Sociohistórica, nº 31, 1er. Semestre de 2013. ISSN 1852-1606
Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Centro de Investigaciones Socio Históricas

RESEÑAS / REVIEWS

"Perforar relatos, atravesar discursos". Reseña a Scavino, Dardo (2012). Rebeldes y confabulados. Narraciones de la política argentina. Buenos Aires, Eterna Cadencia

Elvio Monasterolo

Instituto de Estudios Socio-Históricos, Facultad de Ciencias Humanas,
Universidad Nacional de La Pampa (Argentina)
sujetoqueobservo@hotmail.com


En Rebeldes y confabulados, su autor, el filósofo y crítico Dardo Scavino, acomete la tarea de analizar las narraciones políticas de mayor influencia en la historia argentina del siglo XX. El libro puede entenderse como la continuación de Narraciones de la Independencia (Scavino, 2009), donde partía de una idea común a Nietzsche, Sorel y Gramsci: aquella que postula que las narraciones políticas constituyen al pueblo cuando cuentan su propia historia bajo la forma de una gesta popular. Todo “pueblo” se construye, entonces, sobre la base de una fábula, una instancia que dota de sentido el pasado que construyen. Y ese pasado que se organiza retrospectivamente cohesiona el presente de los confabulados. Pues, precisamente, hay una confabulación cuando “un grupo de rebeldes” adhiere a “una misma fábula política”, a un relato que los mismos confabulados se narran para conservar o ampliar su grupo. Por ello, cada narraci ón política es también un lazo social, desde aquellas enunciadas por los partidos hasta las referidas a las naciones. Desde este ángulo, los conflictos políticos son en gran medida enfrentamientos “en torno a la imposición de una narración nacional, de una na(rra)ción. (Con) qué historia cuentan los miembros de una nación es una cuestión crucial” (p. 26).

Scavino se interna en aquellas fabulas políticas que organizaron momentos de significación en la historia argentina contemporánea, más precisamente a lo largo del siglo XX. A través de esos relatos estructurantes de prácticas y discursos, rastrea aquello que denomina una “gramática” de la política, es decir, aquellos principios ordenadores que organizan la fábula como fenómeno político:

“Así como cualquier narración puede dividirse entre sujeto y predicado sin importar qué está diciendo, cualquier narración política, sea de izquierda o de derecha, moderada o extremista, pragmática o idealista, y más allá de las intenciones del narrador del momento, establece una distinción entre enemigos y amigos, entre defensores del statu quo e insurgentes, entre el poder y los rebeldes, entre el rebaño y el pueblo, entre consenso y pensamiento” (p. 25).

Lo fundamental, lo sustancial -aquello que subyace a todo el libro- es la puesta en evidencia de los principios gramaticales que rigen las narraciones políticas, las cuales “desplazando las fronteras entre enemigos y amigos” anuncian “que los adversarios son los defensores del sistema contra el que se sublevan los aliados” (p. 25). Bajo esta óptica, toda política es revolucionaria, antagónica y totalitaria. En la medida en que el relato implica una ruptura, una denuncia, un cuestionamiento de lo instituido, implica un cambio radical, es decir, revolucionario. Su constituci ón como relato conlleva diferenciación, oposición, por ende, antagonismo; y puesto que pretende encarnar la representación fiel e histórica de la sustancia “pueblo”, “nación” o “república” debe, necesariamente, buscar su totalidad.

De modo que en Rebeldes y Confabulados Scavino propone al lector detenerse en el análisis de esa gramática en tiempos que resultaron clave de la historia argentina, como el ascenso del radicalismo y del peronismo, o, más acá en el tiempo, la experiencia desarrollista, el discurso de la llamada Revolución Argentina, la irrupción de Montoneros en los ´70 o el fenómeno del menemismo, entre otros hitos. Y a la vez se detiene en los relatos de figuras relevantes de la política y la intelectualidad, en un arco tan amplio que reúne a Evita, Perón, Frondizi y Alfonsín con Ingenieros, Hernández, Lugones y Ernesto Palacio, para citar algunos. Y es a través de los dichos de tales personajes o movimientos, de sus discursos, que despliega la deconstrucción gramatical de esas fabulas políticas.

Scavino no analiza los fines de tal o cual política. O si fue efectiva. O nefasta. O éticamente repudiable. No; lo que hace es (de)mostrar que narraciones con contenidos dispares e incompatibles entre sí obedecen a una misma gramática, lo que no significa que todas y cada una de esas políticas resulten equivalentes. Este enfoque permite entender los fundamentos que habilitan que muchas figuras retóricas que, a priori, aparecen ligadas al imaginario político de las izquierdas, en realidad no sean territorio de su exclusividad. Nociones como “pueblo” y “revolución” han sido usadas y significadas a través de los discursos tanto desde la izquierda como desde la derecha; y si bien no necesariamente sus contenidos son equivalentes en una u otra formulación, la gramática que vertebra esos enunciados es la misma. Es el nudo común que permite reunir a Borges con Perón, a radicales con anarquistas, etc. En este aspecto, aquello que se presenta como distinto y aun como irreconciliable, se encuentra atravesado por un principio de unidad: una gramática de la política.

Toda política que se erige, dice Scavino, lo hace contra un orden; es una rebelión contra un statu quo, contra el poder. Efectivamente, cualquier narración establece una división de bandos, entre amigos y enemigos, entre distintos componentes del antagonismo. Esa división de bandos se caracteriza por ser relativa, responde a la lógica táctica de un “nosotros” frente a un “ellos”; de ahí que sus contornos sean coyunturales, provisorios. Cuando en 1905 los radicales justificaban su levantamiento armado en contra del roquismo, evocaban al “pueblo” agraviado, siendo ellos parte del mismo, y los radicales actuaban como cabeza, como punta de lanza de una manifestación disconforme, de una rebelión frente al agravio. Desde esta óptica, todos aquellos que luchaban contra el régimen roquista y en nombre de las libertades cívicas eran componentes del pueblo; caso contrario, eran enemigos. Ahora bien, veinticinco años más tarde, los perpetradores del golpe militar de 1930 aseguraban responder al “clamor del pueblo”, claro está que tal unidad excluía al yrigoyenismo. Y un análisis similar realiza el autor para la época del peronismo o para los años setenta.

¿Quienes serian, entonces, el “pueblo”? ¿Cómo se construyen los contornos de esa amalgama cambiante y polimorfa de sujetos, prácticas y discursos que cada uno de los distintos agrupamientos reivindica y disputa como heredero y representante de su tradición y destino? La respuesta se encuentra en la historicidad y temporalidad de la narración política. En 1983, el alfonsinismo logró reunir a grupos tan disímiles y heterogéneos al cobijo del repudio a la dictadura militar que había asolado al país. El relato alfonsinista encontró un amplio consenso y el sustrato esencial a dicha narración fue el rechazo a la dictadura. Detrás de ese gran presupuesto se estructuró un consenso de “unidad nacional” en el que convivían grupos cuyas enemistades eran marcadas. No es el único ejemplo. El derrocamiento del peronismo en el ´55 actuó bajo la misma lógica. Ahora bien, lograr en cada caso esa “unión nacional” requiere de un relato que pueda reunir un conjunto que sólo es homogéneo en torno a la aceptación de ese discurso como verdadero, es decir, en tanto dicha narración actúe hegemónicamente. Pues -aclara el autor- un relato es hegemónico cuando es capaz de imponerse a relatos rivales. Y lo hace cuando sus principios pueden ser interpretados de múltiples modos, de forma de aglutinar bajo un principio (narrativo) de homogeneidad lo que es, en otros sentidos, heterogéneo, plural.

Una fabula política es también una memoria histórica: no recordamos lo que ocurrió sino apenas su relato. La decodificación y la forma en que leemos esas narraciones constituyen el prisma por donde encauzamos nuestra subjetividad, el terreno que nos constituye en animales políticos. Retomando al psicoanalista argentino Blas de Santos, Scavino señala que la máxima que sostiene que “es preciso recordar el pasado para no repetirlo” no implica necesariamente una elaboración (freudiana) que posibilite al sujeto enfrentarse con su “fantasma fundamental” (pp. 242-243).

¿Quiere decir esto que todo discurso político está condenado a repetir la misma gramática, a estar sujeto a una misma estructura significante? “Cada sujeto político tiene una memoria, cada sujeto político cuenta (con) una historia”, señala Scavino, y agrega que “la fidelidad a una memoria, a una fábula y a un grupo”, más allá de su plenitud emocional o sentimental y de su autenticidad, “tiene sus inexorables puntos ciegos, sus represiones y supresiones”. Y si se necesita coraje para perseverar en un relato a pesar de las amenazas del poder, es otro tipo de temeridad, sostiene, la que se precisa para atreverse a atravesar esa fábula “sin que eso signifique entregarse necesariamente a las posiciones hegemónicas o consensuales” (p. 245). ¿Cómo hacerlo? Scavino nos brinda su propia aproximación: el desmontaje de la arquitectura gramatical de la narración política, a través de (atravesando) los discursos predominantes en la historia argentina contemporánea, que es su libro Rebeldes y Confabulados. En tanto ejercicio reflexivo que enfrenta lo dicho al decir que lo vertebra, nos sitúa en un punto de intersección: allí donde se constituye el interrogante de transitar la ruta conocida o animarse a desandar nuevos caminos, con la incertidumbre del terreno inexplorado.

Referencias

Scavino, Dardo (2009). Narraciones de la Independencia. Arqueología de un fervor contradictorio. Buenos Aires: Eterna Cadencia.

Scavino, Dardo (2012). Rebeldes y confabulados. Narraciones de la política argentina. Buenos Aires: Eterna Cadencia.

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