Sociohistórica, nº 51, e185, marzo - agosto 2023. ISSN 1852-1606
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro de Investigaciones Socio Históricas

Artículos

El neoliberalismo argentino y sus antagonistas políticos. El caso de Álvaro Alsogaray

Pablo Martín Méndez

CONICET / Instituto de Cultura y Comunicación, Universidad Nacional de Lanús, Argentina
Cita recomendada: Méndez, P. M. (2023). El neoliberalismo argentino y sus antagonistas políticos. El caso de Álvaro Alsogaray. Sociohistórica, 51, e185. https://doi.org/10.24215/18521606e185

Resumen: El siguiente artículo se propone indagar el proceso de formación del neoliberalismo argentino tras la caída del primer peronismo. Para esto recurre a las herramientas metodológicas brindadas por la arqueología de Foucault y la teoría del discurso de Laclau. El material de análisis son los principales escritos publicados por Álvaro Alsogaray, uno de los máximos referentes del neoliberalismo argentino. Según el argumento desarrollado, el neoliberalismo de Alsogaray se constituyó a partir de: 1) la articulación con las ideas neoliberales que circulaban en Europa a mediados del siglo XX; 2) la definición de un nuevo antagonista político conformado por la relación equivalencial entre el peronismo, el desarrollismo, el radicalismo, la social-democracia y el totalitarismo económico; y 3) la configuración de un programa político destinado a sentar las bases de una “Economía Social de Mercado”. El artículo señala finalmente cómo el antagonismo contribuyó a definir la identidad política del neoliberalismo argentino.

Palabras clave: Alsogaray, Neoliberalismo, Economía Social de Mercado, Arqueología, Laclau.

The Argentine neoliberalism and its political antagonists. The case of Álvaro Alsogaray

Abstract: The following article aims to investigate the formation process of the Argentine neoliberalism after the fall of first peronism. For this, the article uses the methodological approach of Foucault’s archaeology and Laclau’s discourse theory. The materials to be analysed are the main works published by Álvaro Alsogaray, who was one of the highest references of Argentine neoliberalism. According to the argument developed, the Alsogaray’s neoliberalism was established based on: 1) the articulation with neoliberal ideas that circulated in Europe in the mid-twentieth century; 2) the definition of a new political antagonist formed by the equivalence relation between the peronism, developmentalism, radical party, social democracy and economic totalitarianism; and 3) the configuration of a political program intended for laying the basis of a “Social Market Economy”. Finally, the article notices how the antagonism contributed to define the political identity of the Argentine neoliberalism.

Keywords: Alsogaray, Neoliberalism, Social Market Economy, Archaeology, Laclau.


El liberalismo no puede considerarse un "catálogo de ideas"

ni de proposiciones rígidas. Mucho menos representa un conjunto de “verdades”

dogmáticamente expuestas. Además, por dichas razones, el

liberalismo no puede buscar la consecución de determinados fines que

el público desea ver realizados mediante acciones directas. Sólo puede

señalar que la satisfacción de esos fines se logrará a través de

disposiciones generales que a veces resultan contrarias a las medidas

específicas que la opinión pública instintivamente considera deseables.


Álvaro Alsogaray

Experiencias de 50 años de política y economía argentina, 1993


Este artículo se inserta en una investigación sobre la historia del neoliberalismo argentino entre las décadas de 1950 y 1970.1 El objetivo consiste en indagar las formas de producción y puesta en circulación de las ideas neoliberales de libre mercado formuladas en Europa y los Estados Unidos, teniendo en cuenta sus modos de articulación con las tradiciones y debates preexistentes en el país. El período de estudio establecido no es arbitrario; antes bien, es un momento singular no sólo para la Argentina y otros países latinoamericanos, sino también para el mundo occidental en general. Entre las décadas de 1950 y 1970 se produce un punto de inflexión histórico: emergen formas de producción, trabajo y consumo que desafían los patrones del capitalismo fordista (Harvey, 1998), los sistemas de bienestar promovidos desde el Estado atraviesan una crisis económica y política en varios países occidentales (Rosanvallon, 2011), mientras se experimenta una profunda transformación sociocultural que afecta las identidades y expectativas de la ciudadanía (Bauman, 2009). En este escenario, las ideas neoliberales tenían diversas lógicas de producción y patrones de circulación. No sólo eran recetas de política económica impulsadas por organismos internacionales, sino también programas de transformación social formulados por intelectuales, partidos políticos y redes transnacionales. En cierta manera, el neoliberalismo aparecía como una promesa no contrastada todavía con los hechos: un programa para el orden del futuro. Luego de la década de 1970, el término quedaría asociado a una serie de experiencias históricas dramáticas: desde las políticas de liberalización implementadas por Margaret Thatcher en Inglaterra, por Ronald Reagan en los Estados Unidos y por distintos gobiernos dictatoriales en Sudamérica –destacándose, entre ellos, la sangrienta dictadura liderada por Augusto Pinochet en Chile–, hasta el famoso “Consenso de Washington” (1989), el quiebre de las economías de países emergentes como Argentina (2001) y Grecia (2009), y la crisis financiera global del año 2008. A lo largo de este proceso, el término “neoliberalismo” iría adquiriendo una connotación mayormente negativa, hasta el punto mismo en que dejaría de ser utilizado por los economistas y funcionarios promotores de la liberalización económica (Boas y Gans-Morse, 2009; Venugopal, 2015).

Nuestra propuesta se inscribe en un campo de estudios abocado al análisis de las trayectorias, los modos de inserción institucional y el discurso de los intelectuales vinculados con el liberal-conservadurismo argentino de la segunda mitad del siglo XX.2 El liberal-conservadurismo de este período ha sido caracterizado como una posición dinámica y multiforme, dada su articulación con vertientes procedentes del catolicismo, el nacionalismo, el reformismo y el neoliberalismo (Bohoslavsky y Morresi, 2011; Vicente, 2013a; Vicente, 2012; Vicente y Echeverría, 2019; Zimmermann, 1995). Si bien su núcleo común estaba conformado por la defensa de la economía de libre mercado, la concepción negativa del Estado y el rechazo a la política de masas, había no obstante cierto grado de consenso en cuanto a la necesidad de renovar las ideas heredadas del siglo XIX, especialmente tras la crisis económica mundial de la década de 1930 y el posterior ascenso del peronismo.3 Los intentos de renovación incluían las propuestas de un conjunto de intelectuales que venían manteniendo estrechos contactos con las ideas neoliberales desde la década de 1950. Entre ellos se destacaban las figuras de Federico Pinedo, Alberto Benegas Lynch y Álvaro Alsogaray (Haidar, 2015a; Haidar, 2015b; Morresi, 2009; Morresi, 2008; Vicente, 2013b). A continuación, analizaremos esta última vertiente, con base en las ideas neoliberales expresadas por Alsogaray. Las variables a considerar son los momentos de ruptura entre tales ideas y el liberalismo económico del siglo XIX, la relación de Alsogaray con los debates neoliberales de mediados del siglo XX y los aspectos distintivos del neoliberalismo a nivel local. Así, se espera enriquecer el campo de perspectivas teóricas y metodológicas de los estudios desarrollados hasta el momento, avanzando en la dirección de una arqueología del neoliberalismo argentino.4

Herramientas metodológicas para una arqueología del neoliberalismo argentino

La arqueología aquí esbozada retoma tres líneas de debate abiertas por un conjunto de investigaciones previas. En primer lugar, los análisis sobre las discontinuidades o los puntos de inflexión entre las ideas neoliberales que circulaban a mediados del siglo XX y la tradición liberal conformada en la Argentina durante el período 1852-1930. Según Jorge Nállim, se trata de un aspecto que no ha sido abordado con suficiente profundidad por los debates académicos contemporáneos: “el debate en torno del liberalismo fue sintomático de las deficiencias de los estudios sobre el tema, ya que muchos de ellos relacionaban el neoliberalismo de los años noventa con el liberalismo anterior a 1930, sin tener en consideración las transformaciones específicas que ocurrieron en el período en cuestión” (Nállim, 2014, p. 17). A partir de la década de 1930, la tradición liberal atraviesa un proceso de transformación al calor de la crisis de la economía agroexportadora, el surgimiento de movimientos anti-liberales y los sucesivos antagonismos con el fascismo, el peronismo y el comunismo (Bohoslavsky y Vicente, 2014; Fiorucci, 2006). En el transcurso de dicho proceso, el liberal-conservadurismo no sólo ganaría un lugar preponderante en relación con las opciones progresistas, sino que además asumiría un conjunto de rasgos distintivos respecto del período anterior a 1930.5 Los intelectuales vinculados con las ideas neoliberales participaron activamente de las transformaciones en marcha, y llegaron a mantener una posición singular al interior del liberal-conservadurismo (Llamazares Valduvieco, 1999; Vicente, 2013b). Más adelante podremos ver que, para el caso de Alsogaray, esa singularidad residía fundamentalmente en dos aspectos complementarios: la forma de concebir la economía de mercado y la definición de sus antagonistas políticos.

En segundo lugar, la arqueología propuesta por este artículo retoma los análisis sobre la relaciones de continuidad entre las transformaciones ocurridas a partir de los años treinta y las políticas neoliberales impulsadas durante el período que se extiende desde finales de los años setenta –con el golpe cívico-militar autodenominado como Proceso de Reorganización Nacional– hasta principios de los años noventa –cuando el gobierno peronista encabezado por Carlos Menem adopta las políticas de liberalización económica y ajuste fiscal promovidas por el Consenso de Washington para los países emergentes–. Al respecto, Sergio Morresi señala que, más allá de las ideas comúnmente aceptadas, “no parece correcto afirmar que el neoliberalismo argentino fue un modelo importado por la última dictadura militar o que fue impuesto por el Fondo Monetario Internacional. (...) el neoliberalismo ha estado presente en Argentina desde antes de los 70 y tuvo varios promotores internos” (Morresi, 2010, p. 41). De hecho, los casos de Pinedo, Benegas Lynch y Alsogaray demuestran la inserción temprana de las ideas neoliberales en el país, no sólo con anterioridad a la última dictadura, sino incluso al derrocamiento del primer peronismo. Ello se vincula a una tercera línea de debate.

Nos referimos al supuesto, también comúnmente aceptado, de que las ideas neoliberales fueron impuestas en América Latina por agencias y organismos internacionales de crédito como el FMI y el Banco Mundial (Anderson, 2003; Minsburg, 1999). Los estudios de referencia advierten que las ideas neoliberales no siempre se han difundido de manera unilateral y homogénea. En todo caso, sus formas de difusión responden a la coyuntura de cada país y región, y muestran variaciones en función de los diferentes contextos sociales, culturales y políticos (Morresi, 2008). Esto vale especialmente para América Latina, donde la adopción de los proyectos de mercado de orientación neoliberal no sólo se explica por la injerencia de la banca multilateral y otros organismos internacionales de crédito, sino además por la ascendencia de actores locales vinculados con distintas redes trasnacionales (Mato, 2005; Mato, 2007). Antes que un simple trasplante y asimilación de pautas económicas de los países centrales a la periferia, lo que se viene dando desde hace más de medio siglo es un complejo proceso de circulación e intercambio de ideas (Boas y Gans-Morse, 2009; Morresi, 2009). Al analizar el caso de Alsogaray, veremos uno de los tantos modos en que la circulación de las ideas neoliberales fue promovida localmente, a partir de la necesidad de articular un amplio programa de reforma para la Argentina de mediados del siglo XX.

El objetivo de este artículo consiste entonces en enriquecer las mencionadas líneas de debate mediante las herramientas brindadas por la arqueología. Nos proponemos abordar el neoliberalismo desde su carácter político-programático, indagando las inercias y coagulaciones discursivas que perviven a través del tiempo y los distintos lenguajes disciplinares. Conforme a la perspectiva arqueológica aquí desarrollada, la discursividad neoliberal no se reduce a las experiencias de un gobierno, partido político o grupo socialmente dominante, sino que funciona como una grilla de inteligibilidad para la política: un marco donde los problemas, los objetos y las acciones gubernamentales se tornan enunciables sin necesidad de mantener una relación directa con los hechos.6 Esta discursividad articula elementos diferentes y dispersos –instituciones, procesos económicos, formas de comportamiento, sistemas de normas y técnicas entre otros–, hasta el punto de delimitar la multiplicidad de sentidos presente en toda coyuntura histórica (Méndez, 2020a; Méndez, 2020c). Entre las décadas de 1950 y 1970, el neoliberalismo argentino se configuró con base en una articulación de elementos procedentes de distintas tradiciones y corrientes de pensamiento. En palabras de Morresi:

El neoliberalismo argentino no se ha conformado ni desarrollado como la imposición de una teoría ni de una política de Estado o de clase claramente delineada y con una agenda cerrada, sino como el compromiso alcanzado por diferentes abordajes neoliberales y fuerzas políticas, sociales y económicas (2010, p. 308).

A lo largo de este trabajo analizaremos las operaciones discursivas mediante las cuales el nuevo liberalismo argentino se articuló como programa político. Para ello, nuestra perspectiva arqueológica utilizará las nociones de “antagonismo”, “articulación discursiva” y “equivalencia” provistas por la teoría del discurso de Laclau (Howarth, 1997; Laclau, 2014; Laclau, 2020; Laclau y Mouffe, 2015).7 El antagonismo político supone el trazado de una frontera entre, por un lado, la postulación de una sociedad armónica en la que todas las demandas encontrarían plena satisfacción y, por el otro, los elementos que obstaculizarían la realización de la sociedad deseada: “los obstáculos que se encuentran en el establecimiento de esa sociedad (...) fuerzan a sus mismos proponentes a identificar enemigos y a reintroducir un discurso de la división social basado en lógicas equivalenciales” (Laclau, 2020, pp. 104-105). Estas lógicas equivalenciales tienden a agrupar elementos que no son necesariamente agrupables –o que podrían haberse agrupado de otra manera– siguiendo la necesidad de definir tanto la identidad propia como la identidad del antagonista. El resultado es la división del campo social en identidades diferenciadas, cada una de ellas compuestas por demandas y expresiones equivalentes en relación con sus antagonistas, aunque sin posibilidad de realizarse plenamente por la presencia de los mismos elementos antagónicos (Laclau y Mouffe, 2015). El antagonismo, en tal sentido, interviene en la definición de las identidades políticas al tiempo que impide su realización total. De ahí que funcione como un tamiz para comprender los procesos de conformación de esas identidades: “El antagonismo tiene una función revelatoria. (...) Paradójicamente, la estructuración interna de la identidad se muestra a partir de aquello que la interrumpe y limita” (Laclau, 2014, p. 150).

El antagonismo y las lógicas equivalenciales no sólo nos permiten comprender el fenómeno del populismo, sino también el neoliberalismo desde el momento mismo en que éste postula una economía de mercado armónica e identifica los obstáculos para su realización (Laclau, 2020)8 En este punto, el neoliberalismo no se sirve meramente del lenguaje técnico-disciplinar provisto por la ciencia económica: lo que despliega es más bien un discurso de la división social que define y redefine la frontera entre la economía de mercado y sus antagonistas. Se trata de un proceso abierto en el que no hay divisiones privilegiadas o establecidas a priori: “los puntos antagónicos particularmente intensos sólo pueden ser establecidos contextualmente y nunca deducidos de la lógica interna de ninguna de las fuerzas enfrentadas en forma aislada” (Laclau, 2020, p. 188).

El presente artículo procura mostrar cómo el antagonismo político intervino en el proceso de formación del neoliberalismo argentino. La investigación se enfocará en los principales escritos publicados por Álvaro Alsogaray entre 1960 y 1990.9 A través de ese sustrato empírico, veremos que el neoliberalismo argentino se conformó en función de: 1) la formulación de un orden de libre mercado diferente de los proyectos del liberalismo decimonónico; 2) la definición de un campo antagónico que incluye tanto al peronismo de los años cincuenta como también al radicalismo, la socialdemocracia y el desarrollismo; y 3) la configuración de un programa destinado a sentar las bases de una “Economía Social de Mercado”. Como señalaremos oportunamente, ello dio lugar a que el neoliberalismo argentino conformase su identidad a partir de una estrategia de polarización del escenario político, reduciendo las opciones posibles a sólo dos alternativas excluyentes: o economía de libre mercado, o dirigismo totalitario.

I. El neoliberalismo argentino como programa político

Sin lugar a dudas, la figura de Álvaro Alsogaray ha jugado un rol central en la política argentina de la segunda mitad del siglo XX. Ministro de Industria durante el gobierno de facto de Eugenio Aramburu, y luego de Economía en los gobiernos de Arturo Frondizi y José María Guido, fundó la Unión del Centro Democrático (UCEDE) en 1982, y accedió en diferentes oportunidades a una banca como diputado nacional entre 1983 y 1999.10 Ahora bien, a los fines del presente artículo, lo que interesa no es tanto la trayectoria personal de Alsogaray como la forma de discursividad que emerge desde sus escritos. Esta discursividad resulta relevante por tres razones complementarias.

En primer lugar, porque se inscribe en un “neoliberalismo” todavía ajeno a las connotaciones negativas que el término adquirió posteriormente. Así lo dice Alsogaray en la introducción del libro Bases para la acción política futura:

Las ideas que se exponen implican afirmar que un Programa de Acción Política para la Argentina, en las circunstancias presentes, deberá tener como objetivo básico el restablecimiento de una unidad conceptual entre el pensamiento político y el pensamiento económico en el seno de la democracia (...). Esa síntesis no tiene un nombre propio universalmente reconocido. Algunos la denominan “liberalismo moderno”. Otros “neoliberalismo” (Alsogaray, 1968, p. 7).11

El discurso de Alsogaray muestra aquí un segundo elemento de interés: la articulación con algunas escuelas y corrientes de pensamiento procedentes del continente europeo, como la Escuela Austríaca, la Escuela de Friburgo u “Ordoliberalismo” y la Economía Social de Mercado. Si bien estas dos últimas vertientes son menos conocidas que la Escuela Austríaca, no por ello dejan de tener relevancia para la historia del neoliberalismo en general y del neoliberalismo argentino en particular.12

Desde la década de 1930, la Escuela de Friburgo venía desempeñando un rol importante en los debates epistemológicos y metodológicos de la ciencia económica. Según Walter Eucken –economista de Friburgo y principal referente del Ordoliberalismo–, el desafío consistía en evitar “la gran antinomia” entre la economía empírica y la economía teórica. Frente a los supuestos de esta última, Eucken sostenía que la actividad económica no es un fenómeno compuesto por individuos atomizados que actúan racionalmente, sino un elemento interrelacionado con un sinnúmero de variables contextuales:

La vida económica cotidiana dependió y depende siempre de la naturaleza del país, de la raza de sus habitantes, de su instrucción, de la tradición, de las convicciones de los hombres, de las instituciones, de la estructura política del Estado, de la región o de la ciudad; en una palabra, del medio ambiente histórico (Eucken, 1947, p. 29).

La economía es un elemento inescindible de otras dimensiones de la práctica humana, como la política, la sociedad y la cultura: “Estos órdenes –señalaba Alsogaray– son interdependientes, ninguno es anterior o superior a los otros” (Alsogaray, 1989, p. 21). Así pues, no habría medida económica concreta –sea a nivel de precios, salarios, créditos, etcétera– que pueda concebirse de manera aislada, sin una “conexión de sentido” con otras variables interrelacionadas. Lo que la Escuela de Friburgo proponía era un “pensamiento en órdenes” (Eucken, 1956) que permitiese evaluar los efectos de las acciones económicas en la sociedad y la política o, inversamente, la influencia política y social sobre la economía. Con ello buscaba mostrar hasta qué punto una medida gubernamental cualquiera, por más precisa que fuere, se da en una constelación de condiciones políticas y sociales sobre las cuales influye y a su vez es influida por ellas. A través de una grilla semejante, toda política se presenta entonces como una política económica, del mismo modo en que todo proyecto económico es necesariamente un proyecto político y social. Por eso Alsogaray sostenía que uno de los mayores logros del neoliberalismo consistía en pensar las políticas de mercado desde el concepto de “metamercado”, el cual –según sus palabras– “lleva a no considerar el mercado como un mecanismo aislado, sino como una forma de organización económica y social encuadrada dentro de un marco más amplio (...) conformado por las costumbres, la moral y sobre todo el derecho” (Alsogaray, 1993, p. 229).

A pesar de originarse en la ciencia económica, el pensamiento en órdenes es algo más que un mero procedimiento disciplinar. Se trata más bien de toda una grilla de inteligibilidad para la política; es una manera de evaluar las acciones gubernamentales conforme a un criterio integral o con pretensiones de integralidad. Con base en esa grilla, Eucken podía definir las políticas económicas de corte keynesiano practicadas durante la crisis de los años treinta como “un casuismo falto de principios fundamentales que lleva a la política a un caos de medidas inconexas o contradictorias” (Eucken, 1956, p. 354). La objeción no apuntaba tanto a la eficacia inmediata de las políticas keynesianas como a su supuesta falta de una visión ordenadora: “la política de coyuntura corriente en la actual época de los experimentos a largo plazo tiene que fracasar. Aquí no sirve ninguna depuración o perfeccionamiento, sea por la observación estadística o por una planificación central basada matemáticamente” (Eucken, 1956, p. 436). Décadas más tarde, Alsogaray haría lo propio con la dirigencia política argentina, reclamándole su recurrente “pragmatismo”:

dichos dirigentes ignoran la interrelación entre los fenómenos económicos y la naturaleza de los comportamientos humanos. (...) No conocen las teorías que explican esos fenómenos y comportamientos, y ante la necesidad de ocuparse de los más diversos problemas, recurren al conocimiento vulgar, a sus propias ideas y a lo que creen que es su sabia intuición (Alsogaray, 1989, p. 16).

En este punto, no habría diferencias entre las opciones políticas existentes en la Argentina de mediados del siglo XX –como el peronismo, el radicalismo e incluso las dictaduras militares–, puesto que todas siguen una lógica similar. Para Alsogaray, son opciones formuladas por “tecnócratas”, “expertos” y “demagogos ilustrados” que “se orientan hacia la consideración autónoma de los fenómenos económicos en sí mismos” (Alsogaray, 1968, pp. 55-56).13 La estadística, los indicadores y otras técnicas de medición económica carecerían por sí mismas de valor para la toma de decisiones. Lo importante, como decía Eucken, es considerar los principios que orientan las diferentes medidas a implementar:

Cada medida político-económica recibe su sentido sólo dentro del plan general del orden económico y ejerce, al mismo tiempo, una alteración mayor o menor en dicho orden económico. (...) Por lo tanto, la decisión total de la política de ordenación tiene que anteponerse a las actividades individuales político-económicas, si es que ha de practicarse una política plena de sentido (Eucken, 1956, pp. 352-353, énfasis del autor).

De ello se desprende un tercer elemento importante para el estudio del neoliberalismo argentino: el discurso político-programático o de “las bases”. El discurso político-programático no se reduce a un conjunto de prescripciones o recetas a poner en práctica, sino que más bien establece el “encuadre” al que deberán ajustarse las políticas concretas. En palabras de Alsogaray, “son las ‘bases para un programa’ y no el ‘programa mismo’” (Alsogaray, 1989, p. 11). Si bien el antecedente principal de esta modalidad discursiva se encuentra en el libro Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, publicado por Juan Bautista Alberdi en 1852 (Haidar, 2015a), también es necesario tener en cuenta los aportes más contemporáneos del neoliberalismo europeo.

El programa propuesto por Alsogaray se apoya en tres pilares procedentes de distintos momentos históricos: la Constitución Nacional sancionada en 1853, la democracia liberal representativa –especialmente la democracia de partidos de mediados del siglo XX– y la “Economía Social de Mercado”. Tales son las bases para la “reestructuración” del liberalismo argentino llevada adelante desde mediados de los años cincuenta, tras el derrocamiento del primer peronismo: “Esa reestructuración se efectuó sobre la base de la Constitución Nacional de 1853-1860, pero adoptando las ideas del liberalismo moderno (que algunos denominan neoliberalismo)” (Alsogaray, 1993, p. 11). Entre las ideas del liberalismo moderno, Alsogaray concede un lugar privilegiado a la Economía Social de Mercado, entendida como el sistema económico-social “propuesto para el futuro, en vistas a la reconstrucción argentina” (1989, p. 15).14 La Economía Social de Mercado se presenta como una síntesis entre los mecanismos de libre mercado y la intervención gubernamental “con criterio social”. Según Alsogaray, esta síntesis

no tiene nada que ver con la práctica del Liberalismo Absoluto (...). Constituye una doctrina moderna en la cual el Estado y la planificación tienen un importante papel que jugar aún en el campo económico, pero en la que la regimentación burocrática es sustituida por el libre juego de las fuerzas del Mercado (Alsogaray, 1968, p. 17).

El discurso de Alsogaray marca un punto de inflexión en relación con las ideas que procedían del liberalismo económico y que, exceptuando algunas coyunturas particulares, gozaban de un amplio consenso en la Argentina entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX (Nállim, 2014). La cuestión no consiste en avanzar hacia el libre cambio absoluto –como si éste fuese una meta tangible, que se puede alcanzar de una sola vez con la mínima intervención del Estado–, sino más bien en seguir una tendencia:

La Economía Social de Mercado procura (...) avanzar tan firmemente como resulte posible hacia la aplicación de las leyes del Mercado [pero] no pretende llegar a la vigencia absoluta de dichas leyes, puesto que sabe que tal estado nunca podría lograrse. Lo que importa para la Economía Social de Mercado es el movimiento en sí mismo y, por supuesto, el sentido en que se produce (Alsogaray, 1968, p. 63, énfasis del autor).

La Economía Social de Mercado da sentido y coherencia a cada política concreta. Más que un punto de llegada, es un objetivo cuya realización requiere de continuos y renovados esfuerzos. Dichos esfuerzos abarcan varias dimensiones complementarias: en primer lugar, el establecimiento de las condiciones políticas y sociales que permitan el correcto funcionamiento del mercado, pero asimismo –o en paralelo– la remoción de todo aquello que se considere como un obstáculo para ese funcionamiento. De ahí que la política tendiente hacia el orden de mercado sea, en cierta medida, una política de depuración:

La tendencia implica que la acción política, principalmente la de los gobiernos, deba estar dirigida hacia la remoción o eliminación de todas las trabas y obstáculos que limitan el juego de las fuerzas del Mercado y frenan las energías y las iniciativas individuales (Alsogaray, 1968, p. 67, énfasis del autor).

Las definiciones de Alsogaray nos permiten entrever el modo en que el neoliberalismo argentino de mediados del siglo XX define su identidad en función del antagonismo político. Como señalaremos en el próximo apartado, ese antagonismo no estaba necesariamente dado, sino que se fue formulando al calor de la coyuntura histórica, a partir de una serie de articulaciones entre diferentes elementos discursivos.15

II. La construcción del antagonista anti-liberal

El discurso de Alsogaray introdujo una serie de aspectos novedosos en relación con los modos en que el liberal-conservadurismo venía definiendo a sus antagonistas. Si entre los años cuarenta y cincuenta las fronteras divisorias se habían expandido en función de la necesidad de antagonizar no sólo con el fascismo, sino además con el peronismo, a principios de los años sesenta, en el contexto de la Guerra Fría y frente al impacto de la Revolución Cubana en América Latina, las fronteras volverían a definirse para incluir al comunismo como principal antagonista (Bohoslavsky y Vicente, 2014; Fiorucci, 2006; Nállim, 2014; Vicente, 2013a). Sin embargo, Alsogaray iba todavía más lejos, puesto que ubicaba esas experiencias en una cadena de equivalencias cuyo eslabón principal era el totalitarismo. Así seguía un movimiento de ensanchamiento conceptual que había sido iniciado por el neoliberalismo europeo y que permitía concebir el totalitarismo más como una amenaza interna que externa a las democracias.16 Para Alsogaray, el peligro residía en las hibridaciones de política económica que, a pesar de implementarse en regímenes completamente distintos, conducían siempre al mismo resultado: la instauración de un totalitarismo económico.

Al igual que la Escuela de Friburgo, Alsogaray establece tres orientaciones posibles para la política económica y social: el libre mercado, la planificación centralizada y las “terceras posiciones” que se presentarían como una hibridación entre la primera opción y la segunda.17 Estas propuestas híbridas son reagrupadas por Alsogaray en un mismo modelo, el modelo “dirigista-inflacionario”, al cual define como el verdadero antagonista de las propuestas liberales: “la batalla final ya no habrá que librarla contra el totalitarismo declarado sino contra estas híbridas pero insidiosas formas de penetración política que conducen, a través de la inflación, al colectivismo y a la masificación de la sociedad” (Alsogaray, 1968, p. 56). El modelo dirigista-inflacionario no es identificado con un partido político, un conjunto de dirigentes o unas medidas de gobierno en particular. Antes bien, es una orientación en la cual vienen a reagruparse opciones políticas que en principio se considerarían diferentes y hasta opuestas entre sí: “todos los gobiernos –peronistas, radicales y militares– lo aplicaron, siendo esa aplicación una constante en la vida argentina de los últimos cuarenta años” (Alsogaray, 1989, p. 25). En dicha “constante” de la vida argentina, Alsogaray encuentra la causa de las crisis económicas y sociales registradas durante la segunda mitad del siglo XX:

Durante este largo período ha habido gobiernos de facto y constitucionales, civiles y militares, dictatoriales y más o menos democráticos, por lo cual no es posible aceptar que las causas del fracaso se deban a la acción aislada de alguno de esos gobiernos. (...) no puede dudarse que ese destructivo factor es la intromisión del Estado en la economía en el sentido de sustituir la libertad económica por la regimentación de la misma a cargo del Estado. Más precisamente, el reemplazo del reordenamiento espontáneo que provee el mercado, por un orden arbitrario de carácter administrativo-burocrático impuesto por el Estado (Alsogaray, 1993, p. 227, énfasis del autor).

El problema no sólo consiste en definir a los contrincantes concretos del neoliberalismo argentino, sino además, y lo que es más importante, en señalar el sistema de prácticas e ideas que podría obstaculizar la economía de mercado. A grandes rasgos, ese sistema estaría compuesto por las políticas proteccionistas, la planificación económica centralizada, las regulaciones estatales de tipo keynesiano y la ideología socialista. Si bien se trata de un sistema “híbrido” cuyos componentes pueden aparecer juntos o separados conforme al momento y el lugar, aquí se lo presenta como un “campo de adversidad” dotado de una lógica propia o una necesidad interna –sin importar las particularidades locales, las diferentes experiencias históricas e incluso las rivalidades políticas explícitas entre quienes implementan algunas de las medidas señaladas–.18

En sintonía con los desarrollos del neoliberalismo europeo de posguerra, Alsogaray denomina ese campo supuestamente adverso al libre mercado como “anti-liberalismo”. A nivel discursivo, la forma de definir el anti-liberalismo va más allá del lenguaje técnico-disciplinar de la ciencia económica. Lo que se establece más bien es toda una cadena de equivalencias entre opciones políticas que la experiencia histórica mostraría inicialmente en forma diferenciada y que sin embargo aparecen formando parte de una misma lógica. Para el caso de la Argentina, el anti-liberalismo incluye tanto al peronismo y las experiencias populistas de América Latina como al radicalismo, la social-democracia y las ideas vinculadas con el desarrollismo: “Estas fórmulas (...) responden a situaciones específicas de cada país o a ideologías internacionales según los casos. En el campo económico se inclinan por métodos colectivistas, lo cual las aproxima más al Socialismo y al Colectivismo que a la democracia” (Alsogaray, 1968, p. 54). Son experiencias que, a pesar de sus diferencias manifiestas y sus eventuales contradicciones, mantendrían una relación de parentesco con el totalitarismo, dada su tendencia a regimentar la economía:

Si nos inclinamos por una regulación económica rigurosa, pronto nos veremos arrastrados a una regimentación total de la sociedad. Si lo hacemos “a medias” –como lo venimos haciendo en la Argentina (...)– la ineficiencia y el desorden que ese proceder híbrido engendra terminarán por producir un estado de cosas que lleva en sí mismo el peligro de un desenlace también totalitario (Alsogaray, 1989, p. 14).

Ya se apliquen rigurosamente o “a medias”, las regulaciones pueden ser de todas formas un germen del “totalitarismo económico”. Con este término Alsogaray propone designar “las prácticas colectivistas, nacionalistas, estatistas, intervencionistas y dirigistas desarrollistas, paternalistas y de planificación compulsiva, contrarias al libre juego de las fuerzas del mercado y la supremacía de los fines individuales” (Alsogaray, 1969, p. 53). Por un lado, el totalitarismo económico es equivalente a toda política de intervención sobre la economía, mientras que, por el otro, se presenta como el antagonista de la creatividad individual, el espíritu de empresa y, más rotundamente, las “fuerzas vitales” de la Argentina.

Este marco de inteligibilidad para las regulaciones económicas, donde cada medida concreta es equivalente al totalitarismo, procede en gran parte del famoso libro Camino de servidumbre publicado por Friedrich Hayek en 1944. Alsogaray se sirve del mismo para interpretar la experiencia peronista de 1946-1955 como “un intento nacional-socialista cuya configuración y evolución se ajustaba rigurosamente al pronóstico de Hayek” (Alsogaray, 1993, p. 23). Mostrando cierta afinidad con el pensamiento en órdenes elaborado por la Escuela de Friburgo, Hayek establece una interrelación entre el orden económico y el régimen político. A la intervención del Estado en la economía, le correspondería una mayor intromisión en la sociedad civil, de modo tal que la regulación sobre la libertad económica conduce inexorablemente al cercenamiento de otras libertades.19 Esa es la lección que habría brindado el ascenso del nazismo en Alemania entre los años treinta y cuarenta, y que volvería a registrarse en la Argentina desde la llegada del peronismo al gobierno: lo que Hayek denomina como el camino de servidumbre. “Lo dicho para Alemania y el nazismo –advertía Alsogaray– es aplicable a la Argentina y el peronismo. (...) El totalitarismo económico engendra el totalitarismo político. No puede haber verdaderas libertades si no hay libertad económica” (1993, p. 22).

Así pues, todas las alternativas pasibles se dirimen entre el orden de mercado y las propuestas de orientación totalitaria, sin ninguna otra opción intermedia o ajena a esa dicotomía: “Los dos principios ordenadores alternativos son, por lo tanto, la Planificación Centralizada y Compulsiva de la Economía y la Planificación a través del Mercado. No existen otros principios de esa naturaleza” (Alsogaray, 1968, p. 45). Mediante esta forma de puesta en discurso, Alsogaray contribuye a polarizar las opciones políticas y sociales.20 O economía de libre mercado, o dirigismo totalitario. Para Alsogaray, ése es el antagonismo en el que se debatiría la Argentina desde mediados del siglo XX. Y puesto que no existen alternativas, ello también supone que una opción deberá imponerse necesariamente sobre la otra. Al repasar las convulsionadas décadas de 1960 y 1970, Alsogaray plantea una relectura sobre las interrupciones de la democracia argentina por vía de intervención militar, reservando un lugar particular para la autodenominada “Revolución Libertadora” que derrocó al gobierno de Juan Domingo Perón en 1955. En comparación con otras intervenciones militares, la Revolución Libertadora no habría sido exactamente un “golpe de Estado” contra un régimen democrático, sino una revolución contra un orden totalitario:

La Revolución Libertadora tenía características revolucionarias por un doble motivo. El primero, porque se realizaba contra un sistema totalitario completamente contrario a la Constitución Nacional. El segundo, porque se proponía abolir ese sistema reemplazándolo por otro ajustado a la tradición argentina y a los textos constitucionales (Alsogaray, 1993, p. 31).

Vemos entonces que la discursividad neoliberal funciona como una forma de producción de sentido, un marco a partir del cual las diferentes coyunturas históricas son descifradas en términos del antagonismo entre el libre mercado y el totalitarismo. Lo que aquí se dirime no es solamente una elección entre diferentes métodos económicos: es ante todo la política de ordenamiento para la Argentina. Esta forma de antagonizar, según veremos en el próximo apartado, resulta inherente al denominado discurso de las bases.

III. El discurso de “las bases”

El imaginario refundacional es un aspecto distintivo del liberal-conservadurismo conformado tras la crisis de los años treinta y el ascenso del peronismo: “Para los liberal-conservadores argentinos, las convulsiones hacían necesario un cambio de orden, no sólo político, sino también económico, cultural y social que ellos entendían como una oportunidad para regresar a la senda de la libertad abandonada” (Morresi y Vicente, 2017, p. 15). En el caso de Alsogaray, el discurso de las bases actúa a la manera de una matriz enunciativa que hace discernibles las diferentes coyunturas históricas. Ya se trate de 1955, 1975 o 1989,21 en todos los casos lo que está en juego es la refundación de la Nación o la profundización de su decadencia. Alsogaray señala que la refundación debe cimentarse en los principios del liberalismo, que “ofrece al pueblo argentino una clara solución de los problemas creados por las corrientes estatistas, intervencionistas e inflacionarias predominantes durante las últimas cuatro décadas (...). Retornando a las fuentes, que fueron liberales, la Argentina volverá a ser un gran país” (1989, p. 18). Sin embargo, las fuentes liberales podían adquirir un sentido distinto de acuerdo a los grupos políticos e intelectuales que las reclamaban para sí (Nállim, 2014). Mientras que liberal-conservadurismo evocaba la imagen de una “Argentina potencia” erigida sobre los pilares de la economía agroexportadora y los valores republicanos de la generación de 1880 (Bohoslavsky y Morresi, 2011; Vicente, 2012), Alsogaray buscaba articular las fuentes liberales del siglo XIX con los intentos de renovación procedentes de las corrientes neoliberales de su época. La referencia principal era la Economía Social de Mercado propuesta por Ludwig Erhard y Alfred Müller-Armack como programa de reconstrucción para la Alemania de posguerra. Alsogaray recurre a esa experiencia para sentar las bases de un ambicioso programa de reforma destinado a enfrentar las complejidades económicas, políticas y sociales de la realidad argentina de mediados del siglo XX. Esto le permitía ocupar una posición singular en el campo de las opciones políticas existentes, puesto que podía diferenciarse sutilmente del liberal-conservadurismo, por un lado, pero sin dejar de antagonizar, por el otro, con las propuestas de modernización económica y social que Alsogaray consideraba ajenas al liberalismo.

Cabe recordar que la Economía Social de Mercado respondía al desafío de reconstruir la economía alemana tras la Segunda Guerra Mundial evitando los errores que habría cometido el liberalismo decimonónico (Ptak, 2009). En este punto, uno de sus principales antecedentes era el pensamiento en órdenes que la Escuela de Friburgo había elaborado durante la década de 1930. Como señalaba Erhard, a través del pensamiento en órdenes se puede comprender que, al momento de edificar un nuevo orden de mercado, “no sólo es determinante el automatismo técnico del equilibrio de la oferta y la demanda, sino también y en primer lugar, unos principios intelectuales y morales” (2011, p. 9). A ello respondía la Economía Social de Mercado, cuyos principios consisten en “armonizar, sobre la base de una economía de libre competencia, la libertad personal con un creciente bienestar y seguridad social” (Erhard, 2011, p. 21). No se trataba simplemente de promover una mayor libertad de mercado al interior del paradigma welfarista imperante en gran parte de Europa Occidental y en los Estados Unidos de mediados del siglo XX. Antes bien, la cuestión consistía en redefinir las mismas metas de bienestar para las modernas sociedades de masas.

A partir de una articulación de elementos procedentes del conservadurismo, el humanismo y el romanticismo, la Economía Social de Mercado se constituyó en abierto antagonismo con las políticas sociales redistributivas promovidas por los Estados de Bienestar. A este tipo de políticas supuestamente basadas en aspectos “cuantitativos” y “materialistas” se le anteponía una concepción del bienestar que privilegiaba –o decía privilegiar– la dimensión cualitativa, moral y subjetiva de la existencia humana (Haidar, 2018; Méndez, 2020b). De ahí la discusión con el discurso de los “expertos”, “tecnócratas” y “pragmáticos” que privilegiarían las necesidades coyunturales en desmedro de una visión integral sobre el bienestar: “en el mundo libre, un pragmatismo superficial impregna cada vez más la conciencia política. Y naturalmente quien no advierte ni aprecia el valor del orden como marco para la vida, tampoco es capaz de defenderlo y apoyarlo” (Erhard, 2011, p. 13). Al concebir el bienestar como objeto de cálculos y técnicas gubernamentales, los políticos pragmáticos darían lugar a un intervencionismo de Estado que no sólo anularía la economía de mercado, sino además las libertades individuales. Para Erhard y otros intelectuales de la Economía Social de Mercado, el bienestar no puede ser planificado. Lo que se debe planificar son más bien las bases del bienestar; vale decir, el orden jurídico, social, cultural y moral que servirá de encuadre a la economía de mercado:

la tarea más propia y noble del Estado consiste en crear un marco ordenador, dentro del cual el ciudadano ha de poder moverse libremente. (...) Vista desde esta perspectiva, la economía de mercado no es tan sólo un principio mecánico, sino que es más bien la expresión de un orden de vida fundamentada en convicciones, la moralidad, la libertad y el derecho (Erhard, 2011, p. 21).

Retomando los principios de la Economía Social de Mercado, Alsogaray afirma que el bienestar no se alcanza “formulando planes cuantitativos, calculando necesidades, disponibilidades, cuotas, distribuciones, etcétera, y dando a dichos planes un carácter imperativo” (Alsogaray, 1969, p. 154). Frente a las propuestas que conducirían hacia la “regimentación de la sociedad”, habría que implementar planes de naturaleza completamente distinta: “Éstos están destinados a eliminar todas las interferencias, rigideces y obstáculos que impiden el libre juego de la competencia y del Mercado. Tienden, por lo tanto, a liberar las energías individuales y así conducen a la libertad” (Alsogaray, 1969, p. 154). La diferencia en cuanto al modo de concebir la planificación económica excedía los límites de una discusión disciplinar. Como deja entrever el propio discurso de Alsogaray, el punto crucial era antagonizar con las ideas desarrollistas difundidas en América Latina entre los años cincuenta y sesenta.22 El antagonismo entre el neoliberalismo argentino y el desarrollismo se formula a través de un conjunto de desplazamientos discursivos y redefiniciones terminológicas. La primera redefinición está relacionada con la forma de caracterizar el desarrollismo como corriente intelectual y política; la segunda, con la comprensión del “subdesarrollo” de América Latina en general y de la Argentina en particular, mientras que la última se vincula con las metas de bienestar que debería adoptar la política gubernamental.

La caracterización del desarrollismo elaborada por Alsogaray se inscribe en las estrategias discursivas que analizábamos en el anterior apartado, esto es: la disolución de las especificidades y los rasgos identitarios de los antagonistas, el establecimiento de relaciones de parentesco o equivalencia entre ellos y la polarización de las opciones políticas y sociales. Dicha estrategia no sólo permitía depurar el escenario político, sino que además servía para despejar la “confusión de ideas” que, de acuerdo a Alsogaray, habría dado lugar a que el desarrollismo fuera definido como una opción “liberal-progresista” (Alsogaray, 1969). Desde la perspectiva de Alsogaray, el desarrollismo sería más bien “una actitud que consiste en formular falsas promesas de bienestar, que se conseguirían a través de una planificación y ejecución científica y dinámica del ‘desarrollo’. (...) Por ello he propuesto para el ‘desarrollismo’ el nombre de ‘demagogia ilustrada’” (Alsogaray, 1969, p. 52). Las definiciones de Alsogaray tienen varios puntos de articulación con los debates abiertos por las distintas escuelas y vertientes asociadas a la historia del neoliberalismo (Haidar, 2015a). La relación más directa es la crítica que Hayek planteaba al “constructivismo” o la suposición de que las sociedades humanas pueden ser manipuladas a través de la técnica y el conocimiento científico (Hayek, 1981b). El desarrollismo, dirá posteriormente Alsogaray, se basa en la creencia errónea de que es posible acelerar el desarrollo económico y social de un país mediante una planificación consciente a cargo del Estado que imponga determinadas metas macroeconómicas y que tenga por objetivo un cambio profundo de las estructuras sociales. Se trata de un punto común con algunos representantes de la Escuela de Friburgo y la Economía Social de Mercado, quienes solían definir las “metas de desarrollo”, los “cambios estructurales” o la “justica social” como constructos mentales impulsados por expertos y demagogos (Méndez, 2020d). Ahora bien, ello no implica que Alsogaray ceda el término “desarrollo” a los antagonistas del neoliberalismo argentino. La cuestión consiste en redefinir el significado de ésa y otras palabras “que son excelentes dentro de nuestro sistema de ideas pero que han sido degradadas por los colectivistas al aplicarlas al suyo” (Alsogaray, 1969, p. 38).

Habiendo establecido su caracterización sobre el desarrollismo, Alsogaray señala que el subdesarrollo latinoamericano y argentino no obedece a la estratificación social existente en la región, las desigualdades entre los países centrales y periféricos, y el deterioro de los términos de intercambio, entre otras causas estructurales, sino que tiene su origen en causas netamente políticas “que emanan de la interrelación que existe en cada país entre los gobiernos que se suceden y los sistemas y doctrinas económicas que se aplican” (Alsogaray, 1969, p. 50). Para Alsogaray, el origen del subdesarrollo residiría en el totalitarismo económico como orden contrario a la actividad creadora y el espíritu de empresa: “cada uno de los factores que configuran ese totalitarismo económico hizo su parte en la gran tarea de transformar un país rico y dinámico en lo que hoy se denomina un país subdesarrollado” (Alsogaray, 1969, p. 55). Así pues, la relación causa-efecto entre el totalitarismo económico y el subdesarrollo explicaría mucho más que “la jerga de los expertos” y los “líderes colectivistas” que conducen los destinos económicos de América Latina (Alsogaray, 1969, p. 56). Fue esa jerga la que habría tergiversado el significado de los términos “desarrollo” y “subdesarrollo” invocando elementos ocultos opuestos al progreso, proponiendo soluciones mágicas apoyadas en los poderes de la técnica y creando, finalmente, la expectativa de un crecimiento acelerado mediante el intervencionismo de Estado. Contra el discurso desarrollista rebajado ahora a la condición de jerga, Alsogaray antepone un diagnóstico sustancialmente diferente sobre la realidad de la Argentina de mediados del siglo XX. El lugar que ocupa ese diagnóstico en el neoliberalismo argentino no es menor; antes bien, define parte de su programa político y de su identidad misma.

En rigor, la Argentina de mediados del siglo XX no podría ser calificada como un país subdesarrollado, pues no cuenta con las condiciones estructurales que la ubicarían en una condición semejante: “No existe en la Argentina una oligarquía dirigente que ejerza el poder político. No queda ya otro latifundista importante que el Estado. La estructura social jamás registró privilegios de clase” (Alsogaray, 1969, p. 49).23 Desde la perspectiva de Alsogaray, la Argentina sería en realidad un país “potencialmente rico”, “un pueblo inteligente que sabe trabajar y que siempre ha estado dispuesto a hacerlo” (Alsogaray, 1969, p. 57). El problema no estaría entonces en la división entre países ricos y países pobres, sino en el modo de organizar las energías y voluntades individuales. Hemos visto que ese problema tendría sólo dos respuestas: o la planificación centralizada y compulsiva de la economía, o los mecanismos descentralizados de coordinación del mercado. Adaptando las premisas de la Escuela Austríaca, Alsogaray postula el mercado como el mecanismo más eficaz para la coordinación de las diferentes voluntades en sociedades extensas y complejas; siguiendo el pensamiento en órdenes de la Escuela de Friburgo, agrega que el mecanismo de mercado no tiene un carácter meramente económico: “es un principio ordenador de la sociedad que coordina en libertad los esfuerzos de todos, lo cual permite alcanzar el mayor rendimiento de los recursos con que cuentan las distintas comunidades, dando lugar a un mayor bienestar para sus integrantes” (Alsogaray, 1993, p. 228).

A diferencia del liberalismo económico del siglo XIX, Alsogaray advierte que el orden de mercado no se alcanza de un solo golpe, a través de reformas drásticas de liberalización económica, sino mediante una planificación integral que apunte al orden de mercado en cada una de sus acciones. Esta planificación supone la adopción de métodos distintos de aquellos que promoverían el desarrollismo y otras ideologías intervencionistas. En lugar de intervenir directamente en la economía, el Estado debe establecer y garantizar las condiciones para el buen funcionamiento del libre mercado. Es lo que Erhard y otros representantes de la Economía Social de Mercado denominaban como “planificación para la competencia”:

el Estado debe establecer las reglas de juego, “planificar para la competencia”, asegurar el libre acceso al Mercado de todos los productores y consumidores que deseen concurrir a él y, finalmente también, accionar en forma directa cuando se producen ciertas perturbaciones críticas incidentales capaces de afectar el funcionamiento del conjunto (Alsogaray, 1968, p. 32).

Como podemos observar, los planteos de Alsogaray abren toda una disputa en torno al sentido de la planificación. El objetivo ya no consiste en planificar un desarrollo económico equitativo y equilibrado desde el Estado; en todo caso, se trata de que el Estado implemente una “política de encuadre” para que la competencia económica funcione por su propia cuenta, satisfaciendo necesidades, deseos y aspiraciones a través de la libre determinación de precios. Lo que se propone entonces no es la planificación política del desarrollo económico, sino la subordinación de la política al mercado como principio ordenador de la sociedad.

El sentido otorgado a la planificación conlleva asimismo una redefinición de las metas de bienestar. Según Alsogaray, las terceras posiciones de tipo desarrollista presentan el bienestar como una posición estática que se puede alcanzar mediante acciones detalladamente planificadas. A esa concepción “cuantificable” del bienestar, Alsogaray le contrapone el “problema de la tendencia”, definido como “una de las claves fundamentales de la acción política relacionada con el orden económico-social y la Economía Social de Mercado” (Alsogaray, 1968, p. 27).24 Más que buscar la forma de alcanzar una meta concreta, el problema consistiría en fijar el camino a seguir por parte de la política económica:

no importa tanto el lugar en que nos encontramos ni la posibilidad de implantar en un plazo cierto un modelo ideal sino saber que nos estamos moviendo hacia un objetivo práctico deseable. La búsqueda de una solución de carácter estático es sustituida por la noción dinámica de que es el movimiento en un sentido dado lo que proporciona dicha solución (Alsogaray, 1969, pp. 6-7).

Ante la cuestión del desarrollo ampliamente debatida en América Latina, el neoliberalismo argentino responde con un intervencionismo no económico destinado a remover todos aquellos elementos que obstaculicen el normal funcionamiento del mercado. Con esta redefinición de la planificación y del bienestar, cambia también el sentido de la acción política. En efecto, el problema no es la economía –que desde ahora señalará una tendencia a futuro puesta fuera de discusión–, sino más bien el orden de condiciones en el cual se desenvuelven las actividades económicas. El problema es la política, la cultura y la moral de una sociedad convertidas en realidades susceptibles de reforma.

Para avanzar en la dirección de un orden de mercado no alcanzaría con implementar una batería de reformas jurídicas e institucionales, como la flexibilización de los regímenes laborales, la liberalización del mercado externo, la reestructuración del sistema financiero, la privatización de las empresas públicas, la reducción del déficit fiscal y la reforma del Estado.25 Además de esas reformas, sería necesario transformar la mentalidad misma de la población. Alsogaray sostiene que la “mentalidad popular” no tiene la capacidad de comprender los mecanismos de mercado y sus consecuencias de largo plazo: “Su conocimiento vulgar, derivado de la observación directa, lo lleva a reclamar medidas inmediatas que en la mayoría de los casos no hacen otra cosa que afectar negativamente el orden capaz de promover soluciones verdaderas” (Alsogaray, 1993, p. 274).26 De ahí que “La tarea de hacer accesible la esencia del mercado a las grandes masas de la población sea la tarea política más difícil de nuestro tiempo” (Alsogaray, 1993, p. 275). Sólo así se evitaría toda posible “regresión” en relación con las tendencias de mercado. Podemos comprender, entonces, hasta qué punto el neoliberalismo argentino se articula como un ambicioso programa de reforma moral, social y cultural. Un programa, y quizá también una utopía continuamente renovada a partir de sus propios fracasos.

Conclusiones

El modo en que Alsogaray define a los antagonistas del neoliberalismo argentino muestra algo más que un vicio del lenguaje. En términos de esta investigación, se trata de un acto performativo dotado de racionalidad propia, una manera de construir el espacio político y delimitar sus fronteras divisorias (Laclau, 2020; Laclau y Mouffe, 2015). Retomado los apartes de la Escuela Austríaca, la Escuela de Friburgo y la Economía Social de Mercado, Alsogaray concibe el libre mercado y la planificación centralizada como dos formas incompatibles de ordenamiento socioeconómico. Estas formas de ordenamiento no son metas estáticas cuyo grado de realización puede contrastarse con la experiencia empírica, sino que más bien funcionan como orientaciones para la práctica: “Ni la planificación central del socialismo ni el libre juego del mercado del liberalismo existen en términos absolutos. Son modelos que definen dos polos de orientación, pero en ningún país se ven completamente realizados” (Alsogaray, 1993, p. 277). Con base en el antagonismo entre la planificación central y el libre mercado como formas puras, resulta posible reordenar las opciones políticas existentes sin necesidad de apoyarse completamente en los hechos y las experiencias históricas. El discurso de Alsogaray establece una larga cadena de equivalencias entre distintas opciones políticas agrupándolas en “posiciones híbridas” que mantienen, a su vez, una relación de continuidad con las experiencias totalitarias del siglo XX. La redistribución de las diferencias en torno a una misma frontera política no sólo es un modo de definir la identidad del antagonista: es igualmente parte de la estrategia de renovación del liberalismo argentino tras la crisis económica mundial de los años treinta. Esta estrategia de renovación funciona también como una política de depuración.

En la práctica, la viabilidad del orden de mercado es independiente de los resultados inmediatos que produzcan las políticas orientadas hacia él, puesto que la cuestión no consiste en alcanzar la meta, sino en adoptar “El postulado de la tendencia, basado en que es el movimiento lo que importa” (Alsogaray, 1993, p. 278, énfasis del autor). Dicho postulado implica que las metas siempre puedan postergarse, de la misma manera que el horizonte se aleja conforme avanzamos hacia él: “Cualquiera sea el éxito que se obtenga en la práctica, lo cual dependerá en cada caso de factores muy diversos, esa norma permite al menos actuar con claridad y coherencia” (Alsogaray, 1969, p. 7). Aquí reside precisamente el gran “señuelo” del neoliberalismo. Puede que las reformas no produzcan los resultados esperados, que la tendencia hacia el orden de mercado profundice la crisis en lugar de solucionarla y que los gobiernos identificados con las ideas neoliberales fracasen una y otra vez. Ahora bien, para el discurso de Alsogaray, el problema nunca estaría en las metas a seguir, sino en unos antagonistas capaces de multiplicarse y volverse intercambiables a medida que se avanza sobre ellos. Primero el peronismo, luego el desarrollismo, más allá el radicalismo y la social-democracia, y al final el totalitarismo. El problema estaría en la imposibilidad de llevar adelante las reformas necesarias por la presencia de unos obstáculos continuamente renovados; en otras palabras, es el postulado de la tendencia como un elemento de depuración para la política.

No hay que creer, sin embargo, que la política de depuración del neoliberalismo argentino limitó su capacidad de articulación con otros actores políticos. Al contrario, la misma racionalidad que condujo a la división y simplificación del campo político permitió establecer alianzas en función de distintas articulaciones y cadenas de equivalencia. Fue lo que sucedió a principios de los años noventa, cuando la UCEDE liderada por Alsogaray apoyó “la reforma integral que se está intentando bajo el rótulo de ‘economía popular de mercado’ del presidente Menem, cuyos fundamentos intelectuales deben buscarse en la ‘economía social de mercado’ que la nueva corriente liberal viene propugnando” (Alsogaray, 1993, p. 274).27 Hasta tal punto el orden de mercado es una tendencia a seguir de manera indefinida y sin importar el lugar desde el cual se parta, que puede orientar incluso a un gobierno peronista. El apoyo de la UCEDE al gobierno de Menen no sólo obedecía a una serie de alianzas entre actores y grupos de interés, sino que además se tornaba posible gracias a una grilla de inteligibilidad política: la grilla que permitía descifrar toda medida económica concreta en relación con un posible orden económico y social. A pesar de que se ejecutasen por un gobierno peronista, las medidas económicas del gobierno de Menem podían leerse como acciones tendientes hacia un orden de mercado. La idea misma de que se actuaba conforme a una tendencia –vale decir, una meta no completamente contrastable con los hechos– posibilitaba un abanico de articulaciones entre distintas opciones políticas.

La capacidad de redefinir a antagonistas y aliados prescindiendo de los antecedentes históricos inmediatos explica parte de la extraordinaria supervivencia que el neoliberalismo argentino ha demostrado a través del tiempo y de los sucesivos gobiernos de turno. Cuando los que fracasan son los gobiernos, y no la tendencia, el fracaso mismo se convierte en la demostración palpable de que siempre queda algo por hacer. “Hay que pasar el invierno”, “cruzar el túnel”, “llegar al otro lado de la orilla”, “esperar al próximo semestre”.28 ¿No es esta la historia del neoliberalismo argentino? Para avanzar en la arqueología del neoliberalismo en la Argentina, deberíamos ahorrarnos el supuesto de que los discursos político-programáticos constituyen apenas un recurso retórico, sin ningún otro objetivo que no sea el de ganar tiempo o engañar a la población con promesas incumplibles. Habiendo analizado el discurso de Alsogaray, hemos podido advertir que el proceso de conformación del neoliberalismo argentino es inseparable del establecimiento de unos antagonistas indefinidamente intercambiables. Ambos elementos obedecen a la misma lógica o racionalidad, precisamente aquella que nos muestra al neoliberalismo argentino como un programa político en el cual el antagonismo no sólo define una identidad, sino también la posibilidad de sobrevivir a distintas coyunturas históricas.

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Notas

1 Se trata del Proyecto de investigación “Historia y proyecciones del Ordoliberalismo y la Economía Social de Mercado. Aportes desde la filosofía para el debate argentino y latinoamericano” (2020-2022), dirigido por Pablo M. Méndez y radicado en el Instituto de Cultura y Comunicación Universidad Nacional de Lanús.
2 Hasta fines de la década de 1990, el liberal-conservadurismo argentino de la segunda mitad del siglo XX solía recibir una atención menor en comparación con la gran cantidad de estudios sobre los movimientos, las agrupaciones y los intelectuales que adhirieron a diferentes procesos de radicalización social y política entre los años sesenta y setenta. Como señalaba Mariana Heredia: “El conocimiento que heredamos se revela descompensado. El tratamiento de la evolución ideológica y las concepciones de quienes se identificaban con el ala izquierda del espectro político no ha tenido como correlato un estudio exhaustivo y cuidadoso de quienes defendían posiciones antagónicas” (Heredia, 2001, p. 84). Esta situación se ha modificado notablemente durante la última década, a partir de una serie de aportes procedentes de diversas perspectivas teórico-metodológicas. Véanse, por ejemplo, Morresi (2008, 2009, 2010 y 2011), Vicente (e. g. 2012, 2013a, 2013b, 2015 y 2019), Grondona (2013) y Haidar (2015a, 2015b y 2017), entre otros.
3 Sobre el proceso de transformación del liberal-conservadurismo argentino generado con la crisis de los años treinta y el ascenso del peronismo, nos remitimos a Nállim (2014).
4 Utilizamos el término “arqueología” en el sentido asignado por Michel Foucault. Esto es, el análisis de las prácticas discursivas que hacen emerger una multiplicidad de enunciados de manera regular, entendiendo por regularidad “el sistema que rige su repartición [de los enunciados], el apoyo de unos enunciados sobre otros, el modo en el cual se implican o se excluyen, la transformación que sufren, el juego de su relevo, de su disposición y de su reemplazo” (Foucault, 1969, p. 48). A los fines del presente artículo, el interés del método arqueológico consiste en que este no indaga las discursividades desde una perspectiva lineal y evolutiva –como si las ideas fuesen mejorando y superándose conforme al ideal del conocimiento objetivo–, sino que prioriza las discontinuidades o rupturas, la dispersión de los enunciados y su agrupamiento en regularidades coexistentes. Hemos desarrollado los principios de una arqueología de la discursividad política en Méndez (2020a).
5 Entre las características distintivas del liberal-conservadurismo, se destacaban el abandono de las concepciones positivistas, la formulación de una visión negativa sobre la condición humana en la sociedad moderna, un menor énfasis en los procesos de laicización que caracterizaron la etapa previa y una reivindicación de la espiritualidad religiosa, el valor de las tradiciones y las jerarquías naturales, acompañada por la desconfianza frente a la incursión de las masas en política y la defensa de una democracia de baja intensidad (Bohoslavsky y Morresi, 2011; Vicente, 2012).
6 Tomamos el término “grilla de inteligibilidad” de los estudios gubernamentales de Foucault (2004), aunque sólo para aplicarlo al ámbito de las prácticas discursivas. Con esto buscamos comprender cómo la discursividad delimita el campo de los elementos que, cuando se trata de política, “pueden devenir objeto de enunciación, las formas que esta enunciación puede adoptar, los conceptos que en ella se encuentran empleados, y las elecciones estratégicas que en ella se operan” (Foucault, 1969, p. 254). Siguiendo este criterio, sostenemos que la discursividad neoliberal es una grilla que interviene en la forma de enunciar problemas, delimitar objetos de intervención política y señalar metas a seguir. De ahí que no se reduzca a un modelo corroborado o desmentido por los hechos, puesto que en última instancia funciona como un marco en el cual ciertos hechos y prácticas se tornan inteligibles.
7 Cabe mencionar que la teoría del discurso de Laclau presenta varios puntos de afinidad con la arqueología foucaultiana. En efecto, de esta hereda el rechazo hacia las perspectivas idealistas, realistas, positivistas y representacionalistas para privilegiar, en cambio, la dimensión performativa de las prácticas discursivas y señalar la contingencia de las identidades políticas y los órdenes sociales constituidos con base en esas prácticas (Fair, 2016).
8 Véanse al respecto los análisis de Stuart Hall (1979) y David Howarth (1997) sobre el ascenso del thatcherismo en Inglaterra a fines de los años setenta, el cual se basó en el trazado de una nueva frontera política entre el “pueblo”, la “nación”, la “libertad” y el “individualismo” por un lado, y el “socialismo”, el “estatismo”, la “acción sindical” y el “colectivismo” por el otro.
9 Los textos aquí analizados recogen parte de la amplia actividad de divulgación llevada adelante por Alsogaray mediante conferencias, artículos y notas de opinión. Si bien estos trabajos fueron confeccionados en forma de libro, no presentan un discurso unificado y sistematizado. Antes bien, como advierte el mismo Alsogaray, el objetivo consiste en brindar un “instrumento” para la acción política que prescinde de “ciertos aspectos de forma” y que retoma en distintos momentos una serie de ideas básicas para facilitar su entendimiento (Alsogaray, 1969).
10 Tras haber sido convocado por Arturo Frondizi en junio de 1959 para ocupar el cargo de Ministro de Hacienda y Trabajo, Alsogaray impulsó un conjunto de planes destinados a estabilizar el tipo de cambio, controlar la inflación, congelar los salarios, liberar las restricciones a las importaciones y privatizar los ferrocarriles. Estos planes lo llevaron a enfrentarse en reiteradas ocasiones con sectores del gobierno que impulsaban medidas desarrollistas –como fue el caso de Rogelio Frigerio–, hasta abandonar finalmente el cargo en abril de 1961. Luego del derrocamiento de Frondizi por las fuerzas militares en 1962, el exministro sería convocado nuevamente por el presidente Guido; en esta ocasión, implementó un programa financiero de emergencia que incluía la devaluación de la moneda y la emisión de bonos para pagar el salario de los empleados públicos. Más allá de su breve desempeño como ministro, Alsogaray seguiría vinculado a la política argentina expresando su oposición al gobierno radical de Arturo Illia (1963-1966) y colaborando con el golpe de Estado que instauraría una nueva dictadura militar encabezada por Juan Carlos Onganía. En este contexto, fundó el Instituto de la Economía Social de Mercado, dedicado a la publicación de trabajos académicos, la traducción de autores neoliberales y la organización de cursos y conferencias. El Instituto construyó vínculos con distintas organizaciones internacionales que participaban en la producción y circulación de las ideas neoliberales, como la Mont Pèlerin Society, la Foundation for Economic Education, el Institute of Ecomic Affaires y el International Center for Economic Growth, entre otras (Morresi, 2008). En 1966, Alsogaray fue designado como embajador en los Estados Unidos, desde donde formularía reiteradas críticas contra las políticas económicas del gobierno de Onganía. Parte de esas críticas fueron volcadas en su primer libro, Bases para la acción política futura (1968) (Haidar, 2015a), ampliamente analizado por el presente artículo.
11 Sobre las diferentes connotaciones del neoliberalismo previas a las experiencias de los años ochenta –especialmente con anterioridad a la dictadura de Pinochet y los gobiernos de Thatcher y Reagan–, nos remitimos nuevamente al trabajo de Boas y Gans-Morse (2009).
12 La denominación “Ordoliberalismo” procede del anuario alemán Ordo: Jahrbuch für die Ordnung von Wirtschaft und Gesellschaft (Ordo: Anuario para el Orden de la Economía y la Sociedad), fundado en 1948 por un grupo de economistas y juristas provenientes de la Escuela de Friburgo, como Franz Böhm, Leonhard Miksch, Hans Grossmann-Doerth y Walter Eucken. La “Economía Social de Mercado” (Soziale Marktwirtschaft) tiene una aparición más tardía, pues se conforma entre las décadas de 1950 y 1960 a instancias de Alfred Müller-Armack y Ludwig Erhard, quien fue Ministro de Economía y posteriormente Canciller de la República Federal de Alemania durante el mismo período. Para una aproximación a estas vertientes, incluyendo sus características singulares y sus diferencias respecto de otras escuelas vinculadas a la historia del neoliberalismo, ver Peck (2008), Patk (2009), Bonefeld (2012) y Audier (2017). Se encontrará un estudio sobre el papel desempeñado por el Ordoliberalismo y la Economía Social de Mercado en la construcción del orden económico europeo de posguerra en Laval y Dardot (2013) y Beck y Kotz (2017). Hasta el día de hoy, las investigaciones sobre la presencia de la Escuela de Friburgo y la Economía Social de Mercado en la Argentina son más bien escasas, aunque hay importantes aportes en Grondona (2013) y Haidar (2015b). Uno de los propósitos subyacentes al presente artículo consiste precisamente en continuar con esa línea de análisis.
13 Puede que esta diferenciación resulte extraña para la comprensión contemporánea del neoliberalismo, sobre todo cuando el saber tecnocrático es comúnmente asociado al discurso de economistas profesionales formados en la Escuela de Chicago o cercanos a ella. Distinta era la cuestión durante los años sesenta y setenta. En el marco de los debates de aquel momento, el saber de los técnicos y expertos economistas no era per se un sinónimo de prestigio, sino que llegaba a adquirir en ocasiones una connotación negativa: “Mientras los expertos eran parodiados como ‘brujos y profetas’ (...) el buen conductor de la economía se caracterizaba por la ‘prudencia’ y la ‘visión de conjunto’” (Haidar, 2015b, p. 13).
14 De acuerdo con sus principales referentes, la Economía Social de Mercado obedece al desafío de superar las ideas económicas que habrían conducido a la crisis de los años treinta: “los representantes de la economía social de mercado han aprendido, gracias a los errores del pasado, de la economía del laissez faire y del intervencionismo, que ni las fuerzas impersonales del mercado, ni el entendimiento económico ni aun el sentido de responsabilidad del individuo alcanzan a garantizar un orden económico basado en la libertad personal y en la justicia social” (Erhard y Müller-Armack, 1981, p. 36). En varias ocasiones, Alsogaray vincula la Economía Social de Mercado con el “milagro alemán” de la segunda posguerra y las políticas implementadas por algunos gobiernos de Europa continental, como sería el caso de Luigi Einaudi en Italia o de Antoine Pinay y Jacques Rueff en Francia: “Asociada a formas políticas democráticas, la Economía Social de Mercado integra una síntesis que algunos llaman también Neoliberalismo. Esta fórmula fue la que permitió reconstruir los países de Europa occidental y el Japón después de la segunda guerra mundial” (Alsogaray, 1968, p. 52). Para un análisis sobre la Economía Social de Mercado como discurso programático, ver Méndez (2020b).
15 Siguiendo la teoría del discurso de Laclau, al momento de definir tanto la propia identidad política como la configuración del antagonista no hay contenidos predeterminados o anclados directamente en la práctica social: “la identidad del enemigo depende de un proceso de construcción política. (...) ningún contenido particular tiene inscripto su significado en el seno de una formación discursiva, todo depende del sistema de articulaciones diferenciales y equivalenciales dentro del cual está situado” (Laclau, 2020, p. 114).
16 Acerca de este punto, Morresi y Vicente señalan que el ensanchamiento del concepto de totalitarismo estuvo acompañado por una redefinición profunda del concepto mismo de democracia al interior del campo liberal-conservador, que llevó a distinguir “entre una democracia falsa o perversa (que sería al menos la puerta de entrada al totalitarismo) y una democracia auténtica o deseable (es decir, liberal, que vendría a permitir el despliegue de la libertad” (Morresi y Vicente, 2017, pp. 10-11). Si bien aquí no nos detendremos a analizar las concepciones neoliberales sobre la democracia, el caso de Alsogaray es una de las tantas lentes que permiten apreciar las inflexiones del liberal-conservadurismo en relación con ese concepto.
17 Eucken define esas orientaciones como economía de concurrencia dirigida por los mecanismos de libre mercado, economía centralizada dirigida por las autoridades estatales y economía semi-abierta dirigida por monopolios u oligopolios empresariales y sindicales que cuentan con la protección del Estado (Eucken, 1956).
18 El concepto de “campo de adversidad” es utilizado por Michel Foucault en sus análisis sobre el neoliberalismo europeo de posguerra. Según Foucault, los neoliberales de posguerra buscaron identificar una suerte de invariante económico-política en regímenes tan disímiles como el nazismo, el plan Beveridge implementado en Inglaterra, la Unión Soviética y el New Deal norteamericano. Al reordenar los distintos regímenes y experiencias políticas en función de esa invariante relacional, los neoliberales modificaban el modo de definir los antagonismos de mediados del siglo XX: “El verdadero problema estaba entre una política liberal y cualquier otra forma de intervencionismo económico, ya tomara la forma relativamente moderada del keynesianismo o la forma drástica de un plan autárquico como el de Alemania. Hay entonces una determinada invariante que podríamos llamar invariante antiliberal, que tiene su propia lógica y su necesidad interna” (Foucault, 2004, pp. 114-115).
19 En palabras de Hayek: “El control económico no es sólo intervención de un sector de la vida humana que puede separarse del resto; es el control de los medios que sirven a todos nuestros fines, y quien tenga la intervención total de los medios determinará también a qué fines se destinarán, qué valores serán calificados como más altos y cuáles como más bajos: en resumen, qué deberán amar y procurarse los hombres” (Hayek, 2011, p. 157).
20 Como sostiene Victoria Haidar, en el discurso de Alsogaray la oposición planificación centralizada – economía de mercado estructura todas las opciones disponibles, eliminando las alternativas que no resultan reductibles a dicha dicotomía o reabsorbiéndolas en alguno de los dos términos antagónicos. Las críticas que Alsogaray dirige hacia las “hibridaciones” responden precisamente a una estrategia semejante: “Buscan erradicar del campo de antagonismo los elementos más sutiles y, por lo tanto, más insidiosos” (Haidar, 2015a, p. 17). Es ilustrativa en este punto la interpelación de Jacques Rueff citada en varias ocasiones por Alsogaray: “sed socialistas o sed liberales, pero no seáis mentirosos” (Alsogaray, 1993, p. 10).
21 Son coyunturas históricas constantemente invocadas por Alsogaray y otros intelectuales vinculados al neoliberalismo argentino. Así como el año 1955 marcó el fin del primer gobierno peronista por intermedio de un golpe militar de Estado, el año 1975 es recordado por la crisis económica abierta con el “Rodrigazo” –a propósito de las medidas de ajuste impulsadas por Celestino Rodrigo, ministro de Economía durante del gobierno de Isabel Martínez de Perón– y por ser la antesala del golpe cívico-militar de 1976 –conocido también como Proceso de Reorganización Nacional–. A su vez, 1989 fue el punto álgido de la crisis socioeconómica que acompañó los últimos años del gobierno radical de Raúl Alfonsín, que dio lugar a un proceso hiperinflacionario que adelantaría la llegada al gobierno del entonces presidente electo Carlos Menem.
22 El desarrollismo adquiere primacía en la Argentina a partir de los años cincuenta, tras el derrocamiento del peronismo y el arribo de los cuadros técnicos vinculados con la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), creada en 1948 con el objetivo de brindar asesoría a los gobiernos de la región. De acuerdo al diagnóstico de la CEPAL, los países periféricos se encontraban sujetos a una situación de “subdesarrollo” que sólo podía ser superada mediante un proceso de industrialización promovido activamente desde el Estado, complementando así el impulso que la inversión privada había brindado en otros momentos al desarrollo de los países centrales. Esta acción estatal no se redujo a la implementación de planes de industrialización y otras medidas de estímulo a la inversión en sectores estratégicos de la economía, sino que además apuntó al desarrollo de infraestructura, la profesionalización del sector público y la modernización social. Tanto en la Argentina como en el resto de la región las ideas desarrollistas orbitaron en torno a la figura de Raúl Prebisch, quien junto con Rogelio Frigerio se convertiría en un blanco privilegiado de las críticas de Alsogaray y otros intelectuales ligados al neoliberalismo argentino (Haidar, 2015b). Como menciona Arturo Laguado Duca, entre los años cincuenta y sesenta “la mayoría de los discursos con pretensiones de poder se verán obligados a fundamentar sus elecciones con relación al horizonte que proponía el desarrollo” (2011, p. 49). Aquí observaremos que esto también se aplicaba al caso de Alsogaray, cuyos trabajos se dedicaron a disputar el sentido mismo del término “desarrollo”.
23 Según Haidar (2015a), tanto Alsogaray como otros intelectuales identificados con la renovación del liberalismo argentino dedicaron importantes esfuerzos para separar a la Argentina de la categoría de país subdesarrollado. En primer lugar, señalando la discordancia entre las categorías del desarrollismo y la realidad argentina, y enfatizando, en segundo lugar, las diferencias históricas, sociológicas y culturales que separarían a la Argentina del resto de los países latinoamericanos. Si bien el análisis riguroso de esta estrategia excede los marcos del presente artículo, hay que advertir que se trata de otro elemento constitutivo del neoliberalismo argentino: la imposibilidad de pensar América Latina como un todo.
24 De hecho, la definición del orden de mercado como una tendencia es, en términos de Alsogaray, su aporte original a las ideas neoliberales de mediados del siglo XX (Alsogaray, 1969, p. 6).
25 Son precisamente las medidas propuestas por Alsogaray en el libro Bases liberales para un programa de gobierno (1989-1995), e implementadas por el gobierno de Menem durante la primera mitad de la década de 1990.
26 La incapacidad de las masas para comprender la complejidad de los procesos económicos es un supuesto común al diagnóstico de varios intelectuales vinculados al neoliberalismo. Así, por ejemplo, Eucken había señalado: “Muchos hombres llegan a convertirse en masa; pero la masa piensa en conceptos colectivos y sin independencia; ama el mito, no ‘la ratio’. El pensar en órdenes se encuentra muy alejado de ella” (Eucken, 1956, p. 277). Por otro lado, son conocidas las advertencias de Hayek sobre la presencia de “sentimientos atávicos” que obstaculizarían la correcta comprensión de la competencia de mercado (1981a).
27 Entre 1983 y 1989, bajo el liderazgo de Alsogaray y el impulso de diferentes figuras provenientes del liberal-conservadurismo, la UCEDE experimentó un crecimiento sostenido que la llevaría a convertirse en la tercera fuerza electoral de la Argentina. En este período, el partido buscaría diferenciarse, por un lado, de la última dictadura cívico-militar –a la cual calificaba como dirigista y estatista–, para presentarse, por el otro, como una nueva alternativa liberal ante la sociedad (Bohoslavsky y Morresi, 2011). A partir de 1989, con la llegada de Menem al gobierno, la UCEDE se convirtió en una cantera de dirigentes y cuadros técnicos para ocupar ministerios y otros puestos clave en la estructura gubernamental, hecho que la llevaría a perder votos en forma acelerada, hasta el punto de desempeñar un papel meramente testimonial en el escenario político argentino. Sin embargo, como advierte Morresi, “El proyecto de la UCEDE fracasó sólo en parte; si bien la idea de un gran partido de derecha tuvo que ser descartada, los objetivos fundacionales de reorientar a la sociedad hacia ideas y prácticas neoliberales se alcanzaron con creces” (2008, p. 73).
28 La frase “Hay que pasar el invierno” fue pronunciada por Alsogaray en 1959, como Ministro de Economía del gobierno de Arturo Frondizi y en ocasión del anuncio de un plan de estabilización de precios y salarios. Se trata de un emblema que no sólo ha quedado asociado a su figura, sino además a las políticas económicas de ajuste impulsadas por gobiernos argentinos de corte liberal. El resto de las frases citadas corresponden a algunos de los principales referentes de la Alianza Cambiemos (Gabriela Michetti, Esteban Bullrich y Mauricio Macri), la cual gobernó la Argentina entre 2015 y 2019 y estuvo conformada por el partido Propuesta Republicana (Pro), la Unión Cívica Radical (UCR), la Coalición Cívica (CC-ARI) y la UCEDE, entre otros.

Recepción: 24 Agosto 2022

Aprobación: 13 Septiembre 2022

Publicación: 01 Marzo 2023

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