Sociohistórica, nº 41, e049, 1er. Semestre de 2018. ISSN 1852-1606
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro de Investigaciones Socio Históricas

Artículos

Marxismo, peronismo y vanguardia. La polémica entre las FAR y el ERP

Mora González Canosa

CONICET/IdIHCS - Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación - Universidad Nacional de La Plata, Argentina
Cita recomendada: González Canosa, M. (2018). Marxismo, peronismo y vanguardia. La polémica entre las FAR y el ERP. Sociohistorica, 41, e049. https://doi.org/10.24215/18521606e049

Resumen: Este artículo analiza uno de los debates político-intelectuales más importantes originados en el campo de las organizaciones armadas argentinas de los setenta: aquel que tuvo lugar entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias y el Ejército Revolucionario del Pueblo durante 1971. En efecto, allí se desplegaron, de modo paradigmático, las principales controversias que separaban a las organizaciones armadas de la izquierda marxista no peronista de aquellas identificadas con la izquierda peronista que, a su vez, también reivindicaban su filiación con el marxismo. Nuestro objetivo es analizar la polémica considerando cuatro tópicos centrales: 1) el punto de partida del análisis para trazar una estrategia revolucionaria en Argentina, 2) el estatuto otorgado al marxismo, 3) el carácter del peronismo y 4) la forma de pensar la ideología, indisociable de sus respectivas formas de pensar la experiencia obrera y la vanguardia que, según creían, debía construirse en el país. Metodológicamente el artículo apela a una estrategia cualitativa basada en el análisis de los documentos que formaron parte de la polémica, otros escritos de las FAR y el ERP, así como bibliografía sobre el período.

Palabras clave: Marxismo; Peronismo; Ideología; Vanguardia.

Marxism, Peronism and vanguard. The controversy between FAR and ERP

Abstract: This article analyzes one of the most important political-intellectual debates in the field of the Argentine armed organizations of the seventies: that took place between the Revolutionary Armed Forces and the Revolutionary army of the people during 1971. In fact, in there developed the main controversies that separated the armed organizations of the non-Peronist Marxist left from the identifies with the Peronist left but that, in turn, also claimed their affiliation with Marxism. Our objective is to analyze the controversy considering four central topics: 1) the status granted to Marxism, 3) the character of Peronism and 4) the way of thinking the ideology, inseparable from their respective ways of thinking the working experience and the vanguard. Methodologically the article appeals to a qualitative strategy based on the analysis of the documents that were part of the controversy, other writings of the FAR and the ERP, as well as bibliography on the period.

Keywords: Marxism; Peronism; Ideology; Vanguard.

Presentación

El objetivo de este artículo es analizar uno de los debates político-intelectuales más importantes originados en el campo de las organizaciones armadas que desplegaron su accionar en la Argentina de los setenta: aquel que tuvo lugar entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) durante 1971.

Para entonces, el período de relativa calma logrado por la dictadura militar instaurada en 1966 había quedado definitivamente atrás. El Cordobazo de 1969 había mostrado la potencia de la insurrección obrera-estudiantil y entre mayo y septiembre de ese año se sucedían otras puebladas en distintas provincias del país. El 69 abría así un período de cuestionamiento generalizado que alcanzaría la textura celular de la sociedad, evidenciándose en la impugnación de todo tipo de autoridad, mando y deferencia en los más variados ámbitos de la sociedad civil (O’Donnell, 1982). Desde entonces, amplios sectores de la clase trabajadora, el campo cultural, la Iglesia y el movimiento estudiantil protagonizaban un intenso proceso de politización que dio lugar a un heterogéneo conglomerado de fuerzas sociales y políticas que ha sido denominado “nueva izquierda” (Tortti, 2014). Las organizaciones armadas surgidas por esos años, como las Fuerzas Armadas de Liberación, las Fuerzas Armadas Peronistas, Descamisados, Montoneros, las FAR o el PRT-ERP, al desafiar el monopolio estatal de la violencia legítima y buscar articularse con el movimiento de protesta social más amplio, fueron actores destacados en ese proceso, contribuyendo a erosionar el poder de la dictadura militar. Efectivamente, por entonces la deslegitimación de la dictadura iba en aumento. En mayo de 1970, tras los ecos del Cordobazo y la conmoción causada por el secuestro de Pedro Eugenio Aramburu por parte de Montoneros, la Junta de Comandantes desplazó a Juan Carlos Onganía como primer mandatario de la “Revolución Argentina”. Resultaba claro que su intransigencia frente a cualquier forma de participación política no había contribuido a descomprimir la situación. Lo sucederá en el cargo el general Roberto Marcelo Levingston, quien no llegó a cumplir un año de mandato. En marzo de 1971, otra revuelta obrera sucedida en Córdoba, conocida como el Viborazo, desencadenó un nuevo recambio militar. Alejandro Agustín Lanusse asumió la presidencia e inmediatamente lanzó el “Gran Acuerdo Nacional” (GAN), planteando la posibilidad de una apertura electoral aunque de modalidades todavía inciertas. Su objetivo era detener la confluencia entre movimiento social y política revolucionaria, canalizando institucionalmente la protesta popular para aislar políticamente a las organizaciones del peronismo radicalizado y la izquierda. Evidentemente, el nudo gordiano de ese acuerdo era el lugar del peronismo y del propio Perón en la salida planteada, con lo cual la figura del viejo general renovaba su protagonismo en la escena política nacional.

En este convulsionado contexto, más específicamente en abril de 1971, las FAR, organización político-militar formada a partir de distintas rupturas en partidos de izquierda, publicaron “Los de Garín” en la conocida revista Cristianismo y Revolución (FAR, 1971) 1 . Se trató de un extenso reportaje cuya factura se debe a la pluma de Carlos Olmedo, el principal dirigente de la organización hasta que en noviembre de 1971 murió en el llamado “combate de Ferreyra” 2 . Allí las FAR asumían por primera vez al peronismo como identidad política propia, esbozando una estrategia discursiva que buscaba legitimar su identificación con dicho movimiento desde una perspectiva marxista y un proyecto político cuyo objetivo final era el socialismo. La réplica del ERP, ejército dirigido por el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), que constituía por entonces la organización armada más importante de la izquierda marxista no peronista, fue inmediata. Entre abril y mayo, un grupo de presos políticos recluidos en la cárcel de Encausados de Córdoba, donde se destacaba la figura de Domingo Menna, elaboró “Crítica del ERP al Reportaje a las FAR” (1973 [1971]), un breve documento que si bien no fue impulsado por la dirección del PRT tampoco fue nunca desmentido 3 . Por último, poco antes de morir, Carlos Olmedo alcanzó a redactar un nuevo trabajo publicado póstumamente bajo el título “Nuestra respuesta elaborada por el compañero Olmedo” (FAR, 1973 [1971]). Tanto la crítica del ERP como el nuevo documento de Olmedo fueron difundidos por las FAR en un cuadernillo titulado “Aporte al proceso de confrontación de posiciones y polémica pública que abordamos con el ERP”, que en 1973 fue reproducido por la revista Militancia 4 .

De ese modo, durante el año 1971 tuvo lugar una polémica sumamente significativa para el campo de las organizaciones armadas; sin dudas la más conocida y la de mayor repercusión. A lo largo de esas páginas se desplegaron, de modo paradigmático, las principales controversias que separaban a las organizaciones armadas de la izquierda marxista de aquellas que, como las FAR, se identificaban con la izquierda peronista pero reivindicando a la vez su filiación con el marxismo. De allí seguramente que dicha polémica haya permanecido en la memoria militante como matriz de discusión y como cantera de argumentaciones para los debates que, en distintos momentos históricos, se han reactualizado entre variados grupos de activistas peronistas y de izquierda.

Una de las claves para comprender la polémica radica en tener en cuenta que “Los de Garín”, el reportaje que la originó, había tenido dos destinatarios centrales, entre los cuales las FAR pretendían conquistar adhesiones. La militancia peronista, ante la cual buscaban legitimarse como parte del movimiento, y también sectores de izquierda, a quienes intentaban convencer de seguir el mismo proceso de peronización emprendido por la organización. Efectivamente las FAR, quizás de modo más acentuado que otros grupos del peronismo de izquierda, libraban sus disputas en dos frentes simultáneamente: contra los sectores “conciliadores” del peronismo, tensionando las formas de concebir dicho movimiento político; y contra la izquierda marxista no peronista, a quien buscaban disputarle su propia tradición teórica. De allí que, parafraseando a Bourdieu (2008, 2001), su apuesta política pueda verse como una lucha tanto por la “visión legítima” del peronismo, como por la “visión legítima del marxismo” 5 .

También es necesario destacar que, como en el caso de toda polémica, esta implicaba un terreno compartido sobre el cual disputar. Un lenguaje común que seguramente estuviera en la base de las simpatías que Mario Roberto Santucho, el principal dirigente del PRT-ERP, manifestó por Carlos Olmedo 6 . De hecho, no es casual que de todas las entrevistas aparecidas en aquella ocasión en Cristianismo y Revolución, el ERP eligiera contestar la de las FAR 7 . Para entonces, dentro del campo del peronismo de izquierda, era la organización con la que mantenía mayores afinidades ideológicas y, también, con la que logrará establecer relaciones más estrechas. Inclusive, llegaron a realizar varias acciones conjuntas, como cuando en abril de 1972 mataron en Rosario al General Juan Carlos Sánchez, Comandante del II Cuerpo de Ejército acusado de torturador; cuando organizaron la fuga del penal de Rawson; o cuando ya a fines de ese año secuestraron a Ronald Grove, gerente de un frigorífico de origen británico.

En este sentido, para comprender el debate también hay que tener en cuenta que desde la óptica del PRT-ERP, tanto la polémica que analizaremos como este accionar conjunto estaban en consonancia con la línea que el partido se había trazado respecto del peronismo: “lucha ideológica” y “unidad en la acción” con las organizaciones armadas y las corrientes combativas del movimiento obrero y popular (Parra, 2017 [1971], p. 129). Por el contrario, para el caso de las FAR esa “unidad de acción” será más problemática, sobre todo a medida a que se acreciente la polarización política. De hecho, las acciones mencionadas no dejaron de generar ciertos recelos por parte del resto de las organizaciones armadas peronistas, que por entonces buscaban infructuosamente converger en una instancia de coordinación unificada 8 . Al mismo tiempo, las FAR también recibirán los reproches del ERP en una carta enviada a inicios de 1973 cuando, ya en medio de la campaña electoral del peronismo y tras la profundización de las diferencias políticas entre ambas organizaciones, se nieguen a volver a operar con ellos. Allí, intentando persuadir a las FAR de lo contrario, el ERP apelaba a la tradición intelectual que las unía y, sin ingenuidad aunque atinadamente, las caracterizaba como “una organización armada marxista que piensa que el peronismo es un paso hacia el socialismo.” (ERP, 1973, p. 24).

Nuestro propósito en este artículo es analizar la polémica entre las FAR y el ERP considerando cuatro tópicos que permiten articular los principales argumentos en juego: 1) el punto de partida del análisis para trazar una estrategia revolucionaria en Argentina –nacional / internacional–; 2) el estatuto otorgado al marxismo –teoría científica y/o identidad política–; 3) el carácter del peronismo –continuidad o ruptura en el camino al socialismo– y 4) la forma de pensar la ideología, que en el debate resulta indisociable tanto de sus respectivas formas de pensar la experiencia obrera, como de sus ideas sobre la vanguardia que debía construirse en el país.

I. Las FAR y el PRT-ERP: dos caminos expresivos de la radicalización de la izquierda en los sesenta-setenta

Una mínima caracterización de las FAR y el PRT-ERP requiere retrotraer el análisis hacia la década del sesenta, período en el cual ambas organizaciones se fueron gestando al calor de los grandes acontecimientos y discusiones que atravesaban la izquierda en el país.

En cuanto a las FAR, sus grupos fundadores se perfilaron a partir de sucesivas rupturas en partidos de la izquierda marxista. Dos de ellos fueron formados por ex militantes del Partido Comunista. Por un lado, el grupo liderado por Carlos Olmedo, integrado también por Roberto Quieto, cuyos militantes habían transitado por ámbitos disidentes del partido como Vanguardia Revolucionaria, el Sindicato de Prensa y la revista político-cultural La Rosa Blindada. El otro grupo, donde se destacaban las figuras de Marcos Osatinsky y Alejo Levenson, se apartó de la Federación Juvenil Comunista en 1966. En ambos casos, temas como la distancia del PC respecto de una clase obrera de persistente identidad peronista y su postura frente al conflicto chino-soviético, la Revolución Cubana y distintos movimientos de liberación nacional del Tercer Mundo, que ponían en juego la cuestión de las “etapas” y las “vías” adecuadas para alcanzar el socialismo, fueron los detonantes de la ruptura. El tercero de esos grupos, que dirigía Arturo Lewinger, había iniciado su militancia en el MIR-Praxis orientado por Silvio Frondizi. Luego se integró en una escisión de aquél llamada Tercer Movimiento Histórico que, fuertemente influenciada por el nacionalismo popular, llegó a depositar expectativas en la idea de un golpe militar de base popular y estilo nasserista.

Tras el golpe militar de 1966, ya decididos a emprender la lucha armada, estos grupos participaron de distintas experiencias guevaristas. Primero se entrenaron en Cuba buscando integrarse al Ejército de Liberación Nacional (ELN) que el “Che” lanzó en Bolivia. Luego de su muerte, formaron parte de la sección argentina del ELN, la continuación de aquel proyecto que entre 1968 y 1969 lideró Inti Peredo, uno de los antiguos combatientes de Guevara. En el marco de esa estructura, con base en Bolivia pero con intenciones de proyección continental, realizaron entrenamiento, tareas logísticas para la instalación de un foco guerrillero en Tucumán y algunas acciones armadas urbanas, como el incendio de 13 supermercados Minimax en junio de 1969. Tras la desarticulación del ELN, esos grupos se fusionaron, sumaron nuevos núcleos militantes en Córdoba, Tucumán y La Plata y en 1970 se presentaron bajo la sigla FAR con la toma de la localidad bonaerense de Garín 9 .

Para entonces, la organización venía transitando desde una estrategia guevarista, de carácter continental y fuerte énfasis en la guerrilla rural, hacia otra de orden nacional basada en la lucha urbana, sin abandonar por ello la importancia que tenía la acción armada como forma de generar conciencia entre las masas en la llamada “teoría del foco”. Los motivos centrales de esos cambios tuvieron que ver con la renovada importancia otorgada a la clase obrera en Argentina, cuya combatividad se había evidenciado durante el Cordobazo; la influencia de la guerrilla urbana de los Tupamaros y la progresiva revalorización de la experiencia peronista que, no sin atravesar fuertes tensiones internas, culminó en su identificación con dicho movimiento en 1971.

Paralelamente, las FAR desarrollaban una intensa actividad, llegando a crear regionales en distintos lugares del país como Buenos Aires, Córdoba, Tucumán y luego Santa Fe y Mendoza. A su vez, durante 1971 comenzaban a plantearse cómo articular su accionar más orgánicamente con grupos de activistas a nivel barrial, estudiantil y sindical, al tiempo que también intentaban converger con FAP, Montoneros y Descamisados en una instancia de coordinación denominada Organizaciones Armadas Peronistas. Tras la frustración de esa experiencia, finalmente las FAR se fusionaron con Montoneros en 1973 10 .

Por su parte, los orígenes del PRT-ERP pueden situarse en el año 1965, cuando Palabra Obrera y el Frente Indoamericano Popular (FRIP) confluyeron formando el PRT 11 . Palabra Obrera, grupo de orientación trotskista liderado por Nahuel Moreno, tenía para entonces cierta inserción sindical producto de una intensa actividad signada por su táctica de “entrismo” en el peronismo, sobre todo en las zonas industriales del Gran Buenos Aires y el Litoral. A su vez, si bien sus apreciaciones sobre la Revolución Cubana fueron variables, un pequeño grupo de sus militantes había viajado a la isla en 1962 para recibir entrenamiento militar. Por su parte, el FRIP, dirigido por los hermanos Santucho, era una agrupación más pequeña, asentada en el noroeste del país, donde había alcanzado cierto predicamento en ingenios azucareros y diversas universidades. Su característica distintiva era la influencia del aprismo peruano y el indoamericanismo, a los que pronto sumaría la atracción por la Revolución Cubana.

De esa confluencia nacía entonces el PRT, convencido de que la construcción de un sólido partido de vanguardia era condición indispensable para iniciar un proceso revolucionario en el país. Sin embargo, a poco andar el partido comenzó a atravesar fuertes discusiones vinculadas con la pertinencia o no de iniciar en lo inmediato la lucha armada en el país. En 1968, esas discusiones llevaron a la ruptura entre dos sectores: el PRT-La Verdad, liderado por el morenismo, y el PRT-El Combatiente, dirigido por el santuchismo y proclive a una pronta definición por la opción armada. A partir del IVº Congreso de este último sector, se abandonó el modelo insurreccional para la toma del poder –aún sostenido por el morenismo– en favor de una estrategia de guerra popular y prolongada, bajo el fuerte influjo de la experiencia china y vietnamita, sobre todo del general Vo Nguyen Giap. A su vez, en aquella ocasión se sostuvo la necesidad de iniciar en lo inmediato la lucha armada y la construcción de un ejército revolucionario que sería conducido por el partido (Carnovale, 2011, pp. 69-92). Ello terminó por materializarse –en medio de una dura lucha de fracciones internas que culminó en varias escisiones– con la creación del ERP en el Vº Congreso del PRT realizado en julio de 1970. El ERP nacía de ese modo concebido como una organización de masas, con un programa “mínimo” de carácter antiimperialista y popular, en tanto que el PRT, que constituía su dirección, era un partido de cuadros adherido a la IVº Internacional, con un programa “máximo” claramente clasista y socialista (ERP, 1971).

A partir de entonces el PRT-ERP llevaría adelante una intensa actividad política y militar. A su vez, si bien el PRT fue pensado como un partido clandestino de cuadros, también desarrolló una importante actividad política legal en distintos frentes de masas, como el Frente Antiimperialista de Trabajadores de la Cultura (FATRAC), el Frente Antiimperialista por el Socialismo (FAS), el Movimiento Sindical de Base (MSB), la Comisión de Familiares de Presos Políticos (COFAPPEG) y la Juventud Guevarista (JG). Por su parte, para el momento en que se realizó el debate, el ERP era la organización más activa militarmente de la guerrilla argentina, realizando entre 1970 y 1971 un total de 223 acciones armadas de diverso tipo (Ollier, 1986, pp. 117-118).

Tras esta breve caracterización de las FAR y el PRT-ERP, a continuación, nos concentraremos en el análisis de la polémica entablada por ambas organizaciones durante 1971, considerando los tópicos señalados en la introducción.

II. El punto de partida de una estrategia revolucionaria en Argentina

“En primer lugar, debemos hacer un análisis de la situación económica capitalista mundial y de la lucha revolucionaria internacional teniendo en cuenta que la revolución socialista es internacional por su contenido y nacional por su forma”.(ERP, 1973 [1971], p. 37).

"Desde que el movimiento obrero argentino toma parte activa en la política nacional, el papel que juegan los factores específicamente nacionales en la determinación de una estrategia y la táctica del movimiento revolucionario ha sido permanentemente la piedra de escándalo”. (FAR, 1973 [1971], p. 38).

Uno de los tópicos importantes del debate tuvo que ver con el punto de partida que debía considerarse a la hora de trazar una estrategia revolucionaria en Argentina, cuestión que enfrentaba a ambas organizaciones. El ERP sostenía que debía partirse del análisis de la situación mundial puesto que la revolución socialista era “internacional por su contenido y nacional por su forma”. Según la organización, primero debía considerarse la situación económica y la dinámica de la lucha revolucionaria a nivel mundial y regional. Ello permitiría establecer sus posibilidades de desarrollo y su ritmo desigual; cuál era la clase revolucionaria y sus posibles aliados y la combinación de tareas y consignas del proceso en sus distintas etapas (democráticas, socialistas, nacionalistas) para cada región y país. En segundo lugar, debía estudiarse la relación de fuerzas entre las clases, también en el orden internacional y nacional. Respecto de las fuerzas contrarrevolucionarias, su organización, cohesión y contradicciones internas, como también las complejidades de sus Estados y Ejércitos. Y, en relación con las fuerzas revolucionarias, su experiencia y conciencia, si ya habían constituido un partido y una fuerza militar y las características de ambos. Lo cual, permitiría establecer la dinámica futura de la lucha revolucionaria (corta o prolongada, guerra nacional, civil o una combinación de ellas, las características de la lucha en cada período, etc.). De ese modo, según resumía el ERP los pasos de este análisis, primero debía considerarse la situación económica, política y militar del mundo, el continente, la región y finalmente del país. Y, a partir de ello, determinar las etapas y fases de la guerra revolucionaria, las tareas principales y secundarias de cada una de ellas, su duración, características políticas y militares, y las formas y condiciones en que se produciría la toma del poder en la Argentina. Desde esa perspectiva impugnaban a las FAR por considerar al país “como si fuera una isla” (ERP, 1973 [1971], pp. 37-38).

Por el contrario, Carlos Olmedo sostenía que el planteamiento de una estrategia revolucionaria en la Argentina debía partir del análisis de los factores nacionales. Según afirmaba, ello no implicaba desconocer el contexto mundial, sobre todo considerando la historia colonial del país y el actual carácter dependiente de su economía. Pero, en consonancia con la perspectiva de Rodolfo Puiggrós en Historia crítica de los partidos políticos, sostenía que las “causas externas” sólo podían obrar gracias a las “causas internas”, por lo cual eran estas las que debían analizarse en primer término 12 . Desde esas claves, criticaba a los militantes del ERP sosteniendo que en su perspectiva la historia argentina tenía muy poca importancia. No era más que una forma vacía, un receptáculo de un contenido que no surgía del proceso nacional sino que le era insertado a partir de un largo análisis de la lucha de clases a nivel mundial. A su vez, les cuestionaba que a partir de la situación mundial presente, derivaran todas las formas y condiciones en que se realizaría la revolución en Argentina cuando, a su juicio, la forma en que se tomaría el poder no era algo que pudiera resolver hoy ningún grupo armado, sino que surgiría del desarrollo del proceso revolucionario y de la acción de la clase obrera misma. Efectivamente, para las FAR, el punto nodal del debate, la “diferencia radical” entre ambas organizaciones era: “posición nacional o posición internacional como punto de partida”. (FAR, 1973 [1971], p. 48). De hecho, veremos que la “cuestión nacional” era un tópico que en el debate se vinculaba tanto con las formas de pensar el peronismo como, también, el marxismo.

III. El estatuto otorgado al marxismo: ¿teoría científica y/o identidad política?

El marxismo enseña a los comunistas a luchar también por sus palabras y sus significados y es el vocabulario preciso uno de los objetivos de esa lucha, pues una de las tareas fundamentales de la vanguardia de la clase obrera es la de llevar claridad, rigor científico a las masas, ya que vigor revolucionario les sobra. (ERP, 1973 [1971], p. 35).

El marxismo bien conocido y utilizado es un arma poderosa, conocido a medias o desconocido sirve solamente para complicar las cosas en lugar de ayudar a comprenderlas mejor. Un mal marxista, con poco estudio y muchas pretensiones, es como un jugador de fútbol que no levanta la cabeza: al final se enreda con la pelota y termina tirándola afuera. ‘Se marca sólo’ dirá la tribuna. Algo parecido le ha ocurrido a la izquierda en este país.(FAR, 1973 [1971], p. 49).

Tal como sugieren los epígrafes, las consideraciones sobre la tradición marxista, en tanto lentes teóricos adecuados para analizar todo lo demás, fueron uno de los terrenos privilegiados de la disputa entre las FAR y el ERP. Ambas organizaciones sostuvieron allí combatir por el significado de las palabras y el debate se nutrió de amplias citas de los clásicos del marxismo, tanto del propio Marx como de Kautsky, Lenin o Engels. A su vez, las dos se acusaron mutuamente de desconocer el “marxismo auténtico” y de malentender las referencias citadas. Según los términos de Olmedo, para el caso de las FAR se trataba de derrotar “las posiciones ideológicas de la izquierda internacionalista (…) empleando sus mismas armas: con la teoría mar­xista” (FAR, 1973 [1971], p. 38).

Se trató de uno de los ejes más controvertidos del debate ya que la convergencia entre marxismo y peronismo que proponían las FAR, si bien no era nueva y podía filiarse con una tradición que iba desde Juan José Hernández Arregui hasta Rodolfo Puiggrós y el propio John William Cooke, obviamente era sumamente polémica para una organización como el ERP. La clave de dicha convergencia consistía en delimitar el modo preciso en que debían entenderse ambos términos, situándolos en dimensiones diferentes y otorgándole a cada uno de ellos un rol determinado de modo que luego pudieran conjugarse. Básicamente, el marxismo fue considerado como una herramienta de análisis de la realidad nacional, es decir, negado como identidad política y situado únicamente en el lugar de la teoría. Por su parte, el peronismo, como señalaremos después, era reivindicado como identidad política de los trabajadores, situándolo en el ámbito de la experiencia (FAR, 1971, pp. 67-68).

En cuanto al marxismo, lo que las FAR enfatizaban era su estatuto científico. Se trataba de un instrumento teórico de enorme rigor para interpretar la realidad por lo que, parafraseando a Guevara, afirmaban que en ciencia social eran marxistas así como en física eran einstenianos. Convertir al marxismo en “bandera política universal” era lo que había llevado a contraponerlo con la experiencia política de pueblos enteros, cuando de lo que se trataba era de rescatarlo como método de análisis para analizar formaciones sociales concretas (FAR, 1971, pp. 62-63). En definitiva, era una herramienta que les servía a los trabajadores para comprender la realidad concreta donde les tocaba actuar y, a partir de allí, poder forjar una política que respondiera a las condiciones particulares en que luchaban. Tales consideraciones, así como el concepto mismo de formación social, recurrente en sus escritos y utilizado por Marx para analizar una totalidad social concreta e históricamente determinada, denotan las intenciones de Olmedo de esbozar un marxismo “situado” y especialmente sensible a la “cuestión nacional”.

Por su parte, los militantes del ERP afirmaban alternativamente que el marxismo era una ciencia, una ideología y una concepción del mundo. A su vez, rechazaban que no constituyera también una “bandera política universal” y que pudiera restringirse a su aspecto metódico instrumental, como sostenían las FAR. Desde una perspectiva internacionalista y en clave leninista, aseguraban que era posible una política marxista a nivel mundial dado que el imperialismo, como fase superior y última del capitalismo, había terminado por dividir a la población mundial entre capitalistas y asalariados. Ello hacía que tal política no sólo fuera factible sino también necesaria, salvo que se considerase que la explotación del capitalismo sobre los obreros argentinos era distinta a la ejercida sobre los demás trabajadores del mundo. Con todo, sostenían que, como quería Lenin, dicha política debía dar respuestas concretas a cada situación concreta (ERP, 1973 [1971], p. 36).

Estas consideraciones del ERP fueron objeto de réplica en el documento que Olmedo escribió poco antes de morir. En primer lugar, allí Olmedo volvía a afirmar que el marxismo se caracterizaba por su estatuto científico por lo que, a su juicio, si el marxismo era una ciencia no podía ser al mismo tiempo ni una ideología, ni una bandera política. Para sustentar su afirmación, reseñaba los objetivos de la obra de Marx, señalando que aquel se había limitado a defender la vigencia de la concepción materialista de la historia como descripción científica, sin sostener jamás que pudiera levantarse como bandera política universal. Es más, les recordaba que el propio Marx había declarado no ser marxista, rechazando que su teoría pudiera suplantar el estudio de la realidad 13 . En relación con este punto cabe hacer una digresión. En términos de las influencias del pensamiento de Olmedo, tanto algunos textos como varios testimonios destacan el peso del estructuralismo francés, especialmente de Louis Althusser 14 . Efectivamente, en los documentos analizados, las huellas de aquel pensador –nunca citado– podrían notarse especialmente en la oposición que Olmedo realizaba entre ciencia e ideología. No es nuestra intención internarnos en esas derivas, pero para complejizar el tema señalemos que otras afirmaciones suyas, indicando que el marxismo podía entenderse como una “concepción del hombre”, parecen alejadas de la perspectiva althusseriana (FAR, 1971, p. 62). Como, también, la persistente apelación a La ideología alemana en sus escritos, que según la clasificación del filósofo galo no correspondía aún al “período científico” de la obra de Marx. Además, y aún sosteniendo la influencia de Althusser, siempre es difícil determinar el tipo de recepción realizada, que en Argentina fue sumamente variada y nutrió prácticas políticas muy disímiles. En cualquier caso, lo que está claro es que esa división tajante entre ciencia e ideología o identidad política, esa discontinuidad, buscaba habilitar la articulación entre la teoría marxista e identidades y movimientos políticos en principio ajenos a ese universo.

La otra réplica de Olmedo tenía que ver con sostener que la política marxista a nivel mundial que postulaba el ERP no existía. Para el dirigente de las FAR sólo existían movimientos de liberación nacional que luchaban en distintos países contra el imperialismo a partir de las condiciones específicas de sus pueblos y de las banderas que aquellos habían hecho suyas. Era sobre la base de esas luchas concretas –y no de “organismos burocráticos” como la IVº Internacional, les replicaba en alusión a las filiaciones del PRT-ERP–, que los pueblos de Indochina habían logrado forjar su solidaridad activa contra el imperialismo. Sólo de ese modo, añadía, también podría surgir una política común combatiente en Latinoamérica (FAR, 1973 [1971], p. 41 y pp. 44-45). Se trataba, en definitiva, de una perspectiva en la que también estaba en juego el tipo de reelaboración que las FAR habían hecho de su propia experiencia guevarista, es decir, de la participación de sus fundadores en diversos proyectos de escala continental a fines de los sesenta. De hecho, según su relectura, en aquella época habían actuado como una “pequeña patrulla extraviada en el espacio de la lucha de clases” (FAR, 1971, p. 56). Por el contrario, para el momento del debate, las FAR sostenían que la continentalización de la lucha sólo podría ser resultado de movimientos nacionales iniciados de modo independiente y en consonancia con las especificidades de cada país.

IV. El carácter del peronismo: ¿continuidad o ruptura en el camino al socialismo?

Nuestro pueblo no es tanto un pueblo hambreado, como un pueblo ofendido. (…) Y lo cierto es que lo que genera conciencia no es sólo la miseria, sino la comprensión de que esa miseria es una injusticia. Esa es, quizás, la contribución más importante que la experiencia peronista ha dado a nuestro pueblo: la posibilidad de comparar, de cotejar, de desmentir. La posibilidad de hacer de la explotación una historia (…). Allí está quizá la clave de la interpretación del fenómeno peronista.(FAR, 1971, p. 68).

Nosotros creemos que el peronismo fue un movimiento histórico que intentó un proyecto de desarrollo capitalista independiente, a través de un gobierno bonapartista que controlara a la clase obrera para apoyarse en ella. (Parra, 2007 [1971], pp. 89-90).

Como señalamos, las FAR hicieron pública su identificación con el peronismo a principios de 1971 en “Los de Garín”. Fue entonces cuando su conducción terminó de forjar una convicción y consiguió el consenso interno para actuar en consecuencia: dada la historia reciente argentina, las posibilidades revolucionarias en el país sólo podían pasar por la radicalización del peronismo. Se intuye allí un razonamiento que llevaba inscriptas las huellas de la cultura de izquierdas de la que provenían los fundadores de las FAR. Básicamente, el viejo silogismo que De Diego sintetizó bajo la fórmula: “la revolución la hará la clase obrera; la clase obrera es peronista; ergo la revolución hay que hacerla desde el peronismo” (2007, p. 46). En cualquier caso, y tratando de alejarse de las connotaciones peyorativas o instrumentales que podía conllevar el silogismo, las FAR se esforzaban por argumentar que entre peronismo y socialismo había continuidad más que ruptura. Aunque, como veremos, dicha continuidad tampoco fuera total, de allí el rol que buscaban jugar en el movimiento peronista.

De hecho, las FAR asumieron el peronismo como identidad política propia de modo crítico, en consonancia con las resistencias y discusiones que de hecho venían atravesando desde 1970. Esa visión crítica sobre el peronismo tenía que ver con una clara afirmación del socialismo como objetivo final de su lucha –que la doctrina de conciliación de clases trazada en 1945 parecía invalidar–; su aversión hacia la dirigencia sindical y política del movimiento; su profundo rechazo a toda alianza con la burguesía nacional –que el gobierno justicialista había expresado y proclamado en su doctrina– y, sobre todo, con las desconfianzas que les despertaba la figura de Perón.

Sin embargo, todas esas cuestiones remitían al estado actual del peronismo, mientras que la decisión de las FAR se fundó en una apuesta por desarrollar sus potencialidades revolucionarias. En este sentido, se trató de una decisión y de una apuesta política en el sentido fuerte de ambos términos, de posibilidades sin garantías de éxito, cuya concreción, de acuerdo al tono de la época, dependería de la voluntad de los militantes. De su acción –junto con la de todos los que luchaban en la misma dirección– dependería que el peronismo se convirtiera en un movimiento de liberación nacional que condujera al socialismo. En este punto, existía una enorme confianza en que la propia dinámica del proceso revolucionario terminaría consolidando la claridad ideológica de los trabajadores y marginando tanto a la “burocracia” peronista como a la burguesía nacional. En realidad, entre todas las resistencias previas a su identificación con el peronismo y que persistieron después, el tema más controvertido siempre fue el liderazgo de Perón.

Respecto de este punto, en sus escritos las FAR buscaron mantener un delicado equilibrio entre valorar al líder y circunscribir su papel, de modo que fuera posible formar parte del movimiento sin renunciar a su autonomía ni a sus propios objetivos estratégicos. Para ello apelaban a interpretaciones sobre las posiciones de Perón que ya estaban disponibles en la tradición del peronismo de izquierda. Interpretaciones donde, básicamente, Perón aparecía como un líder despojado de voluntad política propia, obligado a moverse en el “campo del sistema” con los recursos disponibles (la “superestructura política y sindical” del movimiento), lo cual volvía necesario que las fuerzas revolucionarias gestaran una alternativa por la que finalmente pudiera optar (FAR, 1971, pp. 68-69) 15 .

En términos generales, para las FAR el peronismo era un movimiento policlasista, de carácter “nacional-popular”, antioligárquico y antiimperialista. Ahora bien, la organización sostenía que la constatación de su carácter policlasista no debía conllevar el equívoco de calificarlo como “movimiento nacional-burgués”. Y ello no sólo por su composición predominantemente obrera, sino por el significado político que tenía para los trabajadores 16 . En este sentido, como ha señalado Campos (2016, p. 192), bajo el sintagma que afirmaba que la clase obrera era peronista se derivaba otra afirmación: que el peronismo era fundamentalmente una experiencia obrera. Y, a partir de allí, si bien se reconocían y criticaban duramente a los sectores peronistas burocráticos y alineados con intereses burgueses, se argumentaba que, en realidad, estos “traicionaban” la “esencia” del peronismo. En efecto, más que en la caracterización general del movimiento o en precisiones sobre el rol de su líder, el análisis de las FAR se centraba en la experiencia y la identidad política de los trabajadores, es decir, en lo que llamaban el “peronismo del pueblo”. Bajo esa denominación la organización expresaba su valoración de la experiencia forjada por los trabajadores en el marco del movimiento, era allí donde creían encontrar la clave de interpretación del fenómeno peronista y de su persistencia como identidad política popular. Se trataba de un análisis centrado en una dimensión política y simbólica más que material. Desde su visión, durante el gobierno peronista la clase obrera había tomado conciencia de su fuerza, sus derechos y su dignidad, experiencia que había visto clausurada tras el golpe de 1955. Desde entonces, esa experiencia vivida y sobre todo su brusca interrupción, habían contribuido a que los trabajadores ligaran la concreción de sus reivindicaciones económicas con la perspectiva de la conquista del poder político, politizando todos sus conflictos sociales. A su vez, sostenían que el pueblo argentino no era tanto “un pueblo hambreado, como un pueblo ofendido” y que lo que generaba conciencia no era tanto la miseria como la comprensión de que esa miseria constituía una injusticia. Para las FAR, ese era el principal aporte que la experiencia peronista le había brindado al pueblo: “la posibilidad de comparar, cotejar y desmentir”; de percibir que la explotación era un fenómeno histórico ligado a intereses concretos y, por tanto, susceptible de transformación. En definitiva, sostenían que era en esa experiencia donde latían, “en estado práctico”, los elementos de la conciencia obrera que de ser radicalizados podían conducir al socialismo (FAR, 1971, pp. 67-68).

Ahora bien, todo ello era por ahora sólo una posibilidad, una apuesta política por concretar aquello que el peronismo podía llegar a ser, ya que para las FAR esa conciencia política de los trabajadores que el peronismo había contribuido a forjar no era aún una conciencia socialista. De allí que la continuidad entre peronismo y socialismo que dejaban entrever sus escritos tampoco fuera total. Efectivamente, como veremos en el apartado siguiente, la organización no dejaba de señalar claramente las limitaciones de aquella “experiencia peronista del pueblo”; las cuales, de hecho, justificaban su propia existencia y el rol que buscaba jugar. Es decir, las carencias “doctrinarias” del peronismo, que remitían a la necesidad del marxismo como herramienta de análisis, y la precariedad de sus formas organizativas y métodos de lucha, que apuntaba a la necesidad de conformar una vanguardia político-militar.

Por su parte, durante 1971, el PRT-ERP también elaboró una extensa caracterización del peronismo. Se trata de un trabajo que Mario Roberto Santucho le encargó a Luis Ortolani, dirigente de la organización que bajo el pseudónimo de Julio Parra publicó una serie de notas aparecidas en El Combatiente y luego compiladas en el folleto El Peronismo 17 .

Allí el gobierno peronista es caracterizado como un régimen bonapartista, de ideología nacionalista burguesa que, en el marco de la excepcional coyuntura de posguerra, había intentado desarrollar un proyecto de capitalismo independiente. Dada la debilidad de la burguesía industrial argentina, ese proyecto había sido impulsado por los sectores más lúcidos de las Fuerzas Armadas, quienes se habían apoyado en la clase obrera otorgándole sentidas conquistas para controlarla e impedir que luchara por sus propios “intereses históricos”, es decir por el socialismo (Parra, 2007 [1971], pp. 89-92).

De allí la caracterización del peronismo como bonapartismo que el PRT-ERP realizaba en clave marxista. Es decir, la idea de un tipo de régimen político donde el Estado logra cierta autonomía, colocándose en un lugar aparentemente equidistante entre las clases sociales para gobernar en beneficio de los intereses de la burguesía en su conjunto 18 .

Ello explicaba también la contradicción básica que había en el movimiento peronista entre su base social predominante obrera y el carácter burgués de su ideología.

En cuanto a los trabajadores en particular, el PRT-ERP consideraba al peronismo como la primera etapa en el desarrollo de su conciencia de clase; es decir, el momento en que había comenzado a reconocer sus intereses comunes, aunque exclusivamente a nivel de la lucha económica. En ese sentido, valoraba el accionar histórico de los trabajadores peronistas, pero el carácter progresivo de sus luchas se adjudicaba a su condición de clase, escindida de su identidad política. Se trata, de hecho, de una operación de disociación típica que Sigal ha puntualizado en las interpretaciones sobre el peronismo de diversos grupos de izquierda de la época (2002, pp. 173-195). En relación con la clase obrera, el peronismo era entonces considerado como una identidad transitoria y sin legados positivos en el presente. En esto el PRT-ERP era claro: en la actualidad el peronismo constituía “una traba en el desarrollo de su conciencia de clase” (Parra, 2007 [1971], p. 128, el subrayado es nuestro).

Pero, además, el peronismo era un movimiento policlasista, por lo que sus sectores combativos convivían con corrientes de carácter burgués y burocrático, expresión de la gran burguesía y la burguesía media reaccionaria que también formaba parte del movimiento.

En cualquier caso, lo central era que si el peronismo era un movimiento policlasista por su base social –e incluso mayoritariamente obrero–, era burgués por su ideología. Y que todos sus sectores, aún los más revolucionarios, se unificaban tras el liderazgo de Perón. De allí que, tarde o temprano, los intentos de vertebrar un peronismo revolucionario, ya sea a través de la acción sindical, política o armada, fueran desbaratados por la dirección burguesa del movimiento. De hecho, como veremos, para 1971 el PRT consideraba que el peronismo y su líder eran la última tabla de salvación del capitalismo argentino.

Más allá de esta caracterización general sobre el peronismo, en su debate con las FAR, el ERP cuestionaba específicamente varios tópicos que para aquella organización eran centrales a la hora de justificar su identificación con dicho movimiento. En principio, que el peronismo constituyera la expresión política de los trabajadores cuando, más allá del mentado “socialismo nacional” pregonado por su líder, el movimiento seguía expresando una ideología burguesa. En segundo lugar, que la antinomia peronismo-antiperonismo fuera la manifestación política de un conflicto entre clases sociales enfrentadas, como sostenían las FAR en línea con lo expresado por John William Cooke años atrás 19 . Y, finalmente, el modo en que las FAR planteaban su postura frente a Perón. Respecto de estos tópicos, los militantes del ERP afirmaban que la mentada antinomia peronismo-antiperonismo como manifestación de una contradicción social era desmentida por la propia situación gestada con el lanzamiento del GAN. Es decir, por el interés que desde Alejandro Lanusse hasta Ricardo Balbín, pasando por una amplia cantidad de partidos menores, manifestaban por el regreso de Perón. Ello demostraba que no creían en las “ideas socializantes” del viejo general, al cual parecían conocer mejor que los propios peronistas. Desde esas claves, sostenían que lo único que estaba vigente era una lucha de clases aguda, y que el peronismo no era el más adecuado para guiar a las masas desde el momento en que se buscaba la vuelta de “su líder” para apaciguarlas. Además, impugnaban el reconocimiento del liderazgo de Perón por parte de las FAR y la forma en que concebían sus disputas al interior del movimiento. La imagen que planteaban sobre esa apuesta, que desde su visión no podía conducir a ningún lado, era la de “un policlasismo desnudo en que dos peronismos, uno mejor que otro, compiten para demostrar cuál es el mejor” (ERP, 1973 [1971], p. 37).

En este sentido, si bien el ERP no dejaba de plantear un diagnóstico agudo sobre la coyuntura política argentina, también es cierto que, como ha señalado Campos (2013, p. 290), en su caracterización el complejo y polifacético movimiento peronista quedaba reducido a la figura de Perón, quien retornaría al país como salvaguarda del sistema.

V. Ideología, experiencia y vanguardia

Respecto de estos temas, todo el planteo del ERP giraba en torno al ¿Qué hacer? de Lenin. Y ello porque, considerando que el peronismo expresaba una ideología burguesa, su objetivo era demostrar la necesidad de construir un partido de vanguardia marxista-leninista. Esa perspectiva era acompañada por abundantes citas al general Vo Nguyen Giap que permitían reforzar la idea de que tal partido era quien debía orientar política e ideológicamente al ejército del pueblo.

Para situar el debate, apuntemos brevemente que el texto leninista intentaba dar respuesta al gran enigma de la tradición marxista: cómo se generaba el pasaje de la “clase en sí” a la “clase para sí”. Ello implicaba superar la escisión entre los trabajadores y la teoría revolucionaria. Combatiendo las corrientes economicistas, Lenin enfatizaba que la conciencia socialista no brotaba espontáneamente de la clase obrera. Sostenía que así como las condiciones objetivas de los trabajadores fomentaban su organización sindical, también hacían que sus luchas se restringieran a reivindicaciones inmediatas, limitándose a una “política trade-unionista”. Es decir, que no llegaran a plantearse por sí solos objetivos de tipo político como la toma del poder. Por ello afirmaba que “la conciencia política de clase” debía aportársele al obrero “desde el exterior, esto es, desde fuera de la lucha económica, desde fuera de la esfera de las relaciones entre obreros y patronos” (Lenin, 1960, p. 88). A su vez, el capitalismo también generaba que quienes tuvieran acceso al marxismo requerido para educar políticamente a las masas fueran sectores intelectuales provenientes de la burguesía. Por lo cual, también en este sentido “la conciencia socialista [era] algo introducido desde fuera” (Kautsky, citado en Lenin, 1960, p. 54). De ambas limitaciones surgía la necesidad de formar una organización política de revolucionarios profesionales donde convergieran los trabajadores más “esclarecidos” y la intelectualidad burguesa. A partir de dicha confluencia, y de la desaparición de toda distinción entre ambos, surgiría el partido de vanguardia de la clase obrera (1960, p. 116).

Carnovale (2011) ha señalado que si bien tanto en trabajos previos como posteriores al ¿Qué hacer? Lenin dio respuestas distintas a este problema, el PRT apeló a la noción de vanguardia presente en ese texto y a su consecuente modelo organizativo 20 .

Ahora bien, para sustentar la necesidad del partido y la impugnación del peronismo, los militantes del ERP remitían al texto de Lenin adentrándose en el tema a través de la cuestión de la ideología. El énfasis estaba puesto en que aquella siempre respondía a los intereses de una clase social, por lo que en la práctica sólo podían existir dos ideologías enfrentadas: la socialista y la burguesa. Ambas eran separadas tajantemente para demostrar que no podía haber al respecto término medio –o, dicho de otro modo, ninguna “tercera posición”–. De allí que subrayaran que cualquier intento de alejarse de la primera constituía una forma de fortalecer a la segunda. Apuntemos aquí el fragmento del ¿Qué hacer? que citaba el ERP, puesto que buena parte del debate con las FAR se articuló en relación con la forma de interpretarlo:

Ya que no puede ni hablarse de una ideología independiente elaborada por las masas obreras en el curso de su movimiento, el problema se plantea así: IDEOLOGÍA BURGUESA o IDEOLOGÍA SOCIALISTA. No hay término medio (pues la humanidad no ha elaborado ninguna tercera ideología, además, en general, en la sociedad desgarrada por las contradicciones de clase nunca puede existir una ideología al margen de las clases ni por encima de las clases). Por eso, todo lo que sea rebajar la ideología socialista, todo lo que sea alejarse de ella, equivale a fortalecer la ideología burguesa. (ERP, 1973 [1971], p. 36, el destacado es de la organización).

Bajo ese ímpetu, los militantes del ERP mencionaban diversos dirigentes peronistas respecto de los cuales nadie podría decir que sostuvieran concepciones socialistas. Pero lo hacían en términos algo contradictorios con la propia perspectiva leninista sostenida, es decir, derivando la ideología sustentada de la clase social de pertenencia. Así, afirmaban que se podía ser “capitalista como Jorge Antonio y ser peronista”, ser “burócrata sindical como Rucci y ser peronista ortodoxo”, “ser general del ejército argentino y ser peronista”. Mientras que, en cambio, no se podía “ser marxista y ser capitalista, general del ejército o mantenerse en cualquier capa o clase social que no sea la obrera sin ser inconsecuente” (ERP,1973 [1971], p. 36). En cualquier caso, el objetivo era recalcar que un movimiento como el peronista, dada su composición policlasista y el carácter burgués de su ideología, no podía conducir a la clase obrera hacia un auténtico proceso de liberación nacional y social.

Desde esa perspectiva, impugnaban a las FAR considerando que su identificación con el peronismo implicaba una posición “espontaneísta”. Es decir, por pensar que la clase obrera podría conquistar el poder político y realizar sus intereses históricos sin construir un partido de vanguardia marxista-leninista.

Por su parte, respecto de estos tópicos del debate, Olmedo partía de las concepciones planteadas por Marx y Engels en La ideología alemana. Es decir, la ideología como una realidad ilusoria en que “los hombres y sus relaciones aparecen invertidos como en una cámara oscura” (Marx y Engels, 1985, p. 26). Veremos las paradojas a las que podía conducir tal perspectiva y la impronta distintiva que Olmedo le imprimía a sus razonamientos.

La concepción señalada es suficientemente conocida. Olmedo comenzaba definiendo la ideología como “el conjunto de concepciones que los hombres se forman sobre sí mismos y sobre sus relaciones con los demás”. Se trataba de una “visión de la realidad falsa o, mejor aún, una idea de la realidad y no la realidad misma” 21 . A partir de allí, y basándose en la obra citada, explicaba por qué en el capitalismo los trabajadores tendían a subordinarse a la ideología burguesa, es decir, a las ideas de la clase dominante 22 . En ese contexto, lo único que surgía espontáneamente en la clase obrera era una “conciencia empírica”. Esto es, la conciencia de su explotación y humillación, del sometimiento a la arbitrariedad, producto de su experiencia repetida y cotidiana. Pero ese conocimiento empírico no le permitía acceder a las razones de tal situación. Sólo la ciencia –es decir, el marxismo– podía explicar cómo y por qué la clase obrera era explotada por la burguesía para transformar el trabajo apropiado en capital. En ese sentido, la “ideología genérica del proletariado” –la socialista–, no era más que el conoci­miento científico de la situación real de la clase obrera obtenido al investigar las tendencias del modo de producción capitalista. Por su lugar en la producción, los trabajadores eran quienes estaban en las mejores condiciones de asimilar el “socialismo científico”, puesto que reflejaba cabalmente las causas de su situación. Porque les presentaba “la realidad tal cual es” decía Olmedo (FAR, 1973 [1971], p. 41). Sin embargo, el marxismo no había surgido entre sus filas. Su nacimiento se debía a intelectuales de la burguesía, consecuencia lógica de un sistema como el capitalista, en que el patrimonio de la ciencia era privativo de aquella clase. De allí que Olmedo ampliara la cita del ¿Qué hacer? referida por los militantes del ERP. Es decir, para remarcar que la conciencia socialista sólo podía surgir de un profundo conocimiento científico, pero que no era “el proletariado el portador de la ciencia sino los intelectuales burgueses”. Y que “han sido ellos los que lo han comunicado a los proletarios más destacados”, quienes “lo introducen luego en la lucha de clases (…) allí donde las condiciones lo permiten” (FAR, 1973 [1971], p. 40) 23 .

El momento clave de todo el proceso era cuando la clase obrera se apropiaba de la ciencia de la historia, lo cual le servía para conocer la situación específica que buscaba transformar –y no para levantarla como “bandera política universal”–. Es decir, cuando la ponía en práctica por medio de un “movimiento político organizado” que luchaba por el poder y el socialismo (FAR, 1973 [1971], p. 40).

Desde esa perspectiva, Olmedo cuestionaba las asimilaciones del ERP entre la clase social de pertenencia y la ideología sustentada (no se puede ser marxista y mantenerse en otra clase que no sea la obrera sin ser inconsecuente). La dinámica ideológica del capitalismo analizada por Marx explicaba por qué un trabajador, pese a su ubicación en el proceso productivo, podía no adherir a las concepciones del socialismo científico. Y que debía transcurrir mucho tiempo hasta que las condiciones materiales estuvieran maduras para que la clase obrera impulsara, desde un movimiento político determinado, consignas socialistas. El propio proceso histórico mostraba también que el marxismo había surgido entre la intelectualidad burguesa. Lo importante, sostenía, era la lucha consecuente en defensa de los intereses de los trabajadores, lo cual no venía determinado mecánicamente por la extracción de clase del militante 24 . En virtud de ello, impugnaba también la “proletarización”, una práctica extendida entre los militantes del PRT-ERP 25 .

Ahora bien, todas esas precisiones basadas en La ideología alemana y, más aún, la ampliación que el propio Olmedo hacía de la cita del ¿Qué hacer?, ¿no apuntalaban en realidad el planteo del ERP? Es decir, si en el capitalismo la clase obrera tendía a subordinarse a la ideología burguesa, si espontáneamente sólo adquiría una “conciencia empírica” ¿no era necesario construir un partido de vanguardia marxista-leninista? Ese razonamiento, que parecía una derivación lógica de los planteos de Olmedo, torcía su rumbo al conjugarse con otras consideraciones de las FAR: la importancia atribuida al tema de la “experiencia” para pensar la clase obrera y la valoración que hacían del peronismo.

En realidad, los análisis de Olmedo basados en la obra de Marx y Engels lo llevaban a cuestionar la antítesis tajante entre ideología socialista e ideología burguesa abstraída de las luchas concretas de los trabajadores. Como, también, la impugnación del movimiento peronista porque parte de sus sectores, e inclusive la mayoría de la clase obrera, sostuvieran aún una ideología burguesa. Todo ello, subrayaba, era un hecho perfectamente lógico en virtud del sometimiento material y espiritual de aquella clase bajo el capitalismo. La claridad ideológica sólo podría surgir como resultado de una práctica revolucionaria constante y consecuente, que en el país recién había comenzado. En definitiva, la ideología era lo último en transformarse. En todo caso, se trataba de entender que “si los hombres y sus condiciones aparecen en toda ideología invertidos como en una cámara oscura, ese fenómeno resulta de un proceso vital histórico” (Marx y Engels, 1985, p. 26). Es por esta vía que Olmedo llegaba al tema de la “experiencia”, de llamativo peso en sus escritos y central en sus consideraciones sobre el peronismo 26 . Es decir, destacando el núcleo de verdad que, aún velado, se hallaría en toda ideología al surgir esta de un “proceso vital histórico”. Desde esas claves, a juicio de Olmedo lo que en realidad había que analizar apelando al materialismo histórico era si constituía un hecho razonable o no que la clase obrera hubiera adherido al peronismo y a su doctrina en la coyuntura particular de 1945. La respuesta era obviamente afirmativa. Por entonces, sostenía Olmedo, el movimiento peronista había expresado a la clase obrera en sus intereses concretos e históricamente determinados, acordes con su grado de desarrollo, dejando para la izquierda la defensa de sus “verdaderos y universales intereses” (FAR, 1973 [1971], p. 42). Su doctrina había sido la expresión ideológica de un proceso muy particular cuyas bases eran tanto la burguesía nacional y la clase obrera. Y, además, en definitiva, aquella doctrina no había dejado de expresar el poder real alcanzado por los trabajadores bajo el Estado peronista. Ahora bien, desde 1955 tanto las condiciones objetivas como el propio movimiento habían cambiado. A partir de allí, Olmedo retomaba varios de los argumentos mediante los cuales las FAR habían justificado su identificación con el peronismo en “Los de Garín”: 1) un modo específico de valorar la llamada “experiencia peronista del pueblo”; 2) la idea de que la doctrina peronista trazada en 1945 había caducado puesto que ya no representaba la situación del país y 3) la vigencia de la antinomia peronismo-antiperonismo como expresión política de una contradicción social. Hemos aludido ya a varios de estos puntos. Repongamos sólo que para las FAR era en la “experiencia peronista” donde se hallaban los elementos de la conciencia obrera que podían ser radicalizados en una dirección socialista. A su vez, respecto de la doctrina justicialista tal como la había trazado Perón en el 45, las FAR sostenían que aquella constituía la expresión ideológica de una coyuntura histórica muy particular que había hecho posible concebir la conciliación de intereses entre el capital y el trabajo. Una situación a la que el capitalismo dependiente argentino, por sus contradicciones internas, ya no podría retornar. En ese sentido, consideraban que la doctrina debía cambiar tanto como se transformaba la realidad, de modo que pudiera servirle al pueblo para interpretar su situación actual. Además, desde su visión –y pre-visión– el pueblo iba dejando atrás tales expresiones ideológicas. Y si todavía no lo había logrado –porque las ideologías tendían a sobrevivir a los cambios de las estructuras, apuntaban– era porque aún no contaba con una verdadera alternativa peronista revolucionaria (FAR, 1971, p. 65). A partir de estos análisis, el dirigente de las FAR cuestionaba al ERP por realizar un análisis estático y homogeneizador del movimiento. De hecho, sostenía Olmedo, lo único que el ERP no señalaba en su documento era que se podía ser “obrero y peronista”. Además, pasaba por alto no sólo que esa era la composición mayoritaria del movimiento, sino la radicalización de muchos sectores combativos y el surgimiento de las organizaciones armadas peronistas, que sustentaban concepciones socialistas.

En todo caso, lo que interesa subrayar aquí es que, en su debate con el ERP, las FAR ponían en juego uno de sus argumentos centrales: toda política revolucionaria debía partir de la experiencia de las masas, la cual determinaba qué es lo que estaba vigente y qué no. De allí que el documento enfatizara que la vanguardia surgiría cuando el pueblo adhiriera a una lucha constante y total contra el sistema, algo que todavía no ocurría, volvía a remarcarse. Y que era aquel quien se encargaría de formarla y alimentarla. De allí también su énfasis en que los grupos que aspiraban a formar esa vanguardia no debían asumir una “actitud catedrática” hacia el pueblo, del cual tenían que ser “intérpretes y no maestros” (FAR, 1973 [1971], p. 46).

De todos modos, para finalizar, es importante señalar que si para las FAR en el país se llegaría al socialismo gracias –y no pese– a la experiencia peronista de los trabajadores, es decir, que entre peronismo y socialismo había continuidad, esta tampoco era total. Se trataba más bien de una continuidad relativa, de allí que sea difícil afirmar que las FAR tuvieran una posición espontaneísta como sostenía el ERP, o que la idea de vanguardia que sostenían fuera menos pronunciada que la de aquella organización. Ni en el estilo de su accionar, ni en el modo en que planteaban el tema en sus documentos. Se trataba, sí, de una vanguardia que debía enmarcarse dentro del movimiento peronista, buscando con ello partir de la experiencia, las tradiciones y la identidad política de las masas. Pero, justamente por eso, la necesidad de construirla era central en sus planteos. Podemos distinguir dos motivos que, en su perspectiva, volvían indispensable la construcción de tal vanguardia.

En primer lugar, las limitaciones de la “experiencia peronista del pueblo” que las FAR señalaban una y otra vez y que eran fundamentalmente dos. Las limitaciones “doctrinarias” del peronismo, diagnóstico que invocaba la necesidad del marxismo como método de análisis (es decir, la herramienta que la organización buscaba aportarle al movimiento). Y, también, la fragilidad de sus formas organizativas y métodos de lucha, que apuntaba a la necesidad de conformar una vanguardia político‐militar; esto es, el “Ejército del pueblo” que debía conducir el proceso de liberación nacional y social en el país y que las FAR querían contribuir a gestar (FAR, [1971] 1973; 1971, p. 65).

En segundo lugar, tal vanguardia era necesaria no sólo para superar las limitaciones de la “experiencia peronista” de la clase obrera, sino porque, además, dada la propia caracterización de las contradicciones internas del peronismo que hacían las FAR, luego sería necesario imponer los intereses de los trabajadores en el conjunto del movimiento.

De hecho, ambas cuestiones eran las que justificaban la propia existencia de las FAR y el rol que buscaban jugar en el movimiento peronista. Desde todas esas claves, sostenían la necesidad de gestar una vanguardia cuya identidad política sería el peronismo y que debía apelar al marxismo como método de análisis de la realidad nacional. Y, a partir del legado guevarista, que su forma organizativa sería simultáneamente política y militar, a diferencia del diseño característico del PRT-ERP, que distinguía entre el partido y el ejército.

Lo que las FAR no problematizaban en su polémica con el ERP eran las implicancias y múltiples tensiones del intento de construir tal vanguardia dentro de un movimiento que reconocía claramente el liderazgo de Perón.

Palabras finales

Luego de trazar el itinerario de ambas organizaciones y delimitar las coordenadas de un terreno compartido no exento de afinidades ideológicas y acciones conjuntas, en este artículo hemos analizado la polémica que se desarrolló entre las FAR y el ERP durante el año 1971. Para ello atendimos a cuatro tópicos que articularon los principales argumentos en juego: el punto de partida del análisis para trazar una estrategia revolucionaria en Argentina, el estatuto otorgado al marxismo; el carácter del peronismo y la forma de pensar la ideología, que en el debate resulta indisociable de sus concepciones sobre la experiencia obrera y la vanguardia que aspiraban gestar.

En cuanto a los primeros tópicos del debate, como vimos, mientras que el ERP entendía que debía partirse del análisis de la situación mundial para trazar una estrategia revolucionaria en el país; para las FAR las “causas externas” sólo podían actuar gracias a las “causas internas”, por lo que eran los factores nacionales los que tenían que considerarse en primer término. Y, en relación con el marxismo, mientras que para las FAR se trataba exclusivamente de un método de análisis y no de una identidad o bandera política; para el ERP era tanto una ciencia, como una ideología y una concepción del mundo.

En relación con los últimos tópicos del debate, queremos enfatizar algunas cuestiones centrales y también sus derivas paradojales, dada la peculiaridad de ambas organizaciones.

Por un lado, para las FAR entre peronismo y socialismo había continuidad –apuestas de radicalización, si se quiere– más que ruptura. Como hemos visto, dicha continuidad no era total sino relativa, de allí las críticas que le realizaban al movimiento peronista, que justificaban su propia existencia y el rol que buscaban jugar. Básicamente, la necesidad de conformar una vanguardia político-militar que apelara al marxismo como instrumento de análisis. Pero lo cierto es que la organización encontraba en el peronismo potencialidades revolucionarias, una experiencia susceptible de radicalización en sentido socialista. Mientras tanto, para el ERP entre peronismo y socialismo había una clara ruptura. Es decir, el peronismo era concebido como una “traba”, una suerte de obstáculo burgués en el camino al socialismo. Evidentemente, esta disparidad de caracterizaciones era consecuencia de análisis –y de apuestas políticas– muy diversas. En este sentido, si las FAR centraban su atención en la experiencia obrera y en sus expresiones combativas en desmedro del movimiento peronista en su conjunto, el ERP acentuaba los aspectos más conservadores del movimiento, llegando, en algunos pasajes del debate, a reducir su complejidad a las estrategias de Perón.

Ahora bien, a partir de allí, el carácter distintivo de ambas organizaciones le imprimía al debate ciertas derivas paradojales. Es decir, por un lado, el ERP basaba todas sus críticas en el Qué hacer de Lenin, lo que le permitía justificar la necesidad de construir un partido revolucionario y caracterizar a las FAR como una organización espontaneísta por pensar que a partir del peronismo las masas podrían alcanzar el socialismo. Sin embargo, las derivas de su razonamiento eran algo curiosas en relación con su punto de partida, ya que luego infería mecánicamente la ideología sustentada de la extracción de clase. Se trataba de una argumentación que culminaba en la necesidad de la proletarización, práctica más a tono con perspectivas trotskistas o maoístas que estrictamente leninistas. Por otro lado, eran las FAR, organización peronista impugnada de populista, quienes en realidad ampliaban la cita del Qué hacer para enfatizar que la conciencia socialista debía aportárseles a los obreros desde afuera, reforzando la necesidad de construir una vanguardia para superar las limitaciones del movimiento peronista.

En cualquier caso, los modos en que ambas organizaciones pensaban el peronismo tenían sus respectivos puntos ciegos –nada ingenuos, por cierto–. Es decir, ni las FAR problematizaban las paradojas de pretender gestar una vanguardia en el marco de un movimiento que ya tenía su propio líder, ni el ERP lograba articular una explicación comprensiva de la persistencia del peronismo como identidad política popular.

Notas

1 Según los testimonios, Francisco Urondo era quien realizaba las preguntas del reportaje y Carlos Olmedo quien elaboraba las respuestas. En cualquier caso, se trata de un texto largamente meditado que, según otras fuentes de las FAR, fue escrito entre febrero y marzo de 1971.
2 Filósofo de formación, Carlos Olmedo es usualmente señalado como uno de los pensadores más importantes de la guerrilla argentina. Nació en Paraguay en 1944. Ya en Argentina, tras un breve pasaje por la Federación Juvenil Comunista durante el secundario, estudió Filosofía en la UBA, colaborando en la revista político-cultural La Rosa Blindada. Luego viajó a Cuba y participó de varios proyectos de inspiración guevarista. Finalmente se convirtió en el máximo líder de las FAR, hasta que el 3 de noviembre de 1971 lo mataron en un operativo frustrado realizado junto a FAP y Montoneros, cuyo objetivo era secuestrar a un directivo de la empresa FIAT.
3 Domingo Menna se había integrado al PRT en 1965 y llegó a formar parte del Comité Central y del Buró Político del partido. Es De Santis quien destaca su rol en la elaboración del documento. En ese sentido, y a diferencia de lo que suele referir la bibliografía, aclara que Santucho no participó de su redacción, lo cual es verosímil puesto que el líder del PRT fue apresado en Córdoba recién en agosto de 1971. Entrevista de Gabriel Martín (2006) a Daniel de Santis.
4 A su vez, evidenciando su trascendencia y tras años de que la hicieran circular por internet diversos grupos militantes, la polémica ha sido recientemente reeditada por De Santis (2017).
5 Con Bourdieu, y más atrás con Weber (1969, pp. 170-204), desligamos aquí el concepto de legitimidad de todo sentido normativo que vaya más allá del que estaba en juego en las luchas de los propios actores.
6 La muerte de Olmedo conmocionó a Santucho. Desde la prisión le envió una carta a su compañera donde le decía: “Recién tuve una noticia muy mala. (…) me enteré que Olmedo, uno de los muertos del FAR en Córdoba, era uno de los compañeros con que yo me reunía, el más preparado. Era muy bueno y muy posiblemente el principal dirigente del FAR. No sé si te conté alguna vez pero simpaticé mucho con él y discutimos a fondo varias veces. Era un muchacho rubio, de ojos azules y maneras muy suaves, un compañero extraordinario. (…) Es una gran pérdida para la revolución” (citada en Kohan, 2000, p. 259).
7 En su número 28 de abril de 1971, además de “Los de Garín” –que se publicaba por primera vez–, la revista reprodujo tres entrevistas a organizaciones armadas argentinas que previamente habían aparecido en Granma, el periódico cubano: una a las FAL y otras dos a organizaciones del peronismo de izquierda, Montoneros y FAP.
8 El “ajusticiamiento” de Sánchez generó cierto desconcierto entre sus militantes y molestias en el resto de los grupos armados del peronismo, lo cual llevó a las FAR a especificar que con el PRT-ERP compartía los mismos enemigos y el objetivo final –el socialismo–, pero que los separaban profundas diferencias respecto del peronismo. De allí que, según aclaraba, pusiera expectativas distintas en su operar conjunto con el ERP que en la confluencia con el resto de las organizaciones armadas peronistas, que consideraba prioritaria (FAR, 1972).
9 Sobre los orígenes de las FAR puede consultarse Caviasca (2006) y González Canosa (2011, 2012 y 2013b).
10 Sobre la lógica de las prácticas políticas de las FAR por esos años puede verse González Canosa (2016, 2017)
11 Sobre los orígenes y desarrollo del PRT-ERP pueden consultarse varios textos, entre otros Pozzi (2001), Pittaluga (2001), Weisz (2006) y Carnovale (2011).
12 La influencia de la perspectiva de Puiggrós en la perspectiva de Olmedo también ha sido señalada por Kohan (2000, p. 259).
13 Olmedo citaba una carta de Engels a Schmidt fechada en 1890 donde aquel refería la conocida frase de Marx y afirmaba: “La concepción materialista de la historia también tiene ahora muchos amigos de ésos, para los cuales no es más que un pretexto para no estudiar la historia” (FAR, [1971] 1973, p. 41). El resto de la carta tenía un espíritu similar. Allí, Engels enfatizaba que aquella concepción era “sobre todo, un guía para el estudio” y que había que examinar “de nuevo toda la historia, investigar en detalle las condiciones de vida de las diversas formaciones sociales” (Engels, en Marx y Engels, 1957, p. 771).
14 Kohan (2000) y Redondo (2005). Los testimonios van más allá, afirmando que Olmedo habría tomado clases con el filósofo en Francia y que antes de su muerte preparaba junto a Juan Pablo Maestre, otro militante de las FAR, un diccionario sobre Poulantzas para facilitar su acceso a la militancia (para entonces, Clases sociales y poder político en el estado capitalista, una de sus obras más conocidas, ya se había publicado en español). En términos más generales, por esos años la influencia de Althusser fue notable. Sobre sus diversas formas de recepción en la “nueva izquierda” intelectual y política argentina de los sesenta y setenta puede verse la tesis doctoral de Starcenbaum (2017) y también Celentano (2007).
15 Cabe destacar que en documentos posteriores las FAR dejaron claro que consideraban a Perón como un “líder popular”, capaz de conducir ciertos tramos del proceso de liberación, pero no un “líder revolucionario” (FAR y Montoneros, 1972). A su vez, antes de la fusión, esta valoración del liderazgo de Perón fue uno de los principales puntos de fricción entre FAR y Montoneros, quienes, al menos de modo mayoritario y público, sí lo caracterizaban como un líder revolucionario.
16 Olmedo intentó incluso una suerte de comparación entre el peronismo y la revolución vietnamita, sugiriendo que esta también era policlasista y no por ello menos revolucionaria. Como ha señalado Campos (2016, p. 194), el ERP no dejó pasar la analogía, puntualizando que el proceso de liberación nacional y social vietnamita se daba en un país ocupado por una potencia extranjera y era hegemonizado por una alianza de clases dirigida por un partido marxista-leninista.
17 Las notas aparecieron en El Combatiente entre los meses de mayo y julio de 1971 (números 56 al 59) y el folleto El Peronismo, que sumaba una nota más a las ya existentes, fue publicado en agosto de ese año por Ediciones El Combatiente. Aquí citamos la versión reproducida en De Santis (2017). Para una caracterización más general del peronismo por parte del PRT-ERP puede verse Stavale (2017).
18 Cabe aclarar que la lectura del peronismo como bonapartismo no era nueva y permitía las más variadas valoraciones políticas. Ello explica que para entonces ya la hubieran realizado intelectuales tan disímiles como Juan José Sebreli, Torcuato Di Tella, Silvio Frondizi, Nahuel Moreno o Jorge Abelardo Ramos.
19 En ese planteo de las FAR resonaba inconfundible la voz de Cooke cuando afirmaba que la antinomia peronismo-antiperonismo constituía “la forma concreta en que se da la lucha de clases en este período de nuestro devenir” (Acción Revolucionaria Peronista, 1988 [1967], p. 236).
20 Según la autora (2011, p. 231), un modelo de vanguardia que el PRT concebía como “espacio de confluencia entre los intelectuales provenientes de la pequeña burguesía que acercan la teoría y la ciencia revolucionarias al proletariado y los obreros políticamente ‘avanzados’ (‘aquellos obreros que han comprendido cabalmente el papel histórico de su clase y están dispuestos a dedicarse por entero a la revolución...’)”.
21 Esta definición ya había sido sugerida en “Los de Garín” y el ERP la había caracterizado como un “embrollo”, contraponiéndole la cita mencionada del ¿Qué hacer? (FAR, 1971d, p. 62 y ERP [1971], 1973, p. 36). Olmedo no se privó de señalarles que no habían reparado que estaba basada en la mencionada obra de Marx y Engels (FAR [1971], 1973, p. 39).
22 Olmedo desarrollaba su explicación en base a uno de los párrafos más conocidos de La ideología alemana: “Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante. La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material, dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios de producción espiritual, lo que hace que se le sometan, al propio tiempo, por término medio, las ideas de quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente. Las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes concebidas como ideas; por tanto, las relaciones que hacen de una determinada clase, la clase dominante, son también las que conf­ieren el papel dominante a sus ideas". (FAR [1971], 1973, p. 39).
23 Se trata de una cita que Lenin hace de Kautsky. Es la misma que referimos más arriba, al esbozar el planteo de Lenin en el ¿Qué hacer? (Kautsky, citado en Lenin, 1960, pp. 54-55).
24 En este sentido, no perdió la oportunidad de recordar que Engels había sido propietario de una fábrica, lo cual no le había impedido colaborar en la elaboración del materialismo histórico. Ni que sus ganancias habían servido para solventar buena parte de la obra de Marx, “un rentista burgués no inconsecuente” (FAR [1971] 1973, p. 40).
25 Sobre la proletarización en el PRT-ERP puede verse Carnovale (2011, pp. 229-250). Con ello, la organización buscaba “compartir la práctica social de la clase obrera” y “adquirir sus características y puntos de vista”. En términos concretos, consistía en que sus militantes no proletarios ingresaran a trabajar en la industria o se fueran a vivir a barrios pobres (2011, p. 229). La autora señala la tensión entre la perspectiva del Qué hacer y dicha práctica, inspirada más bien en corrientes trotskistas y maoístas que también influenciaban a la organización. Por su parte, Olmedo sostenía que, para los sectores burgueses, la lucha por los intereses de la clase obrera habitualmente conducía a una modificación de sus pautas de conducta, a lo sumo a un desclasamiento. Pero no implicaba necesariamente la conversión en proletario, es decir, ocupar un lugar en la producción radicalmente distinto del de origen. (FAR [1971], 1973, p. 40).
26 Cabe destacar que en los escritos de Olmedo la idea de “experiencia” no es definida como concepto ni se liga con referencias teóricas concretas. Se trata, por cierto, de un tema más propio del historicismo marxista y de las vertientes inclinadas a pensar los aspectos subjetivos, que del althusserianismo. De allí que los militantes recuerden hoy los planteos de Olmedo como gramscianos. De todos modos, la historia de las recepciones del filósofo galo en Argentina muestra que los intentos –siempre tensos– de tender puentes entre su pensamiento y el de Gramsci tuvieron cierto peso por esos años (Starcenbaum, 2017). Probablemente, textos de ese entonces como “Contradicción y sobredeterminación” e “Ideología y aparatos ideológicos del Estado” los facilitaran. Al igual que ciertos trabajos de Poulantzas, que como comentamos, también influenciaba a Olmedo.

Referencias

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Recepción: 25 Noviembre 2017

Aprobación: 14 Marzo 2018

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