muy similar, ya en Argentina de Hoy, Juan Unamuno se remonta a 1930 para encontrar un antecedente de las conspiraciones contra el gobierno de Perón y, en particular, de la política antiperonista adoptada por el PS y otras fuerzas de la oposición:

ahora (…) se conjuran las mismas fuerzas que entonces derrocaron a Yrigoyen y posibilitaron el régimen uriburista. El núcleo central, como entonces, lo constituyen los elementos de la oligarquía terrícola y vacuna (…). Junto a ellos, los políticos conservadores, radicales y socialistas. (…) Entonces, en 1930, la suerte acompañó a los rebeldes. (…) La oligarquía se afirmó en el poder y la Nación entró en un periodo de cruenta reacción. (…) se entregó todo al imperialismo, porque así convenía a los intereses de la clase que volvió al poder, después de la frustración de la experiencia de 1916. 28

En ambos artículos, la experiencia yrigoyenista queda reivindicada, más que por atributos propios, por la naturaleza de las fuerzas que se le opusieron y la derrocaron (las mismas que detentaban el poder antes de 1916 y hostigaban ahora al gobierno peronista), así como por contraste con la reacción oligárquica que la sucedió. En ese contexto, se presenta a un socialismo prácticamente indiferenciado del resto de la oposición antiyrigoyenista y actuando de consuno con las fuerzas conservadoras y oligárquicas, trazando un claro paralelo entre el antiyrigoyenismo del pasado y el antiperonismo del presente.29

Además de la genérica reivindicación del yrigoyenismo, lo que se destaca de estos fragmentos es la crítica de los autores a la trayectoria del PS y lo que de allí se deduce en cuanto a su posición respecto de la tradición partidaria. En este sentido, si bien la referencia de Coca al abandono de las rutas históricas parece rescatar una tradición de la cual la conducción socialista se habría apartado, el punto de inicio de tal desviación se torna difuso, aunque se fija sin dudas en un tiempo muy anterior al advenimiento del peronismo. La crítica, incluso, podría comprender a la orientación fijada por el propio Juan B. Justo, a quien no se menciona pero tampoco se excluye expresamente del comentario.

En general, la figura de Justo, exaltada hasta la apoteosis por Dickmann y por La Vanguardia, no es especialmente reivindicada en Argentina de Hoy; incluso algunos artículos se permiten cuestionar expresamente al fundador del PS. Es el caso de otra nota de Unamuno que, en detrimento de éste, reivindica la trayectoria de Lisandro de la Torre. Resaltando las convicciones antiimperialistas de De la Torre, el autor recuerda (y recoge) sus críticas a los férreos principios librecambistas de Justo, por ir éstos en perjuicio de la industria nacional y, en última instancia, también de los trabajadores.30 En esta crítica a la marcada impronta liberal del PS podemos ver atisbos de un argumento que será central en la impugnación de la Izquierda Nacional al “socialismo cipayo” (Acha, 2009; Galasso, 2007).

Un ejemplo más claro del desapego de Argentina de Hoy por los antiguos símbolos partidarios es su reacción ante el incendio de la histórica Casa del Pueblo -sede del PS- por parte de grupos peronistas, en respuesta a un atentado opositor que había dejado varios muertos en una manifestación de apoyo al gobierno en abril de 1953. El tratamiento de los hechos en el número posterior es elíptico (no se mencionan expresamente los atentados ni las represalias) pero nada ambiguo en su posicionamiento. La nota editorial llama a profundizar “la Revolución, hasta sus últimas consecuencias”, extirpando el activo “brote contrarrevolucionario” instigado por radicales y socialistas. Y para no dejar dudas, la portada se cierra con la oda “Al fuego”, de Pablo Neruda, fechada en abril de 1953 y, según se afirma, enviada por el autor en especial para Argentina de Hoy.31

Esta débil identificación con la tradición del PS no obstó para que la entrevista Dickmann-Perón despertara un considerable entusiasmo en la publicación, que brinda una importante cobertura al acontecimiento. El número posterior a la entrevista lleva como título central “Dickmann desenmascara a la Casa del Pueblo”. La portada se dedica casi íntegramente al acontecimiento: se adjunta una fotografía del dirigente, se reproduce su carta al Comité Ejecutivo que acababa de expulsarlo y se lo invita públicamente a encabezar un acto en el Luna Park. En la nota de invitación, sin embargo, el IEES se declara ajeno a las disputas internas del PS, e incluso al margen de toda bandería política:

Su actitud y su conducta (…) escapan a los límites de una polémica partidaria, que no nos incumbe ni nos interesa (…). Por eso, el Instituto de Estudios Económicos y Sociales, que está al margen de las banderías políticas, se permite ofrecerle y asegurarle su tribuna, para que exteriorice plenamente, con absoluta libertad, su pensamiento político.32

Ahora bien, en la misma portada, Unamuno hace una revisión de las recurrentes crisis internas del PS que, a pesar de su tono claramente impugnatorio, no deja de abrigar esperanzas en una futura regeneración:

La historia del Partido Socialista (…) es la historia permanente de fecundas manifestaciones ideológicas, ahogadas y destruidas bajo la mordaza de la disciplina. (…) En cada uno de estos episodios, invariablemente, la alta dirección partidaria logró avalar su conducta. Siempre encontró el resquicio estatutario (…) o la ficción del voto general. Como lo encontrará, sin duda, para sancionar a Enrique Dickmann, no obstante que su gesto ha conmovido gratamente a la opinión pública y a la militancia socialista. (…) Por eso, nos preguntamos con angustia esperanzada ¿no habrá llegado el instante histórico de promover un vasto movimiento socialista, sin limitaciones ni estancos a los variados matices del ideal?33

Al interior del número se suceden las congratulaciones y mensajes de apoyo a Dickmann por parte de los miembros del IEES, destacándose el saludo de Joaquín Coca, quien tal vez sintetice las dos posiciones anteriores, aparentemente contradictorias, al diferenciar tajantemente entre “el socialismo” y “el Partido Socialista”.

Pocos saben, como se yo, la valentía moral que se necesita en el Partido Socialista para tomar actitudes como la suya (…). Creo, como usted, que ha prestado un gran servicio, pero más al socialismo que al Partido Socialista, pues en cuanto a éste, creo que ha llegado tarde.34

En efecto, la reivindicación de la identidad socialista está presente en Argentina de Hoy, pero se da totalmente desligada del antiguo tronco partidario y se postula en paralelo con la afirmación de la pertenencia justicialista, que se asume sin reservas. En este sentido, la lucha por la legitimidad con la vieja conducción del PS, que vimos tan presente en La Vanguardia, no es un tema de interés para la publicación. Si bien algunos de sus colaboradores, como el propio Unamuno, participaban del Movimiento Socialista y de las comitivas que se entrevistaban con el ministro Borlenghi, las disputas internas del PS, salvo en el resonante caso de Dickmann, no están entre los temas abordados por el periódico.

De hecho, ese interés por el incidente Dickmann parece menguar con el correr del tiempo, publicándose en los meses siguientes algunas notas esporádicas en las que se recogen pronunciamientos del veterano dirigente o se fustiga a la vieja conducción por sus métodos autoritarios y sus posiciones antipopulares. Cuando finalmente Dickmann se lanza en el acto del Salón Augusteo, Argentina de Hoy reproduce su discurso, aunque lo titula de una forma que podría marcar cierta distancia entre los “recién llegados” y quienes venían apoyando la Revolución Nacional desde años atrás: “Enrique Dickmann hizo la profesión de fe del Socialismo en la Nueva Argentina”.35

Estos posicionamientos reafirman, en definitiva, que la identificación de Argentina de Hoy con la tradición del PS es muy tenue. Si a lo largo de la publicación subyace cierta búsqueda de un verdadero socialismo, queda claro que éste debía caracterizarse por un decidido apoyo (aunque no una integración lisa y llana) al movimiento y el gobierno peronista. Veamos ahora en qué medida esta reconfiguración de la identidad socialista a la luz de la adhesión al peronismo se nutría de una reinterpretación del pasado nacional.

Aunque en un segundo plano respecto de los estudios económicos, Argentina de Hoy contó, desde su lanzamiento, con un considerable espacio dedicado al análisis y la divulgación histórica. En un primer momento, la tarea estuvo a cargo de los ex comunistas Puiggrós y Astesano, pero cuando éstos abandonaron el IEES, recayó sobre todo –aunque no únicamente- en el socialista Norberto D’Atri (Herrera, 2009, 2014). Los artículos de D’Atri, en algunos pasajes, intentan mostrar cierta equidistancia entre el relato liberal y las lecturas revisionistas, o al menos entre sus expresiones más sesgadas. En un artículo referido a uno de los puntos álgidos de esa polémica, la guerra del Paraguay, D’Atri lamenta que

seguimos sin ponernos de acuerdo, ni sobre los actores, ni sobre los actos de ese gran drama que fue nuestra historia. Y no nos ponemos de acuerdo porque se sigue haciendo la historia en torno a los nombres y no a los hombres. Todos los días o se crea un santuario o se ‘defenestra’ un prócer.36

En el mismo tono se refiere, en otra nota, a la permanente y maniquea polémica suscitada sobre la figura de Sarmiento:

¿Y qué se logró con todo esto? Crear dos escuelas, dos corrientes, dos bibliografías (…) antagónicas, (…) irreconciliables, (…) sin sustanciación real ni histórica. Son tan sólo dos tablas de valores, en las cuales el nombre de Sarmiento ocupa ambos extremos, según quien sea el que las esgrima. (…) Es que si Sarmiento, santo, se le abren a uno muchas puertas; es que si Sarmiento, réprobo, ídem. Pero si Sarmiento, ni santo, ni réprobo, se le cierran a uno todas las puertas.37

Además de estas menciones en el marco de otras temáticas, D’Atri dedica específicamente un artículo a manifestar su preocupación por la forma en que se daba el debate historiográfico argentino:

aparecen, unos, fieles y circunspectos adictos a la línea tradicional, a la historia escrita por los descendientes de ‘unitarios’ y vencedores de Caseros (…). Para ellos, todos aquellos argentinos que llegaron al poder fueron próceres, patricios ilustres, dignos del más absoluto respeto (…). Frente a ellos se encuentran, envueltos en una aureola de ‘iconoclastas’, los que se llaman pomposamente ‘revisionistas’, los que (…) rinden culto unánime, a Juan M. de Rosas. Para éstos, la auténtica historia argentina se inicia en 1830, ya que la Revolución de Mayo sería un hecho poco menos que intrascendente. (…) son pocos los que liberados de prejuicios sectarios, tratan de reconstruir con honestidad intelectual nuestro pasado.38

En otros colaboradores de Argentina de Hoy, esa pretensión de equidistancia aparece acentuada hasta adquirir cierto rasgo naif. En una nota firmada por J. R. Fernández se intenta reseñar los aportes y falencias del revisionismo histórico, concluyendo en un llamamiento a deponer prejuicios entre los defensores y detractores de los distintos protagonistas del pasado nacional, por entender que, a fin de cuentas, todos hicieron su aporte a la patria:

Tomar por parcialidades a los hombres no es justo; tampoco lo es fraccionar los documentos o encastillarse en alguno de los bandos en pugna. (…) Por diversos caminos, los varones del pasado (…) aportaron esfuerzos para la erección del lar común. Aciertos y desaciertos, todos son materiales prácticos (…). Rivadavianos y rosistas tienen que deponer prejuicios (…) Los hombres se sitúan, por lo general, a la derecha, o a la izquierda; pero la patria debe estar en el centro: en el centro de todos los corazones.39

Lejos de esta cándida “apelación a la concordia”, D’Atri se reconoce dentro del universo del revisionismo, aunque se diferencia tajantemente de su vertiente rosista y, en especial, de quienes pretendían unir la reivindicación de Rosas con el apoyo al peronismo.40 Además, plantea una objeción metodológica al revisionismo tradicional, proponiendo alejarse de la exaltación de los grandes hombres para centrarse en el protagonismo de las masas populares. En esa línea, el citado artículo sobre la guerra del Paraguay no se dedica a la reivindicación de Francisco Solano López o al denuesto de Mitre, tópicos recurrentes de las lecturas revisionistas del conflicto, sino que prefiere destacar la sublevación de Basualdo, deserción de las tropas entrerrianas destinadas al frente desobedeciendo a Urquiza. A través de este acontecimiento, el autor reivindica lo que considera “el auténtico revisionismo”, que sólo puede surgir en un contexto histórico como el que ofrece la experiencia peronista:

Hemos querido recordar el episodio como una modesta contribución para una revalorización social de nuestra historia; que es, como creemos, que se debe enfocar el auténtico movimiento revisionista (que hasta ahora, desafortunadamente, sólo se ha insinuado como un desvalido intento de justificación del rosismo). Porque ahora se puede hacer, porque en la Nueva Argentina el pueblo ha dejado de ser un símbolo, para ser una realidad. (…) porque ya no hace falta ‘tener apellido’ o ser descendiente de algún prócer (…) para escribir historia. Ahora la historia, la escribe el que la realiza: el pueblo.41

Un comentario particular merece el hecho de que uno de los conceptos utilizados para reivindicar a los amotinados en Basualdo sea el de democracia inorgánica, acuñado nada menos que por Bartolomé Mitre, anti-héroe por excelencia del revisionismo de izquierda con el cual D'Atri, como veremos, tendía a confluir:

No es la montonera díscola, que obedece al jefe porque sí.(…) ellos eran hombres que desde hacía mucho tiempo, enhorquetados en un caballo, blandiendo una tacuara, habían salido a defender una bandera, que no era sólo la del caudillo que los empujaba, sino que era la representación rústica del ideal que los movía; eran hombres que habían salido a defender su concepto de la democracia y de la autonomía federal, concepto profundamente inorgánico, es cierto, pero por ser ellos mismos genuina expresión popular, profundamente democrático.42

De hecho, la idea de democracia inorgánica había sido retomada pocos años antes por José Luis Romero (1946), historiador ligado al PS, lo cual invita a pensar en la porosidad de las fronteras que separaban a los intelectuales afines al peronismo y aquellos enrolados en la oposición más intransigente. Pero más allá de la autoría del concepto, quizá no sea aventurado detectar, en la reivindicación de la democracia inorgánica, una discusión actual con quienes, como el PS, entendían el fenómeno del peronismo como la (re)encarnación de una dictadura basada en el caudillismo y la barbarie, bajo cuyo influjo las masas (rurales en el siglo XIX, obreras a mediados del XX) actuaban sin ninguna conciencia de sus intereses.43

En cualquier caso, en los planteos de D’Atri encontramos una reinterpretación del pasado nacional que plantea una clara ruptura con las lecturas de matriz liberal sostenidas históricamente por el PS. Continuando la tarea iniciada por Puiggrós y Astesano, sus artículos se aproximan a una representación de la Historia Argentina en una clave que, coincidiendo con Herrera (2009, 2014) y Acha (2006), podríamos definir como revisionista de izquierda, nacional y popular, aproximándose a las tesis sostenidas con posterioridad por los grupos políticos e intelectuales que se reivindicarían como Socialismo Nacional o Izquierda Nacional.

Sin embargo, intentando matizar más que rebatir este aserto, mencionaremos brevemente algunos artículos de Argentina de Hoy en los que esta ruptura no aparece tan clara. Un ejemplo de ello es la serie de artículos titulada “La historia de nuestro vía crucis agroeconómico”, publicada a lo largo de varios números y con la cual se buscaba dar sustento a la tenaz militancia del IEES a favor de la reforma agraria. Su autor, Alfredo Muzzopappa, era un periodista y militante socialista de larga trayectoria, que participaba activamente en el Instituto y en la publicación.

Lo interesante para nuestro análisis es que estos artículos reivindican enfáticamente la acción de Bernardino Rivadavia, uno de los próceres más controvertidos del “panteón liberal”: su visión de estadista; sus luchas contra el caudillismo que oponía vallas formidables al desarrollo de su noble política colonizadora y llevaría al país a la era de su anarquía; el empréstito Baring Brothers, suscripto para atender a los gastos de la política de inmigración y colonización; la Ley de Enfiteusis, considerada un estimable antecedente que, por su valor revolucionario y funcional, no debía ser omitido en la consideración racional de una moderna reforma agraria....44

En dos oportunidades, las notas de Muzzopappa se ilustran con importantes retratos de Rivadavia, lo cual hablaría de una decisión editorial no sólo atribuible al autor. De hecho, en otro artículo de Argentina de Hoy, Rivadavia es integrado en la más típica genealogía de “próceres liberales”, que habrían guiado al pueblo argentino en su continua lucha por la libertad.

El pueblo argentino ha luchado y continuará luchando por la libertad (…). Próceres como Moreno, Belgrano, Rivadavia, San Martín (…), lo interpretaron. Echeverría, Alberdi, Sarmiento, contribuyeron a la organización nacional. Los constituyentes del 53, (…), auténticos sabios, con clarividencia de un largo porvenir (…), nos legaron la Constitución (…). El positivismo de Echeverría, de Alberdi y de Sarmiento tuvo su éxito y su bien para la República en su momento. No podrá negarse.45

Además de los nombres evocados, en la cita se retoma la centralidad de las grandes personalidades como artífices de un devenir histórico caracterizado por el avance continuo, racional y positivo de la libertad y la civilización. Se trata, en definitiva, de una visión mucho más próxima a la tradición historiográfica liberal-progresista sostenida históricamente por el PS (Acha, 2009) que a los postulados revisionistas defendidos por D’Atri y otros historiadores del IEES. Destacar -al menos sumariamente- su presencia en Argentina de Hoy resulta importante a fin de sustentar lo que se argumentara en la introducción de este trabajo: que las visiones del pasado sostenidas por estos grupos, por darse en medio de un proceso de ruptura y reconfiguración de lealtades políticas, reflejaban de alguna manera esa crisis de identidad, dando como resultado imágenes no siempre coherentes y dejando poco margen para lecturas formalizadas y unánimes.

Entonces, si bien podemos considerar los planteos de D’Atri como los más representativos por ser quien se ocupaba, desde su rol de historiador, de los artículos referidos específicamente a la materia, evidentemente no puede decirse que sus posiciones fueran unánimes en la publicación, lo cual invita a tomar cierta prevención respecto de lecturas unilaterales. Habida cuenta de esta diversidad de miradas al interior del periódico, tal vez cobre mayor sentido aquella apelación un tanto ingenua a “deponer prejuicios” entre las diferentes perspectivas historiográficas, sostenida por uno de sus articulistas. Quizá el llamado no fuera sólo un recurso retórico, sino también una manera de zanjar evidentes divergencias al interior del grupo.

A modo de conclusión

En estas páginas se ha procurado reconstruir las miradas que dirigió hacia el pasado un conjunto de militantes políticos que se hallaban embarcados en un proceso de revisión de su presente. A los fines de la exposición, se los ha presentado como “dos grupos” bien diferenciados, que se expresaban a través de sendas publicaciones. Es importante aclarar que este corte tiene algo de arbitrariedad, por cuanto una mirada más atenta encuentra no sólo contactos fluidos entre los dos espacios, sino también matices al interior de cada uno de ellos. En definitiva, todos estos militantes terminarán confluyendo en una empresa común -el PSRN - al amparo de uno de los decanos del socialismo, Enrique Dickmann. El pensamiento de éste acerca del pasado nacional y la tradición partidaria se ha analizado por separado, dado que así se lo presenta en ambas publicaciones: como una autoridad que está por fuera o, mejor dicho, por sobre los agrupamientos que editan La Vanguardia (Tercera etapa) y Argentina de Hoy.

Los planteos de Dickmann se emparentan con los de La Vanguardia en la trascendencia que otorgan a la tradición partidaria. En ambos casos, las referencias a Juan B. Justo son omnipresentes, dejando la impresión de que toda toma de posición se refuerza si cuenta con el aval de una sentencia dictada por el Maestro del socialismo. Por oposición, se empeñan en demostrar que la política del PS no sólo se había desviado de esas enseñanzas, sino que constituía su contracara. En La Vanguardia, esa reivindicación de los principios fundacionales se ve reforzada, probablemente, por el público al que buscaba dirigir su mensaje. En ese afán, el pensamiento de Justo y la tradición partidaria se reinventan en función de las opciones políticas del presente.

Muy distinta es la postura de Argentina de Hoy, donde la apelación a la autoridad de Justo está prácticamente ausente. Por añadidura, se nota una actitud distante hacia todos los símbolos y tradiciones históricas del PS, como queda demostrado con la indiferencia -o el apoyo- ante el incendio de la Casa del Pueblo. Así pues, la lucha por la legitimidad socialista está lejos del interés de esta publicación. Tal vez esto también se explique en parte por el público al que se dirigía el periódico, que no se presentaba como órgano de prensa de un partido, sino de una institución que aspiraba a abarcar un amplio espectro temático, combinando la elaboración político-ideológica con la producción de conocimiento específico sobre diversas áreas. Aunque también es probable que la historia de conflictos y desavenencias -que llevaba décadas- entre la conducción del PS y algunos de los más destacados colaboradores de Argentina de Hoy tenga su peso a la hora de explicar su distanciamiento respecto de los íconos más caros a la memoria del socialismo. En este sentido, es curioso notar que la disposición a revisar los viejos postulados y la libertad para criticar a las vacas sagradas de la tradición partidaria parecen directamente proporcionales al tiempo transcurrido en cada caso desde la ruptura con el “Viejo y Glorioso” PS.

En cuanto a las visiones del pasado postuladas por estos actores políticos, podemos distinguir entre aquellas más inmediatas, en las cuales el análisis histórico se confunde con el balance político, y los esbozos tendientes a construir y proponer relatos globales sobre la historia nacional. Entre las primeras podemos ubicar, claramente, las evocaciones del periodo yrigoyenista y de su abrupto final. En Argentina de Hoy, el yrigoyenismo es reivindicado aunque de manera algo difusa, más bien por analogía con el peronismo y por contraste con las fuerzas que se conjuraron para derrocarlo en el 30, entre las cuales se incluye sin medias tintas al socialismo. En La Vanguardia, la evocación de ese período es un tema algo espinoso, por cuanto una reivindicación del yrigoyenismo podía implicar, así fuera implícitamente, un cuestionamiento a la política antiyrigoyenista del viejo PS bajo la égida de Justo. Cuando esta contradicción se plantea, sus articulistas recurren a intrincados argumentos retóricos para zanjar la cuestión. Dickmann, por su parte, no se muestra preocupado por revisar ese periodo, reafirmando al pasar su condena a la intransigencia de la política criolla, una de las marcas distintivas del yrigoyenismo según la vieja caracterización del PS.

Respecto de las visiones más globales sobre el pasado, deberíamos remarcar lo afirmado oportunamente en cuanto a que el peronismo no fijaba marcos estrechos respecto de las trayectorias o adscripciones previas de sus adherentes, por lo cual un acercamiento a su órbita no implicaba necesariamente una revisión de las concepciones previas de cada actor sobre la historia nacional. Así, podemos encontrar a un Dickmann sólido en su adscripción a la tradición liberal, en la cual intenta, no sin cierta dificultad, inscribir al peronismo. De todas maneras, el viejo dirigente prefiere fijar su mirada en el presente, destacando las realizaciones del gobierno peronista y su congruencia con el programa histórico del PS. Este último aspecto es compartido por La Vanguardia, que elige soslayar el debate más amplio sobre el pasado nacional y centrarse en la defensa de la tradición socialista, aunque reformulada en términos que la tornaran más compatible con su adhesión al peronismo.

Es en Argentina de Hoy donde encontramos una vocación más sistemática de construir una nueva genealogía histórica en la cual inscribir al peronismo, destacándose los planteos de Norberto D’Atri como los más representativos de la publicación. Desde este espacio se promueve una ruptura más nítida con el paradigma liberal sostenido por el PS y se tiende a una visión revisionista de izquierda, nacional y popular, centrada en el protagonismo de las masas más que en los grandes hombres denostados por la historiografía liberal y exaltados por el revisionismo. El ejemplo paradigmático al respecto es Juan Manuel de Rosas, cuya figura no es rehabilitada por ninguno de los colaboradores de la publicación. No obstante, ese impulso revisionista convive, en el mismo periódico, con visiones en las que subsisten líneas de continuidad con la vieja matriz liberal, lo cual obliga a la prevención respecto de lecturas unilaterales que no den cuenta de los matices, las contradicciones y la fluidez de estas visiones del pasado, que reflejan en buena medida un momento de crisis de identidad en las adscripciones políticas de quienes las promueven.

En igual sentido, tal vez sea posible ver en estos matices un atisbo de divergencias más pronunciadas que tendrán lugar al interior del PSRN, donde los militantes provenientes del socialismo convivirán con otros grupos más decididamente revisionistas respecto de la historia nacional y claramente críticos de la tradición iniciada por Juan B. Justo. Será objeto de futuras indagaciones determinar cómo se procesarán al interior del nuevo espacio político las tensiones entre los grupos que provenían (más o menos orgullosamente) del “Viejo y Glorioso” Partido Socialista y aquellos que impugnaban abiertamente esa tradición.

 
Notas
1 Este artículo se enmarca en un proyecto de tesis doctoral acerca de la conformación y actuación del Partido Socialista de la Revolución Nacional (PSRN) y recoge los avances de distintas instancias previas. Un primer esbozo fue presentado como trabajo final del seminario de doctorado “Batallas historiográficas, disputas políticas, memorias en combate: el pasado como escenario de lucha. Argentina, 1930-2010” (FFyL-UBA, 2015), a cargo de Alejandro Cattaruzza. Sobre esa base, los avances posteriores fueron presentados como ponencias en distintos eventos académicos. Agradezco las lecturas y comentarios de Enrique Garguin, A. Cattaruzza, Carlos Miguel Herrera y Esteban Campos.

2 Si bien los grupos trotskistas que integraron el PSRN no serán objeto de análisis en este trabajo, resulta oportuno señalar que algunos de ellos hicieron de la revisión del pasado nacional y de la acerba crítica a las izquierdas tradicionales (esencialmente los partidos Socialista y Comunista) los ejes centrales de su discurso, por lo cual es de suponer que su convivencia con los militantes de extracción socialista no estaría exenta de tensiones. Nos referimos en particular a los grupos que, con posterioridad, adoptarían la denominación genérica de Izquierda Nacional. Sobre las primeras lecturas y relecturas del pasado argentino por parte de quien sería el más reconocido dirigente de esta tendencia, Jorge Abelardo Ramos, v. Fiebelkorn (2016).

3 La funcionalidad de la apelación al pasado como herramienta de legitimación, no sólo por parte de los estados sino también de actores de la sociedad civil, fue analizada por Eric Hobsbawm en una obra que puede considerarse clásica (2002[1982]). Siguiendo esas elaboraciones, para el caso argentino, Lilia Ana Bertoni (2007) analiza la construcción de la tradición patria por parte del estado nacional, mientras que Aníbal Viguera (1991) reconstruye en la diacronía los usos y mutaciones de una tradición surgida del movimiento obrero: el 1º de Mayo. Por su parte, Alejandro Cattaruzza aporta el énfasis en el carácter agonístico de la construcción del pasado argentino y su relación con las disputas políticas (2001, 2007a) y se adentra asimismo en el análisis de las visiones del pasado sostenidas -y también reformuladas- por las organizaciones partidarias (2007b, 2008).

4 Los ejemplares de Argentina de Hoy (en adelante, AH) me fueron facilitados generosamente por el historiador Norberto Galasso en su estudio particular, aunque algunos números faltantes en su colección fueron consultados en el Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierda – CeDInCI, al igual que la colección de La Vanguardia (en adelante, LV). En ambos casos se analizan los números correspondientes al período de formación del PSRN, comprendido entre la entrevista Dickmann-Perón y el lanzamiento electoral del nuevo partido en abril de 1954, dejando aclarado que LV comenzó a publicarse en septiembre de 1953.

5 El discurso de Dickmann es reproducido por las dos publicaciones que se analizan en este trabajo. Dado que sendas reproducciones registran ligeras variantes entre sí, es del caso aclarar que el siguiente análisis, salvo indicación en contrario, se basa en la publicada en primer término (AH Nº 28, agosto 1953: 1,8).

6 AH, Nº 28, agosto 1953: 8.

7 AH, Nº 28, agosto 1953: 8.

8 AH, Nº 28, agosto 1953: 8.

9 Este signo de interrogación, inserto en la reproducción del discurso publicada en Argentina de Hoy -y ausente en la de La Vanguardia- señala un equívoco por parte de Dickmann, por cuanto la frase “La victoria no da derechos” suele ser atribuida a Sarmiento y no a Mitre. Pero también puede resultar revelador de una tensión entre la visión del pasado propuesta por el orador y la sostenida por los editores del periódico, de igual procedencia socialista pero, como veremos oportunamente, proclives a una lectura del pasado más afín al revisionismo. En cualquier caso, es digno de atención que AH se permita, a diferencia de LV, este leve gesto de “irreverencia”, al señalar el error del histórico dirigente, revelando quizá un menor grado de devoción por la autoridad que emanaba de su vasta trayectoria partidaria.

10 AH, Nº 28, agosto 1953: 8.y

11 Las entrevistas entre Borlenghi y los militantes socialistas son reflejadas por el diario La Prensa (LP), en manos de la CGT desde su expropiación en 1951, lo cual revela el interés del gobierno por incidir en la crisis partidaria. Cf. “Visitaron al M. del Interior varios afiliados socialistas”. LP, 22-1-53 y “Afiliados al P. Socialista súmanse al anhelo de convivencia pacífica”. LP, 22-7-53. Archivo de N. Galasso.

12 En estos años, la conducción tradicional del PS se embarcó en diferentes empresas editoriales. Por un lado, desde 1950 venía editando el periódico Nuevas Bases, dirigido por Nicolás Repetto, con el cual el partido intentaba recuperar una voz pública luego de la pérdida de su representación parlamentaria y la clausura de La Vanguardia (Martínez Mazzola, 2010). Por otra parte, el grupo radicado en el Uruguay, encabezado por Américo Ghioldi, lanzó La Vanguardia. Edición en el exilio, que se publicaba como suplemento de El Sol, periódico socialista de ese país, y se introducía clandestinamente en la Argentina.

13 LV Nº1, 11-9-53: 4

14 LV Nº 2, octubre 1953: 1

15 LV Nº1, 11-9-53: 1

16 “Bajo el signo del conservadorismo actúan los malos discípulos del Maestro Justo”. LV Nº 4, noviembre 1953: 3

17 “Justo predijo la revolución”. LV Nº 3, octubre 1953: 4. El mismo artículo es vuelto a publicar meses después, en el número en que se lanza la campaña electoral del PSRN, bajo un título similar: “Notable profecía del Maestro Justo”. LV Nº 10, abril 1954: 1

18 “Bajo el signo del conservadorismo…”

19 Como se mencionara anteriormente (v. nota 2), Ramos y otros militantes de extracción trotskista sostenían una visión extremadamente crítica de la trayectoria del PS, por lo cual, probablemente, el debate que reflejamos a continuación sea una temprana expresión de tensiones que no dejarán de reflejarse al interior del PSRN.

20 “Justo, fué un Combatiente de la lucha Anti imperialista”. LV Nº 2, Oct. 1953: 4

21 “Justo, fué un Combatiente …”

22 “Justo, fué un Combatiente …”

23 “Reparación necesaria”. LV Nº 2, Oct. 1953: 1

24 “Reparación necesaria…”

25 Según refiere Acha (2006: 141), el interés del sector socialista del IEES por impulsar un nuevo partido político en apoyo del gobierno (que culminaría en la formación del PSRN), estuvo entre los principales motivos del alejamiento del sector comunista, más celoso de su independencia respecto del oficialismo.

26 Según refiere la autora, las posturas del Socialismo Obrero, centradas en la construcción de un frente popular para la liberación nacional, lo llevaron a transformar dramáticamente sus evaluaciones sobre el pasado, respecto de las sostenidas anteriormente por el grupo como ala izquierda del PS. En esa tónica, por ejemplo, el PSO redime y reivindica a los hombres de la Generación del 37-caros a la tradición del PS y antes denostados por su ala izquierda- como adalides de la emancipación nacional, resignificando a Alberdi, Sarmiento o Echeverría en clave popular y antiimperialista. En este sentido, resulta interesante confrontar el trabajo de Martínez con el artículo de Javier Guiamet (2014), contenido en la misma obra, el cual ofrece un panorama de las evocaciones “oficiales” del PS ante el 50 aniversario de la muerte de Alberdi y de Sarmiento.

27 “La revolución y los titulados socialistas”. Hechos e Ideas. Publicación de cuestiones políticas, económicas y sociales. Año VI, Tº XI. Buenos Aires, 1947: 37-41.

28 “Concomitancias reveladoras y elocuentes”. AH Nº 26, junio 1953: 1.

29 En rigor, la mención de “los políticos socialistas” por parte de Unamuno, más que al propio PS, haría referencia al Partido Socialista Independiente, grupo escindido del socialismo en 1927 y abierto promotor del derrocamiento de Yrigoyen. El PS, si bien había estado lejos de condenar el golpe de Septiembre, había tenido una participación menos decisiva en la acción destituyente y fungió luego como oposición institucional a los gobiernos de la Concordancia, de la cual el PSI formó parte. Estos matices entre las dos agrupaciones socialistas son soslayados por el autor, quien tal vez juegue en forma deliberada con esa ambigüedad para presentar al socialismo, como un todo, actuando en connivencia con las fuerzas reaccionarias.

30 El título de la nota es elocuente: “A L. de la Torre no se le traspapeló el imperialismo”. AH Nº 15, 30-6-52: 1

31 “La Revolución, hasta sus últimas consecuencias” y “Al Fuego”. AH Nº 25, Mayo 1953: 1

32 “Dickmann hablará en la tribuna del Instituto”. AH Nº 11, 29-2-52: 1

33 “La dirección del PS contra el socialismo”. AH Nº 11, 29-2-52: 1

34 “Gran servicio al socialismo; en cuanto al Partido, creo que ha llegado tarde” AH Nº 11, 29-2-52: 3

35 AH, Nº 28, agosto 1953: 1

36 “Aquellas lágrimas del General Urquiza”. AH Nº 25, 2-5-53: 3

37 “Sarmiento, de frente y de perfil”. AH Nº 30, 1-10-53: 5

38 “Basta de historia escolar y mitológica!”. AH Nº 18, 1-10-52: 7

39 “Revisionismo”. AH Nº 13, 30-4-52: 6

40 D’Atri define a Rosas como “…el ‘patrón’ del puerto y la aduana de Buenos Aires (…) máximo exponente de la burguesía ganadera y saladeril”, bajo cuyo régimen “la incipiente y rudimentaria clase trabajadora de aquel entonces, no mejoró un ápice”. En consecuencia, denuncia a quienes pretendían “enlazar la corriente ‘rosista’ con la senda por la que avanza la Revolución Nacional”, ya que ésta “se basa precisamente en haber dado a nuestra poderosa clase trabajadora posibilidades insospechadas”. “Basta de historia… ”

41 “Aquellas lágrimas…”

42 “Aquellas lágrimas…”

43 Para Américo Ghioldi, por ejemplo, la clase obrera bajo el peronismo había “perdido vigor gremial y capacidad política”, participando “en movimientos histéricos e hipnóticos para la idolatría de un mandón militar”. (cit. en Herrera, 2005: 356-357). Es de destacar que Dickmann, en el discurso que hemos analizado, parece no abandonar totalmente el argumento de la irracionalidad del vínculo entre Perón y la clase trabajadora, aunque intenta despojarlo de connotaciones peyorativas, aproximándose de alguna manera a aquella noción de democracia inorgánica: “Surgió (…) un gran movimiento popular (…), más por intuición y por instinto que por raciocinio, que ha comprendido que ha llegado el momento de reivindicar sus derechos y satisfacer sus necesidades. Y yo comprendo, yo aplaudo, yo estimulo a la clase obrera argentina que ha apoyado a un hombre que supo, quiso y pudo satisfacer en estos momentos sus necesidades y sus aspiraciones. ¿Qué otra cosa quedaba a la clase obrera argentina que hacer eso?”. LV Nº1, 11-9-53: 2

44 Cf. “El origen de nuestras industrias madres”. AH, Nº 20, 1-12-52: 5 y “La experiencia rivadaviana es un estimable antecedente”. AH. Nº 29, septiembre 1953: 5

45 “Un anhelo de dignificación humana fluye de la Constitución de 1949”. AH Nº 15, 30-6-52: 3

 


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Recibido: 20 de julio de 2017
Aceptado: 20 de septiembre de 2017
Publicado:1 de diciembre de 2017

 

 

 

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