Sociohistórica, nº 31, 1er. Semestre de 2013. ISSN 1852-1606
Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Centro de Investigaciones Socio Históricas

ARTICULOS / ARTICLES

La Reforma Universitaria como Kulturkampf. La lectura gramsciana de Juan Carlos Portantiero

The Reforma Universitaria as Kulturkampf. Juan Carlos Portantiero’s Gramscian reading

Natalia Bustelo

Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas en la Argentina - Universidad Nacional de La Plata - CONICET (Argentina)
nataliabustelo@yahoo.com.ar

Resumen
En las últimas décadas hemos asistido a un renovado interés por la temprana recepción argentina de las categorías analíticas de Antonio Gramsci. Compartiendo ese interés, el presente trabajo se propone analizar las novedades introducidas por la lectura gramsciana de la Reforma Universitaria que propone Juan Carlos Portantiero en la década del setenta. Para ello, el trabajo comienza por ubicar las tesis de Estudiantes y política en América Latina. El proceso de la reforma universitaria (1918-1938) en el marco de las interpretaciones sobre la Reforma, para luego explicitar el proyecto político-intelectual en el que participa Portantiero en el momento de elaboración de su lectura, y concentrarse en las principales tesis del autor.

Palabras Clave: Reforma Universitaria; Gramscismo; Juan Carlos Portantiero; Nueva izquierda intelectual.

Abstract
In the recent decade we have witnessed a renewed interest by the first argentine reception of Antonio Gramsci ’s analytics categories. Sharing this interest, the present paper proposes an analysis of the new features of the Gramscian reading of the Reforma Universitaria given by Juan Carlos Portantiero in the seventies. This paper begins by locating the theses of Estudiantes y política en América Latina. El proceso de la reforma universitaria (1918-1938) in the context of the interpretations of the Reforma, to then reviews the politic-intellectual project in wich Portantiero was involved in the processing time his reading and explicit the meaning thesis.

Key Words: Reforma Universitaria; Gramscism; Juan Carlos Portantiero; New intelectual left.


Introducción

Desde su condición de teórico del Partido Comunista Argentino, Héctor P. Agosti impulsa a comienzos de la década del cincuenta una recepción sumamente pionera de Antonio Gramsci. Además de organizar las primeras ediciones en español de las Cartas desde la cárcel (1950) y de algunos de los Cuadernos de la cárcel (1958-1962), Agosti escribe en 1951 su Echeverría, un largo ensayo en el que, a partir de un uso original de las categorías gramscianas, revisa la cultura nacional del siglo XIX y su continuidad durante el siglo siguiente. La explicación que ofrece allí de la impotencia política de la burguesía argentina dispone un repertorio de cuestiones que no habían sido formuladas tanto por la historiografía liberal antiperonista como por el revisionismo histórico peronista.

Veinte años después, un antiguo discípulo y compañero de militancia de Agosti, Juan Carlos Portantiero, emprende otra recepción productiva de Gramsci. Esta vez, las categorías acuñadas por el pensador y militante italiano son utilizadas para analizar el movimiento continental de la Reforma Universitaria, un proceso político-cultural de no poca trascendencia en la historia de Latinoamérica. En 1971, además de publicar junto a Miguel Murmis Estudios sobre los orígenes del peronismo (una colección de artículos que también se apropian de las categorías gramscianas, pero en este caso para renovar la mirada sobre el peronismo), Portantiero recopila, a pedido de una editorial italiana ligada al Partido Comunista, una serie de crónicas y documentos del movimiento reformista, a la que antepone un largo ensayo que retoma la matriz gramsciana. Al igual que el estudio sobre el peronismo, este ensayo, aparecido en español en 1978 bajo el título de Estudiantes y política en América Latina. El proceso de la reforma universitaria (1918-1938), es hoy un clásico entre los estudios sobre la Reforma.1

La lectura realizada por quien fuera una de las máximas figuras de lo que Terán (1991) llamó la “nueva izquierda intelectual” interviene en una larga tradición de interpretación del movimiento de la Reforma. En esa tradición se singulariza por ordenar e interpretar como un prolongado proceso político-cultural de dimensión continental una serie de acontecimientos latinoamericanos que, hasta entonces, los estudiosos no habían conectado de un modo preciso. Comenzando su análisis por el conflicto cordobés de 1918, Portantiero identifica sus elementos ideológicos para luego trazar una línea comunicante entre el movimiento argentino, la fundación de la Alianza Popular Revolucionaria Americana, la organización del Partido Comunista Cubano e, incluso, el éxito de la Revolución Cubana.

En ese recorrido, una de las preocupaciones fundamentales de Portantiero es precisar los límites y alcances del prolongado proceso, cuestión para la que se vale de los trabajos de Gramsci. En efecto, así como los estudios gramscianos sobre la cultura italiana habían guiado a Agosti en su análisis sobre la imposibilidad de los intelectuales argentinos de completar la Revolución de Mayo, Portantiero encuentra en los mismos estudios la clave tanto para explicar el fracaso de los reformistas locales en su intento de extender las reivindicaciones estudiantiles al plano más general de las reivindicaciones políticas, como también para dar cuenta de la orientación nacional-popular que adquiere el movimiento en el escenario peruano y para comprender la orientación comunista registrada en Cuba.

Si bien en los últimos años han aparecido algunos estudios sobre el temprano gramscismo argentino,2 aún no han sido explicitadas las novedades que introduce en el campo intelectual local la matriz gramsciana con que Portantiero lee la Reforma. De ahí que el presente trabajo se proponga ubicar las tesis de Estudiantes y política... tanto en el marco de las interpretaciones previas de la Reforma como en el marco del proyecto político-intelectual del que participa su autor.

Aproximaciones teóricas a la Reforma Universitaria

El movimiento de la Reforma Universitaria tuvo desde temprano varios cronistas y analistas entre sus filas. Mientras que las diversas y efímeras revistas juvenilistas oficiaron como el canal de difusión y discusión ideológica privilegiado, varios ensayos y libros se sumaron a ello buscando aproximaciones teóricas que permitieran orientar el rumbo de acción del movimiento estudiantil.

En el caso argentino, no debieron pasar muchos años para que la ideología y la línea política del movimiento fueran interpretadas desde la teoría de las generaciones de Ortega y Gasset. El destacado reformista Julio V. González -quien en 1918 es el secretario del Primer Congreso Nacional de Estudiantes y entre 1919 y 1920 preside la Federación Universitaria Argentina- emprende de modo pionero la interpretación orteguiana cuando en 1923, en un acto organizado por el Centro de Estudiantes de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, pronuncia “Significación social de la Reforma Universitaria”. En ese discurso –publicado por González en varios de sus libros sobre la Reforma -, el joven enfatiza que el movimiento “no es un hecho que se limita a la universidad, porque es parte de la cuestión social” (González, 1927: 49); para luego aprovechar algunos tópicos que Ortega había difundido tanto en la prensa porteña como en las conferencias de 1916. González propone que la Reforma es producto de una “nueva generación”, la que:

recogiendo la nueva sensibilidad que fluctuaba por el mundo [el idealismo rebelde y reconstructor de la Revolución Rusa], irrumpió con un solo grito de rebeldía y de protesta contra todo. Iconoclasta e irreverente como ninguna otra, la nueva generación americana negó a sus maestros, y haciendo del dolor de su orfandad la fuente de su energía, se lanzó sola a conquistar su propio destino (González, 1927: 50).

En escritos posteriores, González introduce más precisiones conceptuales provenientes de la teoría de Ortega y extiende esa clave al análisis de toda la historia argentina –la que, coincidiendo con la historiografía liberal, González considera que se inicia con la Revolución de Mayo-.3

Ya en 1923, la interpretación “generacionista” resultó polémica entre los jóvenes teóricos de la Reforma. Por un lado, aquella no fue totalmente aceptada por Adolfo Korn Villafañe y Carlos Cossio, dos activos jóvenes que promovían un idealismo de entonaciones aristocratizantes y nacionalistas, ni por Tomás Casares, afín al idealismo tomista. Asimismo, hacia fines de los veinte la teoría de las generaciones fue firmemente resistida por quienes adherían al materialismo histórico. Entre otros, Héctor Raurich y Raúl Orgaz sostienen que los acontecimientos estudiantiles han emergido de un conflicto entre grupos cuyo antagonismo no proviene de una cuestión generacional asociada a la crisis del fin de una era –como repetía González en sus conferencias y libros-, sino que ese antagonismo es producto del desarrollo económico y social.

A estas discusiones teóricas se suma en 1946 Juventudes de América, un sugerente ensayo de largo alcance que, como los anteriores, proviene de la pluma de un militante e ideólogo de los primeros años de la Reforma, Gregorio Bermann.4 Siguiendo algunas claves del materialismo dialéctico, este compañero de ruta del Partido Comunista Argentino y maestro de varias figuras de la “nueva izquierda intelectual” propone inscribir la Reforma y sus prolongaciones continentales en el ciclo histórico que se habría abierto en 1848 con los movimientos juveniles europeos y latinoamericanos que acompañan las irrupciones proletarias enmarcadas en las “revoluciones republicanas y democráticas”.

En el capítulo XI de Juventud de América, titulado “Interpretaciones y corrientes de la Reforma Universitaria”, Bermann presenta una breve caracterización y evaluación de las distintas expresiones reformistas argentinas, y analiza también algunas de las posiciones registradas en otros países latinoamericanos. Las interpretaciones y corrientes de la Reforma quedan reducidas a seis líneas. Ellas son: la “teoría de la nueva generación americana”, cuyo expositor más autorizado es González y cuyo problema más serio consiste, según Bermann, en el abordaje idealista del devenir histórico; las interpretaciones idealistas y aristocratizantes de Korn Villafañe, Cossio y Homero Gugliemini; la limitación de la Reforma a los aspectos docentes y culturales identificable, entre otros, en los planteos disímiles de Sebastián Soler, Germán Arciniegas y Saúl Taborda; el “sectarismo de la izquierda” que, alentado por el primer grupo Insurexit, se ubica en las antípodas de la línea anterior, esto es, no asigna importancia a los reclamos estudiantiles porque considera que únicamente mediante una “revolución nacional liberadora” encabezada por el proletariado pueden obtenerse aquellas reivindicaciones; el punto de vista aprista, difundido principalmente por Raúl Haya de la Torre, que convoca a las clases medias a luchar contra el imperialismo y a favor de un liberalismo honesto y resonante; y finalmente la interpretación dialéctica, sostenida por Antonio Mella, Juan Carlos Mariátegui y Aníbal Ponce.

Para Bermann, esta última línea tendría la virtud de eliminar el elemento idealista de la posición de González5 y el sectarismo de la izquierda, ya que presentaría el nacimiento de la nueva generación como el resultado de la búsqueda de las clases medias de un profundo y pleno conocimiento de la realidad americana, e intentaría construir desde un vínculo dialéctico una filosofía capaz de ofrecerse como el arma intelectual del proletariado. Cuando nos dediquemos al trabajo de Portantiero, veremos que esta última interpretación de la Reforma, en la que Bermann se reconoce y que además da sentido al recorrido histórico de su libro, es en cierto modo retomada por aquel.

La particular vigencia que Bermann le reconoce a la Reforma en los últimos párrafos del capítulo XI expone tácitamente sus diferencias con el Partido Comunista Argentino, del que será un compañero de ruta hasta mediados de los sesenta. En efecto, autorizándose nada menos que en las figuras de Marx y Engels, Bermann se aleja de las posiciones netamente proletarias que sostenía en los cuarenta el partido. Allí, concluye que la Reforma pervive en el terreno de la filosofía, lugar en el que precisamente las clases medias encuentran su vínculo con el proletariado y con ello su papel en la historia. Bermann elige las siguientes afirmaciones para darle un cierre polémico a su capítulo:

Lo mismo que la filosofía encuentra en el proletariado sus armas materiales, dice Marx en la Crítica a la Filosofía del Derecho de Hegel, el proletariado encuentra en la filosofía sus armas intelectuales. Mientras la filosofía esté divorciada del movimiento obrero, mientras el proletariado no tenga una justa visión del mundo, de la Sociedad, de la lucha, no podrá realizar una acción verdaderamente progresista. Esta filosofía, su filosofía, es la materialista dialéctica.
Y porque hay que dar el combate en el terreno de la filosofía, dentro y fuera de la Universidad, la Reforma Universitaria adquiere, aunque sólo sea por este hecho, innegable trascendencia (Bermann, 1946: 207-208).

Si bien la convocatoria de Bermann encuentra poco eco, la firme voluntad sistematizadora permite que el capítulo circule por fuera del libro y se convierta en una caracterización de referencia sobre la Reforma. Quien inaugura esa circulación es Gabriel del Mazo al publicarlo en 1959 como ensayo dentro de uno de los volúmenes de La reforma universitaria: 1918-1958 (una reedición financiada por la Federación Universitaria de Buenos Aires, que amplía la recopilación de 1941), y quienes seguramente la consolidan son Alberto Ciria y Horacio Sanguinetti al utilizar tácitamente el mapa de Bermann para organizar la hoy clásica antología Los reformistas, publicada en 1968.

En cuanto al llamado de Bermann, los intelectuales comunistas tendrán que descubrir que el peronismo es más que un fenómeno fascista transitorio antes de comenzar a construir esa “justa visión del mundo, de la Sociedad, de la lucha” desde la que vincularse con el proletariado. Y uno de los modos de emprender esa tarea es el que propone Portantiero en su ensayo sobre la Reforma. A través de las nociones gramscianas de situación de Kulturkampf (lucha cultural) y de “bloque histórico”, así como mediante la reformulación de la pregunta por la alianza obrero-estudiantil, Portantiero dinamiza las claves aportadas por Bermann, pero también polemiza con la lectura de la Reforma que viene difundiendo el Partido Comunista a través de los artículos de Ernesto Giudici y, desde 1964, del voluminoso ensayo 20 años de movimiento estudiantil reformista de Bernando Kleiner.

La Reforma Universitaria en las preocupaciones de la “nueva izquierda intelectual”

A comienzos de los setenta, Portantiero vuelve sobre la Reforma para publicitar una mirada abarcadora de ese movimiento juvenil que habr ía democratizado distintas universidades del continente y habría estrechado vínculos -no del todo sólidos- con el proletariado. Pero no es únicamente el interés personal el que anima a Portantiero a utilizar el esquema del pensador italiano para leer la Reforma. Desde fines de los cincuenta, Portantiero se vincula con el grupo de jóvenes comunistas cordobeses que reunidos en torno de Agosti impulsa la primera recepción argentina de Gramcsi, y que en 1963 funda la c élebre revista de ideología y cultura Pasado y Presente, cuya impronta gramsciana es ya manifiesta en la elección del nombre de la publicación. 6

En el momento en que se constituye el grupo, también Bermann ejerce una suerte de magisterio sobre el grupo gramsciano. Si bien es Agosti quien coordina a fines de los cincuenta la primera traducción y publicación en español de algunos de los Quaderni del carcere (en su edición temática), el prólogo a la primera edición en español de Cartas desde la cárcel, aparecida en 1950, estuvo a cargo de Bermann.7 Ese magisterio –que según recuerda José Aricó fue alimentado por la difusión del prólogo en Orientación, el semanario del Partido Comunista Argentino-8 no se ha roto en 1963, ya que en el primer número de Pasado y Presente Bermann se encarga de reflexionar sobre la identidad nacional.

En cuanto a las características del grupo Pasado y Presente (PyP), además de difundir a los autores del llamado “marxismo occidental” a través de la revista y del proyecto editorial Cuadernos de Pasado y Presente, los jóvenes se agrupan en torno de preocupaciones políticas que exceden, sin eliminar, la formulación de una correcta exégesis.9 Entre ellas, se interrogan por el desajuste en la tradición argentina entre cultura socialista y nación y, en línea con ello, por la posibilidad de superar el divorcio entre proletariado y juventud pequeñoburguesa. En la tradición escrita, ese divorcio había sido puesto de relieve por Bermann en su Juventud de América y, sobre todo, por Agosti en su Echeverría. Pero también, desde mediados de los cincuenta, la incomunicación entre proletariado y pequeña burguesía tenía una materialización inquietante en el fracaso de la desperonización de las masas.

Para superar ese divorcio, el grupo PyP no vuelve al marxismo, como sugería Bermann, sino que prueba a comienzos de los sesenta la vía guerrillera, para luego, en los setenta, intentar la compatibilización del socialismo con el peronismo combativo,10 mientras que en los ochenta –cuando también cobre un papel importante la consolidación de la democracia- intentará la ecuación socialismo y alfonsinismo. Durante ese recorrido, entre otras cuestiones, el grupo se preocupa por precisar el momento en que se inicia la desconexión entre proletariado y pequeña burguesía, ya que esa alianza es una de las condiciones del triunfo revolucionario de la contraélite socialista. Por su parte, Portantiero se ocupa, en los setenta, de comprender el peronismo a través de las alianzas interclases que dan origen al movimiento, pero también, durante los mismos años, busca iluminar ese momento previo en que la pequeña burguesía no logra establecer una alianza con el proletariado. Algunas referencias a esta cuestión ya aparecen en sus textos tempranos.11

En su primer ensayo, Realismo y realidad en la narrativa argentina (texto sobre el realismo que publica en 1961 fuertemente influido por Agosti y su impronta gramsciana), Portantiero sostiene que es la inserción tardía del marxismo en la problemática intelectual local –correlativa a la vigencia tirana de la tradición liberal- el punto determinante para explicar por qué la pequeña burguesía argentina, si bien desde 1918 consigue un importante peso social, no se interesa por una alianza popular que conduzca a una revolución. Sostiene el joven Portantiero que, desde la ascensión del radicalismo al poder y la batalla de la Reforma Universitaria:

el pensamiento pequeñoburgués intentaría desasirse de la tutela oligárquica manifiesta especialmente por la vigencia de un liberalismo antinacional y antipopular, al que se adosaría pronto un nacionalismo vacuno y minoritario. Estos intentos de liberación fracasarían y engendrarían, por un lado, la pasividad y, por el otro, la actitud intuicionista, de rebeldía irracional que tanto daño nos viene causando desde el 30 hasta hoy (Portantiero, 2011: 77-78).

Naturalmente, cuando Portantiero se ocupe en los setenta de la Reforma, deberá volver sobre ese momento en que la pequeña burguesía tomó un rumbo equivocado. Las nuevas lecturas, así como la atención al continente y a los procesos políticos de la década que media entre ambos escritos, colaboran para que el sociólogo marxista extraiga condicionantes más precisos de ese equívoco histórico: ahora considera que el fracaso de la liberación no estuvo determinado por la ausencia de un pensamiento marxista, sino por la consolidación de dos tradiciones que permanecieron incomunicadas entre sí. Afirma que es precisamente en el movimiento universitario de 1918 “que se gesta la fundacional (y recurrente) discusión que tuvo como protagonistas principales a Mariátegui y Haya de la Torre y que marcó las dificultades –sólo zanjadas inicialmente por la revolución cubana- para el encuentro entre las izquierdas marxistas y el pensamiento nacionalista democrático en América Latina” (Portantiero, 1978: 28).12

Portantiero no duda en señalar a la Reforma como “la mayor escuela ideológica para los sectores avanzados de la pequeña burguesía, el más frecuente espacio de reclutamiento de las contraélites que enfrentaron a las oligarquías y de ellas surgieron la mayoría de los líderes civiles latinoamericanos” (Portantiero, 1978: 14). Pero –como desarrolla claramente en el sexto apartado del ensayo, “Las izquierdas y la reforma universitaria”- en los setenta la pequeña burguesía a la que pertenece Portantiero puede percibir de modo claro que esa “escuela ideológica” produjo dos tipos de egresados poco conectados entre sí: el movimiento antiimperialista fue por un lado y el socialismo internacionalista por otro. Asimismo, es evidente para Portantiero, y para la “nueva izquierda” en general, que esa desconexión es uno de los condicionantes más fuertes del fracaso de la izquierda en su intento revolucionario.13

En el caso de Italia, ese fracaso había ocupado un lugar central en los estudios culturales de Antonio Gramsci. En la Argentina de los sesenta, las reflexiones escritas en la cárcel fascista comienzan a ser las coordenadas teóricas obligadas de todo marxista que se interroga por la desconexión entre izquierda, sectores populares y nación. Gramsci había sostenido en sus Cuadernos de la cárcel que, a fines de los años veinte, América Latina se encontraba en una situación de Kulturkampf y de proceso Dreyfus, esto es, atravesaba una lucha cultural protagonizada por la burguesía laica que, en su busca de una reforma intelectual y moral, se enfrentaba a las oligarquías tradicionales, ligadas al clero y los militares.14 Justamente ésta es la intuición teórica que recoge Portantiero para revisar el movimiento de la Reforma Universitaria en América Latina. De ahí que ya podamos adelantar que el ensayo se ofrece como una innovadora lectura de la Reforma y, al mismo tiempo, como una renovación de ese materialismo histórico invocado por Bermann, o más precisamente como una puesta a prueba de las potencialidades de las claves gramscianas tanto para leer los procesos históricos latinoamericanos desde un pensamiento marxista desligado del malestar determinista, como para pensar los caminos de la revolución socialista.15

Dinamizar y juzgar la Reforma

En el tercer p árrafo de su ensayo, Portantiero explicita la caracterización de la Reforma de la que parte su reflexión. Declara allí: “la reforma supone en su origen una intención de cambio social, que va más allá de modificar la ordenación de las casas de estudio” (Portantiero, 1978: 13, destacado nuestro). Esta afirmación es sumamente significativa, pues además de producir una ruptura irreconciliable con las lecturas liberales que identifican el núcleo reformista con las cuestiones académicas, funciona como el barómetro con el que, a lo largo de su revisión, Portantiero irá valorando positiva o negativamente el devenir del movimiento. Específicamente, la “intención de cambio social” es el elemento ideológico que permite distinguir a una parte de la burguesía como “sector avanzado”, en tanto reconduce los reclamos desde la cuestión estudiantil hacia el delineamiento de una ideología que, durante la década del veinte, se articula en torno del “humanismo utópico, el socialismo liberal y el nacionalismo” (Portantiero, 1978: 29). Ese sector avanzado habría reconocido rápidamente que el movimiento tenía como “límite infranqueable” su confinación a las aulas. Portantiero es sumamente claro al respecto: “La reforma en las aulas no puede ser absorbida por las poco permeables clases dominantes. O es un capítulo de la reforma social o termina triturada por los intereses de los poderosos. En ambos casos la estructuración de la respuesta debe ser global, política, extrauniversitaria” (Portantiero, 1978: 62).

De la citada caracterización, Portantiero extrae el tipo de abordaje: dado el carácter extrauniversitario de la Reforma, “todo análisis que intente acercarse a sus raíces deberá detenerse en el aislamiento de variables más específicas para cada país, más particulares en cuanto indicadoras del grado de desarrollo económico, social y político de las distintas sociedades latinoamericanas” (Portantiero, 1978: 13). Esas sociedades comparten una similar estructura económico-social (en la que se registra la existencia de vastos sectores sociales que buscan conquistar mayor participación social, política y cultural), que opera como condición de posibilidad de la expansión de la Reforma y cuya especificidad nacional será esbozada por el ensayo sólo para los casos de Argentina, Perú y Cuba.

Como señalamos en el apartado anterior, para Portantiero la importancia de un estudio sobre la Reforma reside en que ella fue durante mucho tiempo la escuela ideológica de las clases medias, y generó matrices que engañosamente parecen prolongarse hasta el momento en que es escrito el ensayo. De la aparente prolongación del movimiento reformista Portantiero se ocupa en el primero y en el último apartado del ensayo. Titulado “La Reforma Universitaria: una mirada desde el presente”, el primer apartado busca probar que, a partir de la reubicación de las clases medias producida por la nueva configuración capitalista de los setenta, la universidad ha modificado su lugar social eliminando de los reclamos estudiantiles el potencial revolucionario. Portantiero se preocupa por formularlo claramente antes de analizar los conflictos de fines de la década del diez. Lo citamos en extenso:

La combatividad de los estudiantes en las situaciones típicas durante la reforma universitaria expresaba una respuesta democrática frente al régimen de clausura política impuesto por el orden oligárquico. [...] Las nuevas contradicciones que están detrás de las movilizaciones estudiantiles contemporáneas suponen un cambio, no siempre explícito, en el eje de contestación. Mientras que en la reforma universitaria el problema estaba planteado en torno a las oportunidades de participación, ahora el problema se origina en la crisis de la función por la que atraviesa la universidad. Los reformistas no impugnaban la función que cumplía la universidad acomodando los recursos humanos en el sistema ocupacional; simplemente pugnaban por participar de ella y recibir los óleos sagrados del conocimiento que los catapultaran rápidamente a lo largo de la estructura de clases. Hoy en día lo que está en crisis es precisamente esa función de asignadora de recursos humanos calificados que tenía que cumplir la universidad [...] (Portantiero: 1978: 16-17, destacado del autor).

Sobre ese rotundo cierre del ciclo reformista, Portantiero vuelve en el último apartado, “De Mella a Fidel”. Allí muestra que si bien la Revolución Cubana encabezada por Fidel Castro es “un producto de la Reforma y de la tradición política que ella impulsa en América” (Portantiero, 1978: 122), tiene como condición de posibilidad peculiaridades que difícilmente pueden registrarse en otras latitudes.

Discutiendo expl ícitamente con las interpretaciones formuladas por Charles Wright Mills, Jean Paul Sartre, Paul Baran y Claude Bourdet, quienes coinciden en considerar que la Revolución Cubana es el producto de una acción de las juventudes expandible a otras sociedades, el argentino reconstruye el movimiento reformista cubano y la tradición nacionalista iniciada por José Martí, junto a las particularidades del capitalismo y las clases de la isla, para concluir que la posibilidad de la revolución juvenil es “absolutamente peculiar del desarrollo social e ideológico de Cuba” (Portantiero, 1978: 122). A pesar de que los comunistas cubanos también reproducen parte de los rígidos esquemas estalinistas, el peculiar desarrollo social e ideológico de la isla habría permitido que emergiera el castrismo y con él una expresión política que resuelve la antítesis histórica de la Reforma Universitaria, esto es, el desencuentro entre nacionalismo democrático y socialismo abstracto. El resto de Latinoamérica, en cambio, estaría entrando en un nuevo ciclo capitalista que, al tiempo que modifica el lugar de la universidad, obtura su potencial revolucionario. 16

A los fines del presente trabajo, concentrémonos en el modo con que Portantiero busca justificar este cierre histórico del movimiento, pues allí se vale de las categorías gramscianas para leer la Reforma.

Por una parte, Portantiero ha puesto a funcionar un análisis marxista cuando afirma el carácter esencialmente social de la Reforma. Para advertir esto más claramente, comparemos sus afirmaciones con las de quien había resaltado previamente ese carácter social, Julio V. González. Como indicamos, “Significación social de la reforma” sostenía que el reformismo era un movimiento extraestudiantil, ya que la Nueva Generación que enarbolaba la Reforma Universitaria tenía como tarea una renovación social. El texto se formulaba la siguiente pregunta: “¿Cómo se explica que la Nueva Generación, que recibía la cultura y la ideología forjadas por la precedente y plasmada en los métodos de las viejas universidades, surgiese con una sensibilidad nueva, con una ideología propia, y repudiase la que se pretendía inculcar?” A lo que inmediatamente respondía:

Fue debido a la presi ón enorme de las circunstancias externas, porque como hemos visto, la guerra, la revolución rusa y el radicalismo, produjeron la crisis de todos los principios éticos y sociales, y el fracaso de las clases dirigentes.
Estas realidades concretas y palpables, presionaron desde fuera y dieron lugar a que apareciese simultáneamente la Reforma Universitaria y la Nueva Generación que venía a realizarla. Sin aquella crisis total que acusaba la terminación de una era y el comienzo de otra, la Nueva Generación no se hubiera podido explicar, porque entonces no habría tenido misión propia, no se habría podido diferenciar, ni encontrado en el trance de realizar el esfuerzo maravilloso de gestarse a sí misma, para adquirir personalidad (González, 1927: 54-55, destacado nuestro).

Frente a esta respuesta “generacionista” al origen de la Reforma, Portantiero -al igual que lo había realizado Bermann- propone un giro marxista que no elimina totalmente la cuestión de las generaciones. Aquel no duda de que deban buscarse las “realidades concretas y palpables”, y también coincide con González en que la guerra, la revolución rusa y el radicalismo –a lo que suma la mirada hacia el continente que promovía la revolución mexicana- son referencias importantes para explicar la Reforma. Pero, formado en la matriz dialéctica, no puede dejar de buscar realidades que presionen desde dentro a la historia material. De ahí que en su respuesta Portantiero ligue la emergencia de la Nueva Sensibilidad a la materialidad económico-social a la que pertenece la Nueva Generación.

En otros t érminos, subrayando un aspecto ya advertido por Bermann pero del que aún no se habían sacado todas las conclusiones posibles, Portantiero dirige la atención a la modernización de las sociedades y al surgimiento de una pequeñoburguesía que buscaba incorporarse a la vida política; y termina por enfatizar que el desarrollo del capitalismo es el factor interno decisivo para explicar la emergencia de la Reforma y su expansión continental. En esa explicación no puede olvidarse que el conflicto se produce porque el movimiento de las estructuras sociales libera fuerzas, las clases medias reunidas en la universidad, que intentan ser frenadas por las oligarquías. Desde comienzo de siglo y hasta algunas décadas después de la Reforma, según Portantiero, la universidad funcionó como un reducto político de las clases medias, “quienes, relegadas del poder, tendieron a construir en la universidad reformista un espacio de autoafirmación social y política” (Portantiero, 1978: 22). Es de las filas de esas clases medias, pertenecientes a distintas urbes capitalistas del continente, que emerge a partir de 1918 lo que González llamaba la Nueva Generación, o bien: un grupo de jóvenes que desborda los horizontes de su clase para proyectar reivindicaciones políticas que dependen de alianzas interclases y se articulan desde una relativa estabilidad ideológica.

Uno de los recursos utilizados por Portantiero para mostrar la pertinencia de un estudio de la ideología estrechamente ligado al de la estructura económico-social es subrayar, a través de la reconstrucción de los sucesos argentinos, peruanos y cubanos, que los primeros conflictos estudiantiles se inician por cuestiones aparentemente banales. El análisis histórico le permite poner de relieve que, aunque el movimiento no cuenta con una sólida organización ni una clara expresión ideológica, logra prolongarse. Y ello se debe a que las reprimendas no bastan cuando los conflictos son producidos por las nuevas fuerzas que emergen de cambios estructurales irreversibles, esto es, del reciente proceso de modernización asociado tanto a la inserción de la Argentina y otros países latinoamericanos en el mercado mundial como a la falta de participación política de las nuevas clases medias (Portantiero, 1978: 30).

Por otra parte, la reconstrucción de esos sucesos permite advertir que el marxista Portantiero ha optado por el modo como Gramsci se interesa por la historia. El intento de entender el fracaso político italiano había llevado a éste a profundizar en las peculiaridades históricas de los procesos, y con ello a renegar tanto de la aplicación de esquemas abstractos previamente esbozados como de las lecturas mecanicistas que atendían unilateralmente, sea a las estructuras económicas, sea a las ideas. A partir de ello, Gramsci proponía nuevas claves teóricas que mantuvieran un vínculo estrecho con el análisis histórico y se preocuparan por la dimensión cultural de los acontecimientos. Portantiero retoma esas pautas teóricas para poner de relieve que la Reforma Universitaria consistió en un proceso en el que, al calor de las luchas y las posibles alianzas permitidas por la estructura económico-social de cada país, se fueron articulando un movimiento y una ideología. En efecto, mientras Bermann analizaba, por un lado, el movimiento histórico y su expansión y, por otro, registraba las diversas agrupaciones y líneas ideológicas de la Reforma, Portantiero -sin citar a aquel- irá reponiendo el espesor histórico de las seis líneas trazadas en el capítulo XI de Juventud de América. Más precisamente, Estudiantes y política... ofrece una revisión de la Reforma que busca dar cuenta de un rico proceso histórico en el que los éxitos y los fracasos de los reclamos habrían interpelado a los estudiantes alentando la elaboración y reelaboración de esas estrategias e ideologías ya sistematizadas por Bermann.

Discutiendo con otros abordajes de la Reforma, Portantiero busca mostrar que el primer período del movimiento reformista -a pesar de que en sus inicios los actores no contaban con una clara articulación ideológica- debe ser interpretado como un enfrentamiento entre dos configuraciones culturales, la tradicionalista y la laica. A partir de ello, propone que el desenlace exitoso de la segunda estuvo supeditado a la capacidad de los estudiantes de establecer alianzas con otros sectores sociales. Siguiendo los análisis de Gramsci, Portantiero traduce teóricamente esa lucha con la categoría de Kulturkampf, mientras que en su atención a la conformación de alianzas resuenan las categorías de bloque histórico y bloque nacional-popular.

Hacia la mitad del ensayo, el argentino confiesa que es precisamente Gramsci quien habría fijado las claves del proceso (y del desenlace); entonces puede leerse la única cita del intelectual italiano (que Portantiero toma de la edición de Lautaro de Los intelectuales y la organización de la cultura):

La burguesía –dice [Gramsci]- no consigue educar a sus jóvenes (lucha de generaciones) y los jóvenes se dejan arrastrar culturalmente por los obreros y al mismo tiempo hacen o tratan de convertirse en jefes (deseo ‘inconsciente’ de realizar la hegemonía de su propia clase sobre el pueblo) pero con las crisis históricas vuelven al redil (Portantiero, 1978: 84).

Este esquema se reconoce en la interpretación que realiza Portantiero de los distintos procesos reformistas: mientras que en Cuba los jóvenes lograron conciliar socialismo y nacionalismo conquistando el poder, en el resto de Latinoamérica la Reforma no trascendió la situación de Kulturkampf. Reconstruyamos brevemente las peculiaridades que Portantiero señala para la expresión local de la Reforma.

La Reforma en Argentina

El ensayo se divide en siete apartados. Ellos van desde la mencionada reflexi ón sobre la inactualidad de la Reforma, pasando por su estallido en Córdoba, la revisión de la ideología reformista, la fundación en 1928 del APRA como partido de la Reforma, la relación entre el movimiento de la Reforma y la izquierda desde fines de los veinte, para finalizar con el apartado mencionado sobre la continuidad entre el peculiar movimiento estudiantil cubano y la revoluci ón de 1959. En el segundo apartado, “La rebeldía estalla en Córdoba”, Portantiero repasa de modo minucioso los acontecimientos cordobeses de 1918 y sus documentos, para finalmente mostrar que el estallido de la rebeldía se corresponde con una lucha cultural asimilable a una situación de Kulturkampf.

La tradición historiográfica suele acordar en la división del reformismo local en tres períodos; a grandes rasgos, éstos coinciden con el devenir del movimiento en Perú y Chile. El primero abarca desde los reclamos cordobeses de 1918 hasta 1922 y está signado por el éxito de las demandas estudiantiles (esto es, la democratización de la universidad: gobierno tripartito, docencia libre y modernización de la enseñanza) y por la propagación del movimiento en el continente. El segundo período coincide con la presidencia de Alvear (1922-1928): allí la “primera universidad nueva de América” sufre la contrarreforma, orquestada por el ala derecha del radicalismo que ocupa el centro del poder estatal; asimismo, durante estos años el movimiento se politiza y alcanza expresiones diversas en los distintos países. Finalmente, entre la reasunción de Yrigoyen en 1928 hasta el golpe de Estado en 1930 (año en el que señala Portantiero que se abre una nueva era en el continente debido a la forma discrecional que adquieren el capital extranjero y el poder local), los estudiantes argentinos reconquistan brevemente la mayoría de sus reivindicaciones estudiantiles.

Portantiero retoma esta periodización, pero –orientándose implícitamente los análisis de Gramsci- subraya que el criterio de demarcación es el tipo de alianzas que entablan los estudiantes y su capacidad de producir presión ante la oligarquía clerical que se opone a los reclamos universitarios. De ahí que –coincidiendo con el diagnóstico de González- se detenga en algunos sucesos que muestran que el movimiento logra mayor fuerza cuando enfatiza el elemento anticlerical y conecta la cuestión universitaria con los problemas sociales y nacionales. Y que subraye que el primer éxito de los reformistas cordobeses, así como el de los estudiantes peruanos y chilenos (los dos primeros habían logrado para 1919 reformar los estatutos permitiendo que ingresasen en la universidad los profesores difusores del “liberalismo cientificista”), es posible por las múltiples alianzas que permite la estructura económico-social de esos países.

En ese sentido, no debe sorprender, sostiene Portantiero, que de las tres ciudades argentinas que en la década del diez contaban con universidades nacionales, la generación reformista hiciera su irrupción en Córdoba. A diferencia de Buenos Aires y La Plata, en aquella ciudad el enfrentamiento entre dos configuraciones culturales sufría una mayor polarización. En la ciudad mediterránea no existía casi ningún vaso comunicante entre las nuevas fuerzas sociales que simpatizaban con el “liberalismo cientificista” y la vieja oligarquía cultural, un apéndice de la Iglesia sólidamente vinculada entre sí a través de la Corda Frates y las academias vitalicias: los jóvenes de clase media encontraban una universidad estructurada en torno del catolicismo estilo Contrarreforma, en el que estaban ausentes el método experimental y científico, y todo espíritu crítico. Los sucesos que siguen a los primeros conflictos son interpretados por Portantiero como “intuiciones” políticas que necesitarán de ciertas experiencias, y particularmente de derrotas, para poder convertirse en una articulación ideológica. En efecto, los estudiantes advierten rápidamente que sus reclamos gremiales sólo pueden tener una realización efectiva si incorporan el intento de cambio social, es entonces que el movimiento se radicaliza. Este período en el que el movimiento comienza a adquirir mayor riqueza ideológica sería el registrado por Bermann. Portantiero señala que coincide con la aparición del manifiesto de Deodoro Roca en junio de 1918 y de otros textos que construyen una identidad reformista ligada al juvenilismo arielista y mesiánico, así como a un “destino” latinoamericano común (Portantiero, 1978: 43).17

En un comienzo, los estudiantes cordobeses forman agrupaciones estudiantiles nacionales y buscan un frente común con los profesores liberales. Rota esa alianza a mediados de 1918, se inicia la etapa más rica del movimiento local. Dos son las marcas de la riqueza del período. Por un lado, los estudiantes han adquirido un aprendizaje político, pues les resulta manifiesto que sólo pueden alcanzar sus reclamos a través de alianzas extraestudiantiles; desde entonces se asocian con los gremios obreros de Córdoba, el Partido Socialista y algunas figuras significativas de la contraélite cultural argentina enfrentadas a la cultura clerical, como Ingenieros, Korn, Palacios, Ugarte, Lugones, Susini (Portantiero, 1978: 42). Por otro lado, esa vinculación alienta que el movimiento comience a radicalizarse ideológicamente.

Respecto de esa ideología, constatando una característica poco discutida por los estudiosos, Portantiero señala que la Reforma surge sin una ideología clara, pero en lugar de rastrear -como lo había hecho Bermann- las líneas ideológicas que despuntan luego de los primeros años de lucha, se preocupa por reponer el proceso por el que se elabora una inestable articulación ideológica y los matices que ella adquiere según su frente de combate. Entre los distintos elementos que, posibilitados por la estructura económico-social de cada país, convergen en la ideología reformista, en Córdoba ésta tiene como núcleo el anticlericalismo, mientras que en la cientificista Universidad de La Plata la reacción girará en torno del antipositivismo. Por su parte, en Perú es central la cuestión indígena. En ese caso la ausencia de organizaciones de las clases medias y los sectores populares hará posible que emerja el APRA, una formación política autónoma con una prolongada vida -que en Argentina es equiparable al frustrado Partido de la Reforma proclamado por González en 1927-.

Aunque en el ensayo aparecen las seis corrientes establecida por Bermann, Portantiero se preocupa por clasificar las distintas expresiones en dos amplias tendencias ideológicas: una que propone ceñir el movimiento dentro de un proyecto de cambios para la universidad y otra que supone que sin reforma social no puede haber una auténtica reforma de la universidad (Portantiero, 1978: 47). Como lo había anticipado al comienzo del ensayo, Portantiero sienta su valoración del movimiento al afirmar que se advierte una “maduración crítica” cuando sus protagonistas explicitan la necesidad de expandir la Reforma hacia cuestiones sociales. Así, no duda en leer como un retroceso ideológico el momento en que “el solidarismo con las clases populares se transforma en mera filantropía del superior hacia el inferior” (Portantiero, 1978: 48), filantropía que se advierte en el reformismo idealista y aristocrático sostenido por muchos de los “arielistas”. En ese sentido, el intento de la ideología reformista de dibujarse más allá del liberalismo humanizante es identificado como un indiscutible avance (Portantiero, 1978: 49).

Para cerrar la revisión del ensayo de Portantiero, recordemos las conclusiones de los dos apartados que analizan el segundo período de la Reforma en Argentina (1922-1928). Portantiero dedica numerosas páginas a estos años, pues –como mencionamos- allí se produce ese divorcio político, de alcance continental, entre proletariado y pequeña burguesía cuya resolución ocupa, en los setenta, el centro de interés de la “nueva izquierda”. Portantiero muestra aquí cómo entre 1922 y 1928 la Reforma se polariza en un ala antiimperialista ligada a las clases medias y al reformismo, y otra comunista que no consigue pensar lo nacional. Las constantes estructurales, sobre todo económicas, de los distintos países del continente explican la continentalización de la Reforma, pero otros elementos, que recién se harán visibles en el reflujo que sufre el movimiento en esos años, signarán las diferencias. Es así que el ala antiimperialista tiene su centro en Perú, donde las clases medias aún no contaban con instancias representativas, y el ala comunista se desarrolla principalmente en Cuba, donde el movimiento independentista y el pensamiento de José Martí eran núcleos activos que podían funcionar como tradición de referencia para los reformistas. Por su parte, en Argentina la existencia de estructuras políticas previas (centralmente el Partido Socialista y la Unión Cívico Radical) sería el elemento clave para explicar el fracaso de los reformistas en su intento de encontrar un prolongado canal político extrauniversitario.

De modo que este análisis del devenir ideológico y político del movimiento de la Reforma, si bien dinamiza la aproximación socialista realizada por Bermann, también permite a Portantiero extraer una conclusión que había aparecido en otros de sus textos. Esta puede sintetizarse en la certeza de que el socialismo latinoamericano debió haber desarrollado una versión nacional y popular, con un carácter revolucionario, y en 1978 esa versión ya no puede provenir de las juventudes universitarias.

A modo de cierre

A lo largo del trabajo, buscamos señalar las modificaciones que introduce en las teorizaciones de la Reforma la lectura gramsciana realizada por Portantiero y el modo como esa lectura se conecta con las preocupaciones de la “nueva izquierda”. Para concluir, repasemos las novedades del ensayo.

Más allá de algunas referencias a Gramsci formuladas por otros intelectuales comunistas, Agosti es el primero que reconoce que las ideas del pensador sardo tienen un especial interés para el análisis de los problemas de la formación nacional de la cultura. Retomando algunas de las categorías de Gramsci, el argentino se propone explicar la imposibilidad de la generación del ’37 para concluir la revolución democrática iniciada en mayo de 1810. Portantiero recoge esa matriz cuando en los setenta analiza la Reforma: su reconstrucción del movimiento también intenta responder a la cuestión de la imposibilidad de la realización de la revolución democrática, revolución que para los años veinte debía concretar la juventud universitaria junto al proletariado y en los setenta ya no puede provenir de esa juventud.

En cuanto a los estudios sobre la Reforma, la matriz gramsciana le permite a Portantiero dinamizar la síntesis de las ideologías estudiantiles que había ofrecido otro intérprete socialista de la Reforma. En efecto, las seis líneas interpretativas que, según Bermann, conformaban el cuadro sintético de la ideología reformista son incorporadas por Portantiero a un complejo proceso histórico que las clasifica según su voluntad revolucionaria o la ausencia de ella. Finalmente, mientras Bermann señalaba como tarea de la Reforma producir una vanguardia filosófica para el proletariado, a fines de los setenta (cuando casi toda Latinoamérica ya ha experimentado regímenes populistas y atraviesa la derrota tanto de la democracia como de la izquierda, marcada por los regímenes autoritarios) la Reforma, junto al peronismo, aparecen como los procesos políticos a revisar si de lo que se trata es de establecer el momento decisivo en que se consolida la escisión -que ya ha revelado su carácter profundamente trágico- entre el pensamiento nacional-popular y la izquierda.

Notas

1 La versión italiana del texto llevó el título de Studenti e rivoluzione nell´America Latina. En español, fue publicado por la editorial Fondo de Cultura Económica de México, ciudad en la que Portantiero se encontraba exiliado desde 1976. La diferencia más significativa entre las dos versiones reside en que la publicada en México no cuenta con el apartado séptimo, “Studenti e populismo”, en el que Portantiero intenta probar que el movimiento reformista debe revisar su oposición al peronismo. Para una introducción y edición en español del texto, véase Bustelo y Celentano (2012) y Portantiero (2012). Tomamos los datos biográficos de la entrevista realizada a Portantiero por Tortti y Chama (2006) y de los perfiles intelectuales trazados por Tarcus (2007a), Hilb (2009: 13-31) y Altamirano (2011: 171-216).

2 Sobre el gramscismo argentino pueden leerse las memorias de Aricó (2005), así como: Kohan, 2000; 2005; Burgos, 2004; Bulacio, 2006; Crespo, 2010 y Petra, 2010. Específicamente, sobre el gramscismo de Portantiero, véase Altamirano, 2011. Para la difusión latinoamericana de Gramsci, véase Gantiva Silva, 2010.

3 Véase, entre otros: Reflexiones de un argentino de la nueva generación de 1931 y La universidad. Teoría y acción de la reforma de 1945. Para la reconstrucción de la trayectoria política de González, véase Kohan, 2000: 49-55; Tarcus, 2007b: 273-274.

4 La única edición de este libro, que constituye la obra más sistemática de su autor, apareció dentro de los “Cuadernos Americanos” que se editaban en México.

5 En el momento en que Bermann publica este texto, González es el único intérprete de la Reforma, dentro de las figuras recogidas por aquel, que continúan apostando por el movimiento. Ello, sumado a la actitud reconciliadora que el texto manifiesta por las tendencias radicales que por entonces podrían participar de un mismo frente antiperonista, seguramente explique que en 1946 Bermann se muestre menos crítico que en 1927 de la interpretación generacionista de González. Para una reconstrucción del itinerario intelectual de Bermann, véase Celentano, 2006.

6 El nombre de la revista cordobesa coincide con el título del “Cuaderno de la cárcel” publicado en italiano en 1951, que Gramsci dedica al examen de las experiencias civiles y morales en busca de una expresión teórica y política. De aparición trimestral, Pasado y Presente tuvo su primera época entre 1963 y 1965, cuando luego del número nueve fue interrumpida por el régimen de Onganía. Es refundada en Buenos Aires en 1973, año en que aparecen tres nuevos números. Para una reconstrucción de la trayectoria del grupo y, en particular, de las discusiones que determinan la expulsión de los jóvenes gramscianos del Partido Comunista, y con ello también el distanciamiento con el “maestro” Agosti, que decide permanecer en el partido, véase Burgos, 2004, Aricó, 2005 y Petra, 2010.

7 Entre 1958 y 1962 se publican por la editorial Lautaro (ligada al proyecto editorial del Partido Comunista) los siguientes Cuadernos: El materialismo histórico y la filosofía de Benedeto Croce (1958), Los intelectuales y la organización de la cultura (1960), Literatura y vida nacional (1961) y Notas sobre Maquiavelo, sobre política y sobre el Estado moderno (1962). Por otra parte, señala Burgos (2004:32) que durante los cincuenta “el hecho más relevante en torno de la difusión gramsciana” fue la aparición en 1950 de las Cartas desde la cárcel con prólogo de Bermann y edición de Lautaro.

8 “[...] entre los intelectuales argentinos Bermann fue uno de los que con más asiduidad, interés y conocimiento siguió la evolución de las grandes corrientes culturales del mundo, y no sólo europeas. En lo que a mí concierne, la curiosidad no deja de incluir el profundo reconocimiento para quien en mis años juveniles me permitió acceder al conocimiento de una figura intelectual de tamaña gravitación en nuestra futura vida intelectual y política. Todavía recuerdo el deslumbramiento y la impaciente inquietud que me despertó en mi mente la lectura de esa plana íntegra de Orientación que incorporaba el texto de Bermann... ” (Aricó, 2005: 48n).

9 En sus memorias del grupo, Aricó recuerda sobre la revista: “el presente como crítica del pasado, además de su superación, era su emblema” (Aricó, 2005: 89). Respecto de las afinidades teórico-políticas del grupo, declaraba Portantiero en la entrevista del 2006: “Yo siempre digo que éramos un cóctel muy raro, pero que se puede explicar. Éramos gramscianos-guevaristas-maoístas. Los tres tienen una característica en común, es una especie de himno a la voluntad versus el determinismo, la cosa dura del determinismo histórico” (Tortti; Chama, 2006: 242).

10 Este intento, que se refleja en los dos números de Pasado y Presente de 1973, seguramente constituya el estímulo tácito para volver a evaluar, a comienzos de los setenta, el rol de la pequeñaburguesía en el momento revolucionario abierto por la Reforma Universitaria. En la entrevista del 2006, Portantiero recuerda el diálogo abierto con el peronismo revolucionario del siguiente modo: “Ahí se produce un cambio en nuestra mirada, en el sentido de que pensábamos que inevitablemente la izquierda de la sociedad parecía pasar por el peronismo, y que, sin entrar en el peronismo, había que tratar de tener una relación intelectual con ellos para, primero desmilitarizarlos –cosa que era absurda- y favorecer lo que tenían como posibilidad de radicalización de las masas peronistas” (Tortti y Chama, 2006: 249-250).

11 Para una reflexión crítica del uso, en la tradición de izquierda de los sesenta, de la categoría de pequeñaburguesía, véase Altamirano (1997).

12 Es interesante recordar aquí que en En busca de la ideología argentina (1986) Oscar Terán, un intelectual ligado al grupo de Aricó en los años del exilio mexicano (1976-1984), se preocupa también por precisar el momento fundacional de esa desconexión entre intelectuales de izquierda y nación, y muestra que ella ya es registrable en la trayectoria de José Ingenieros. Recién en sus últimos años, éste habría rebasado la matriz positivista para buscar la articulación entre izquierda y nación, pero su repentina muerte interrumpe el proyecto y su discípulo más destacado, Aníbal Ponce, no lo retoma. Esta cuestión es destacada por Terán ya en el título que elige para el ensayo sobre Ponce, “Aníbal Ponce o el marxismo sin nación”. Por otra parte, el ensayo en cuestión aparece por primera vez como introducción a la selección de textos de Ponce que conforman los Cuadernos de Pasado y Presente, nº 98 (1980).

13 Para una caracterización de la “nueva izquierda”, véase Torrti (1999).

14 Uno de los pasajes donde Gramsci realiza esa caracterización fue publicado dentro de Los intelectuales y la organización de la cultura. Allí se lee: “En general, se puede decir que en estas regiones americanas existe una situación Kulturkampf (lucha cultural) y de proceso Dreyfus, es decir, una situación en la que el elemento laico y burgués no ha alcanzado la etapa de la subordinación de los intereses de la influencia clerical y militar a la política laica del estado moderno” (Gramsci, 1975: 27).

15 Este modo de retomar los análisis de Gramsci a partir de las posibilidades de sus categorías para pensar la realidad local –dejando a un lado la cuestión del “verdadero” Gramsci-, Portantiero lo había aprendido de Agosti y se encuentra también en la mayoría de los “gramsciamos argentinos”. De todos modos, es Portantiero quien se encarga de precisarlo en “Los usos de Gramsci”, un ensayo escrito en 1975 y publicado en 1977 como introducción a la selección de textos políticos del intelectual italiano que compone los Cuadernos de pasado y presente, nº 54.

16 En la versión italiana de 1971 no sólo no se plantea el fin del ciclo reformista, sino que –como ya mencionamos- el apartado séptimo, eliminado en la versión en español, reflexiona sobre la posibilidad de que ese ciclo se reconcilie con los populismos.

17 Sorprendentemente, este importante ideólogo y militante de la Reforma no es inscripto por Bermann, amigo desde la juventud de Roca, en ninguna de las seis corrientes. Kohan ha propuesto que ello se debe a que las múltiples dimensiones que Roca incorpora en su interpretación de la Reforma la vuelven transversal a las seis corrientes (1999, 36-37).

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