Sociohistórica, nº 41, e051, 1er. Semestre de 2018. ISSN 1852-1606
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro de Investigaciones Socio Históricas

Entrevistas

“Nuestra tarea debe ser que la justa memoria sea tanto un factor de justicia como un factor que nos libere para que no quedemos presos del pasado”

Entrevista al Dr. Henry Rousso

Santiago Cueto Rúa

Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales - Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación - Universidad Nacional de La Plata, Argentina
Nicolás Herrera

Insitituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales - Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación - Universidad Nacional de La Plata, Argentina
Emmanuel Kahan

Insitituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales - Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación - Universidad Nacional de La Plata, Argentina
Andrea Raina

Insitituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales - Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación - Universidad Nacional de La Plata, Argentina
Mariana Vila

Insitituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales - Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación - Universidad Nacional de La Plata, Argentina
Margarita Merbilhaá (Traducción)

Insitituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales - Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación - Universidad Nacional de La Plata, Argentina
Cita recomendada: Cueto Rúa, S., Herrera, N., Kahan, E., Raina, A., Vila, M. y Merbilhaá, M. (2018). “Nuestra tarea debe ser que la justa memoria sea tanto un factor de justicia como un factor que nos libere para que no quedemos presos del pasado”. Sociohistorica, 41, e051. https://doi.org/10.24215/18521606e051

En noviembre del año 2017 –invitado por el Doctorado en Historia de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (FaHCE)– el historiador Henry Rousso visitó la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). En el marco de la entrega del título de Doctor Honoris Causa, Rousso dictó una conferencia titulada “Desarrollos de la historiografía de la memoria”. Paralelamente, el profesor Rousso dictó en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación un seminario de posgrado sobre "La historiografía de la memoria”. La entrevista que reproducimos a continuación fue realizada en ese contexto por algunos de los investigadores que conforman el proyecto de investigación titulado “La Historia Reciente y los usos públicos del pasado: militancias, etnicidad y políticas de memoria desde/en América Latina” del Programa de Incentivos de la UNLP.

Pregunta: Las preocupaciones metodológicas y epistemológicas inherentes al trabajo de los historiadores del tiempo presente constituyen un eje que atraviesa toda su obra. Si la historia del tiempo presente supone dirigir la mirada hacia las representaciones del pasado que se producen en el mismo contexto donde los cientistas sociales realizamos nuestro trabajo, la preocupación pareciera girar en torno a la necesidad de construir una “distancia crítica” con el objeto de estudio. En ese marco nos interesaría preguntarle por los recaudos metodológicos que usted considera necesarios a la hora de abordar aquellas problemáticas históricas con las cuales tenemos una proximidad temporal pero que son, a la vez, objeto de una demanda social.

Henri Rousso: Estas cuestiones que ustedes plantean atraviesan mi propia biografía. Cuando comencé a trabajar en el Instituto del Tiempo Presente (IHTP - Institut d´Histoire du Temps Present) en el año 1981, era un momento de combate respecto a tratar de darle legitimidad a la Historia del Tiempo Presente. Hoy, esa batalla ya fue ganada. Como lo reconoció el propio François Hartog 1 , la Historia del Tiempo Presente ha alcanzado legitimidad en el campo de la Historia y las Ciencias Sociales.

Durante los años que me llevó escribir ese libro 2 , la escritura se fue convirtiendo en una reflexión sobre la historia y el tiempo presente. Pensar la Historia del Tiempo Presente me permitió abordar la historia de una práctica disciplinaria. Porque la Historia Contemporánea existe desde siempre; pero entonces, ¿cuál fue la novedad de la Historia del Tiempo Presente que entre los años 70 y los 80 se fue desarrollando en los distintos lugares?

En este sentido, la cuestión de la distancia resultó central. La “Historia del Tiempo Presente” es por un lado una historia como las demás, que utiliza las mismas herramientas, los mismos métodos. Pero entre sus singularidades se destaca la coexistencia y relación con los propios actores de esa historia, que están vivos. Podríamos decir que lo mismo sucede con la Antropología y con la Sociología. Entonces, ¿qué hacemos con esa singularidad?

En una discusión radial con mi colega Roger Chartier, yo planteaba que el historiador medieval habla de un tiempo lejano, de una cultura que le es extranjera en un punto; pero al abordarla usa los conceptos y el lenguaje de su tiempo y no el de los hombres de la Edad Media. Entonces lo que hace el medievalista es reducir la distancia que hay entre el presente y el año 2000 a.e.c. para hacer comprender lo que él entendió de ese período. En cambio el historiador del “Tiempo Presente” hace exactamente lo contrario: como lo que existe es la proximidad, entonces debe crear una distancia.

Es una idea simple que me permite destacar otra evidencia: la cuestión de si la Historia del Tiempo Presente está del lado de la disciplina histórica tradicional o del lado de las Ciencias Sociales. La Historia conserva en la tradición europea –y creo que también en América Latina y América del Norte– un poder de denuncia muy fuerte. Hay una tendencia a considerar al historiador como el que dice una verdad incuestionable. No es que los cientistas sociales no lo tengan de por sí. Pero es algo que tiene que ver con una mayor responsabilidad del historiador en el espacio público. Porque hay una idea de que el historiador, frente al tiempo que pasó, construye una distancia que le permite analizar los hechos con serenidad. Aun hechos violentos del pasado. No es que sean más capaces sino que es una percepción diferente que se produce en el espacio público.

La segunda cuestión refiere a cómo se piensa lo contemporáneo. Es un error creer que la contemporaneidad permite explicar a los grupos sociales. La contemporaneidad no permite eso, no tiene que ver con el tiempo, sino con los espacios y las experiencias sociales. Por ejemplo en el Instituto de Historia del Tiempo Presente me ha pasado de conversar con grandes jefes de “La Resistencia” (incluso salíamos y podíamos tomar una cerveza) pero yo tenía claro que no pertenecíamos al mismo tiempo, no formábamos parte del mismo universo. No podía decir que los comprendía porque estábamos viviendo el mismo momento; entonces era necesario crear esa distancia.

La “Historia del Tiempo Presente” participó de la evolución de la disciplina histórica y aceleró algunas de sus innovaciones. Tenemos cuatro problemas; por un lado se encuentra el tema de la subjetividad. Existe una distinción entre la subjetividad y la creencia del historiador positivista que consideraba que había un pasado que existió y que el historiador debía exhumarlo. Más allá de esto, la subjetividad supone otra cuestión, que es el lugar de la mirada subjetiva sobre un acontecimiento. Antes de dedicarme a la investigación, cuando era profesor del colegio secundario, tenía bien en claro que no iba a poder hablar de un pasado como si ese pasado hubiera existido.

Hace cuarenta años pensaba un ejemplo para ilustrar esta cuestión y lo seguiría sosteniendo: el historiador es como un director de cine. Hay una escena, una acción que sería, por ejemplo, una batalla y ¿qué va a hacer el historiador? Bueno, no va a poder dar cuenta de todo, entonces va a elegir un proyector que lo va a disponer en un lugar y, a partir de esa ubicación, va a analizar la escena que está siendo registrada por la cámara. No obstante, puede venir otro historiador y ubicar la cámara en otro lado y eso va a dar lugar a otros análisis. Entonces esto puede pasar con la apertura, acceso y consulta de documentación histórica muy diferente, y es lo que yo trabajé en el caso de Vichy.

Esto es cierto para cualquier historiador pero está más marcado para el caso de la Historia del Tiempo Presente. En el caso de Vichy, la escena se había iluminado centralmente con los proyectores sobre los alemanes. La ocupación Alemana era la que se enfocaba, hacía que todo lo que había pasado sea consecuencia de lo que pasó en Alemania. Pero luego llegó Robert Paxton 3 quien apagó ese proyector y dijo “bueno, esto ya lo sabemos” y puso el lente sobre la actuación de los franceses. En el trasfondo estaba por supuesto la ocupación. Pero de este modo se puso en evidencia la autonomía y la responsabilidad propia del régimen de Vichy.

Esto nos permite reintroducir la cuestión de la subjetividad. ¿En qué sentido? Paxton señaló que fue su propio tiempo y la experiencia en Vietnam y un sentimiento profundamente antimilitar lo que lo hizo indagar a otro militar como Philippe Pétain. Fue el presente el que lo hizo cambiar de perspectiva. La subjetividad –que hay que distinguir claramente de la opinión, que es un punto de vista de un sujeto– es desde dónde habla hoy un norteamericano que conoce Francia y tuvo la experiencia de Vietnam.

Por otra parte, la particularidad de la “Historia del Tiempo Presente” no se hace sin un interlocutor. Con los actores vivos con los que entrará en discusiones y en conflicto. Entonces los historiadores tienden más a defender una posición histórica que los sociólogos que tienen construida una distancia de quedarse afuera, a la distancia. En cambio el historiador va a decir: asumo, aunque sea lo contrario, lo que dice un testigo. Y esto no quiere decir que tenga razón, sino que puede sostener esa diferencia. Entonces si el historiador abandona esta posición, directamente no vale la pena el oficio del historiador y tengamos sólo testimonios.

P: Esto último nos advierte sobre la demanda social, la dependencia de la demanda social con la que trabajan quienes hacen “Historia del Tiempo Presente”. En ese sentido, ¿cómo resolver la distancia con esta demanda sin que implique un alejamiento que produzca una mera "erudición gratuita" por parte de los investigadores?

HR: La demanda social sobre el pasado reciente y el modo en que la abordamos es una cuestión relevante. Me vi confrontado con este problema muy tempranamente: en una ocasión me llamo una mujer a medianoche para preguntarme si su padre había formado parte de la SS en Francia; enseguida verifiqué el dato y tenía la respuesta. Pero no se la di porque yo no la conocía, no sabía de dónde era el llamado ni las consecuencias que podía tener mi respuesta. Entonces le sugerí leer algunos libros; le dije que esa información la iba a encontrar en tal libro. Todos los historiadores y los cientistas sociales estamos confrontados con esto. De hecho esta demanda permite advertir, por otras vías, el reconocimiento que tiene el campo de estudios. Por ejemplo, cuando investigadores son llamados a dar testimonio en una instancia judicial.

Ahora, antes de las respuestas quiero detenerme en la pregunta acerca de por qué el historiador es requerido para asesoramiento. ¿Por qué se suscita tal demanda social? ¿Por qué lo demanda el Estado? ¿Por qué las asociaciones? Estas cuestiones nos permiten regresar sobre el vínculo entre la historia y la memoria.

Esto se convirtió en un problema hace unos treinta años. No puedo dejar de pensar en la historia de mi padre. Un hombre de origen humilde, que fue expulsado junto a su esposa y su hijo (yo) de su país natal (Egipto) por ser judío. En Francia era entonces un refugiado político. Frente a este drama, la actitud de mi padre fue dejar atrás el pasado, el cual debía quedar atrás. No lo juzgo por eso, pero observo que esa actitud iba a contracorriente de lo que estaba pasado en los años 60 y 70 en Francia. Sucedía que el pasado, lejos de quedar atrás, era puesto adelante. Se trataba de estar ante el pasado. Contrariamente a una tradición ancestral, la historia pasaba a ser un problema a resolver.

Esto plantea un problema metodológico que quisiera abordar a través de un caso en el que me tocó trabajar. En una ocasión se presentó la Societé Nationale des Chemins de Ferre (SNCF), la empresa nacional de ferrocarriles, que me contactó porque tenía una demanda por crímenes contra la humanidad debido a su papel en la deportación de judíos durante la ocupación alemana de Francia. Lo que querían saber era cuántos trenes habían participado en aquella acción. Yo les dije que no lo sabía, que esa investigación no se había realizado, que los archivos fueron destruidos en los años 50. Advertí entonces, sin embargo, que la pregunta era legítima, que estaba condicionada por un contexto general y jurídico, pero que no se podía responder directamente sin primero abrirla a otros cuestionamientos. Entonces ampliamos la demanda de la empresa planteando que para conocer cuál había sido la conducta del SNCF –es decir, para saber si había habido 100 trenes dentro de miles de viajes– había que trazar toda la historia de la política de la SNCF durante la guerra.

Entonces quedaba claro que la demanda era política y que eso traía consecuencias cuando uno ampliaba el horizonte de investigación. Suponía un trabajo no de seis meses sino de tres años; era más caro y de hecho hubo un investigador abocado a eso. Lo que pudimos mostrar, en un informe de alrededor de mil páginas, fue que la SNCF no tenía margen de maniobra, que dependía mucho del gobierno ocupante. Para Francia el problema se terminó, no hubo más demandas judiciales. Pero sí las hubo en Estados Unidos contra la empresa francesa que tuvo que pagar millones de dólares. Y tuvo que pagar aunque sabía que no tenía nada que reprocharse en el contexto de la época.

Ante una demanda de este tipo y frente a nuestro abordaje de carácter técnico sostuvimos que no podíamos saber cuántos trenes participaron de la deportación pero que para entender esta cuestión había que considerar el conjunto del problema, pues esa es la responsabilidad del historiador. La conclusión que saqué entonces fue que el resultado se me fue de las manos. No tenía sentido en el plano histórico pero sí hubo otras consecuencias que ya no dependían de mí.

He aprendido mucho de esa experiencia: hay preguntas que el historiador no puede responder directamente. Yo no era un especialista sobre la SNCF sino un investigador que dependía entonces de aquel organismo. Sin embargo, la investigación no podía sostenerse sobre una pregunta que no tuviera una matriz científica. Está claro, sin embargo, que pude hacer esa advertencia y me fue considerada por el reconocimiento del que gozaba y por la importancia del Instituto para el que trabajo. No es lo mismo y de ningún modo podría hacer esa investigación un joven investigador sin beca y sin apoyo.

P: Nos gustaría volver sobre una cuestión que nos parece importante. ¿Cómo considerar la autonomía de los historiadores en el proceso judicial y qué consecuencias civiles y sociales presenta para el investigador su intervención en los marcos judiciales?

R: El modo en que nos vinculamos con la justicia ha cambiado sustancialmente. Nuestra participación, puntualmente, en procesos judiciales es un problema nuevo. La primera vez que se convocó a un historiador profesional para que diera testimonio en tanto tal y pudiera hablar del contexto, fue en el “caso Eichmann” 4 . Y lo citaron a declarar a Salo Baron 5 , que no era un sobreviviente, que no lo contrataron para hablar de Eichmann, porque no lo conocía ni sabía nada de eso, sino para establecer el contexto del universo judío-europeo antes de la Shoah. Por entonces, hablar de la historia de los judíos europeos después de la guerra era hablar de la Edad Media: se la refería como a una civilización que prácticamente había desaparecido.

Entre las décadas del ochenta y noventa del siglo pasado volvió a plantearse esta cuestión como algo central. Se pueden reconocer dos situaciones vinculadas que dan un carácter especial a la participación de historiadores y cientistas sociales. La primera es el caso de los juicios tardíos. Si bien en Alemania había habido juicios hacia fines de los cincuenta y el Juicio de Auschwitz en 1963, en Francia el “caso Barbie” 6 fue un juicio que se realizó cincuenta años después de los hechos. En este caso como en otros procesos –y esta es la segunda característica– se convocó a quienes habían investigado sobre el pasado de las sociedades donde se estaban desarrollando procesos jurídicos. Por ejemplo, los que promovió la Corte Penal Internacional en los casos de Yugoslavia y Ruanda.

En esos escenarios judiciales se vislumbra una cuestión interesante: los jueces no conocen el contexto, ni la historia particular de cada país; incluso, en algunos casos, no conocen el idioma. En este contexto de justicia absolutamente inédita, los miembros de cada tribunal debían evaluar y juzgar hechos de los que estaba totalmente alejados, tanto en lo histórico como en el espacio.

¿Para qué fueron convocados los especialistas? Precisamente estaban para reducir la alteridad y la distancia. Explicar un período histórico a jueces que van a condenar, que ni siquiera habían nacido durante la guerra. Por ejemplo el “caso Papon” 7 es especialmente ilustrativo de ello: durante el desarrollo del juicio quedó en evidencia que solo el acusado había sido “testigo” de la época, puesto que jueces y abogados fueron apenas unos niños durante los años de la ocupación y la colaboración francesa.

En este sentido la participación de especialistas en Ciencias Sociales funciona como puente entre el pasado y el presente. Ahora bien, esta cuestión trae algunos problemas. Como historiador especializado en el pasado reciente fui convocado en dos oportunidades a prestar declaración en procesos judiciales y me he negado. El primero era en el marco delcaso de Touvier, un colaborador francés. En el año 1994 me citó la parte civil y me rehusé. Manifesté que prefería no hacerlo y finalmente no fui citado. Pero en el año 1997, en el juicio a Papon, fue el mismo acusado el que me solicitó y fui llamado a declarar por la Corte. Entonces presenté una carta donde expuse por qué deseaba no asistir a declarar.

Las razones por la cuales me rehusé fueron tres. La primera cuestión fue un motivo teórico: yo entendía que un contexto histórico no es un contexto naturalizado, no existe en sí, sino que se trata de un modo de describir una situación a partir de un punto de vista. Ahora bien, ¿qué pasa en los juicios con el punto de vista? El punto de vista en los juicios es el de la Corte, no del historiador; entonces allí la única pregunta que finalmente importa –porque sobre la colaboración podríamos hablar horas– es si la persona es o no culpable. Quiero decir, ya de antemano está condicionada la participación del investigador en el contexto de un juicio.

Esta cuestión se relaciona con un caso que trabajé en el libro Vichy, el pasado que no pasa 8 , sobre un policía que había participado de la resistencia durante los años cincuenta. Él terminó convirtiéndose en historiador y con quien entablé un vínculo posterior. Este hombre fue citado como policía y como historiador en un juicio pero mintió. Lo hizo porque temía que si decía lo que sabía eso llevaría a la absolución del acusado. Esto permite identificar que un asesoramiento nunca es neutro. En el caso del historiador le piden que evalúe una situación particular. Mientras que en el caso de un experto en balística puede invocar una ley física y decir “la trayectoria de la bala fue esta”, el historiador no lo puede hacer: el historiador tiene que describir una situación.

El segundo motivo es un problema enorme para el investigador en el contexto de una dinámica propia del proceso judicial: en tanto experto no tiene acceso al expediente. Cuando fui citado los únicos que tenían acceso al expediente, por razones jurídicas, eran las partes. Por tanto, no pudiendo ver ni acceder al documento debía decir algo sobre el caso. Entonces allí aparece un problema técnico más que epistemológico: se trata de un problema cuando no tienes acceso al expediente sobre el que hay que pronunciarse y brindar un asesoramiento.

Finalmente, el tercer motivo tiene que ver, precisamente, con la memoria. ¿Por qué el abogado de Paponquería que yo fuera a declarar? Precisamente porque había escrito en El síndrome de Vichy (1944-1987) 9 que la percepción de los actores en 1945 no tenía nada que ver con la apreciación de la época en la que se estaba juzgando a Maurice Papon a fines de los noventa. Eso planteaba un problema sobre los criterios con los cuales se estaba desarrollando el juicio. Por lo tanto, lo que quería mostrar el abogado era que el juicio era ilegítimo.

Ahora bien, yo no podía señalar eso porque el derecho a la defensa del imputado es sagrado y me encontraba citado como testigo. Entonces, a través de mis contactos logré saber si me iban a obligar a ir o me iban a buscar con la policía, y se me informó que no. Pero el llamado había sido en 1997 y hasta abril no se me informó que la Corte había resuelto no convocarme.

P: Sin embargo, y más allá de estas últimas consideraciones, pareciera claro que la memoria en torno a los pasados que no pasan poseen una relevancia singular desde hace un tiempo considerable. ¿Cuáles serían sus características y potencialidades a la vez que sus limitaciones?

R: En anteriores visitas a América Latina pude dimensionar hasta qué punto el modo de hacer Historia y la preocupación por la historia de la memoria tenían un eco particular aquí, lo cual no es común en otras partes del mundo. Aquí mis preguntas por dichos temas entran en resonancia con preocupaciones locales. En otros términos, que dichos temas son cuestiones candentes. Esta resonancia se debe a que la epistemología de la historia reciente y la historia de la memoria –que fueron fenómenos concomitantes– forman parte de un momento de la historia donde la memoria se convirtió en un valor fundamental, casi un fetichismo. Este modo de escribir la historia, esta sensibilidad respecto a la memoria y la historia contemporánea, se ha convertido en un fenómeno mundial. Pese a contextos políticos y culturales diferentes, pese a las distintas herencias políticas, pese a los cambios culturales hay una tendencia a una unificación, una globalización y una estandarización que se ve, incluso estéticamente, en el modo en que a lo largo del mundo aparece la memoria. Este fenómeno de globalización y estandarización es muy visible, muy notable, cuando uno viene de Francia a América Latina.

Un ejemplo de esto sería el caso de Francia y la Argentina que conocieron una crisis de la memoria a mediados de los años 90, por razones completamente diferentes. En el caso francés el Régimen de Vichy (la responsabilidad francesa en la Shoah) y en el caso argentino debido a las cuestiones vinculadas a la última dictadura militar. Esta preocupación por la memoria, al volverse un problema público, en dos contextos distintos merece una explicación. ¿Cómo explicar tal concomitancia? Un primer punto tiene que ver con transformaciones culturales. Tanto en Francia como en la Argentina, porque la memoria sustituyó la tradición del olvido que acompañaba tradicionalmente los momentos de crisis o de guerras.

Para analizar la historiografía de la memoria no requeriría solamente revisar la cuestión académica sino que para entender la evolución de la memoria como problema científico resulta fundamental tener un panorama de la memoria como problema político. Para comprender la emergencia de la historia de la memoria como campo científico hay que distinguir tres grandes corrientes. La primera estuvo ligada al redescubrimiento de una “historia desde abajo”. La segunda a quienes advirtieron que la memoria se encarna en lugares materiales y simbólicos. Y la tercera refirió a la memoria de episodios traumáticos.

Cronológicamente, la “historia desde abajo” (la historia más allá de las elites y los grandes hombres) fue la primera que puso en el debate científico la cuestión de la memoria. Esto tiene una larga tradición, que no se limita al siglo XX, donde podemos invocar a Michel Vovelle, quien en su Introducción a la revolución francesa 10 decía: “he tomado la historia desde abajo, en la masa profunda, en los instintos del pueblo. Y he mostrado cómo el pueblo condujo a sus conductores”. La historia desde abajo es donde los actores populares pasan a ser protagonistas y cobran autonomía.

En el contexto político de los años 60 y 70, como consecuencia de los levantamientos del año 68, hay una nueva generación de investigadores que toma esta vía y comienzan a trabajar sobre la historia del movimiento obrero, de las mujeres, de las minorías étnico-religiosas-culturales. Así se le empieza a dar importancia académica a grupos sociales que hasta ese momento habían quedado invisibilizados.

La historia desde abajo, hay que decirlo, no era una historia de la memoria. La memoria llega derivada de otro conjunto de preocupaciones. Como advierte Pierre Nora, aquella era una historia en primer grado: los investigadores se abocaban a reconstruir la historia, la trayectoria de los grupos que no tenían historia. El problema para ellos no era realizar una historia de las representaciones del pasado (lo que sería una historia en segundo grado), sino reconstruir una historia en primer grado.

Al multiplicarse los testimonios orales (de los sobrevivientes de la Shoah, de la resistencia, o personas que habían vivido la guerra), una de las cuestiones que comenzó a aparecer fue que los testigos, en verdad actores transformados en testigos, no hablaban tanto del pasado como del presente. Y, además, los testimonios iban variando a lo largo del tiempo. Los testigos y sus testimonios eran sacralizados. Pero lo que hay que tener en cuenta es que los testigos leen libros de historia, de modo que no habría un testimonio “auténtico”, sino que esos testimonios están alimentados y cruzados por discursos sociales e históricos.

Esto ayudó a hacer emerger el problema de la memoria y a privilegiar la figura del testigo y de la víctima, que se va a constituir en una figura central. La memoria se convirtió entonces en un aspecto central del análisis, abriendo un espacio para quienes querían hacer otra historia, una historia en segundo grado, indagando en las creencias, las representaciones y los usos del pasado como una problemática central. Pero hay otra idea central: el pasado no es solo una cuestión para estudiar, sino que indagar el modo en que una sociedad se comporta respecto a su pasado se vuelve un indicador de cómo es dicha sociedad en el presente.

La segunda corriente se vincula con los trabajos de Maurice Halbwachs que habían situado la cuestión de la memoria como espacio (y no tanto como tiempo, que es algo que le preocupa más a los historiadores) y entonces la reflexión sobre la memoria colectiva planteaba la cuestión de a dónde, en qué lugar, se encarna la memoria. Aquí, claramente los trabajos de Nora han desarrollado esta idea. Sin embargo, creo que la producción académica en torno a los “lugares de la memoria” fue otro modo de hacer una historia nacional. Pese a las apariencias, y a la gran sofisticación de los conceptos desarrollados, lo que se puede ver es que estos lugares fueron también un soporte para un renacimiento de la identidad nacional. ¿Por qué? Porque el propio concepto de lugar de memoria se aplica en situaciones nacionales con una fuerte conciencia de identidad nacional. Si no está identificado eso no es operativa la noción.

En la tercera corriente, la de los pasados traumáticos, sería un modo de asimilar los pasados que no pasan, de trabajar en esa permanencia en torno a los crímenes con el fin –implícito– de que las sociedades asimilen, que se acepten, que le pongan palabras a ese pasado. Es decir, no se inscribe en un pasado del orgullo nacional, sino en un análisis, un psicoanálisis, un distanciamiento, un poner en palabras una obsesión, otro modo de aceptar ese pasado.

Esta corriente surgió en el mismo momento y a la par de la de “los lugares de memoria”, de hecho yo empecé a trabajar sobre Vichy en el mismo momento en el que Pierre Nora estaba desarrollando su seminario. Es decir, fueron tendencias paralelas. Por eso vale la pena observar –y se trata de una de las críticas al trabajo coordinado por Nora– que en ninguno de los volúmenes sobre los “lugares de la memoria” hay referencias a las dos grandes crisis de la memoria en Francia: Vichy y la Guerra de Argelia.

En este sentido, hay que reconocer que mientras quienes trabajaban sobre los “lugares de memoria” buscarían preservar una relación con la tradición que está desapareciendo –lo decían los propios investigadores que estaban trabajando en esos libros–, el trabajo sobre los pasados traumáticos hacía exactamente lo contrario al preguntarse por qué algunos pasados desaparecen y otros pasados no pasan.

Pero, ¿por qué estas problemáticas toman tal dimensión en las décadas del 80 y el 90? En primer lugar, la anamnesis de la Shoah que comenzó cuando el fin de la guerra fría, junto a los debates sobre la herencia del comunismo en Europa y las salidas de los procesos dictatoriales en América Latina. Estas experiencias fueron, antes que un problema académico, un problema político. Los actores implicados en estos procesos querían evitar que se cometieran los mismos errores que se habían cometido tras, por ejemplo, la Segunda Guerra Mundial: las amnistías, los silencios y los olvidos.

Por tanto, el término memoria no quedó limitado a su aspecto psicológico, individual, de rememoración; tampoco puramente social, de trasmisión; sino que se ha convertido en una visión del mundo. Emprender acciones en nombre de la memoria no sería instituir un proceso social, sino expresar una visión de mundo. Cabría preguntarse en qué medida estos desarrollos de la memoria no son una nueva ideología sucedánea de lo que se llamó ideología de los Derechos Humanos. Es un fenómeno que se debe comprender y que no se trata acá de juzgar.

¿Cómo se podría sintetizar esta visión de mundo que supone una relación con el pasado? En tres palabras sería, conocer, reconocer y reparar. Conocer los crímenes; reconocer –y aquí estaría la memoria– la suerte de las víctimas; y reparar, lo cual implica que nuestras sociedades necesitan actuar sobre el pasado, transformar el pasado tal cual como era (por ejemplo los reproches y cuestionamientos sobre lo que no se hizo durante la ocupación nazi y la colaboración francesa).

Mis dudas y preguntas se concentran, también, no sobre la historia de la memoria como campo científico sino sobre la importancia social que tiene actualmente la memoria, fenómeno que no es natural y sobre el cual debemos pensar. Lo primero a decir es que hay enormes lugares que se encuentran fuera de las políticas de la memoria, no porque sean casos imperfectos sino simplemente porque no existen. Tal es el caso Rusia con los Gulag o del comunismo en los países del este. Si uno los contrasta con las políticas de memoria que hubo en torno al nazismo, el vacío es enorme, no hay conocimiento, ni reconocimiento, ni reparación.

La segunda cuestión es que los objetivos proclamados de las políticas de la memoria nunca tuvieron un impacto preventivo. En este marco cabría pensar si el “Nunca Más” no es un “todavía”. La justificación sistemática de las políticas de la memoria era justamente la prevención y eso, sin embargo, no ha ocurrido. Si tomamos el caso de Francia, podríamos pensar cómo no hubo ningún impacto sobre las atrocidades en Siria. O en el caso del Estado Islámico cabría preguntarnos, siendo provocativo, cómo sus organizaciones terminaron reclutando jóvenes franceses, belgas, alemanes. Jóvenes que fueron mamando el deber de memoria, mamando las enseñanzas contra el racismo y el antisemitismo. Si bien son casos minoritarios, es para pensar su impacto en el porvenir.

El tercer punto es que los mismos elementos que hacen a la memoria como un factor de democracia, transparencia y progreso contra la impunidad, pueden ser usados para lo contrario. Un caso de esto son las leyes de memoria que inicialmente apuntaron a impedir el negacionismo; sin embargo, hace poco se sancionó una ley en Polonia que prohíbe explicar que la población local participó de la Shoah. Así, en nombre de la memoria hay políticas de revisión histórica. Lo que aparecía como algo positivo puede llegar a ser reutilizado negativamente.

La memoria larga tiene virtudes, lo sabemos, pero no solo posee virtudes. Marc Ferro mostró cómo puede ser un motor de resentimiento histórico; por ejemplo, las memorias de la guerra: el recuerdo de las derrotas dio lugar a nuevas guerras. La memoria tiene una historia importante, pero habría que pensar que esa historia no tiene por qué ser unívoca, lineal, orientada hacia el progreso. Y es aquí que, como ciudadano, pienso que nuestra tarea debe ser que la justa memoria (el término de Paul Ricoeur) sea tanto un factor de justicia como un factor que nos libere para que no quedemos presos del pasado.

Notas

1 Hartog, F. (2007). Régimen de historicidad. Presentismo y experiencias del tiempo. México: Universidad Iberoamericana.
2 Rousso, H. (2016). Face au Passé. Essais sur la mémoire contemporaine. Paris: Éditions Belin.
3 Un historiador y politólogo estadounidense cuyas investigaciones, iniciadas hacia finales de la década del sesenta del siglo pasado, se centraron en la colaboración francesa durante el Régimen Vichy.
4 Refiere al juicio desarrollado contra Adolf Eichmann, un funcionario del régimen nazi, que tuvo lugar en Jerusalem (Israel) en 1961.
5 Uno de los investigadores dedicados a la historia de los judíos más consagrados. Ejerció el cargo de Director del Centro de Estudios Judíos en la Universidad de Columbia, Estados Unidos de América.
6 En referencia al juicio a Klaus Barbie, responsable de asesinatos y deportaciones durante la ocupación alemana de Francia. Tras su deportación desde Bolivia, fue juzgado en Lyon en 1987.
7 En referencia a la denuncia y posterior juicio formulado contra Maurice Papon, funcionario de la administración francesa desde 1931 hasta 1981, quien prestó colaboración con los nazis durante el Régimen Vichy.
8 Rousso, H. y Conan, E. (1994). Vichy, un passé qui ne passe pas. Paris: Fayard.
9 Rousso, H. (1990). Le Syndrome de Vichy de 1944 à nos jours. Paris: Seuil.
10 Vovelle, M. (1984). Introducción a la revolución francesa. Barcelona: Crítica.
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