Sociohistórica, nº 45, e104, marzo-agosto 2020. ISSN 1852-1606
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro de Investigaciones Socio Históricas

Reseñas

Un libro que importa.

Reseña de: Sandra Gayol y Gabriel Kessler (2018). Muertes que importan. Una mirada sociohistórica sobre los casos que marcaron la Argentina reciente. Buenos Aires: Editorial Siglo XXI.

Osvaldo Barreneche

IdIHCS-CONICET-UNLP, Argentina

Cita recomendada: Barreneche, O. (2020). Un libro que importa [Revisión del libro Muertes que importan. Una mirada sociohistórica sobre los casos que marcaron la Argentina reciente por Sandra Gayol y Gabriel Kessler]. Sociohistórica, 45, e104. https://doi.org/10.24215/18521606e104

El tema de la muerte, en perspectiva histórica y contemporánea, ha sido estudiado en estos últimos años por la prolífica dupla compuesta por la historiadora Sandra Gayol y el sociólogo Gabriel Kessler. Precedida por otra investigación conjunta, nacida en los albores del siglo XXI, sobre el tema delas violencias, los delitos y las justicias en Argentina y devenida en referente historiográfico ineludible, este proyecto más reciente ha dado como resultado otros productos de sólida factura, como lo es el libro Muerte, sociedad y política en la Argentina, publicado por editorial Edhasa en 2015. Creo no equivocarme al decir que Muertes que importan es también el resultado directo de esta última investigación. En este librose reconoce la madurez de una sociedad autoral que, además de sus sólidas producciones propias, nos sorprende gratamente cada tanto con un análisis interdisciplinario profundo, agudo, preciso.

Cuando parece que nos “acostumbramos” a las muertes violentas de personas anónimas, que cada día se suceden y de las que apenas si alcanzamos a saber algo por noticias circunstanciales, ahí aparece una que rompe tal secuencia. Comienza como cualquier otra que se cobra la vida de alguien, o de varios, pero por diversos motivos toma una visibilidad mayor y se va transformando en un hecho de gran impacto social y político. Por qué esto ocurre, qué características debe tener esa muerte para provocar conmoción social y repercusión política, qué variables se aúnan para que ciertos sectores de la población se sientan emocionalmente comprometidos con el hecho y exijan justicia a las autoridades, son las preguntas centrales de este libro. Las respuestas a estas preguntas se buscan en una serie de casos que son estudiados exhaustivamente, mientras que otros complementarios van sumando evidencias en los diversos capítulos.

Las muertes violentas que impactaron socialmente y abrieron camino a cambios políticos importantes ocurrieron en diversas partes de la Argentina en el periodo comprendido entre 1985 y 2002. Estas son las coordenadas de espacio y de tiempo que nos proponen los autores. La muerte del banquero Osvaldo Sivak, secuestrado en la ciudad de Buenos Aires en 1985; los tres jóvenes asesinados en Ingeniero Budge, en el conurbano bonaerense, a manos de agentes de la policía bonaerense en 1987; la violación y asesinato de María Soledad Morales en 1990 en Catamarca; el soldado Omar Carrasco, encontrado muerto en el Cuartel Militar de Zapala, provincia de Neuquén, en 1994; el asesinatodel fotógrafo José Luis Cabezas en 1997 y los homicidios de Maximiliano Kosteki y Darío Santillan en Avellaneda, provincia de Buenos Aires, en 2002, también por policías bonaerenses. Estos casos constituyen la columna vertebral del libro, a los que se anudan otros, también de impacto, pero que no siempre alcanzaron una repercusión “nacional” o de la magnitud de los precedentes. Como por ejemplo, los dos “triples crímenes” de mujeres en Cipolleti, provincia de Río Negro, en 1997 y 2002; el homicidio de la niña Nair Mostafá en Tres Arroyos, provincia de Buenos Aires, el último día del año 1989; la “Masacre de Ramallo” en 1999; el crimen del hacendado Roberto Zavaleta, en Saladillo, provincia de Buenos Aires, en 2001; junto con los recurrentes homicidios ocurridos en el barrio Fuerte Apache, en el conurbano bonaerense, durante esos años.

El libro trabaja con dos temporalidades. Una, ligada al tiempo histórico, está vinculada a cada una de estas muertes en su dimensión específica. Allí se lleva a cabo un análisis concreto y se descubre su carácter de irrepetible. Pero una segunda dimensión temporal las actualiza permanentemente, profundizando sobre cómo cada una de esas muertes es experimentada y resignificada desde el presente por los actores involucrados y por la sociedad toda. Dicho enfoque dual permite entonces una profunda comprensión de su significado. Encontramos allí su excepcionalidad y, al mismo tiempo, su capacidad de articularse en una dimensión analítica sobre la cual se busca explicar las modalidades de una violencia estatal que las convierte en un problema público. Son “casos”, pero también son mucho más que eso.

Gayol y Kessler interconectan y desarrollan los tres ejes que nos proponen: muertes violentas, problemas públicos y cambios en la Argentina de las últimas décadas.La restauración democrática es el claro punto de partida. Uno que, por cierto, no se desentiende del pasado reciente vinculado a la última dictadura militar. La sombra de esta última, en sus actores y en sus prácticas, emerge una y otra vez en las páginas del libro. Pero queda claro que las muertes sobre las que se enfoca el texto, a partir de inicios de la década de 1980, van instalando otros temas, reorganizando ciertas agendas políticas y reconfigurando argumentos considerados en el pasado que se actualizan en esos años. Ahora bien, que los casos analizados detalladamente se detengan en 2002 puede sorprender inicialmente a los lectores. ¿Es que no ha habido otras muertes que importan desde entonces? Pues claro que las han habido. El libro da plena cuenta de ello. Así se van referenciando, entre otras, muertes tales como la del secuestro y homicidio de Axel Blumberg en 2004;las cuantiosas muertes por el incendio del boliche Cromagnon a finales de ese mismo año; el asesinato del maestro Carlos Fuentealba ocurrido en Neuquén en 2007; el homicidio del joven militante del Partido Obrero Mariano Ferreyra a manos de sindicalistas de la Unión Ferroviaria en 2010; la “tragedia de Once” en 2012; la inundación de la ciudad de La Plata y sus muertos en 2013; la muerte del fiscal Alberto Nisman en 2015; y las de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel en la zona cordillerana de Chubut y Rio Negro, respectivamente, en el 2017. Al mismo tiempo, el libro pone en evidencia la cadena de femicidios ocurridos a lo largo de todos esos años. Por ello, la temporalidad abarcada se amplía hacia el contexto contemporáneo. La diferencia es que todos estos casos posteriores a 2002 no están desarrollados con el nivel de detalle de los anteriores, lo cual no impide que se vayan incorporando como parte de una continua reconfiguración de aquellos vectores que empujan los casos a la agenda pública.

La perspectiva sociohistórica del libro nos conduce a un eslabón insoslayable en su trama: el Estado. Pero más que “el” Estado como un todo, en sus páginas se van desentrañando las sinuosidades de las leyes, instituciones y prácticas que lo componen. La ligazón entre estas muertes y la política está en la base del recorrido analítico y es lo que, entre otras cosas, las distingue. Y esto ocurre porque devienen en públicas y, desde allí, moldean las agendas políticas, interpelan las complejas dimensiones de la estatalidad, y disputan una y otra vez sus narrativas y significados. Algunas variables, desarrolladas en diversos capítulos, van dando cuenta de estos recorridos: la traumática ligazón entre la democracia restaurada y el pasado dictatorial reciente, las nuevas agendas que se abren a partir de comienzos de la década de 1980, la manipulación política de las muertes violentas, la capacidad de impacto de estas muertes al asociarse con demandas y problemas preexistentes, lamultiplicidad de escalas espaciotemporales reconocibles en cada caso, y el papel de los medios de comunicación en todo esto.

Muertes que importan está compuesto de cinco capítulos, precedidos por una introducción, donde se aborda el tema de la muerte pública y se despliegan los sustentos teóricos, metodológicos y los argumentos que conforman su trama. En el capítulo uno tenemos el panorama detallado y contextual de cada una de las muertes que ocupan la centralidad analítica de todo este recorrido. La inquietud y conmoción de la sociedad por las muertes violentas representa un elemento de continuidad para todo este periodo. Lo que va mudando es el tipo de muerte que genera tales sentimientos. Aquellas ligadas directamente al pasado de la dictadura militar, estas otras vinculadas a la corrupción y a la emergente problemática de la inseguridad, esas relacionadas con la problemática social y la represión estatal de la protesta, o las cometidas por violencia de género.El capítulo dos nos lleva a las páginas de los diarios de tiraje nacional y a los medios de comunicación audiovisual. Es aquí donde esas muertes que son el eje central del libro aparecen bajo el tratamiento que los medios hicieron de ellas. La capacidad mediática de instalar estos casos en la atención de la población viene en evidencia. Pero en todos ellos se ve claramente que esta visibilidad se logra a partir de un tipo de interacción entre medios nacionales y locales, una articulación que nos ha de remitir a una nueva forma de cobertura periodística de eventos en todo el territorio nacional. El cuerpo de la víctima como tal, aún con vida y luego sin ella, constituye el eje analítico del capítulo tres. La violencia es aquí el hilo conductor; una que no se detiene en el momento que la víctima exhala su último suspiro, sino que continúa con la disposición ultrajante del cuerpo muerto. Es allí donde esos cuerpos comienzan a “hablarle” a los vivos, proyectándose a una dimensión simbólica quedesborda el límite de lo tolerable. La profanación en el tratamiento del cuerpo muerto pone más en evidencia el sinsentido de una muerte inocente, que bien podría haber sido la de otro u otra, quizás la nuestra propia. Es precisamente en ese momento cuando ese cuerpocomienza a articular reclamos y demandas. El estudio de la movilización social que surge a partir de ello no es exclusivo de este capítulo, sino que atraviesa todo el libro. Esta es una decisión metodológica que da sus frutos, pues la reacción social y sus trayectos son analizados en cada una de las partes del libro, arribándose a una comprensión mayor de sus implicancias.

¿Cómo y por qué se asociaron cada una de esta muertes con eventuales cambios significativos? Este interrogante es central en el capítulo cuatro, uno de los mejores. Al poner en contexto histórico cada caso, los autores evitan solapar significados retrospectivos desde el presente sobre el impacto real de aquellas muertes en el momento en que sucedieron. El manejo de las temporalidades permite un discernimiento claro, no solo sobre las consecuencias de cada muerte en su contexto específico, sino también acerca de su actualización y reinterpretación en clave contemporánea. El vínculo entre muerte y cambio viene problematizado, matizado por un devenir histórico donde cada caso aparece en su especificidad pero, a su vez, en su capacidad de hilvanarse con otros reclamos, sea como punto de llegada, como eslabón saliente de una impetración social preexistente, o como punto de partida de una demanda que ha de continuar en el tiempo. Finalmente, el capítulo cinco vuelve la mirada sobre lo local, una dimensión que no es desestimada en los apartados precedentes, pero que aquí toma una centralidad. Aparecen otros casos que tal vez no lograron una repercusión nacional, pero que sin embargo tuvieron un impacto regional acotado aunque no menos significativo. En esta escala espacialmente acotada sobresalen con mayor nitidez las consideraciones de clase, género y capital social, como sostienen Gayol y Kessler, como así también las implicancias sociales y políticas específicas de cada una de estas muertes. El nivel local del capítulo no es unívoco. Su heterogeneidad y complejidad van desde los dos triple femicidios de Cipolletti, a los crímenes ocurridos en pueblos o ciudades del interior de la provincia de Buenos Aires, hasta aquellos reiterados en el barrio Fuerte Apache. Esta diversidad pone en evidencia una variable precedentemente considerada pero que aquí alcanza máxima visibilidad: la de un tipo de víctima que encuentra, en las mujeres y en los jóvenes, su mayor identificación.

El cierre del libro viene dado por unas “consideraciones finales”, título bajo el cual Gayol y Kessler hacen mucho más que recomponer y agrupar las ideas principales del recorrido. Allí mismo es donde, a partir del análisis de las muertes recientes de Santiago Maldonado y otros, se actualizan todos los postulados del texto y se introducen algunas variables novedosas que quedan presentadas como puntos de reflexión hacia adelante. El contexto de polarización política en el que estas muertes se producen, junto con el escenario de la “posverdad” en el cual cada quien elige creer lo que se ajusta a sus convicciones, aparecen como nóveles indicadores que nos plantean nuevos interrogantes y nos interpelan hasta la última página. Aun así, el posible “nuevo” escenario no es tan nuevo, pues los autores nos recuerdan que algunas de estas muertes más recientes no empujan hacia adelante sino hacia atrás. Es decir, a la inquietante remembranza de unas fuerzas estatales con mortífera capacidad de neutralizar y eliminar las disidencias. Por eso, este excelente libro nos acompaña a pensar en ese rango de 40 años de democracia, y de su pasado dictatorial precedente, donde ha ocurrido de todo. También, a través de sus páginas, vamos de lo nacional a lo local, ida y vuelta, lo que mucho ayuda para no simplificar los escenarios en donde las cosas pasan. Este es un libro sobre la muerte, pero como parte de la vida. Y es la vida la que finalmente irrumpe y se abre paso, a pesar de todo, entre esas Muertes que importan.

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