Sociohistórica, nº 32, 2do. Semestre de 2013. ISSN 1852-1606
Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Centro de Investigaciones Socio Históricas

RESEÑA / REVIEW

 

Pormenores de un desencuentro. El campo intelectual en la Argentina peronista

Reseña de:

FIORUCCI, Flavia. Intelectuales y peronismo. 1945-1955 Buenos Aires, Editorial Biblos, 2011, 226 páginas

 

Francisco Emmanuel Correa

Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Universidad Nacional de La Plata
Argentina

 

Es sabido que la recepción del peronismo en los ámbitos intelectuales y académicos estuvo muy lejos de ser entusiasta. Desde su surgimiento, la asociación del fenómeno con el fascismo europeo fue moneda corriente entre la mayoría de los intelectuales argentinos. También es conocida la centralidad que tuvo la Universidad como bastión del antiperonismo en los agitados sucesos de 1945. Sin embargo, de este precoz desencuentro no debe deducirse que la relación entre el Estado peronista y la intelectualidad estuviera exenta de complejidades, matices y contradicciones. En su trabajo, Flavia Fiorucci estudia esta compleja relación desde ambasperspectivas, analizando tanto las políticas que se dio el gobierno peronista respecto de los intelectuales y la cultura, como las reacciones que dichas políticas generaron entre sus destinatarios.

La autora parte de reconocer la dificultad que plantea la delimitación del universo de los intelectuales. Para ello adopta el concepto de campo intelectual de Pierre Bourdieu, según el cual los escritores conforman un microcosmos en el mundo social, que se rige por una lógica específica, razón por la cual opera con relativa autonomía. La compleja relación entre ese campo intelectual y el régimen peronista será el objeto de estudio de la obra.

En el primer capítulo, la autora aborda la política cultural del Estado, es decir, la manera en que éste trató de incidir en el campo intelectual, proceso en el cual reconoce dos etapas bien diferenciadas. En los primeros años, particularmente desde la creación de la Subsecretaría de Cultura, la administración peronista encara intentos más o menos coherentes y sistemáticos de acercamiento y cooptación de los intelectuales, a través de proyectos tales como la creación de una Junta Nacional de Intelectuales que unificara a todo el campo. Ante el fracaso de estas iniciativas, hacia 1950 se abre un segundo periodo, marcado por el enfrentamiento directo, la censura y el hostigamiento a un campo intelectual mayoritariamente antiperonista.

Aparte de estas erráticas iniciativas destinadas a los “productores de cultura”, Fiorucci pasa revista de la política estatal respecto de los consumos culturales. En este sentido, la autora reconoce el afán democratizador de la administración cultural peronista, consistente en expandir el consumo de alta cultura, haciéndolo llegar a un público más amplio. Sin embargo, sostiene que esta política, contradictoriamente, reafirmaba las jerarquías tradicionales entre alta y baja cultura, ya que consistía en acercar la cultura metropolitana a las zonas periféricas y los sectores populares. En consecuencia, afirma la autora, el peronismo terminaba, paradójicamente, centrando su política cultural en la realización del más liberal de los proyectos: educar al soberano.

El resto de la obra se centra en la dinámica del campo intelectual durante el periodo peronista y luego de su caída. El segundo capítulo describe la actuación de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), considerada la entidad más representativa del campo intelectual. Fundada en 1928 como una asociación estrictamente profesional, alejada de los avatares políticos, la SADE no pudo mantenerse ajena a la polarización que marcó las décadas del 30 y el 40, signadas por la dicotomía democracia/fascismo. Paulatinamente, la organización fue constituyéndose en el reducto de los intelectuales antifascistas, lo cual generó la ruptura con los escritores católicos y nacionalistas que la integraban hasta entonces. En este contexto, tanto el gobierno surgido del golpe de 1943, como la emergente figura de Perón y las movilizaciones populares en su apoyo, fueron denunciados por este sector como una réplicacriolla del fascismo europeo.

Sin embargo, a partir de 1946 y durante todo el periodo peronista, la SADE se replegó sobre la defensa de sus reivindicaciones puramente gremiales, adoptando un tono elíptico y muy moderado en sus críticas alrégimen. Fiorucci no atribuye esta actitud a una merma en la convicción antiperonista de sus miembros, sino a la necesidad de la organización de mantener un bajo perfil público que le permitiera garantizar su continuidad, manteniéndose a resguardo de la censura y el hostigamiento oficial. Esta actitud, como veremos, le sería recriminada luego de la caída del peronismo.

Este núcleo de intelectuales antiperonistas se expresó a través de diversas publicaciones -Sur, Expresión, Realidad, Liberalis, Imago Mundi, Contorno- que la autora analiza en el capítulo 4. El punto de contacto entre todas ellas, que permite analizarlas en conjunto, es su común adhesión a un paradigma liberal que los escritores percibían amenazado por el régimen. En tanto contracara del peronismo, la cosmovisión liberal recobra vigencia como prenda de consenso y unidad. También aquí, la crítica se presenta como un mensaje cifrado, destinado a un público restringido. Se enmascara detrás de la defensa del liberalismo, la reivindicación de determinados próceres, la crítica al autoritarismo y el tradicionalismo folclórico o las advertencias acerca de la crisis de la civilización occidental. Con la posible salvedad de la revista Expresión –de existencia muy efímera, por otra parte- la crítica y la denuncia directa fueron la excepción en las publicaciones analizadas. Asimismo, la autora destaca a Contorno como el espacio de expresión de una nueva generación de intelectuales que comenzaría a destacarse luego del derrocamiento del gobierno peronista.

El universo de los intelectuales que adhirieron al proyecto peronista es abordado en el capítulo 3, a través del caso de la Asociación de Escritores Argentinos (ADEA), organización desde la cual este sector intentó ejercer un contrapeso a la tradicional SADE. La debilidad de la nueva asociación estuvo dada, desde un comienzo, por su carácter claramente minoritario dentro del campo intelectual, a lo que se agregaba la gran heterogeneidad ideológica de sus miembros. Si bien la ADEA negaba tener una filiación política, la totalidad de sus asociados había declarado públicamente su adhesión al peronismo, lo que la relegaba a un lugar marginal en los ámbitos de la intelectualidad. Fiorucci afirma que, a pesar de su afinidad con el gobierno, la nueva asociación no recibió ningún tipo de ayuda estatal y no logró considerables beneficios materiales para sus miembros. En este hecho la autora advierte, una vez más, el carácter errático de las políticas del Estado peronista respecto del campo intelectual, incluso cuando se trataba, como en este caso, de sectores afines a su proyecto político.

Bajo la misma matriz es interpretada la publicación Hechos e Ideas, órgano de expresión de una corriente nacionalista popular que apoyaba al peronismo desde la tradición yrigoyenista. Fiorucci advierte cómo, a partir de 1951, se produce una progresiva homogeneización del discurso, que ya no deja lugar a matices respecto de la propaganda emanada de las usinas oficiales. Gradualmente, los antiguos colaboradores de la publicación, ideólogos de tradición forjista, son reemplazados por funcionarios públicos que escriben artículos de coyuntura política y ensalzan los logros de la gestión gubernamental. A través del análisis de la ADEA y de Hechos e Ideas, en definitiva, la autora refuerza su hipótesis de que las políticas del gobierno hacia los intelectuales, incluidos los peronistas, estuvieron marcadas por una ruptura entre un primer periodo de relativa apertura y una segunda etapa caracterizada por una mayor regimentación y control de las entidades y publicaciones.

En el último capítulo, la autora analiza cómo el consenso antiperonista que mantenía unido al sector mayoritario del campo intelectual se quiebra luego del derrocamiento del gobierno constitucional. Tras un breve periodo de euforia, expresada en las páginas de Sur y Liberalis durante lo que Fiorucci llama la primavera de 1955, surgen los primeros signos de discordia respecto del balance de la actuación de los escritores frente al régimen depuesto, cuando algunas voces comienzan a cuestionar la actitud de “resistencia silenciosa” que la mayoría había adoptado a lo largo de la década anterior. Aquella actitud de extrema cautela, que la autora destacara tanto en el accionar de la SADE como en la prensa cultural, sería fuertemente reprochada luego de la caída del peronismo, máxime cuando se la contrastaba con el pasado épico y de resistencia antifascista con que la mayoría de los intelectuales pretendió investirse luego de 1955, momento en que el antiperonismo se convirtió en un valioso capital simbólico dentro del campo intelectual.

A medida que transcurrían los primeros meses posteriores al derrocamiento de Perón, los desencuentros entre los intelectuales no dejaron de ahondarse alrededor de diversas cuestiones. Principalmente, el inicial consenso respecto de la necesidad de desperonizar la sociedad argentina se deshace en debates acerca de los medios legítimos para lograr tal objetivo, la necesidad de incorporar a las masas peronistas al sistema político o la conveniencia o no de criticar abiertamente los excesos de la Revolución Libertadora. Así, contradictoriamente, el abrupto final de la experiencia peronista trajo aparejada la crisis de un campo intelectual que se había mantenido unido, en buena medida, por su común oposición al régimen depuesto.

A lo largo de todo su trabajo, Flavia Fiorucci realiza una interesante reconstrucción de las diversas trayectorias presentes en el campo intelectual, así como de las cambiantes políticas estatales destinadas a incidir en su dinámica. En poco más de doscientas páginas, logra plantear sus hipótesis en forma consistente, desarrollar sus argumentos y exponer sus conclusiones con claridad, dando cuenta, además, de un vasto trabajo de relevamiento y análisis de las fuentes. En este sentido, la capacidad de síntesis argumental es uno de los puntos fuertes de la obra. No puede dejar de señalarse que la autora no oculta su afinidad con el discurso antiperonista prevaleciente en el campo intelectual de la época, por ejemplo, cuando omite definir como una dictadura al gobierno de Aramburu, llamando “excesos” a sus crímenes y haciendo suya la nomenclatura impuesta en 1955 (“régimen depuesto” para el gobierno peronista, “Revolución Libertadora” para el golpe de Estado que lo derrocó). A pesar de ello, no debe dejar de valorarse la exhaustiva investigación y la claridad en la exposición de los argumentos, que convierten aIntelectuales y peronismo en un aporte destacable respecto de este campo de estudio.

 

Un pasado color de rosa, entre otros tantos colores

Reseña de:

Ricardo Salvatore y Osvaldo Barreneche (Eds.), El delito y el orden en perspectiva histórica, Buenos Aires, Prohistoria Ediciones, 2013

 

Santiago Galar

Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales
Universidad Nacional de La Plata - CONICET
Argentina

 

¿Cómo hacer más eficiente el funcionamiento de la justicia? ¿Cómo limitar el uso indiscriminado de la prisión preventiva y abordar la superpoblación carcelaria? ¿Qué hacer frente al aumento del delito? ¿Deberían poder sindicalizarse los policías? ¿Qué hacer con aquellos niños, niñas y adolescentes en conflicto con la ley? Seguramente podamos coincidir en que éstas son preocupaciones que circulan actualmente en la academia, en el ámbito político, en los medios de comunicación y en las sobremesas de las familias. Es más, son en gran medida estas preocupaciones las que juntas y articuladas constituyen (y al mismo tiempo evidencian) el fenómeno que desde hace unos años es señalado como el principal problema público a resolver en Argentina: la inseguridad. En este orden de cosas, la reciente publicación de Ricardo Salvatore y Osvaldo Barreneche nos demuestra con nitidez que estas inquietudes pueden configurarse hoy con tintes renovados pero distan de ser una novedad.

Los ensayos que componen “El delito y el orden en perspectiva histórica” se orientan a presentar escenas del pasado vinculadas a la justicia (la ley), el delito, la policía (la vigilancia) y la cárcel (la punición) a partir del entrecruzamiento y tensión de instituciones, normas, representaciones, saberes y prácticas, en el contexto modernizador de fines del siglo XIX y principios del siglo XX (aunque son incluidos también trabajos que abordan hasta la década de 1970), fundamentalmente en el centro húmedo del país aunque se incluyen también trabajos sobre Mendoza y el Uruguay.

Entre los principales aportes de la compilación puede destacarse el ejercicio común de rastreo en perspectiva histórica de imaginarios, normas y prácticas que, entre otras cosas, han sedimentado de múltiples formas en lo que hoy se configura como el problema público de la inseguridad (o del delito, o de la seguridad ciudadana). En esta línea, es también subrayable el explícito desafío analítico de contribuir a la generación de explicaciones que contengan causas de larga duración, así como el desafío político de aportar desde la academia elementos para entender y discutir sobre cuestiones que no sólo preocupan y angustian en términos individuales (volviéndose degradadoras de la calidad de vida de las personas), sino que también afectan notablemente a la intensidad de los lazos sociales y a la densidad de la democracia.

Otro de los logros de la compilación es el de comprometer seriamente a las memorias de corto plazo de las cuales se nutren las representaciones sobre el delito y la seguridad. Es decir, se discute con la extendida idea de que “todo tiempo pasado fue mejor” que suele ser contrapuesta en espejo a un presente concebido como una situación inédita en términos negativos, como producto de un constante proceso de degradación de la seguridad. La importancia política de poner en discusión estos imaginarios radica en que esta representación del presente como “inédito” es central a la hora de habilitar la discusión y propuesta de salidas excepcionales que casi unánimemente se orientan a una profundización de la punición. Ante estas sedimentaciones de sentidos el libro propone una serie de casos y escenas heterogéneas que provocaron en su tiempo interesantes debates sobre tópicos que hoy también merecen la atención pública, y por lo tanto posibilita relativizar y complejizar en la particularidad los debates actuales.

Más allá de estos aportes generales, aparecen en los ensayos ejes transversales, perspectivas y preocupaciones compartidas que vale la pena destacar en tanto otorgan especificidad y le aportan densidad a los artículos.

Se trata de trabajos que, como se adelantó, exceden a la usualmente estudiada Capital Federal para incorporar a la provincia de Buenos Aires y a los Territorios Nacionales (principalmente a La Pampa), pero también a la provincia de Mendoza y al vecino Uruguay. En este sentido, la compilación incluye artículos enfocados a espacios que constituyen el centro del proceso modernizador, mostrando sus tensiones, pero también a las periferias de la modernización, presentando interesantes matices. En continuidad, resulta particularmente atractiva la presentación de dinámicas inter escalares entre diversos y relativos centros y periferias, no sólo en términos político-institucionales (influencias recíprocas aunque asimétricas entre la Capital y la provincia/territorio nacional, y entre la capital provincial y las pequeñas ciudades y poblados), sino también en el ámbito de la circulación de ideas y de la producción de conocimiento (como por ejemplo las influencias de las publicaciones y referentes positivistas porteños en los Territorios Nacionales).

El libro se encuentra compuesto por ensayos que desde el análisis de múltiples fuentes reconstruyen las intervenciones y posicionamientos en el espacio público de diversas elites en busca de “orden y progreso”: elites políticas y económicas locales y nacionales, altos funcionarios judiciales y penitenciarios, expertos criminólogos y elites intelectuales. Del mismo modo es común el análisis de representaciones mediáticas, en su gran mayoría al servicio de la instalación del punto de vista de la elite, quedando en evidencia los usos, abusos y tensiones de la práctica periodística en diferentes versiones y momentos del período. En este contexto resulta interesante la construcción del otro delincuente como “lo bárbaro” -visto tanto a colación de las construcciones mediáticas de un bandido rural en Uruguay, de la descripción de los asesinatos que justifican la condena a muerte o desde la descripción de “la mala vida” en la Buenos Aires de principios de siglo- y las tensiones en las que ingresa un Estado que debe castigar, pero también ser particularmente civilizador y moralizador.

Se destaca también la constante presencia e influencia de la criminología positivista (en auge o retirada, según el ensayo), cuestión que cobra relevancia sobre todo al contacto con los debates y las prácticas sobre el encauzamiento de conductas y la forma (legítima, eficiente, moral) de castigar, así como la construcción del otro delincuente (en sus variante “adulto” y “menor”). En este marco, si bien se hace referencia a la emergencia de especialistas y publicaciones especializadas en el período, también los trabajos dejan en evidencia a las variantes y tensiones internas de este influyente movimiento, volviéndolo más dinámico y complejo.

Por último es notable cómo los/as ensayistas logran capitalizar a los pequeños recortes de la historia analizados (una huelga, un conjunto de condenas a muerte, una primera generación de mujeres policías o la experiencia punitiva de una “casa de corrección de menores”), logrando que superen el relato y la anécdota para volverse plataformas que permiten entender y pensar el contexto mayor en el cual están insertos, con los que son relacionados complejamente.

En definitiva, el libro invita a bucear en el pasado con el fin de tender puentes con el presente. La propuesta es complementar el intento por comprender procesos políticos y económicos con los vaivenes y construcciones ligadas a las sensibilidades colectivas que se articulan alrededor de la cuestión delictiva. El desafío es profundizar los debates y El delito y el orden en perspectiva histórica no sólo pone en jaque a la representación del “pasado color de rosa” (y, complementariamente, “el presente como extraordinariamente peligroso”), sino también el de “la campaña o el interior color de rosa” (o la preocupación por el delito como una propiedad de los centros urbanos), así como la representación de los “países color de rosa” (o la imagen del país vecino como un lugar en el cual el delito no tendría por qué ser una preocupación). Es decir, el libro propone ampliar la paleta de colores, agregar matices a los blancos y negros pasados y presentes, y por esto nutre los debates actuales, volviéndose un bienvenido aporte al campo de la historia social del delito y la justicia.

El eterno despertar de las preguntas

Reseña de:

Mudrovcic, María Inés (2005), Historia, Narración y Memoria, debates actuales en filosofía de la Historia. AKAL, Madrid, 2005, 160 p.

 

Paula Román

Universidad Nacional de La Plata
Argentina

Con el correr de los siglos, distintos pensadores y pensadoras, han ido cuestionando el sentido profundo de la Historia, problema que es en sí mismo un reflejo de otras preguntas esenciales que remiten al sentido de la existencia humana. El esfuerzo intelectual de dichos pensadores, es recogido hoy en día por generaciones posteriores que siguen problematizando las definiciones de Historia. ¿Cuántas posibilidades hay?

El libro de María Inés Mudrovcic, Historia Narración y Memoria, indaga, en lo profundo, en esas preguntas que son ellas mismas, objeto de la filosofía de la historia. La autora nos presenta una serie de debates que se han dado desde la creación de la filosofía de la historia como disciplina, en el siglo Ilustrado, hasta las discusiones contemporáneas en relación al renovado tema de la Memoria, otrora materia prima de la reflexión de Heródoto.

Tal y como la misma Mudrovcic señala en la introducción, se trata una recopilación de distintas publicaciones realizadas entre 1998 y 2001, reeditadas en 2013. Desde este punto de vista, podría señalarse que no hay explícitamente una idea rectora o tesis central, que vincule todas las partes del libro.

En cuanto a su estructura, éste se compone de tres secciones cronológicamente ordenadas, que analizan: el concepto de historia en la modernidad, el debate sobre narrativismo y problemas vinculados a la memoria.

La primera parte, titulada Historia y Modernidad está compuesta por cuatro capítulos dedicados a indagar en los diversos esfuerzos intelectuales que se hicieron durante el siglo XVIII, por definir una epistemología de la historia. Esta tarea introductoria resulta indispensable, ya que la definición de un concepto moderno de Historia es condición necesaria de toda problematización posterior de esta idea, tarea que se aborda en las secciones siguientes. Tres de esos cuatro capítulos, están dedicados al pensamiento de la Ilustración, y a un autor en particular, Voltaire. Mudrovcic sostiene como tesis central la idea de que ese filósofo ha logrado emanciparse tanto de la tradición griega como del propio pensamiento ilustrado sobre la Historia, fundando así el concepto moderno, en una redefinición del método y el objeto de estudio. La tradición griega hacía de la historia una cuestión de memoria, razón por la cual el quehacer histórico fue asociado a la recopilación, cimentándose una concepción estática del tiempo, compuesto por hechos congelados sin relación unos con otros. Los directores de la Enciclopedia, recogieron este legado, colocando a la facultad mnésica como pericia específica del historiador, mientras que el uso de la razón quedaba relegado al filósofo. Mudrovcic señala que este punto de vista anula todo concepto evolucionista del transcurso de la historia, y que hay en estos autores una preocupación por el orden jerárquico de los hechos, a tono con las contradicciones que suponía el proceso de transición del mundo feudal al moderno. En cambio, Voltaire aportaría elementos rupturistas que están en el origen de la forma en que hoy en día se entiende la historia. Esos elementos pueden ser rastreados, según propone la autora, en sus artículos de La Enciclopedia. En cuanto al método, desplaza el rol pasivo del investigador (curiosamente asociado al ver, como si el hecho por sí mismo de presenciar algo deviniese en conocimiento de ello) hacia la ardua tarea que implica el uso de la razón. Según esto, el historiador deviene filósofo… de la historia. A su vez, Mudrovcic apunta que la novedad en Voltaire radica en que ha podido establecer un sentido vinculante a esos hechos que aparecían aislados, a través de algún hilo conductor que se manifiesta en la propia historia. Y es en este último sentido que se procede a una redefinición del objeto: esa lógica se encuentra plasmada en las “civilizaciones”. Existe una suerte de “espíritu de los tiempos”, que expresa “las costumbres de los pueblos”, único objeto del estudio histórico, que pasaría a superar la historia de los grandes líderes y el método taxonómico de quien únicamente perseguía la “erudición”. Así, la autora convida al lector con la tarea de historización, del propio concepto de Historia.

Párrafo aparte para el artículo de esta sección que trabaja sobre las ideas del filósofo escocés, David Hume. Mudrovcic se propone reconsiderarlo como filósofo de la historia sosteniendo que, más allá de la debilidad de su método para establecer la verdad o falsedad de un hecho, resulta valiosa su reflexión sobre los factores subjetivos que intervienen desde el momento en que definimos qué es ciencia y qué no lo es.

En la segunda parte del libro, titulada Historia y Narración, se hace un salto hacia el siglo XX para abordar las discusiones sobre narrativismo.

Podría decirse que lo que une los tres capítulos de la sección es, en definitiva, el debate sobre el estatus científico de la historia. En ese sentido se intenta rastrear las especificidades del quehacer histórico, sus aspiraciones de dar cuenta de lo real, las convenciones científicas que suponen una postura ética en relación al problema de la verdad, el estatus del texto como argumento o como ficción, el rol del lector y la historia como proceso de comunicación. Todo ello será trabajado sobre la base de una reflexión de fondo sobre el objeto de estudio, las características que asume el método en cada caso y el sentido último del rol del historiador.

En el primer capítulo de la sección, Mudrovcic trabaja con las discusiones sobre retórica de la narrativa histórica. En él se plantea que los filósofos que han pensado la historia desde la tropología, entienden que en la construcción del relato se ponen en juego elementos de ficción, en la medida en que el historiador nunca puede representar lo real en la narrativa, porque ésta es, en sí misma, algo diferente que lo real-acontecido. Así, cuando el historiador aborda la elaboración del relato estaría creando una suerte de mundo previamente inexistente para lo cual se vale de su imaginación. El historiador termina, de esta manera, elaborando el objeto que estudia en el acto de redacción del propio texto. En ese sentido, estos autores han asociado la narración en historia al acto de creación literaria, sentándose las bases de un debate sobre los límites de éstas disciplinas. El principal exponente de esta corriente según la autora es White, cuyo trabajo Metahistory (1973), constituye uno de los más grandes desafíos posmodernos a la historiografía. Sin embargo, la autora señala sus limitaciones en tanto no ha tenido en cuenta la producción del discurso como proceso social e histórico. En este sentido, Mudrovcic se acerca a la corriente crítica que piensa la retórica presente en la narrativa en el marco de la teoría de la argumentación. Sus defensores han sostenido que White ha descuidado el contexto de producción, contribuyendo a su deshistorización. La tarea de recomposición de dicho contexto, devuelve la mirada sobre las convenciones científicas y el rol del lector en la resignificación de lo leído, aspecto que se considera en profundidad en el siguiente capítulo de la sección “El valor de la Narrativa Historiográfica en el proceso de interacción social y comunicación”. En él se trabaja sobre la postura de una historia-problema en donde el eje no se desarrolle sobre la ordenación cronológica de los hechos, sino sobre la construcción de una hipótesis. Esto ha ido acompañado no sólo de una transformación metodológica sino, también, un nuevo objeto de estudio y público consumidor. Este viraje, explica la autora, habría contribuido a la consolidación de la historia como ciencia, en la medida en que se aparta de una justificación política del presente, o sentido práctico. Así, compete a la historia preocuparse por el pasado en sí mismo, y estudiarlo implica interpretarlo, no únicamente dar cuenta de lo real-pasado. Esto separa a la historia de la tradición e incluso, de la memoria colectiva, por lo cual el nuevo texto histórico se dirige hacia un público docto en la materia: los lectores son también especialistas.

El último capitulo de Historia y Narrativa, “el problema del cambio histórico: un análisis de la relación entre pasado y presente”, tiene por objetivo reflexionar sobre el concepto de tiempo histórico y la categoría de cambio. En última instancia se propone diferenciar lo que, como experiencia generacional, se tiene por cambio en el presente histórico, de la categoría de cambio estructural en la larga duración, sólo perceptible desde la abstracción analítica. Podría argumentarse que la inclusión de este capítulo en la sección, responde a la idea de que la forma en que conceptualizamos el tiempo histórico afecta la construcción de la narrativa.

Finalmente, la última parte del libro, Historia y Memoria, está compuesta de cuatro capítulos que problematizan esa relación desde diferentes lugares. El primero, “El recuerdo como conocimiento” indaga justamente en la constitución del recuerdo como fuente histórica y el surgimiento de la historia oral. Es un artículo introductorio al tema, que nos devuelve un recorrido histórico de la disciplina, y reflexiona sobre su epistemología. Hay allí un debate interesante sobre el objeto que persigue la recuperación del testimonio, ¿sirve éste cómo prueba de un pasado real-acontecido? (historia reconstructiva) ¿o más bien es válido recuperarlo por sí mismo, en una resignificación, inclusive, del propio olvido como portador de contenidos velados sobre ese pasado? (historia interpretativa) El segundo capitulo, “Consideraciones epistemológicas para una historia del presente”, reflexiona sobre la figura del historiador que construye conocimiento sobre un pasado que ha vivido él mismo. A grandes rasgos hay dos posiciones sobre las que versa el artículo: una tesis ilustrada, (Voltaire, Nora, Halbwachs, Le Goff) plantea que el investigador no debe involucrarse con el objeto de estudio, por lo cual se establecen límites claros entre la memoria y la historia. Esta tesis enraíza en los preceptos iluministas porque retoma el rol racional-cognitivo del historiador. La segunda posición o la tesis clásica (Ricoeur), evoca el vínculo profundo entre historia y memoria que hacían los antiguos griegos. Esta corriente proporcionaría un método válido para trabajar con una historia del presente: ésta es viable en tanto se proceda críticamente, evidenciando la ineludible subjetividad del historiador, en vez de negarla. En este punto, podríamos preguntarnos si los factores subjetivos se activan únicamente ante procesos que el historiador ha vivenciado, o si ésta condición está presente siempre, incluso al investigarse el pasado más remoto.

El tercer capítulo, “Alcances y Límites de perspectivas psicoanalíticas en historia”, nos invita a pensar la relación entre historia y memoria, a la luz de los conceptos del psicoanálisis. Frente a la experiencia de acontecimientos históricos traumáticos, propios del siglo XX, como el Holocausto, se ha argumentado que las categorías historiográficas no han bastado para dar cuenta de la real dimensión de tragedia de lo sucedido. Según esta corriente, para dar cuenta de lo acontecido realmente, el historiador debe proceder como psicoanalista, abordando el testimonio del otro con empatía, estableciendo una continuidad entre el recuerdo de éste y el presente de aquél. El problema de éste método es, según la autora, la temporalidad: es condición necesaria e indispensable de la historia separar analíticamente el pasado del presente, a riesgo de perder la especificidad del objeto de estudio, y por ende, toda posibilidad de hacer historia. El método de la empatía cae en el mecanismo mnésico de repetición, aspecto traumático del recuerdo, que, aplicado a la metodología de la historia deviene en una temporalidad circular que no permite “cerrar por completo la brecha entre memoria traumática y memoria narrativa”.1

El cuarto capítulo, “Contribución de la Historia a una Memoria Justa” propone un ejercicio interesante: reflexionar sobre los múltiples sentidos del olvido. La autora nos invita a pensar el olvido ya no como antítesis de la memoria, sino casi como un vehículo de la misma. El acto del olvido obligaría a reconocer la existencia de aquello que se ha olvidado, demandándonos el esfuerzo de recordarlo. En ese sentido, Murdrovcic se propone encontrar los sentidos particulares y universales en la reivindicación actualmente en boga de la memoria, así como responder al interrogante de qué es lo que no podemos olvidar, y qué objeto persigue ese llamado al recuerdo. Éste resulta ser un capítulo corto pero de los más interesantes, porque trabaja con varios ejemplos2 en donde se ponen en juego distintos conceptos de memoria y olvido, en el marco de una disputa pública. La autora sentencia: “conocer lo que verdaderamente ocurrió en el pasado es la responsabilidad cognitiva de la historia, qué hacer con ello es asunto de la esfera pública”3, cita que revela la “real contribución de la historia a una memoria justa”.

Finalmente, un último comentario sobre la obra: este trabajo no es solamente una revisión historiográfica que da cuenta de los debates actuales en filosofía de la historia; claramente puede verse en juego la propia voz de la autora, que aporta un valioso componente de creatividad en la reinterpretación, la crítica, y la propuesta. Por último, su fortaleza reside en que invita por sí mismo a la continuidad de la obra: tiene el mérito de despertar todo tipo interrogantes en el lector, que, como ella defiende, se vuelve agente histórico y social de esa lectura. En ese sentido, quien lee atraviesa un eterno despertar de las preguntas.

Notas

1 Pág 145.

2 uno de ellos, la controversial obra de Wagner que el concertista Bareinmboim interpreta en Israel, año 2000.

3 Página 153.

 

“Una burguesía inadecuada”

Reseña de:

Horowicz, Alejandro. Las dictaduras Argentinas. Historia de una frustración nacional – 1ª ed. – Buenos Aires, Edhasa, 2012, 384 p. – ISBN 978-987-628-153-9

 

María Luciana Zorzoli

Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (UNLP-CONICET)
Universidad Nacional de La Plata
Argentina

 
Interés

La labilidad de la democracia argentina del siglo XX ha generado, especialmente después de 1983, un sinnúmero de preguntas y un próspero campo de estudios abocado a las formas y condiciones en las que se configuró la política argentina moderna en su alternancia democracias – dictaduras finalmente interrumpida con la continuidad constitucional que comienza el gobierno de Raúl Alfonsín.

La atención está actualmente centrada (aunque no en forma excluyente, como ya veremos) en el último gobierno militar, el autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional”. Las consecuencias políticas, económicas, culturales y sociales de esta última dictadura se han hecho tantas veces palpables en estos 36 años y su espectro fantasmal configura y configuró identidades y memorias entre otras tantísimas cosas que hacen a la Argentina actual.

Quienes buscan comprender “el golpe” integrándolo a la cultura política (y a las formas de dominación adoptadas por las clases dirigentes nacionales desde su misma constitución) necesariamente deben remitirse a los comienzos del siglo, al golpe militar que desalojó a Yrigoyen de su segunda presidencia situando como opuestos apoyo popular y gobernabilidad y que construyó una práctica ‘democracia restringida’ que llegó a comienzos de siglo para hacer escuela. Esa línea parte de 1930 e inaugura una serie que continúa en 1943, 1955, 1962, 1966 y 1976. Es sabido que las circunstancias de cada uno de estos “golpes militares” es particular, que su sentido histórico no es el mismo (es parte del debate al que obliga el golpe de 1943 -cuna del primer peronismo-) y que cada uno debe ser aprehendido en su peculiaridad sin ignorar continuidades y vínculos evidentes.

En esa intención se inscribe el último libro de Alejandro Horowicz editado por Edhasa bajo el título “Las dictaduras Argentinas. Historia de una frustración nacional”, ensayo que navegando el siglo XX busca establecer una historia política de las dictaduras argentinas pensando aquello que es ‘historia estructural’ de los golpes de estado. Cuidando de despejar las contingencias de las formas para rastrear las constantes, las novedades y los sentidos que adquirió todo lo que no fue democracia parlamentaria plena, el libro de Horowicz propone un recorrido donde el final (1976) puede en parte explicarse por su comienzo.

La propuesta

El libro está organizando en torno a 5 capítulos (1. Historia Estructural del golpe de Estado, 2. El desierto realmente existente, 3. El discurso del método, 4. Rapsodia consentida: las cartas del lector, 5. La estética de la mayoría amorfa) un Prólogo y dos anexos documentales de anterior escritura, uno, escrito por Elsa Drucaroff bajo el título “Por algo fue” en el que se analiza el prólogo del Nunca Más atribuido a Ernesto Sábato y otro del propio Horowicz, “La democracia de la derrota”, publicado como epílogo en 1991 en una reedición de su libro más destacado Los cuatro peronismos1.

El Prólogo es una presentación “desde el presente” de las preocupaciones, centralmente políticas, que recorren el libro2 y que guían las preguntas del autor frente a una compacta mayoría que modificada por la última dictadura vive aún en una “brutal y estúpida insensibilidad”.

Los primeros tres capítulos del libro sirven como relato general de la historia argentina contemporánea (por momentos remontándose desde las pasiones Rosistas) y en ellos se esboza una explicación de sus fenómenos más importantes contemplando el cómo y el cuándo de la constitución de las clases fundamentales de la sociedad en los nuevos escenarios que trae el siglo junto con una revisión de las disputas políticas centrales - especialmente a partir de la llegada del peronismo (1943/1945). En esta primera parte del libro se construyen también las hipótesis de base sobre la estructura y relación de la clase dominante con el Estado y el gobierno y la distinción que el autor propone entre partido de Estado y partido de gobierno con la finalidad de diferenciar la forma que pueda tomar la política –la gobernabilidad en un sentido amplio- y los intereses estratégicos de la clase burguesa como un todo.

Vale señalar que dentro de esta distinción general existen para Horowicz dos momentos históricos claramente delimitados: uno organizado en torno al Plan Pinedo y otro que podríamos nosotros nombrar como el Plan Martínez de Hoz. El primero tuvo para el autor una gravitación más allá del signo político de quien ocupara la Casa Rosada (pues desde ese ‘programa económico’3 se organizó a la sociedad argentina bajo variantes inclusivas –desde 1940 a 1955- o apoyadas en la exclusión política de la clase obrera y la proscripción del peronismo). El otro, que comienza con la asunción de Celestino Rodrigo como Ministro de Economía en 1975, implica “un giro decisivo del bloque de clases dominantes” al mismo tiempo que un retorno a la política de “granero del mundo” con la que se ensoñó la clase dirigente argentina en 1910. Es bajo este plan (y para instrumentarlo) que se organiza el terrorismo de estado ejecutado por el golpe militar de 1976. Pero para el autor no debe subsumirse uno en el otro (plan y genocidio), pues el plan en tanto programa de la ahora “compacta” clase dominante se extiende mucho más allá en el tiempo bajo la fórmula neoliberal de reprimarización de la economía nacional, exportaciones agrarias y caja de conversión tanto con dictadura como con democracia, al menos hasta la crisis final de la convertibilidad en diciembre del año 2001.

Partiendo de que éstas son las “condiciones materiales de existencia” de la sociedad argentina, considerando que éste parteaguas es lo que permite inteligir la estructura social, se analizan las relaciones que se suceden en el orden político. La central, claro, es la relación de esa clase dominante con la clase obrera y con los sectores populares, relación que está delimitada según Horowicz por un “estado de excepción permanente”, represivo, que fue parte del corpus orgánico del sistema político desde la Ley de Residencia4 en adelante y que se vió en peligro solo cuando la dinámica popular rozó “el núcleo del poder” y pretendió imprimir su propia orientación a los hechos (centralmente el período que va desde el Cordobazo a la liberación de los presos políticos en la cárcel de Devoto cuando la asunción de Héctor Cámpora).

Por eso en 1976 la dictadura como recurso -el estado de excepción- formaba parte de la vida institucional del país hacía mucho. Era sí una novedad el bloque organizado en torno ella (en tanto que éste estaba unificado como no lo había estado nunca antes). Según Horowicz este bloque enseñó con un nuevo programa estratégico, y con genocidio y disciplinamiento social mediante, una lección de obediencia severamente aprendida. Su fruto fue en éstos términos lo que él llama la democracia de la derrota, una conciencia social amorfa, ni atemorizada ni inocente que acompañó al horror con una cultura (política) sin disonancias.

Es esa cultura la que se intenta visibilizar en su estado ‘puro’ en el cuarto y quinto capítulo del libro, donde se organiza (se monta dice Horowicz5) como objeto un continuum de cartas de lectores al Diario La Prensa durante los años 1976 – 1983 y su interpretación. Las cartas revelan, en aquello enunciado, no sólo lo que se podía escribir y nombrar, sino también editar y pensar: compartir como código y pacto de entendimiento público. Es la muestra para Horowicz de la victoria del genocidio, de esa gran pieza narrativa socialmente avalada que nos recorre y que bloquea cualquier alternativa de orientación de la sociedad argentina, en tanto el terror se aceptó normativamente sobre el cuerpo de lo nacional, de la madre, del hijo.

Balance

Dos grandes interrogantes (y un debate metodológico) se abren para el lector frente al ensayo de Horowicz cuyo punto fuerte es, sin duda, su capacidad integradora de un conjunto de fenómenos cardinales en base a una organización no institucionalista de la historia argentina contemporánea.

El primero es a mi entender, la naturaleza y constitución de esa burguesía nacional, o dicho en palabras del autor de ese “bloque de clases dominantes” que pareciera estar por detrás de sus propios intereses (en tanto que no logra nunca ser clase dirigente –algo socialmente necesario incluso en los estrictos términos de su reproductividad histórica- junto con clase dominante) y cuya constitución no está explicitada. Se desliza por momentos que la burguesía es, ella misma, la frustración nacional, el gobierno de una minoría estéril sobre una mayoría incapaz de imponer agenda propia más allá de contadas ocasiones. Como si hubiera un espacio –lo nacional- donde la clase dominante debiera ejecutar un programa “por y para el conjunto” y el no hacerlo dejara en evidencia que es una clase inadecuada.

Esta imagen así construída peca de voluntarismo histórico y omite avatares y determinaciones internacionales que en el caso de las clases dirigentes de nuestro subcontinente y también de los sistemas políticos que se formaron desde la independencia hasta nuestros días, son ya imposibles de omitir (como intentar explicar a Uriburu sin la crisis del 30 o al peronismo sin la postguerra).

El segundo interrogante que surge con la lectura de éste ensayo es el rol que jugó en la historia del siglo XX la clase obrera con sus tendencias políticas y la forma en que se integran éstas a “la sociedad” (esa mayoría finalmente amorfa según la propuesta de Horowicz). Quien haya leído “Los cuatro peronismos”6 encontrará una construcción explicativa más precisa y más sugerente de la relación entre los trabajadores y el sistema político (de los trabajadores y la democracia, de las dictaduras contra los trabajadores). En este último ensayo, sin embargo, aquello iluminado se vuelve borroso y las explicaciones sufren quizás un inadecuado desplazamiento politicista.

La última observación que importa a los lectores de la comunidad académica sobre este libro es la que se ha hecho sobre el uso de las cartas de lectores del Diario La Prensa en el capítulo cuatro. Utilizadas para mostrar a una sociedad procesada que conocía los exactos términos de la represión genocida en marcha, las cartas son presentadas como un cadáver exquisito cuya fuerza de prueba se presenta como autoevidente. Es cierto que algunas palabras, algunos usos del lenguaje rebelan una cotidianidad con la violencia (y con los nombres propios de esa violencia, “picana”, “asesinato a luz del día”, “subversivo”, “guerra”, “fusilamiento”, etc.) que los hace de por sí sugestivos. Sin embargo la selección de un diario como única fuente no se justifica, y el recorte temporal tampoco pues nos impide historizar la aparición de ese vocabulario “común” e interpretarlo entonces con mayor certeza. Se erigen aquí también las críticas que pueden hacerse al ejercicio en sí, la validez o no que pueda asignársele a un montaje de enunciados imprimiéndoles un sentido que no les era propio cuando su producción.

Enhebrar una explicación que contenga como un todo al siglo XX y a aquello sucedido desde la aparición de ese gran gigante que es el peronismo, es una tarea enorme que aún está pendiente para las ciencias sociales. Este libro es un intento que sin duda guiará con sus sugerencias a quienes quieran pensar las dictaduras argentinas entre sí y como patrón de comportamiento del sistema político.

Notas

1 Alejandro Horowicz, Los cuatro peronismos Ed. Planeta, 1991.

2 El trabajo fue elaborado en primera instancia como tesis doctoral y defendido en la Fac. de Cs. Sociales de la UBA en 2010.

3 Programa económico que Horowicz entiende organizado en torno a la ISI (sustitución de importaciones) con variaciones sobre el rol del ahorro interno y del sector financiero. Su final está dado por la crisis del desarrollismo, y por lo que él entiende como el fin de la política, o en sus propias palabras “por el comienzo de la política como continuación de los negocios por otros medios”.

4 Donde dice, “eran extranjeros por trabajadores y no al revés”. Horowicz, Alejandro Las dictaduras argentinas Edhasa 2012 (pág. 204).

5 Horowicz op. Cit . (pág. 214 y 215).

6 Horowicz, op. cit 1991.

 

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