Sociohistórica, nº 49, e166, marzo - agosto 2022. ISSN 1852-1606
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro de Investigaciones Socio Históricas

Reseñas

Un libro maquiavélico

Reseña de Losada, Leandro (2019). Maquiavelo en la Argentina. Usos y lecturas, 1830-1940. Buenos Aires: Katz Editores

Esteban Ezequiel Vila

Instituto Gino Germani - CONICET-Universidad de Buenos Aires, Argentina
Cita recomendada: Vila, E. E. (2022). Un libro maquiavélico [Revisión del libro Maquiavelo en la Argentina. Usos y lecturas, 1830-1940 por L. Losada]. Sociohistórica, 49, e166. https://doi.org/10.24215/18521606e166

El trabajo de Leandro Losada sobre la recepción de Maquiavelo en la Argentina se suma a las contribuciones que una serie de historiadores de las ideas argentinas vienen realizando desde comienzo de siglo en torno a los procesos de circulación local de autores y obras de las ciencias sociales. Jorge Dotti, Mariano Plotkin, Horacio Tarcus y Mariana Canavese, entre otros, han dedicado largas líneas a estudiar la recepción argentina de pensadores europeos como Carl Schmitt, Sigmund Freud, Karl Marx o Michel Foucault, los cuales son referencia en el texto que aquí se reseña.

El aporte de Losada, historiador especializado en el estudio de las élites de la Argentina preperonista, muestra una mirada panorámica en la cual se seleccionan una serie de intelectuales y publicistas vernáculos que se refirieron a la obra de Maquiavelo entre 1830 y 1940. Desde la generación “fundacional” de intelectuales de 1837 hasta los albores del peronismo, el texto da cuenta de las cambiantes lecturas que el filósofo florentino tuvo entre algunos de los pensadores más influyentes del país.

El libro consta de una introducción, tres capítulos y conclusiones. En el exordio se presenta el trabajo como “un libro sobre la historia del pensamiento político liberal y antiliberal en la Argentina entre 1830 y 1940” (Losada, 2019, p. 9). Esta historia, estudiada desde el prisma de la recepción de Maquiavelo, permite ver el problema de “los rasgos políticos y doctrinarios y de la reconstrucción histórica del pensamiento político liberal y antiliberal argentino” (Losada, 2019, p. 14). Es decir, la recepción de Maquiavelo es objeto de indagación en sí misma, pero también resulta un indicador de los vaivenes del pensamiento político local.

El primer capítulo aborda el período 1830-1910. Losada señala aquí que, para el liberalismo argentino del siglo XIX, Maquiavelo no sólo fue un autor poco valorado, sino que además se lo consideró un “defensor de tiranos” y su obra, poco referenciada, fue un sinónimo de “maquiavelismo”; es decir, del “mal”. Tanto para Esteban Echeverría como para Juan Bautista Alberdi y Domingo Sarmiento, el autor de El príncipe fue definido como un “enemigo de la libertad” y un “autor obsoleto”. A su vez, no faltaron quienes, como José Rivera Indarte, publicista antirrosista, asociaron al Restaurador de las Leyes con el “maquiavelismo”, definiéndolo como un fiel seguidor de los consejos de Maquiavelo; o el propio Sarmiento, para quien Rosas “hace el mal sin pasión, y organiza lentamente el despotismo con toda la inteligencia de un Maquiavelo”.

Unos años más tarde, Bartolomé Mitre coincidiría con estas aserciones e, incluso, Leandro Alem indicaría que Maquiavelo era “sinónimo de una política inescrupulosa y de fuerza” (Losada, 2019, p. 40). A la vuelta de siglo, esta perspectiva comenzaría a cambiar lentamente. Belisario Montero, publicista del roquismo, aunque retrató a Roca a partir de Maquiavelo, lo ponderó positivamente, ya que el “maquiavelismo” era disociado de la mentira o la hipocresía. A su vez, consideraba que la definición de “antiguo” u “obsoleto” era inapropiada para este filósofo. Algo similar, desde la sociología, planteó Ernesto Quesada, quien elogió a Rosas, pero no por presentar características distintas de las que ya se le habían atribuido por parte de la Generación de 1837. El cambio decisivo de la valoración de Quesada fue sobre el “realismo político” maquiaveliano; es decir, la separación (repudiable, pero inevitable) de moral y política.

En línea con Quesada, Martín García Merou entendió que la obra de Maquiavelo no debía pensarse en términos morales. Por el contrario, caracterizó a este autor como un “teórico de la razón de Estado”, principio censurable, pero políticamente legítimo e históricamente justificado. Por su parte, Julio Costa vio en Maquiavelo a un pensador que, a diferencia de Echeverría, Alberdi o Sarmiento, no estaba “obsoleto” sino que mantenía su vigencia, en tanto mostraba cómo procedía el poder y cuáles eran las amenazas para la libertad. Finalmente, Miguel Ángel Rizzi se distinguió por su caracterización de Maquiavelo como un teórico moderno, cuyo eje de pensamiento fue la unidad política italiana. En términos generales, podría decirse que Maquiavelo fue concebido en el siglo XIX argentino como un autor del poder antes que de la libertad.

Los capítulos 2 y 3 se abocan de lleno al estudio de las ideas liberales y antiliberales de las décadas de 1920 a 1940, lapso que coincide con la multiplicación de libros y ensayos argentinos dedicados a la figura y obra de Maquiavelo. En este sentido, un hecho interesante que se señala es que la valoración de este pensador no dependió de los clivajes políticos e ideológicos del país: “lo reivindicaron y lo denostaron por igual liberales y críticos del liberalismo” (Losada, 2019, p. 63). En concreto, en el segundo capítulo Losada se aboca al estudio de tres grupos receptores: catedráticos del derecho político, nacionalistas y católicos.

En el primer grupo, se destacan las figuras de Enrique Martínez Paz, Carlos Astrada, Saúl Taborda, Carlos Sánchez Viamonte y Marcelo Sánchez Sorondo. El primero de ellos señalaba “el retorno de Maquiavelo” hacia mediados de la década de 1920, dada la crisis que atravesaba la democracia liberal luego de la Gran Guerra. La erosión del constitucionalismo y el surgimiento de una “autoridad sin principios”, la cual se expresaba en el fascismo italiano, conectaba a Maquiavelo con la tiranía y hacia solidaria la postura de Martínez Paz con la noción “biológica” de la política de Oswald Spengler. Esto es, la política era entendida como lucha y rivalidad, como supervivencia y conservación y, por lo tanto, el poder era concebido en su más cruda naturaleza, argumentación que era compartida por Astrada.

Tanto Taborda como Sánchez Viamonte ligaron a Maquiavelo con el fascismo y el realismo político. El último entendía que su teoría era incompatible con cualquier regulación normativa y, al igual que se ha visto un poco más arriba, lo retrataba como un teórico de “la razón de Estado”, pero no por su preocupación por el orden público, sino como una forma de “justificación doctrinaria de la arbitrariedad de los déspotas” (Losada, 2019, p. 77). En definitiva, Maquiavelo expresaba, para Sánchez Viamonte, el conflicto entre “absolutismo” y “constitucionalismo”. Sin embargo, esta posición no era compartida por Sánchez Sorondo, quien vio en el florentino a un autor de la “política aristocrática”.

En síntesis, fruto del realismo político, Maquiavelo fue pensado como una referencia del fascismo por parte de algunos catedráticos del derecho. Por cierto, esta misma caracterización le granjeó el beneplácito de un destacado intelectual del nacionalismo como Leopoldo Lugones, quien encontró en su obra la fundamentación doctrinaria para demoler al liberalismo y, desde su perspectiva, su consecuencia lógica: la democracia. Sin embargo, entre otros nacionalistas como Julio Irazusta y Ernesto Palacio, no se invocó el nombre de Maquiavelo para referir al antiliberalismo, sino al republicanismo. De hecho, para el primero, su propuesta era la “de una república jerárquica, incluso corporativa, que afirmaba el principio de autoridad, de un republicanismo antiliberal y antidemocrático” (Losada, 2019, p. 90).

Por su parte, Palacio no contrapuso república a liberalismo y democracia, sino que distinguió entre republicanismo liberal y oligárquico y “dictadura democrática” (“del caudillo del pueblo contra sus explotadores”), tomando partido por la segunda. Allí, Maquiavelo ofrecía una justificación del accionar político del príncipe, que era explicado por la ambición de poder de los hombres aunque, si la política era concebida de forma autónoma, para Palacio no podía separársela completamente de la moral.

Esta misma argumentación, desde la perspectiva de los católicos, era la que ligaba a Maquiavelo con la modernidad y el liberalismo. Para Julio Meinvielle, lo característico de la filosofía maquiaveliana era la radical autonomía de la política. Esto es, Maquiavelo podía ser pensado como un crítico o un partidario del liberalismo pero, fuere como fuere, la separación de religión y política lo volvía inevitablemente un autor moderno y anticristiano. Posturas similares se encuentran en Faustino Legón y Arturo Sampay. Sin embargo, fue obra de Tomás Casares la asociación más estrecha de Maquiavelo con el liberalismo, siendo su afirmación radical de la autonomía política y del Estado la “condición necesaria para concebir la libertad tal como la modernidad la había entendido” (Losada, 2019, p. 109); es decir, como libertad del Estado, pero también del individuo.

Como puede apreciarse, los mismos motivos que hicieron que algunos autores lo reivindicasen hicieron que otros lo criticaran. En el tercer y último capítulo esto último es largamente expuesto, y adquieren especial importancia, por un lado, quienes objetaron el estatus epistemológico del realismo maquiaveliano y, por otro lado, quienes lo ponderaron positivamente. Entre los primeros, aparecen algunos de los ya mencionados integristas católicos, como Casares, Sampay o Legón, pero también abogados como Martínez Paz, Astrada o Sánchez Viamonte. Entre los segundos, también desde distintas posturas, se retoman algunas argumentaciones favorables a Maquiavelo por parte de Lugones, Sánchez Sorondo o Palacio.

No obstante, entre los miembros del último grupo Losada también menciona a algunos autores que escribieron textos más o menos laterales (considerados en el conjunto de sus obras) con referencias a Maquiavelo, como Juan Agustín García, Norberto Piñero o José Luis Romero. Pero, sin que quepa lugar a dudas, Mariano de Vedia y Mitre se lleva la mayor parte del capítulo. Para este jurista, Maquiavelo era un intelectual de fuste, ya que había sido al mismo tiempo “el fundador del pensamiento político moderno”, “el padre de la ciencia política” y “un maestro del arte de gobierno”.

Ahora bien, de Vedia y Mitre mostró una innovación interesante al postular que el realismo de Maquiavelo lo convertía en un referente de la libertad. Esta perspectiva, como puede adivinarse a partir de las lecturas que este autor suscitó en el siglo XIX, no era para nada evidente. Sin embargo, así como ya entrado el siglo XX Nicolás Matienzo ligaba realismo con autoritarismo por vía del “maquiavelismo”, José Bianco y Juan Pedro Ramos comenzaron a deslizar algunas ideas que enlazaron a Maquiavelo con la libertad. No obstante, el cambio interpretativo más sustancial sobre el autor sería obra de de Vedia y Mitre, quien redactó el primer libro académico dedicado al análisis íntegro de su obra en la Argentina, en el que se lo definió como “un campeón de la libertad y un emblema republicano, que había escrito para los intereses del ‘pueblo’” (Losada, 2019, p. 148).

El capítulo se cierra desplegando varios de los argumentos de de Vedia y Mitre en torno a la filosofía política de Maquiavelo, refutando especialmente las acusaciones de inmoralidad atribuida a su obra. A su vez, da cuenta de su caracterización como un “teórico del Estado” y, más precisamente, de la “libertad del pueblo”, finalidad última de la institución estatal. Por lo tanto, habría una relación virtuosa entre Estado y libertad en Maquiavelo, no advertida por los liberales del siglo XIX. Para de Vedia y Mitre, más que una fuente de arbitrariedades, “la afirmación de la soberanía y del Estado eran condiciones insoslayables para la libertad” (Losada, 2019, p. 157). Más aún, de la lectura conjunta de El príncipe y los Discursos sobre la primera década de Tito Livio surgía el verdadero rostro de Maquiavelo: un republicano para quien la unidad política y la libertad eran principios necesarios el uno para el otro. En definitiva, la originalidad de de Vedia y Mitre radica en hacer coincidir republicanismo, liberalismo y democracia en el pensamiento de Maquiavelo. Aparece, entonces, una nueva versión del filósofo florentino: ya no se trataba de un precursor del fascismo ni del republicanismo antiliberal, sino de un teórico de la libertad.

Por último, las conclusiones tratan nuevamente, aunque de forma resumida, algunos de los elementos nodales que ya se han referido. En primer lugar, la consideración de Maquiavelo como un autor “obsoleto” o “moderno” en el pasaje del siglo XIX al XX. En segundo lugar, la relación entre Estado y sociedad y, por lo tanto, si Maquiavelo fue un autor del poder y adversario de la libertad, o bien un referente del liberalismo. En tercer y último lugar, la relación entre republicanismo y liberalismo, mostrando un desplazamiento del republicanismo clásico (opuesto a la libertad moderna) a un republicanismo en convergencia con la libertad. Nuevamente, la síntesis liberal-republicana de de Vedia y Mitre es ponderada positivamente.

En síntesis, puede concluirse que el texto de Losada es un buen libro, informado y documentado, que merece ser leído por quienes estén interesados en la historia de las ideas políticas argentinas. De lectura ágil, aunque por momentos se dificulta por el abuso en el uso de gentilicios para referirse a los intelectuales estudiados, el texto realiza un aporte importante al campo de la circulación internacional de ideas y su recepción en la Argentina. Si tuviera que señalarse algún faltante, se lamenta la ausencia de un mayor desarrollo de las propiedades sociales de los agentes receptores, las cuales permitirían apreciar de mejor manera los motivos por los cuales se realizaron ciertos tipos de exégesis y no otras. Aunque, por supuesto, esto no va en desmedro del aporte realizado por el autor.

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