Sociohistórica, nº 33, 1er. Semestre de 2014. ISSN 1852-1606
Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Centro de Investigaciones Socio Históricas

ARTÍCULOS / ARTICLES

Navegar en la tormenta. El anticomunismo en la historiografía de los Estados Unidos durante la Guerra Fría

Juan Alberto Bozza

Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Universidad Nacional de La Plata
Centro de Investigaciones Socio Históricas, Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales
Argentina
albertobozza2008@hotmail.com

Resumen
Este artículo indaga la gravitación del anticomunismo en la historiografía norteamericana durante la guerra fría. Comienza con una reconstrucción histórica de tal actitud política en la sociedad americana; luego analiza la expansión, características y perdurabilidad del macartismo y, finalmente, describe sus consecuencias sobre la investigación, enseñanza y divulgación de la historia. Analiza como fuentes principales a las obras historiográficas y a los historiadores que sufrieron las ráfagas del anticomunismo; así como a las resoluciones e interpretaciones que desde el propio campo de la disciplina y de las agencias gubernamentales legitimaron la necesidad de prohibir y expurgar la influencia marxista sobre el campo de la cultura, de la educación y del saber histórico. El artículo explica la manera en que las prácticas persecutorias afectaron la carrera de historiadores izquierdistas o progresistas y cómo impactaron sobre las interpretaciones de procesos y acontecimientos significativos del pasado de la gran nación americana.

Palabras clave: Anticomunismo; Historiografía; Estados Unidos; Guerra Fría.

Sailing in the Storm. Anticommunism in the Historiography of the Unites States during the Cold War

Abstract
This paper investigates the influence of anti-communism in American historiography during the Cold War. It begins with a historical reconstruction of this political attitude in American society, then analyzes the expansion and characteristics of McCarthyism and, finally, describes its impact on research, teaching and dissemination of the history. As sources, It analyzes the historical works and historians who suffered the burst of anti communism; as well as resolutions and interpretations from the own field of discipline and government agencies legitimized the need to ban and expunge the Marxist influence on the field of culture, education and historical knowledge. The article explains how persecutory practices affected the career of progressive or leftist historians and how impacted on the interpretations of processes and significant events of the past of the great American nation.

Keywords: Anticommunism; Historiography; Unites States; Cold War.


Puntos de partida

Desde los albores de la lucha anticolonial, las instituciones de la sociedad norteamericana fueron consagradas como tutoras de los derechos y libertades individuales. Según una potente opinión establecida, esas virtudes se remontaban a la clarividencia de sus Padres Fundadores y a la temperancia de su sabia Constitución, un escudo protector que amparaba a las minorías y a los disidentes contra las arbitrariedades de los gobiernos. Esa tradición siguió siendo celebrada, acríticamente, en la segunda mitad del siglo veinte. Considerada invulnerable a los intereses de los gobiernos, de las corporaciones y de los condicionamientos de la guerra fría, resguardaba un modelo de convivencia social abierta y tolerante, contrapuesta al régimen despótico de la URSS y de sus satélites en tiempos de Stalin. El Faro de Occidente brillaba impoluto y ejemplar contra la torva amenaza del comunismo. Maniquea y arbitraria, producto de la polarización ideológica de posguerra, esta visión fue propalada por el vasto aparato comunicacional del sistema capitalista y por influyentes corrientes de las ciencias sociales y de la historiografía occidentales.

El presente artículo, inspirado en indagaciones críticas que cuestionaron ese sentido común (1), aborda al fenómeno del anticomunismo como un factor corrosivo que degradó y envileció a las tradiciones democráticas en la política y en la cultura de los Estados Unidos. La reconstrucción de dicho fenómeno nos permitirá acceder, según creemos, a una visión histórica más matizada y compleja de los tiempos de posguerra; una perspectiva superadora que pone en contrapunto dos tendencias sincrónicas: la depredación y brutalización del proyecto socialista en la URSS bajo la era estalinista y la regresión autoritaria, oscurantista e intolerante que emponzoñó a la democracia norteamericana en el mismo periodo.

Si bien nuestro trabajo enfocará al periodo de persecución anticomunista más inflamable, el macartismo stricto sensu transcurrido entre 1950 y 1956, también abordará sus profundas raíces en el pasado y su proyección muchos años después de la muerte de su principal mentor, el senador por Wisconsin Joseph McCarthy. En este marco temporal, la indagación se ciñe a elucidar dos objetivos. El primero es reconstruir el origen, las características y la perdurabilidad del macartismo en la vida política y en la cultura norteamericana. El segundo, más específico, pretende discernir el impacto de aquel fenómeno en el campo de la historiografía. Con respecto a esta última cuestión, algunas preguntas pueden orientar la indagación con más precisión. ¿Cómo afectó el anticomunismo a la actividad y carrera de algunos notorios historiadores? ¿De qué manera influyó sobre las orientaciones de la investigación y sobre las interpretaciones de procesos y acontecimientos significativos del pasado de la nación?

Raíces profundas

El anticomunismo no puede ser reducido al itinerario biográfico de un individuo ni a la coyuntura en la que tuvo su manifestación más espasmódica. El senador McCarthy explotó con habilidad la sensación de temor ante el avance mundial del comunismo, transmitida a la opinión pública por las elites políticas dirigentes y sus aparatos comunicacionales. Según opiniones expertas, esta creencia encontraba un humus fértil en una tradición nacional contrasubversiva absorbida por gran parte de la población americana, bien dispuesta a observar el peligro en grupos de disidentes políticos, minorías radicales, extranjeros, etc.(2). Durante el periodo de la Primera Guerra Mundial, organizaciones patronales y empresas periodísticas agitaron un fuerte sentimiento anti radical y anti obrero frente a las huelgas protagonizadas por sindicatos anarquistas, como los International Workers of the World (IWW). En esa coyuntura, los conflictos de clase fueron denunciados como crímenes contra la sociedad, y los activistas como agentes foráneos del comunismo o del maximalismo, como se lo denominaba a comienzos del siglo XX (3). La tradición reaccionaria nutrió a gran cantidad de grupos de profesionales del anticomunismo que se remontan a aquella época. Líderes de asociaciones de empresarios y hombres de negocios, jerarcas de la Iglesia católica, predicadores evangélicos fundamentalistas y otras organizaciones sobrevivieron al ocaso de McCarthy e infundieron nuevos bríos a los prejuicios y sentimientos anti izquierdistas: las Daughters of the American Revolution (4), la Legión Americana y la John Birch Society (JBS), entre otros.

Las prácticas anticomunistas fueron acogidas tempranamente por sectores del aparato gubernamental norteamericano. Desde su fundación en 1935, el FBI de J. Edgar Hoover, impulsó dispositivos represivos anticomunistas que incluían la vigilancia ideológica y el encarcelamiento de activistas y librepensadores (5). Pero el principal espacio institucional de cultivo del anticomunismo fue creado en el Senado, en 1938. Se trataba del Comité de Vigilancia de Actividades Antiamericanas, el HUAC, un ámbito inquisitorial al que debían comparecer individuos sospechados del delito de subversión. Fue impulsado por políticos republicanos conservadores, enemigos de la política social del New Deal. Contó con la colaboración de fisgones y delatores, muchos de ellos ex comunistas, transformados en profesionales del anticomunismo (6); sus víctimas preferidas fueron funcionarios progresistas, con simpatías de izquierda, que se desempeñaron en el gobierno de Franklin Roosevelt, en las agencias promotoras del New Deal; también activistas sindicales del Congress of Industrial Organizations y, obviamente, a los militantes del CPUSA (7). En esa atmósfera de persecución se produjeron punciones coercitivas a los derechos individuales, como el Federal Employee Loyalty Program, destinado a desarraigar toda presencia de comunistas en oficinas del Gobierno Federal. La urdimbre legislativa represiva se completó con la ley Mac Carran, cuyas disposiciones eran propias de un Estado policial inquisitorial (8).

El FBI simplificó la imagen del peligro comunista, asimilando a sus simpatizantes a “marionetas” del régimen soviético. Los matices entre militantes y compañeros de ruta desaparecieron brutalmente, la amplia gama de disidentes y críticos sociales fue equiparada a la de sujetos desleales a la Nación. En una muestra de arrogancia, Hoover solicitó al presidente Truman que, durante la guerra de Corea, suspendiera la práctica de los habeas corpus, para enviar a prisión a 12 mil disidentes de izquierda, con el fin de “proteger al país contra la traición, el espionaje y el sabotaje” (9).

El macartismo y sus víctimas

La ascendente estrella de McCarthy brilló en los años cincuenta. El triunfo de la revolución china en 1949, la guerra de Corea, al año siguiente, la tenencia de armas nucleares por parte de la URSS fueron acontecimientos que permitieron a la derecha americana denunciar la inminencia de la amenaza roja sobre el “mundo libre”. Si bien los Estados Unidos eran lo suficientemente poderosos para repeler cualquier ataque, McCarthy halló la excusa creíble para infundir una gran dosis de paranoia en la sociedad: los comunistas se infiltraban en diversas actividades e instituciones públicas y practicaban el espionaje a favor de los rusos. Así lo hizo saber en una de sus primeras intervenciones, en Wheeling, Virginia Occidental (10). ¿Por qué semejante relato conspirativo encontró acogida en sectores significativos de la opinión pública? Los argumentos que siguen pueden esclarecer la cuestión.

Al enfrentarse al desafío internacional soviético, el discurso macartista fungía como un escudo protector de las tradiciones nacionales americanas, de las libertades originarias, de los sentimientos de una democracia cristiana, ahora amenazada por el credo subversivo radical, el espantajo rojo (red scare), ateo y soliviantado desde el exterior. La tesis de asimilar al macartismo a una estructura de sentimiento de larga duración fue compartida por figuras prestigiosas de la historiografía norteamericana, como el historiador progresista Richard Hofstadter. El macartismo aprovechaba, sostenía, la veta de desconfianza anti intelectualista latente en el mundo rural americano, un provincianismo receloso del cosmopolitismo y de las ideas foráneas cultivadas en el mundo urbano. Este basamento, de índole paranoica según Hofstadter, fue receptivo de la prédica conspirativa del senador por Wisconsin (11). La jerga macartista, nutrida por una perspectiva macroconspirativa, acogía visos de xenofobia. Al señalar al pequeño CPUSA y a sus simpatizantes (fellows traveller) como el primer instrumento de la penetración foránea, sectores de la opinión pública vieron al peligro como una amenaza más real, que se adentraba en pliegues íntimos de la sociedad. Con la receta del complot universalista, la campaña macartista señalaba que la infiltración afectaba a todas las áreas de la vida social. Despertó ciertos niveles de credibilidad cuando algunos de los procesos judiciales, como el incoado contra el oficial del Departamento de Estado Alger Hiss, terminaron con el veredicto de “culpabilidad” del desafortunado funcionario (12). Además, ciertos comportamientos del CPUSA, avivaban la sospecha en segmentos despolitizados de la población, entre ellos el sectarismo, los controles y la regimentación impuesta a la producción intelectual de algunos de sus miembros (13), el funcionamiento clandestino, etc. Al mismo tiempo, las crueles decisiones del estalinismo en la URSS, los campos de deportación, los juicios y fusilamientos perpetrados y los desconcertantes giros de su estrategia internacional fueron la génesis de desilusiones y disidencias internas; de expulsiones y rupturas seguidas de enconos perdurables. Estas amargas experiencias explicaron las bruscas conversiones y las derivas hacia formas feroces de anticomunismo, útiles y funcionales a la prédica de McCarthy. Esta marea de desengaños no fue una vivencia exclusiva de los ex comunistas americanos; se trató de un fenómeno internacional retratado lúcidamente por el historiador marxista polaco Isaac Deutscher en su libro sobre los herejes y renegados (14). La repulsa hacia el comunismo en la sociedad norteamericana se nutrió también de esta penosa experiencia sufrida por sus ex militantes y simpatizantes. ¡Con cuánta mayor atención la opinión pública acogía las diatribas y alertas contra el comunismo cuando eran pronunciadas por quienes habían padecido sus abusos y desengaños desde el interior del movimiento!

La propaganda que agitaba “el peligro rojo” florecía sobre el cuerpo receptivo de la sociedad. La reconstrucción histórica ha dado pruebas por demás persuasivas sobre la cuestión. Entre estas, a experimentos -impensables hasta para estalinistas como Beria en la URSS-, que propalaron temores truculentos sobre pequeñas aldeas, a la manera de pruebas pilotos de lo que podría significar la instalación de un gobierno comunista en Estados Unidos. La naturalidad con que los habitantes y los medios de comunicación recibieron pantomimas farsescas, como la organizado el 1º de mayo de 1950, en Mosinee (Wisconsin), indicaban la nada despreciable base de aceptación de la que gozaron las alarmas anticomunistas (15).

El macartismo expresó en forma espasmódica el anticomunismo latente en instituciones y líderes políticos norteamericanos y en asociaciones de la sociedad civil. En su expansión, dio lugar a comportamientos abusivos y brutales que erosionaron gravemente el respeto a los derechos individuales y a las libertades originarias protegidas por la Constitución. Bajo su influjo se marchitaron las virtudes de una sociedad que se pretendía democrática. Sus prácticas, discursos y mentores se parecían a ciertos procedimientos de la Gestapo o a la lógica de las persecuciones de la GPU en la URSS en tiempos de Stalin. Aunque la destitución de McCarthy fue recibida con cierto alivio, otras organizaciones acunaron su legado y propagaron su cosmovisión de la historia y de la sociedad desde los tempranos años sesenta (16).

La persecuci ón cultural

La mirada fiscalizadora del macartismo recorrió la cultura, la producción intelectual, el sistema educativo y, como un distrito del mismo, a la difusión, producción y enseñanza de la historia. Como en otros, en este ámbito también existía un terreno roturado. Desde fines de los cuarenta, la pulsión persecutoria había intoxicado la atmósfera cultural norteamericana, expandiendo la censura al campo de la educación y, con mayor preocupación, a la superior.

Los caminos inquisitoriales ya habían sido transitados por legislaturas de diversos estados. La de Illinois, instituyó la ley Clabaught en julio de 1947, que requería un juramento de lealtad para empleados federales. Prohibía a las autoridades de la Universidad de Illinois extender facilidades a los grupos e individuos que desarrollaran actividades sediciosas o “antiamericanas”. La prohibición apuntaba directamente a la sección local de la Juventud Americana por la Democracia, una agrupación de izquierda, pero se extendía a otras asociaciones similares que actuaban en el campus. El mismo año se creó la Comisión de Investigación de Actividades Sediciosas, presidida por el senador republicano Paul Broyles, para la persecución de la influencia comunista en el estado. Consideraba al ámbito educativo como el más permeable al discurso radical. En 1949 convocó a sus audiencias a profesores de la Universidad de Chicago para que delataran a los colegas izquierdistas. La Comisión también fijó su interés en las escuelas públicas, contando con la cooperación del Chicago Tribune, cuyas campañas alentaban a exonerar a los profesores comunistas y extirpar los textos que propalaran tales ideas. En 1950, el presidente de Oficina de Educación de Chicago puso en funciones un comité para estudiar los métodos de promoción del patriotismo y para combatir el comunismo en las escuelas. Cinco años después, la Oficina Evaluadora de Escuelas intimó a los aspirantes a profesores a que declararan si eran miembros de organizaciones “subversivas”, vetando en algunos casos su capacidad para la docencia. Al formar parte de los trabajadores públicos, también los docentes fueron obligados a realizar el Juramento de Lealtad para con el gobierno, en el que se comprometían a no profesar credos izquierdistas. El Departamento de Policía de Chicago creo el “Red Squad” (Escuadrón caza rojos), autor de miles de prontuarios o listas negras contra simpatizantes comunistas. Aunque en su historia posterior, el CPUSA nunca dejó de ser un pequeño grupo en la ciudad, las actividades del Escuadrón continuaron hasta 1975 y la petición de lealtad hasta 1983 (17).

Prácticas similares se extendieron a otros estados. En 1949, la Universidad de Washington, Seattle, se pronunció en contra de que los profesores comunistas enseñaran en esa casa de estudios y en otros establecimientos (18). En 1947, el HUAC obtuvo de las autoridades de las universidades listas de alumnos afiliados a corrientes de izquierda, principalmente a Student for Democratic Action, para ejercer un estricto control sobre sus miembros y actividades (19). Tal como reveló la notable investigación de Sigmund Diamond, la creencia de que las grandes universidades se mantuvieron como santuarios libres del macartismo era, cuanto menos, una exageración. La enseñanza universitaria y los campus fueron vigilados por el FBI y algunas autoridades y docentes colaboraron con la comunidad de inteligencia, principalmente con la CIA.

Las fuerzas de represión federal tenían una larga experiencia en este tipo de intromisiones. En los años de la depresión, atacaron sin contemplación al John Reed Club, una organización de profesores y estudiantes defensores del marxismo como teoría social, que realizaba conferencias, grupos de estudio y publicaciones. Las pesquisas de Hoover pusieron bajo observación a algunos miembros del Russian Research Center de Harvard, entre ellos a la esposa del sociólogo Talcott Parsons. Para justificar su inocencia, el teórico funcionalista hizo un descargo a tono con la atmósfera amedrentadora del momento, esforzándose en dar pruebas de su rechazo al marxismo como teoría social y proyecto político (20). La coyuntura alimentó conductas mezquinas, también dilemas dolorosos (por ejemplo, delatar para no perder la seguridad y continuidad de una carrera laboral), así como impulsó a algunos a colaborar de buena gana con los organismos de espionaje. Prestigiosos académicos sostenían la incompatibilidad ética y política entre ejercer la enseñanza y profesar ideas comunistas. Para el presidente de la Universidad de Cornell, Edmund Ezra Day, la mente de un profesor comunista estaba esclavizada por la línea del Partido; no era un ser libre ni honesto, lo cual lo descalificaba para ser miembro de toda institución de enseñanza superior (21).

Cientos de profesores fueron conminados a presentarse a las audiencias del HUAC, a delatar, a colaborar con las listas negras que confeccionaba el FBI (22). El macartismo habría de acarrear padecimientos mucho más crueles para historiadores y cientistas sociales. Sus carreras fueron tronchadas por las presiones inquisitoriales apañadas por el gobierno. Uno de los epicentros de estos abusos fue la Rutgers Univeristy, de New Jersey, en 1951. Allí, luego de padecer varias citaciones humillantes, en las que se lo obligaba a delatar a compañeros y colegas, el historiador del mundo clásico Moses Finley rechazó el procedimiento inquisitorial, amparándose en la Quinta Enmienda de la Constitución (la garantía de que nadie estaba obligado a declarar contra sí mismo). Un trato idéntico sufrieron los profesores Heimlich y Glasser. Los tres fueron cesanteados por las autoridades de la universidad. Profundamente afectado, Finley abandonó su país para continuar su carrera de investigador en Cambridge, Inglaterra. La causa de su infortunio fue la delación que sufrió en las audiencias del HUAC, el 5 de septiembre de 1951, por parte de otro notable investigador de la historia de las sociedades orientales, Karl Wittfogel. Motivado por el temor o por recelos personales, el profesor Wittfogel lo acusó de participar en los grupos de estudio del CPUSA entre los graduados de Columbia en la década de 1930 y de haber sido organizador de algunos frentes académicos del Partido (23).

También el especialista en Historia de China, Owen Lattimore, fue presa de la ira de McCarthy. Antes de la caída del régimen de Chiang Kai Schek, Lattimore era el enlace entre el gobierno norteamericano y el líder nacionalista, además de una autoridad en la historia del Lejano Oriente. Esta experticia lo había convertido en director de las publicaciones de la Escuela de Relaciones Internacionales de la Universidad John Hopkins. Las denuncias hechas por el Partido Republicano acerca de que el gobierno de Truman había traicionado al gobierno chino y permitido el triunfo revolucionario de Mao Tse Tung, alentaron a McCarthy a ensañarse con Lattimore. Las opiniones liberales, pero no comunistas, de este último no fueron obstáculo para que el senador lo acusara, en 1950, de espía soviético y perjuro. Aunque no hubo pruebas en su contra, Lattimore debió renunciar a su cargo de consultor del Departamento de Estado. Arruinada su reputación, emigró a Inglaterra, donde se hizo cargo del Departamento de Estudios Chinos de la Universidad de Leeds desde 1963 (24). Un vejamen similar sufrió el medievalista alemán Ernst Kantorowicz en la Universidad de Berkeley, California. Al oponerse, en 1953, a realizar el juramento de lealtad al gobierno fue exonerado de su cargo y debió continuar su carrera en el Instituto de Estudios Avanzados de la universidad de Princeton (25). Más drástica fue la persecución del historiador afro trinitense C.L.R. James, que residía en Estados Unidos desde 1938. Además de teórico del anticolonialismo y del panafricanismo, James era un intelectual marxista, critico del estalinismo y el autor de la obra más celebrada sobre la revolución haitiana (26). Hostigado por el FBI –que lo acusaba de subversivo y extranjero indeseable-, fue encarcelado en 1952 en la prisión de Ellis Island, y expulsado del país al año siguiente (27).

Infiltradas por el FBI, las universidades no fueron islas invulnerables a la ola macartista. Investigaciones más recientes demostraron, en base a dos casos muy significativos, Harvard y Yale, la intensa implicación de sus autoridades, profesores y graduados en los staffs de la CIA, del Consejo Nacional de Seguridad y del Departamento de Estado. La asunción de este compromiso era reforzada, además por tradicionales vínculos de clase: la alta burguesía ilustrada de Nueva Inglaterra era el círculo de reclutamiento habitual de aquellas poderosas agencias estatales (28).

Hard times: La historia económica y social acosada

Las perspectivas historiográficas preocupadas por la historia económica y social, por las articulaciones entre las estructuras económicas y el poder político, por los movimientos de resistencia y disidencia, por la conflictividad racial y laboral fueron focos de sospecha y territorios peligrosos para investigadores y profesores. Hubo un retroceso de las tradiciones historiográficas de signo progresista, cuyas propuestas intentaron esclarecer las bases materiales y conflictos de clases en la formación de la sociedad americana. Vientos adversos soplaban para las interpretaciones de pioneros de la renovación de la disciplina en la primera mitad del siglo XX, como Charles Beard. Sus tesis sobre los condicionamientos económicos que gravitaron sobre las acciones, programas y políticas de los Padres Fundadores de la Nación, sus estudios sobre los enfrentamientos de clases en el seno de la revolución anticolonial, su penetrante mirada de los sedimentos económicos financieros presentes en el diseño y puesta en práctica de la Constitución Norteamericana, etc., comenzaron a ser desacreditadas como expresiones de economicismo unidimensional o, peor aún, de marxismo explícito (29).

En el áspero clima intelectual de los cincuenta, las tesis de Beard fueron rechazadas aún por quienes se sentían afectivamente cerca de él y profesaban ideas progresistas, como Richard Hofstadter (30). Para este distinguido profesor de Columbia, Beard había incurrido en el error de sostener que los procesos más significativos del pasado norteamericano podían comprenderse en términos de los conflictos de clases, de los antagonismos económicos que enfrentaban a los diversos grupos o fracciones sociales (granjeros, terratenientes del Sur, industriales y hombres de negocios del Nordeste, trabajadores). Para refutar a Beard, Hofstadter sostenía que las claves para un correcto entendimiento del desarrollo histórico estaban en los grados de consenso que compartían los antagonistas (31). Las tesis del consenso se impusieron en el panorama historiográfico de la posguerra; no obstante, las mismas resultaban ineficaces o rudimentarias para explicar procesos traumáticos como la Guerra de Civil o de Secesión. Hofstadter, perplejo ante la cuestión, sostenía que la guerra civil configuraba un caso extremo de fracaso del consenso.

Sensibles al rigor macartista, las instituciones corporativas de la disciplina condenaban la influencia del materialismo histórico en el devenir de la profesión. Según sus autoridades, el impacto negativo se había iniciado en las décadas transcurridas entre 1920 y 1940, destruyendo las tradiciones nacionales americanas y la memoria de sus próceres. El énfasis puesto en las determinaciones económicas que condicionaban el desenvolvimiento de la sociedad había privado a la historiografía y al pueblo americanos del deber sacrosanto del culto a sus héroes. Con dolor, el titular de la American Historical Association (AHA), Samuel Morison, señalaba el daño producido por el materialismo dialéctico sobre el paisaje historiográfico de su país: el rol de las grandes personalidades del pasado había sido sustituido por una dinámica colectiva que reducía las atribuciones de los hombres de estado y elites gobernantes a la de marionetas de las fuerzas económicas (32).

Territorios de sospecha (1): la conflictividad social, el movimiento obrero y la contribuci ón de los comunistas

El viento amedrentador volvió riesgoso -o lisamente clausuró-, los estudios de fenómenos de reforma social surgidos en la sociedad civil y aún las preocupaciones por indagar la herencia del New Deal. La predominante actitud timorata u oportunista de los historiadores fue la contracara de algunos casos de firme militancia, objeción de conciencia y denuncia de las disposiciones inquisitoriales del macartismo. Como una epidemia intelectual, el temor minó la capacidad crítica y la audacia de investigaciones. Si el campo de la historia doméstica fue expurgado de preocupaciones sobre los antagonismos sociales y disensos radicales, los estudios de los temas internacionales fueron baldados por el patrioterismo nacionalista de la guerra fría, los mandatos de la seguridad nacional y por el compromiso propagandístico asumido por las instituciones corporativas de la disciplina (33). Las virtudes y la “excepcionalidad” del modo de vida norteamericano fueron ensalzadas como un modelo de progreso social insuperable. A la manera de un consenso conformista, el establishment de las ciencias sociales (con Daniel Bell y Edward Shils a la cabeza) y de la historiografía norteamericana prácticamente comulgaron con la creencia en el “fin de las ideologías”. El pasado nacional fue observado como si la nación nunca hubiera vivido situaciones de conflictos o desavenías internas (34). Todos aquellos actores, grupos o figuras individuales implicadas en contiendas sociales o empeñadas en críticas a la estructura capitalista de la nación eran equiparados a factores exógenos disolventes del orden social. La historiografía anticomunista sepultó con esta acusación las interpretaciones sobre el origen y las diversas prácticas desarrolladas por los comunistas norteamericanos. Rechazando la perspectiva de la historia social, que veía a los comunistas como una experiencia enraizada en el remoto y siempre activo radicalismo americano, ocultó, subestimó y miró con displicencia sus experiencias en el movimiento sindical y de mujeres, en las comunidades afroamericanas, en áreas como la educación, la literatura, el arte, etc. Funcional a la era macartista, esta interpretación tuvo un destacado apóstol en el historiador Theodore Draper; sus escritos gozaron del prestigio adicional de provenir de un intelectual que había abjurado del credo de Marx. Las indagaciones de Draper, apoyadas por recursos de poderosas fundaciones anticomunistas, difundieron (o mejor dicho, impusieron) un veredicto tan dogmático como perdurable: toda la trayectoria histórica del Partido fue traducida y ninguneada como una organización de aviesos agentes y espías de la URSS. La preocupación por las actividades del comunismo en la sociedad americana encendió la atención de las grandes fundaciones que sponsorearon indagaciones históricas de este tipo. La Fund for the Republic lanzó el programa Communism in American Life, un ambiciosa empresa cultural nodriza de diez volúmenes sobre las múltiples dimensiones de las acciones del CPUSA. Draper no fue el único participante de este emprendimiento. David Shannon hizo su contribución con, donde en base a las pruebas presentadas por el FBI, implicaba a los comunistas americanos con actos de espionaje y sabotaje contra la nación (35).

La estigmatización de los activistas comunistas en Norteamérica, como personeros de la conspiración permanente, fue proclamada por un académico y cruzado de la guerra fría, el historiador de las ideas políticas James Burnham. Este profesor, trotskista en los años treinta, devino un conservador implicado en los organismos de seguridad y espionaje: desde 1949 fue consultor full time de la Oficina de Coordinación Política de la CIA (36). Consubstanciado con las “investigaciones” punitivas de McCarthy, Burnham publicó un opúsculo que denunciaba las “profundas” redes del espionaje comunista medrando en diversas agencias estatales (37). Su libro, generoso en alarmas apocalípticas, huero en evidencia factual, constituyó un típico artefacto de la propaganda insidiosa a la que se vieron arrastrados prestigiosos académicos, como este profesor de la New York University. Burnham reconocía que no existía ninguna investigación pública sobre la cuestión de la penetración de comunistas en las filas gubernamentales, pero no tenía dudas de que la misma era amplísima y horadaba a las fuerzas armadas. ¿Cuáles eran los “rigurosos” caudales informativos que avalaban la explosiva afirmación de Burnham? Una frase de Earl Browder, secretario del partido en tiempos de guerra, que mencionaba la existencia de... 13 mil comunistas, incluidos oficiales, trabajando ardorosamente en el ejército. El comentario de un jefe partidario, proferido en tono de autocelebración orgullosa y exagerada para destacar el compromiso y sacrificio de los comunistas en la guerra contra el nazisfascismo, nunca demostrado por otra fuente alternativa, era tomado por Burnham como prueba concluyente de la vastedad de la infiltración. El pensamiento conjetural de Burnham fue desnudado en sus incoherencias por intelectuales que compartían sus ideales anticomunistas y la militancia en los frentes culturales que defendían la estrategia internacional de los Estados Unidos. Estos críticos amistosos señalaban que la narrativa denuncialista de Burnham abría cadenas de potenciales relaciones que involucraban a los comunistas, pero estas resultaban incomprobables por su método estéril y especulativo. El propósito era crear un efecto de credibilidad sobre la amenaza que, supuestamente, gangrenaba al ejército norteamericano. Burnham afirmaba que, por cada comunista interrogado en las comisiones de investigación del Senado, existía un número no determinado de otros en redes todavía no detectadas. El uso de frases imprecisas, como número no determinado, perseguía, como se dijo, el afán de ampliar la magnitud de la amenaza aun encriptada. Y evitaba un incómodo y farragoso procedimiento científico: aproximarse a las verdaderas dimensiones del desafío, aportar evidencia concreta (38).

Aunque las tesituras de Burnham estaban estragadas por formas groseras de manipulación, las premisas que exoneraban a los comunistas americanos como fuerza ilegitima e indeseable dominaron en las ciencias sociales de la época. Dos reconocidos sociólogos de la academia, adversarios del macartismo, Irving Howe y Lewis Coser también retrataron al CPUSA como un vástago de Moscú; una organización totalitaria que, por su naturaleza, no podía ser considerada una fuerza “normal” en una sociedad democrática como los Estados Unidos (39).

Con pequeñas variantes, los relatos de la era macartista representaron a los comunistas americanos como extranjeros, forasteros, peones de las maquinaciones soviéticas en suelo americano; no como legítimos representantes de los sindicatos que, en muchos casos, habían organizado (40). Incluso historiadores anticomunistas de orientación liberal “progresista”, como Arthur Schlesinger Jr., abonaron, muchos años después, la creencia de la real peligrosidad de los pequeños núcleos del CPUSA para la seguridad nacional de Estados Unidos, comulgando con las premisas del senador de Wisconsin, a quien despreciaba profundamente (41).

Con una petulancia nunca corregida, Theodore Draper desdeñaba las renovadas investigaciones sobre el sindicalismo y el comunismo americanos impulsadas por una nueva generación de historiadores. Entre estos estudios destacaron los de David Montgomery (42), que insuflaron una perspectiva renovadora a la historia social, fecundada por la “historia desde abajo”, inspirada en la obra de Edward Thompson. Alentado por su propia experiencia de activista gremial y militante comunista, exploró las lejanas raíces de la práctica sindical desde el periodo formativo de la identidad de clase, en la etapa de la Reconstrucción, esclareciendo las acciones de organización, resistencia y lucha desde los propios lugares de trabajo y a través de los testimonios originales de los protagonistas. La siembra fue fértil, iluminando las complejas y arduas condiciones que alentaron y limitaron ostensiblemente las expectativas de igualdad de los trabajadores afroamericanos en la época. Las investigaciones de Montgomery, atentas a las experiencias de solidaridad y auto organización engendradas en los lugares de trabajo, cuestionaron el dictamen que atribuía un inalterable conservadurismo a los trabajadores americanos; además de estimular un análisis fructífero de las relaciones entre clase y etnia en el mundo del trabajo (43). Estos estudios habían aportado evidencia esclarecedora sobre las prácticas y contribuciones de los comunistas y otros grupos radicales en el seno de los movimientos laborales y de las comunidades étnicas. Se trataba de miradas desmitificadoras, surgidas de indagaciones empíricas y específicamente localizadas; desmentían el canon oficial del CPUSA como mero apéndice de los soviéticos. Sin desconocer la influencia del Comintern sobre el Partido americano, el historiador Paul Buhle demostró que en varias instancias del pasado, dicha influencia fue una más entre otras y no siempre la más importante. Para probar sus argumentos, Buhle recordaba las tácticas del CPUSA, a fines de los años veinte, en el seno del Sindicato de Trabajadores de la Industria del Vestido. Ante sucesivas expulsiones de activistas comunistas provocadas por la cúpula socialista del gremio, el Partido se lanzó, contra la opinión de los líderes soviéticos y del Comintern, a la construcción de un sindicato alternativo o paralelo (44).

Otras investigaciones recusaron a las interpretaciones historiográficas horneadas en la guerra fría. Inspiradas por la historia desde abajo, reconstruyeron vívidamente el mundo de la militancia sindical rural y urbana en el profundo Sur, durante la depresión de los treinta. Uno de los estudios más destacados sobre los comunistas de Alabama demostró la autonomía y descentralización de sus organizaciones y frentes sociales; enraizados en distritos distantes, escasamente conectados, sus militantes fueron díscolos para recibir órdenes de los líderes comunistas nacionales y, menos aún, de los internacionales. Parafraseando a su autor, era evidente que los comunistas de Alabama desarrollaron tácticas y estrategias en respuesta a circunstancias locales, más que a órdenes provenientes del exterior (45).

A pesar de los argumentos expuestos por historiadores “revisionistas” como los antes citados, la vigorosa interpretación draperista impregnó a la escuela tradicionalista de la guerra fría de tiempos recientes. Impulsada por historiadores como John Haynes y Harvey Klehr (este último apañado por el mismo Draper), la interpretación sigue siendo monolítica y el estilo de transmisión monocorde y rutinario. A pesar de que los estudios de casos revelaban que muchas iniciativas del Partido obedecían a circunstancias inmediatas y concretas de su entorno social y de sus ámbitos de militancia, el dogma permaneció tallado en granito, inalterable. En tiempos más recientes, incluso fue expresado con “argumentos” tautológicos y enunciados renuentes a los mínimos protocolos de la refutabilidad. Según Haynes & Klehr, los autores en los que el espíritu draperista alcanzó su estado de beatitud más plena, las últimas fuentes y fundamentos de la acción de los comunistas americanos, en cualquier periodo de la historia en que se desarrollaron sus actividades, eran los dictados de la Unión Soviética, incluso cuando las evidencias demostraban acciones aparentemente autónomas de sus militantes (46).

Territorios de sospecha (2): la resistencia de los esclavos en la historia norteamericana

Como se ha sostenido, la preocupación por los estudios de la conflictividad social y racial, afrontó las ráfagas inclementes de la época. Singularmente penosos fueron los desafíos con los que debieron lidiar destacados historiadores de la cultura afroamericana y de la clase trabajadora. El clima adverso de una época puede reconstruirse a través de las contribuciones y peripecias de dos de los más importantes historiadores de este campo.

William Du Bois fue pionero del desarrollo de la historiografía afroamericana. Además de sociólogo y economista, fue el primer historiador negro graduado en Harvard en 1890. Su carrera como investigador de las raíces del racismo y de la resistencia negra fue indisociable de su compromiso militante por la conquista de los derechos civiles. Fue fundador, en 1910, e historiador del NAACP (Asociación Nacional por el Avance de los Afroamericanos), una de las primeras organizaciones por la emancipación del pueblo negro. Su actividad académica en la Universidad de Atlanta, Georgia, estuvo asediada y sensibilizada por los graves problemas de racismo y segregación en la región, bajo el imperio de las atroces leyes de Jim Crow y de espantosos episodios de linchamientos de negros (47). Debió abrirse paso en una comunidad académica entre indiferente y hostil a sus investigaciones del pasado de la comunidad afroamericana. La American Historical Association (AHA) observó con cierta irritación su conferencia Reconstruction and its Benefits, en la cual Du Bois rechazaba un sentido común impuesto por el establishment historiográfico. Según este dictamen, la Reconstrucción había fracasado debido a la apatía y “pereza” de los negros, que no habían sabido aprovechar la oportunidad para emanciparse. Para Du Bois, en cambio, la responsabilidad recaía en la ineficacia y escaso entusiasmo manifestado por los gobiernos federales para impulsar cambios realmente profundos, como la entrega de tierras y la creación de un sistema educativo que promovieran la inclusión y el progreso social de los negros (48).

Influido por las lecturas de Marx y Engels, Du Bois acometió su obra más ambiciosa en 1935, Black Reconstruction in America; otro desafío al mainstream establecido por la comunidad académica. Enemigo de la racista teoría de la indolencia, Du Bois describió la voluntad política de los negros para articular alianzas con sectores blancos progresistas, lo que les permitió el acceso a la educación pública y a servicios sociales, aunque luego el gobierno federal abandonó la tarea. Las tesis de Du Bois cuestionaron la interpretación ortodoxa impuesta por la historiografía blanca. La investigación ubicaba la cuestión de la esclavitud y de la emancipación en el marco más general y comprensivo de la expansión del capitalismo y del imperialismo. Demostraba el protagonismo de los negros en la guerra civil, los esfuerzos por alcanzar y sostener su ciudadanía real en un contexto social de hostilidad feroz y de resentimiento. Ignorada en su tiempo por la historiografía, se abrió paso como un texto pionero del ascendente revisionismo que renovaría este tipo de estudios.

Las disposiciones gubernamentales tomadas en el marco de la guerra fría congelaron los avances de las políticas raciales progresivas. Aunque la NAACP no tenía vínculos con el CPUSA, las fuerzas reaccionarias agitaron esa confluencia. El ejercicio de la crítica social resultaba sospechoso (49). Las intervenciones políticas y opiniones históricas de Du Bois lo hicieron presa del macartismo. Fue acusado de agente de la URSS en 1951 y, aunque fue absuelto, el Departamento de Estado le canceló el pasaporte por varios años.

Activista de formación socialista, simpatizante temprano de la causa feminista, en el periodo de madurez de sus indagaciones observó los lazos poderosos que unían al racismo con el desarrollo del capitalismo en el Sur de Norteamérica. Esta evolución intelectual se coronó con su ingreso al CPUSA en 1961. Una década antes de esta decisión, Du Bois ya había ligado sus estudios de la esclavitud y del racismo norteamericano con la perspectiva internacional de la colonización europea del África. En esta senda, la actividad académica y educativa fue indisoluble de sus intervenciones políticas a favor de los derechos civiles y de los movimientos de liberación de los pueblos africanos sojuzgados por el imperialismo. La prédica de Du Bois fertilizó la constitución del Movimiento Panafricano, herramienta intelectual de la emancipación anticolonial. Consecuente con estos principios, solicitó la ciudadanía y se radicó en Ghana en 1963, una de las primeras naciones en conquistar su independencia. Figuras representativas de tal movimiento, como Kwame Nkrumah, lo consagraron el inspirador del movimiento.

Herbert Aptheker ingresó a las listas negras de la comunidad académica en 1950. Siendo un joven neoyorquino de origen judío, había comprobado a temprana edad las profundas estructuras y actitudes racistas en el sur norteamericano. Egresado de Columbia, estudió la génesis de las luchas antiesclavistas en Norteamérica y realizó una comprometida tarea de recopilación de fuentes sobre la esclavitud y las rebeliones negras. La curiosidad académica nació hermanada con una fuerte militancia política antirracista, que lo convirtió en uno los principales intelectuales del CPUSA. A pesar de su destacada participación en el ejército norteamericano en la Segunda Guerra, fue acusado en 1950 de mantener vínculos comunistas y debió abandonar sus trabajos en la comisión sobre historia del ejército durante la segunda guerra, que presidia con el cargo de mayor. La acusación, imbuida del estilo macartista, le reprochaba un inventario de agravios a la seguridad nacional y a la disciplina del ejercito. Entre ellos haber publicado en el Daily Worker y en las revistas del Partido New Masses y Science and Society artículos sobre la historia de las rebeliones negras, el estar relacionado con la editorial International Publishers; dictar conferencias en frentes culturales del Partido, como la Escuela Jefferson de Ciencias Sociales, formar parte del Comité de Asuntos Negros del Partido, etc. (50).

La inclusión en el índex macartista le impidió por una década desempeñarse como profesor en las universidades de su país y lo privó en toda su carrera de disponer de recursos institucionales que solventaran sus investigaciones. Su tesis doctoral lo colocó en la senda de sus preocupaciones más duraderas y fértiles: a través de la reconstrucción de la rebelión de Nat Turner en 1831, concatenó el largo proceso de la resistencia afroamericana en su país. Su libro, Negro Slave Revolts in the United States, 1526-1860 ( 51), recopiló una amplia documentación y sistematizó la vasta cronología de las rebeliones protagonizadas por esclavos (52). En línea con las tesis de Du Bois, los trabajos de Aptheker zamarrearon la perspectiva historiográfica conservadora del Sur, que asimilaba a los esclavos a un estado de perpetua infancia; a un grupo carente de voluntad de acción que debía ser “protegido” por las instituciones de los Estados meridionales de la Unión. Esta interpretación había sido proclamada por Ulrich Phillips, quien consideraba que la esclavitud había rescatado de la barbarie africana a los negros, cristianizándolos, protegiéndolos y, en términos generales, beneficiando su vida. Sus investigaciones encontraron y destacaron diversas experiencias de amabilidad, indulgencia y bondad de los amos, que le sirvieron para construir una visión general de la esclavitud como una institución leve y permisiva (53).

Unido intelectualmente a Du Bois, Aptheker emprendió un documentado acopio de fuentes y testimonios sobre la participación afroamericana en la historia nacional. Activo militante contra la guerra en Vietnam, participó de varias conferencias en los campus que animaron las protestas en los sesenta. Ingresó en la lista de “los más peligrosos militantes comunistas del país”, redactada por el FBI, a raíz de su viaje a Vietnam del Norte, junto al historiador Staughton Lynd y al activista estudiantil Tom Hayden, para ofrecer su solidaridad con un pueblo víctima del imperialismo (54).

A pesar de las persecuciones sufridas por tan singulares historiadores, la activación del movimiento afroamericano y de las naciones originarias en los años sesenta, en pos de la conquista de los derechos civiles, crearon la oportunidad para el reconocimiento de los trabajos de Du Bois y Aptheker: Sus tesis se convirtieron en fuentes inspiradoras de notables investigaciones producidas en el periodo. En el núcleo de este legado, cabe recordar las obras que examinaron lúcidamente las interacciones del mundo de los trabajadores con las estructuras económicas y sociales que condicionaron la acción de los afroamericanos durante y después de la esclavitud (55).

Conclusiones

El macartismo actuó como un instrumento de control, una herramienta disciplinadora, de las manifestaciones de disidencia política y cultural en la sociedad norteamericana. Imbuido de una longeva tradición contrarrevolucionaria, alimentada por instituciones y corporaciones custodias del capitalismo, pretendió implantar la unanimidad ideológica y el inmovilismo doctrinario en una coyuntura histórica internacional aguzada por la polarización de la guerra fría. Se nutrió de una visión fundamentalista religiosa, intolerante contra las expresiones del pensamiento crítico; no solo contra proyectos, partidos e individuos que cuestionaran las relaciones sociales capitalistas, sino aún de aquellas iniciativas reformistas que pretendían corregir sus inequidades y ciertas formas pre democráticas en las que subsistían minorías étnicas y sociales. La pretensión de erradicar el comunismo se puso en práctica, con todo el potencial de los recursos del Estado, sobre comunidades políticas e individuos cuyas opiniones y actividades ni siquiera estaban inscriptas en el CPUSA. Demócratas, radicales, socialistas, liberales de izquierda, etc., engrosaban las filas de los enemigos de la Nación, de los agentes de la potencia soviética.

La situación de la historiografía no fue inmune a las presiones del anticomunismo. El campo cultural sufrió los mismos procedimientos de sospecha, vigilancia, delación y castigo instruidos en otros ámbitos de la vida social. La libertad académica, los derechos a ejercer una profesión y el pluralismo interpretativo sucumbieron ante el rigor implacable de leyes y acciones coercitivas. Las autoridades de las instituciones educativas y de investigación se plegaron, con diferente grado de entusiasmo, oportunismo o temor, a aplicar las drásticas medidas de persecución, censura o segregación de investigadores y profesores. La instigación a delatar “comunistas”, mandato de las instituciones del poder y del saber, sumió en dilemas éticos a los miembros de la comunidad educativa, historiadores e investigadores sociales. Las formas en que estas encrucijadas fueron saldadas fueron disímiles. En algunos individuos, las convicciones solidarias y la conciencia crítica resistieron a las presiones inquisitoriales; en otros, el temor, la preservación de un empleo o la mezquindad los inclinó a las formas más abyectas de la delación.

La agobiante atmósfera incidió en la elección de los temas de investigación y atizó controversias sobre cuáles tradiciones del pasado merecían reivindicarse y cuáles exonerarse. Los progresos en la renovación de la disciplina, impulsados por historiadores progresistas preocupados por cuestiones sociales y económicas y por la actuación de los grupos subalternos de la sociedad, fueron desandados o rechazados, en función de sus directas o tangenciales afinidades marxistizantes. Las interpretaciones que prestaban debida atención a los conflictos sociales, laborales o raciales en la historia nacional suscitaron juicios adversos, condenas enérgicas, que las rechazaban imputándoles lecturas reduccionistas, deterministas o economicistas. Frente al desafío planteado por los estudiosos del conflicto social, las instituciones oficiales de la disciplina ponderaron la primacía del consenso entre las clases y la excepcionalidad de la vía norteamericana hacia el progreso y la opulencia inagotables. El culto a los héroes, a las elites fundacionales y a las virtudes eternas de las instituciones fue la insignia que convocaba a retemplar a la Nación Americana, ahora - en la posguerra- comprometida en la lucha anticomunista en el plano internacional y doméstico.

En el invernadero del conservadurismo macartista, la historiografía norteamericana distorsionó y trató de amputar de la memoria social de la nación a las corrientes radicales que eslabonaron experiencias de organización y resistencia en el pasado. Los territorios de las luchas del sindicalismo norteamericano y de los movimientos de rebelión contra la esclavitud encendieron las mayores prevenciones e interdicciones. Como una resonancia de tribunales inquisitoriales, los relatos anticomunistas trataron a las fuerzas disidentes y revolucionarias, engendradas en contradicciones inherentes a la sociedad capitalista norteamericana, como elementos foráneos, desleales a la nación, digitados desde el exterior para el espionaje y la conspiración permanente. Cualquier examen medianamente desapasionado sobre la contribución de los comunistas americanos en el campo laboral, cultural o en las relaciones interétnicas, fue incinerado en el caldero ideológico mantenido en ebullición perpetua por la historiografía draperista y su tardío linaje. En este, como en otros aspectos, la intolerancia doctrinaria, la ortodoxia interpretativa, tenían paralelismos asombrosos con los procedimientos de la historiografía soviética sometida al rigor y a la censura estalinistas. ¿Qué diferencias sustanciales existían entre la censura de los funcionarios de la Academia de Ciencias de la URSS contra las interpretaciones del pasado que se apartaban de la línea interpretativa sancionada por el PCUS (o directamente por su Gran Timonel) y la proclama de las autoridades de la American Historical Association para regimentar una opinión monolítica y patriotera, el “consenso anticomunista”, requerida por el gobierno durante la guerra fría? Otra inquietante analogía puede hacerse acerca de la conceptualización del disidente o adversario practicada por la historiografía de la guerra fría en cada una de los campos enfrentados. Los disidentes mencheviques que actuaron en el Instituto Marx-Engels (IME) de Moscú (56) o el derrotero de la Oposición de Izquierda relacionada con Trotsky, ¿acaso no fueron desacreditados y perseguidos por la historiografía oficial del PCUS como elementos peligrosos para la seguridad del Estado Soviético y agentes de las naciones capitalistas enemigas? ¿No tenía este procedimiento un aire de familia con la prevaleciente interpretación draperista, según la cual los comunistas norteamericanos eran meros instrumentos del espionaje y de la conspiración tramada por la URSS para subvertir a la nación? Quizás existieron diferencias en las consecuencias de esos actos de segregación y persecución. David Riazanov e Isaak Rubin fueron ejecutados por el régimen estalinista; los historiadores e intelectuales victimas del macartismo fueron encarcelados, cesanteados de sus empleos públicos y privados, obligados a emigrar, raleados de la vida cultural, humillados ante la sociedad, mas no ejecutados, con la excepción del matrimonio Rosenberg, electrocutado por el Estado de Nueva York en Sing Sing, el 19 de junio de 1953 (57). Los resultados de la comparación, sin embargo, no resultan muy reconfortantes para lo que Tocqueville alguna vez celebró como la democracia en América.

Notas

1 Como veremos, investigaciones surgidas en la propia sociedad norteamericana, escasamente conocidas en nuestros ámbitos académicos.

2 Schrecker definió al macartismo como una actitud mental reaccionaria de larga duración. Schrecker, Ellen (1998), Many are the crimes. McCarthyism in America, Boston, Little, Brown and Co., pp. 12-13.

3 Murray, Levin (1971), Political Hysteria in America, New York, Basic Books, pp. 30-31.

4 DAR (Hijas de la Revolución Americana) fue fundada en 1890 por un grupo de mujeres que se reivindicaban descendientes de los luchadores en la Guerra de la Independencia. Se trató de una asociación de ideología conservadora, cuyo lema fue “Dios, Hogar y Patria”. Se proponía inculcar el patriotismo a la nuevas generaciones; financiando becas, escuelas y certámenes donde se premiaban ensayos históricos y de otra disciplinas. Durante varias décadas, haciendo gala de un exclusivismo segregacionista, impidió el ingreso de mujeres afro americanas. McConnell, Stuart (1996), “Reading the Flag: A Reconsideration of the Patriotic Cults of the 1890s”. En: Bodnar, John (ed.), Bonds of Affection: Americans Define Their Patriotism, Princeton, NJ, Princeton University Press, cap. 4.

5 Cox, John S. y Theoharis, Athan (1988), The Boss: J. Edgar Hoover and the Great American Inquisition. Philadelphia, Temple University Press, pp. 67-68. Un extraordinario análisis de la perdurabilidad de las prácticas macartistas del FBI se halla en Churchill, Ward y Vander Wall, Jim (2002), Agents of Repression, Cambridge (Ma), South End Press.

6 Esta estirpe encarnó en figuras como el escritor y editor (Time, Life, Fortune) Whittaker Chambers, un ex comunista convertido en ladero entusiasta del HUAC, delator impenitente de sus antiguos compañeros. Tanenhaus, Sam (1998), Whittaker Chambers. A biography, New York, Modern Library, pp. 27.

7 Communist Party of United States of America. La sigla HUAC significaba House of Un American Activities Comission. Además de McCarthy, otro destacado cruzado del HUAC fue Richard Nixon. Lieberman, Robbie (2000), The Strangest Dream: Communism, Anticommunism, and the U.S. Peace Movement,1945-1963, Syracuse (NY), Syracuse University Press, p. 10. Schrecker, Ellen (2002), The Age of McCarthyism: A Brief History with Documents, Boston, New York, Bedford/St. Martin’s, pp. 13.

8 El Programa de Lealtad se creó en 1947, como resultado de la Orden Ejecutiva 9835 de Truman. La ley Mac Carran fue impulsada en 1950 por el senador homónimo como ley antisubversiva, que exigía a todos los miembros de organizaciones comunistas inscribirse en registros públicos para hacer efectivo su control. Creaba una Oficina de Control de Actividades Antisubversivas a cargo del seguimiento. La ley ponía como penas la expulsión del servicio público, la suspensión o pérdida de la ciudadanía, la deportación de personas, etc. Hogan, Michael J. (2000), A Cross of Iron: Harry S. Truman and the Origins of the National Security State, 1945/1954. New York, Cambridge University Press, c. 2 y 3.

9 Weiner,Tim (2007), “Hoover Planned Mass Jailing in 1950”. The New York Times, December, 23, p. 18.

10 Ante una reunión del Club de Mujeres Republicanas alegó, con gestos teatrales, que tenía en su poder una lista con más de doscientos comunistas infiltrados en el gobierno federal. Las cifras eran exageraciones del senador y brotaban de procedimientos infundados o mendaces: pocos días después, en Salt Lake City, dijo que eran 57 y, más tarde, en el senado, habló de 81 miembros. La acusación nunca fue probada. Entre los primeros ataques, McCarthy apuntó al Departamento de Estado, a la administración del gobierno de Truman, a la radio Voice of America y al Ejército. Los cargos, distribuidos sin demasiada precisión, aludían a comunistas, simpatizantes, desleales, homosexuales, etc., Griffith, Robert 81970), The Politics of Fear: Joseph R. McCarthy and the Senate, Boston, University of Massachusetts Press, p. 49. Caute, David (1978), The Great Fear: The Anti-Communist Purge Under Truman and Eisenhower, Simon & Schuster, pp. 53-54.

11 Hofstatder, Richard (1964),“The Paranoid Style in American Politics”. Harper’s Magazine, November, p. 36.

12 Hiss fue delatado por Whittaker Chambers en 1948, quien lo acusó de pertenecer al CPUSA y de espía soviético. Un jurado lo condenó a 5 años de prisión en 1950.

13 Militantes como David Montgomery señalaron la existencia de un clima sofocante para la libertad intelectual en algunas etapas de la vida del partido. La opinión no era irrelevante. Provenía de quien fuera obrero mecánico y activista del United Electric Worker de Minnesota. Montgomery se convertiría en uno de los principales historiadores del mundo del trabajo. Wiener, John (2011), David Montgomery, 1927- 2011”. The Nation, December 2, pp. 21-22.

14 Escribió Deutscher: (...) “generalmente el intelectual ex-comunista deja de oponerse al capitalismo. A menudo une sus fuerzas a los defensores de éste, y aporta a esa tarea la falta de escrúpulos, la estrechez mental, el desprecio a la verdad y el odio intenso que le fue imbuido por el stalinismo. Continúa siendo un sectario. Es un estalinista vuelto del revés. Sigue viendo el mundo en blanco y negro, sólo que ahora los colores se distribuyen de modo distinto...” Deutscher, Isaac (1970), Herejes y renegados, Barcelona, Ariel, p. 23. (La primera versión de este ensayo apareció en The Reporter de Nueva York, en abril de 1950).

15 El 1º de mayo de 1950, la Legión Americana de Wisconsin instituyó “el Día de Mosinee bajo el Comunismo”. Precedida por una intensa campaña publicitaria, con anuncios en diarios y noticieros de cobertura nacional, fue puesta en escena la bizarra parodia que alertaba sobre cómo sería la comunidad gobernada por los comunistas. El ex comunista de Detroit, Joseph Kornfeder, miembro de la Legión, interpretó al Comisario del Pueblo que se apoderaba de la atribulada aldea y del destino de sus habitantes; instauraba un gobierno dictatorial, deponía a las autoridades, arrestaba a gran parte de los ciudadanos, publicaba el periódico The Red Star; mientras se disparaban la inflación y la escasez sobre los artículos de consumo, los restaurantes solo servían pan negro ruso y sopa de patatas, se expurgaba la biblioteca del pueblo y, quizás el destino más temido por los habitantes, se confiscaban los automóviles y prohibía la goma de mascar. El sociodrama terminaba con el izamiento de una bandera roja y con la lectura de una proclama del Consejo de Comisarios del Pueblo de Mosinee alabando a Stalin. Cuando le fue consultada a la Legión Americana la elección de Mosinee, adujo dos razones fundamentales. La primera, porque se trataba de un poblado remoto, lejano a las centros urbanos con actividades de los comunistas. La segunda, de no menor importancia, porque fue el único lugar donde los legionarios pudieron organizar las conversaciones previas con los habitantes. Aunque Mosinee no era Rímini, el evento tuvo dimensiones fellinescas. Al llegar con las fuerzas que restauraban la democracia en el poblado, el verdadero alcalde, Kronenwetter, sufrió una hemorragia cerebral, que lo dejó inconsciente y le provocó la muerte una semana después de su empeñosa actuación. El deceso fue diagnosticado como resultado del esfuerzo y de la excitación. Otro de los enjundiosos actores de la troupe, el pastor metodista local Bennett, también falleció a las pocas horas, víctima también del letal experimento teatral. Aún sin proponérselo, el fantasma de Stalin provocaba mártires inesperados. Fried, Richard (1993-1994), “Springtime for Stalin.’ Mosinee’s Day under Communism’ as Cold War Pageantry”. Wisconsin Magazine of History, vol. 77, pp. 82-108.

16 Luego de varias denuncias arbitrarias, el Senado censuró la conducta de McCarthy en 1954. Su temple se desmoronó acosado por implacables enemigos: el alcoholismo y la cirrosis. Falleció el 2 de mayo de 1957 dejando un tendal de vidas arruinadas y escasas expresiones de consternación. Oshinsky, David M. (2005), A Conspiracy So Immense: The World of Joe McCarthy, New York, Oxford University Press, pp. 503–504. En las últimas décadas retoñaron en el campo intelectual estudios favorables a McCarthy, como el de Oshinsky. Según su relato, la conducta del senador debía ser reconsiderada y aprobada, ya que actuó en una época de intenso espionaje soviético en EEUU. Una fuerte herencia macartista hizo posible la fundación de la John Birch Society.

17 Colaborando con la actividad represiva, el Chicago Tribune publicaba la lista de miembros de la American Youth for Democracy en la Universidad de Illinois. Truett Selcraig, James (1982), The Red Scare in the Midwest, 1945–1955: A State and Local Study; Illinois, Ann Harbor Press, pp. 113-115.

18 Allen,Raymond (1949), “Communists Should Not Teach in American Colleges”, Educational Forum, vol. 13, nº 4, pp. 37.

19 Schrecker, Ellen (1986), No Ivory Tower: McCarthysm and the Universities, New York, Oxford University Press, p. 88. A través de fuentes escasamente consultadas y de una docena de entrevistas a profesores, la aguda investigación de Schrecker recreó el clima de temor y los dilemas que debieron afrontar muchos profesores ante la ola de furor macartista sobre las grandes y pequeñas universidades del país.

20 En 1954, interrogado por el FBI, Parsons consideraba que un comunista no tenía capacidades morales para desempeñarse como profesor. Diamond también describe la colaboración del profesor Henry Kissinger con el FBI, denunciando a alumnos radicales y beneficiándose con un rápido ascenso de su carrera académica. Diamond, Sigmund (1992), Compromised Campus. The Collaboration of the Univeristies with the Intelligence Community, 1943-1955, New York, Oxford University Press, cap. 2 y 6. El mismo Diamond fue despedido como profesor de Harvard, en 1950, por negarse a colaborar con el FBI.

21Lewis, Lionel (1996), Cold War on Campus: A Study of the Politics of Organizational Control, New Brunswick, Transaction Books, p. 18-19.

22 Schrecker, Ellen, No Ivory... op.cit., p. 88.

23 Ellen Schrecker, No... op,cit. p. 172. El historiador y sociólogo Karl Wittfogel había nacido en Alemania. De formación marxista, colaboró en el Instituto de Frankfurt. Preso en un campo de concentración, logró emigrar en 1934 a Estados Unidos. Luego de los pactos nazi soviéticos de 1939, se transformó en un virulento anticomunista, siendo responsable de las delaciones contra Finley y Owen Lattimore durante la era macartista. Fue autor, en 1957, del libro Despotismo oriental, donde definía las características de regímenes totalitarios “asiáticos”, en los que incluía a la URSS y a la China de Mao, a los que calificaba como las más grandes amenazas para el futuro de la humanidad. Lewis, Lionel, Cold War... op. cit., cap. 3. Además del exhaustivo estudio de las prácticas macartistas en diversos campus, esta obra tiene el mérito de complejizar el análisis sobre las distintas respuestas que, ante las presiones políticas, dieron las autoridades de las universidades. En otras palabras, ¿por qué un acusado de comunista era expulsado en la Rutgers University y otro era mantenido en su cargo por las autoridades del M.I.T.?

24 Lattimore rememoró su martirio en un libro esclarecedor de los procedimientos arbitrarios y de la impunidad de Mc Carthy. Lattimore, O. (2002), Ordeal by Slander (Ordalía de calumnias), New York, Carroll & Graf, (1º ed. 1950). Pace, Eric (1989), “Owen Lattimore Dies at 88”, The New York Times, June, 1, p. 27.

25 En los años veinte, Kantorowicz era un nacionalista virulentamente anticomunista. Sin embargo, durante el nazismo manifestó sus disensos con el régimen y debió emigrar, primero a Oxford, luego a Estados Unidos. Su celebridad como medievalista se debió en gran parte a su libro de 1957, Los dos cuerpos del rey (The King’s Two Bodies: A Study in Mediaeval Political Theology, Princeton University Press), un penetrante estudio de teología política. Benson, Robert (1992), “Defending Kantorowicz”, The New York Review of Books, May, 14, p. 23. Su reputación fue cuestionada por el historiador conservador de Princeton Norman F. Cantor, quien lo relacionaba con el nazismo. Cantor, N. (1991), Inventing the Middle Ages, New York, Harper Collins Publishers, cap. 3: “The Nazi Twins”.

26 James nació en 1901 en la colonia británica Trinidad y Tobago. A comienzos de los 30 viajó a Gran Bretaña y se involucró con grupos trotskistas que apoyaban las luchas anticoloniales. En 1938 publicó un libro pionero de los estudios sobre el colonialismo y las clases subalternas, The Black Jacobins, New York, The Dial Press.

27 Durante el periodo carcelario escribió una notable y desafiante investigación sobre la significación de la novela Moby Dick, de Melville. Vio en el capitán Ahab una parábola del poder totalitario y en la tripulación del Pequod, otra de la opresión, avaricia y brutalidad de la sociedad capitalista. Las autoridades inmigratorias de EEUU consideraron a la obra como el producto de una personalidad subversiva. James, C, L.R, (2001), Mariners, Renegades and Castaways. Herman Melville and the World We Live In, New Hampshire, University Press of New England, (1º edición 1953). Introduction by Donald Pease, p. 14 y 15.

28 Vidich, Arthur (1993), “Intelligence Agencies and Universities”. En: Journal of Politics, Culture and Society, v. 6, nº 3, p. 365.

29 Charles Beard (1874-1948), junto a Frederick Jackson Turner, fueron dos de los historiadores más influyentes del periodo. Se graduó en la DePauw University (Indiana). En Oxford, Inglaterra contribuyó al desarrollo del Ruskin College, pensado para estudiantes provenientes de la clase obrera. Obtuvo su doctorado en Columbia, en 1904. Entre sus obras más resonantes figuraron An Economic Interpretation of the Constitution of the United States (1913) y The Rise of American Civilization (1927).

30 Al traspasar la adolescencia comenzó a militar en las juventudes comunistas y en 1938 ingresó al CPUSA. Abandonó la militancia desilusionado por los oprobiosos juicios y purgas desencadenadas por el estalinismo. En los sesenta fue crítico de los métodos de movilización y ocupación de establecimientos de los estudiantes enrolados en la nueva izquierda. Stout Baker, Susan (1985), Radical Beginnings: Richard Hofstadter and the 1930s ., Westport (Conn), Greenwood Press, p. 89. Brown, David (2006), Richard Hofstadter: An Intellectual Biography, Chicago, University of Chicago Press, p. 180.

31 Pole, Jack (2000), "Richard Hofstadter". In Rutland Robert Allen. Clio's Favorites: Leading Historians of the United States, 1945–2000, University of Missouri Press, p. 73.  Brown, D. op. cit., pp. 91-92.

32 Morison, Samuel (1951), “Faith of a Historian”. En: American Historical Review v. 2, n° 56, January, pp. 268-269.

33 El titular de la American Historical Association se pronunció, en 1949, a favor de la regimentación interpretativa que imponían los intereses del gobierno de su país en la confrontación de la guerra fría. Cohen, Stephen 81985), Rethinking the Soviet Experience. Politcs and History since 1917, Nueva York, Oxford University Press, p. 13.

34 Schrecker, E, (1994), The Age of McCarthyism, Boston, Bedford Books of St. Marvin's Press, pp. 92-94.

35 Shannon, D. (1959), The Decline of American Communism: a history of the Communist Party of the United States since 1945 (1959), New York, Harcourt, Brace, pp 79-80.

36 La metamorfosis de Burnham no tuvo estaciones intermedias. En los años treinta participó, junto al filosofo John Dewey, en la Comisión de Defensa de León Trotsky contra las diatribas y persecuciones del estalinismo. En la década siguiente se convirtió en un historiador apologista de la tradición maquiavelista y de las teorías sociales elitistas (Los maquiavelistas, 1941), ideas que lo llevaron al staff de la CIA. Fue uno de los responsables de la operación de la Agencia que derrocó al líder nacionalista iraní Mossadegh y de la instalación del régimen del Sha Reza Pahlevi. Sempa, Francis (2000), “The First Cold Warrior” (Part Three). En: American Diplomacy, v. 4, nº 4, Durham, North Carolina, otoño, p. 17. Wilford, Hugh (2008), The Mighty Wurlitzer: How the CIA Played America, Cambridge, Harvard University Press, pp. 74-75. En los sesenta repudió las tradiciones liberales del Welfare State), a las que responsabilizaba del suicidio de Occidente. Burnham, James (1964), Suicide of the West. An Essay on the Meaning and Destiny of Liberalism, New York, John Day Co., pp. 13-14. En 1983, su intransigente militancia derechista lo hizo merecedor de la Medalla de la Libertad, que recibió del presidente Reagan. Smant, Kevin J. (1992), How great the triumph: James Burnham, anticommunism, and the conservative movement, Lanham: University Press of America, p. 152.

37 Burnham, J. (1954), Web of Subversion. Underground Networks in the U. S. Government, New York, John Day Co, p. 21.

38 Una reseña ligeramente maliciosa de Irving Kristol, imaginaba los cabildeos del profesor Burnham, abrumado en sus pensamientos nocturnos por miríadas de rojos custodiando arsenales, impartiendo órdenes a subordinados, revolviendo en depósitos y almacenes, preparando el rancho para los soldados, etc. Kristol, I. (1954), “The Web of Realism”. En: Commentary, June, pp. 35-36. La aguda reseña de Kristol era potente y reveladora. Provenía de un filósofo político que compartió con Burnham su antigua militancia trotskista en Partisan Review; además de participar, junto a Burnham, en la nave insignia del anticomunismo cultural patrocinado por la CIA desde junio de 1950: el Congreso por la Libertad de la Cultura.

39 Howe, Irving & Coser, Lewis (1962), The American Communist Party: A Critical History, 1919–1957, New York, Praeger Books, p. 33. Ambos autores provenían de la socialdemocracia americana, fundaron la revista centroizquierdista Dissent y fueron críticos de la nueva izquierda de los sesenta. Sobre estas últimas opiniones: Howe, Irving (1970), Beyond the new left, New York, McCall Pub. Co., p. 65.

40 Draper había militado en su juventud en el CPUSA. Sus obras consideraban a los comunistas norteamericanos como apéndices del poder soviético. Sus investigaciones sobre el comunismo se iniciaron en los cincuenta, durante los aciagos años del macartismo, solventadas por la Fund for the Republic, financiada por la Ford Foundation. De ese esfuerzo emergieron: Draper, T. (1957), The Roots of American Communism, New York, Viking Press; también Draper T.(1960), American Communism and Soviet Russia, New York, Viking Press. Gratificado por la recepción de su obra y por la generosidad de sus sponsors, orientó su atención historiográfica a una cruzada contra la Revolución Cubana, con obras publicadas por dos trincheras propagandísticas sostenidas por la CIA, las editoriales Praeger y la revista Encounter. Draper, T. (1962), Castro’s Revolution. Myths and Realities, New York, Praeger. La belicosidad de sus escritos, folletos y panfletos anticastristas entusiasmaron a la Hoover Institutión on War, Revolution and Peace, un poderoso think thank anticomunista localizado en Stanford University, que sufragó sus indagaciones en la década del 60.

41 Schlesinger Jr., Arthur (1978), “A Shameful Story”. En: The New York Times, March 19, pp. 21-22. En una de sus obras más destacadas, celebraba el New Deal de Roosevelt, como una alternativa liberal virtuosa, de regulación del mercado, que superaba al totalitarismo soviético. Schlesinger Jr., A, (1949), The Vital Center. The Politics of Freedom, New Brunswick, Transaction Publishers, p. 64.

42 Montgomery trabajó como mecánico en plantas industriales de Minnesota; fue un activista de la Union Electric Workers hasta que, durante la guerra fría, fue blanco del acoso del FBI y cesanteado. La persecución y su experiencia como militante sindical lo impulsaron hacia los estudios históricos. Rachleff, Peter (2012), “Learning From David Montgomery: Worker, Historian, Activist”. En: New Politics, vol. XIV-1, New York, Summer, p. 15. Se doctoró en la Universidad de Minnesota en 1962. En los años siguientes, enseñó historia del movimiento obrero en las universidades de Pittsburgh y de Yale. A fines de los sesenta, fue docente e investigador en la Universidad de Warwick, en Gran Bretaña, fundando junto a Thompson el Centro de Estudios de Historia Social. Foner, Eric (2011), “David Montgomery Obituary”. En: The Guardian, December 11, pp. 23-24.

43 Montgomery, David (1981), Beyond Equality. Labor and the Radical Republicans, 1862-1872, Illinois, University of Illinois Press, (1º ed.1967), p. 144.

44 Buhle, Paul (1985), “Revisiting American Communism: An Exchange”l En: The New York Review of Books, August, 15, p. 8-10.

45 Kelley, Robin (1990), Hammer and Hoe. Alabama Communist during the Great Depression , Chapel Hill y Londres, University of North Carolina Press, Preface, pp. 13 y 14.

46 La perspectiva draperista es mantenida por Haynes, John E. (2003), In Denial: Historians, Communism and Espionage, San Francisco, California, Encounter Books. También, como se dijo, por Klehr, Harvey 81984), The Heyday of American Communism, New York, Basic Books. Estos autores dominan el panorama de la historiografía del espionaje soviético en Norteamérica. Haynes, J. and Klehr, H.(2003), “The Historiography of American Communism: An Unsettled Field”. En: Labour History Review (U.K.), v. 68, nº. 1, April.

47 Las leyes Jim Crow fueron normas segregacionistas implantadas en los Estados del Sur, luego del fracaso de la Reconstrucción. Su vigencia se mantuvo entre 1877 y 1964. El nombre deriva de un personaje caricaturesco, pintado de negro, creado e interpretado por el trovador de caminos Thomas Rice. Vann Woodward, C. y McFeely, William (2001), The Strange Career of Jim Crow, New York, Oxford University Press, p. 7. Lewis, David (2009), W.E.B. Du Bois. A Biography, New York, Henry Holt & Company, pp. 228-229.

48 Lewis, D., op. cit, p. 250-252. Luego de la conferencia de Du Bois, la AHA no invitó a un expositor negro hasta 1940. Lewis, David L. (2009), “Beyond Exclusivity: Writings Race, Class, Gender into U.S. History”, Julius Silver University, p. 1.

49 El historiador demócrata Arthur Schlesinger Jr. acusaba a la NAACP de estar peligrosamente influida por los comunistas. Citado por Lewis, D. W.E.B. Du Bois, op.cit., pp. 669.

50 Se le reprochaba haber participado con uniforme de teniente del ejército en actos y conferencias comunistas. Las acusaciones destilaban párrafos como los siguientes: “que su simpatía por los negros es subversiva”; “se lo describió como un marxista muy sólido y completo”; que en una conferencia de 1950 “alabó a los trabajadores del mundo, a los que llamo clase indestructible”, que en otra había sostenido que “el Partido Comunista... era el único defensor de la raza negra que estaba luchando por su emancipación de los tentáculos de las masas”; etc. Kelley, Robin (2001), “Historia y racismo: una entrevista con Herbert Aptheker”. En: Taller, 6, n° 16, Buenos Aires, julio, pp. 15 a 17.

51 New York, International Publishers, 1939.

52 Kelley,R. (2000), "Interview of Herbert Aptheker". En: The Journal of American History, v. 87, nº 1, June, pp. 151–167.

53 El capitulo XIV, “Plantation Management”, era un catálogo enternecedor de los cuidados bondadosos que los amos dispensaban a sus esclavos. Phillips, Ulrich (2006), American Negro Slavery. A Survey of the Supply, Employment and Control of Negro Labor as Determined by the Plantation Regime, New York, Echo Library (1º ed. 1918).

54 “Obituary. Herbert Aptheker”(2003). En: The Guardian, April, 3, p. 17. Hayden fue conductor del grupo más importante de la nueva izquierda, los Students for a Democratic Society (SDS).

55 Entre estos autores, merecen destacarse Herbert Gutman, D. Montgomery, David Brody, Eugene Genovese, etc.

56 El IME fue un monumental archivo y biblioteca de textos marxistas recopilados en varias naciones, fundado, en 1921, por el dirigente bolchevique independiente y notable erudito en ciencias sociales David Riazanov. Su autonomía intelectual le valió la hostilidad vengativa de Stalin, quien ordenó separarlo del Instituto en diciembre de 1930, arrestarlo, deportarlo y, finalmente, ejecutarlo en 1938. La acusación también cayó sobre otro insigne historiador marxista del Instituto, Isaak Illich Rubin. La sentencia despedía el típico hedor estalinista de la época. Todos fueron condenados y fusilados por “pertenecer a una célula menchevique” en el seno del IME, que tramaba una conspiración para destruir la economía soviética, con apoyo desde el exterior. Medvedev, Roy (1989), Let History Judge. The Origin and Consequences of Stalinism, New York, Oxford University Press, pp. 279-281. Souvarine, Boris (1931), “D.B. Riazanov”. En: La Critique Sociale, nº 2, Paris, Julio, p. 49-50.

57 El ingeniero eléctrico Julius Rosenberg fue denunciado ante el FBI por Elizabeth Benthley, una ex comunista arrepentida, confidente de los órganos represivos Julius y su esposa Ethel fueron sentenciados a muerte por el juez Irving Kaufman por brindar información, supuestamente sensible, sobre armas nucleares a los soviéticos. Quizás abducido por la irracionalidad y maledicencia macartistas, el juez los condenó por traidores, comunistas y por... “provocar la guerra de Corea”. Schneir, Walter and Schneir, M.(1973), Invitation to an Inquest: Reopening the Rosenberg "Atom Spy" Case, Baltimore, Penguin Books, p. 170.

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