Sociohistórica, nº 51, e187, marzo - agosto 2023. ISSN 1852-1606
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro de Investigaciones Socio Históricas

Artículos

España en la acción y el pensamiento de Aníbal Ponce

Gastón Figueroa

Instituto de Investigación en Humanidades y Ciencias Sociales (UNLP-CONICET), Universidad Nacional de La Plata, Argentina
Cita recomendada: Figueroa, G. (2023). España en la acción y el pensamiento de Aníbal Ponce. Sociohistórica, 51, e187. https://doi.org/10.24215/18521606e187

Resumen: Este trabajo analiza las perspectivas de Aníbal Ponce sobre España en entreguerras. Desde un enfoque que combina la Historia de las ideas (entendida como análisis del discurso), y la Historia intelectual (considerando los itinerarios y las redes de sociabilidad intelectual), comprendemos las concepciones de Ponce sobre España como un espacio tenso y dinámico. Aquí sus convicciones confluyen, tanto con operaciones de autolegitimación intelectual, como con necesidades táctico/políticas coyunturales. En las concepciones de Ponce se manifiesta una creciente relativización de su antihispanismo inicial. Este devenir es representativo de las tensiones que atravesaron el campo cultural argentino en un período signado, tanto por la crisis del liberalismo positivista y la radicalización de los debates en torno a la nación, como por el creciente compromiso de ciertas franjas de la intelectualidad con la causa del comunismo internacional y el antifascismo. Las consideraciones sobre la antigua metrópoli ocupaban un lugar preponderante en estos procesos.

Palabras clave: Aníbal Ponce, España, Comunismo, Antifascismo.

Spain in the action and thought of Aníbal Ponce

Abstract: This work analyzes Aníbal Ponce's perspectives on Spain in the interwar period. From an approach that combines the history of ideas (understood as discourse analysis), and intelectual history (considering the itineraries and networks of intelectual sociability), we understand Ponce's conceptions of Spain as a tense and dynamic space. Here his convictions converge, both with operations of intelectual self-legitimation, and with tactical / political needs of the conjuncture. In Ponce's conceptions there is a growing relativization of his initial anti-Hispanicism. This becoming is representative of the tensions that crossed the Argentine cultural field in a period marked, both by the crisis of positivist liberalism and the radicalization of the debates around the nation, as well as by the growing commitment of certain fringes of the intelligentsia to the cause of international communism and antifascism. Considerations about the old metrópolis occupied a preponderant place in these processes.

Keywords: Aníbal Ponce, Spain, Communism, Antifascism.

Introducción

Este trabajo está centrado en la obra y la figura del intelectual argentino Aníbal Ponce, particularmente en sus concepciones acerca de España durante las décadas del veinte y del treinta. Sus valoraciones se daban en un contexto de entreguerras en el cual las referencias a la antigua metrópoli, por parte de la intelectualidad local, gravitaban sobre diversos tópicos interrelacionados como los debates en torno al “ser nacional”, las perspectivas sobre el compromiso político de los intelectuales y la lucha contra el fascismo.

El impacto de la Guerra Civil Española en Argentina, por ejemplo, ha sido abordado, recientemente, desde diversas perspectivas. Montenegro (2002) analiza la gravitación de la conflagración española en el entramado político argentino de la época, mientras que Binns (2012) sitúa su enfoque en el campo intelectual y Campione (2018) combina ambas dimensiones. Los nexos entre la recepción del conflicto y el recrudecimiento de la polarización local que enfrentó a las corrientes afines al liberalismo reformista con el antiliberalismo católico y/o nacionalista, fueron estudiados por Romero (2011), quien otorga especial atención a la emergencia del antifascismo. Esto último es retomado por Piemonte (2015), teniendo como eje las prácticas del Partido Comunista Argentino (PCA) de cara al conflicto, y sus vínculos con la Internacional Comunista (IC).

Otros trabajos han indagado sobre las concepciones acerca de España elaboradas por la intelectualidad argentina desde enfoques más generales. De Diego (2004) analizó el antihispanismo en las letras argentinas entre los siglos XIX y XX, mientras que Bosoer (2008) lo abordó en relación a los debates sobre la lengua nacional en la “polémica por el meridiano” de 1927. Por su parte, González Calleja (2007) ha revisado los vínculos entre el hispanismo de derecha español y ciertas expresiones del nacionalismo argentino.

Ningún trabajo ha analizado el vínculo de Ponce con España de manera exhaustiva, siendo el objetivo de este artículo realizar un aporte en esa dirección. Si bien abordajes recientes como los de Visakovsky (2017) o Massholder (2018) se han hecho eco de esta cuestión, la han tomado de manera lateral, como parte de un enfoque más amplio sobre el perfil intelectual y político del autor.

En nuestra perspectiva confluyen la Historia de las ideas (entendida como análisis del discurso), y la Historia intelectual (considerando los itinerarios y las redes de sociabilidad intelectual), al tiempo que se toman las concepciones de Angenot (2010), que postulan el discurso como un hecho histórico y social que se imbrica dinámicamente con su marco de enunciación. En este sentido, las visiones sobre España plasmadas por Ponce en sus escritos y conferencias son comprendidas como intervenciones activas sobre una realidad que las condiciona, pero a la cual también concurren a dar forma.

Este enfoque nos permite matizar el antihispanismo de Ponce, una figura clave en la articulación, a nivel local, entre cierta tradición liberal, el comunismo de la IC y el antifascismo. Sus intervenciones en relación a España pretendían operar no solo sobre un contexto local signado por la crisis del liberalismo y el ascenso de una derecha nacionalista y/o católica, sino también sobre un sector de la intelectualidad al cual, como observa Campione (2018), el compromiso con la revolución mundial y la lucha contra el fascismo (ambos aspectos, encarnados en el conflicto español) se le presentaban con carácter de urgencia. En este sentido, varios escritos y conferencias de Ponce fueron el resultado de su paso por España en 1934, viaje que le permitió posicionarse como un mediador privilegiado frente al espacio antifascista argentino. Muchas de las tensiones presentes en sus juicios sobre la realidad española se entrelazaban con los vaivenes políticos y las necesidades tácticas impuestas por la coyuntura, en la cual el autor actuaba también a partir de estrategias de autolegitimación de cara al campo intelectual local.

En este sentido, indirectamente, el trabajo también pretende realizar un aporte al análisis de la tradición de la izquierda liberal argentina de la cual Ponce es referente, tradición de fuerte influjo en la cultura comunista y antifascista nacional. En particular, el hecho de que el paso de Ponce por España y los escritos derivados de esa experiencia sean previos al estallido de la guerra, permite indagar sobre las representaciones en torno a la Segunda República Española de ciertas franjas de la intelectualidad de izquierda en Argentina. Esta problemática, menos atendida que la gravitación ejercida por la Guerra Civil, pone en evidencia la centralidad de la antigua metrópoli como significante en el marco de las disputas sobre la identidad nacional.

En el primer apartado del trabajo se analizan las concepciones negativas de Ponce sobre España durante la década del veinte y principios de la del treinta, en escritos y conferencias como “Examen de conciencia” (1928) o Sarmiento, constructor de la nueva Argentina (1932). En el segundo apartado, abordamos el impacto que tuvo en Ponce su viaje de 1934 a Europa y la Unión Soviética (que incluyó una breve escala en España), en donde fue partícipe de iniciativas solidarias con la causa de los obreros asturianos, protagonistas de la “Revolución de 1934”. Esto se vio plasmado en escritos de 1935 como “Elie Faure y ‘Los amigos del pueblo español’” y “Ensayo general de Asturias”. El último apartado está centrado en la conferencia “Examen de las España actual” de 1936, la única obra de Ponce referida a la Guerra Civil, y en la cual desarrolló su análisis más exhaustivo sobre la historia española desde una perspectiva marxista.

La “leyenda negra” de España

En otoño de 1928, Ponce fue invitado por la Federación Universitaria de la Universidad Nacional de La Plata, para brindar una conferencia con motivo del aniversario de la Revolución de Mayo, posteriormente titulada “Examen de conciencia”. En ella, se dirigió a los estudiantes afirmando que la explicación del drama latinoamericano debía rastrearse en la fisonomía particular del evento fundante de la Conquista y colonización del continente, en el cual los “vicios del mundo feudal” habían atravesado el mar sin “las virtudes que en su hora lo justificaron”, llegando, “con el primer soldado que inició la Conquista”, el “individualismo anárquico y el desprecio del trabajo”. Además, con “el primer fraile que llegó a América en el segundo viaje de Colón nos vinieron también el dogmatismo teológico y la superstición medieval”. Era por esto que “a espaldas del Renacimiento, la Colonia y la Metrópoli siguieron idéntico camino, y fue entonces, y únicamente entonces, cuando tuvo contenido real la humillante expresión de `América española´” (Ponce, 1974 [1933], p. 155, cursiva del autor).

Este tipo de intervenciones eran usuales en Ponce, un intelectual multifacético que abarcó disciplinas diversas como la historia, la pedagogía, el periodismo, la crítica literaria y la psicología. En relación a esta última, Ponce llevó a cabo una formación autodidacta con la guía de José Ingenieros (con quien estableció un vínculo de maestro / discípulo), logrando así cierta inserción institucional: obtuvo un cargo en el laboratorio del Hospicio de las Mercedes y fue docente en el Instituto Nacional del Profesorado Secundario. A esas actividades pedagógicas se agregó su participación como colaborador en revistas como Nosotros, El Hogar o MundoArgentino, además de ejercer como director en la Revista de Filosofía (anteriormente a cargo de Ingenieros) y de Dialéctica, de la cual fue creador. También logró construir, a lo largo de su itinerario, el perfil de un intelectual comprometido. Adherente a la Reforma Universitaria, posteriormente compañero de ruta del PCA, ejerció un destacado papel como organizador político dentro del campo cultural de izquierdas. Ya sea como uno de los fundadores del Colegio Libre de Estudios Superiores (CLES) en 1930, o de la Agrupación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores (AIAPE) en 1935, Ponce se transformó en uno de los principales referentes de la intelectualidad antifascista argentina en los años treinta (Terán, 1983; Tarcus, 2009; Massholder, 2018).

“Examen de conciencia” (incluida en El viento en el mundo de 1933) fue la reflexión más sistemática realizada por el autor durante la década del veinte sobre el “problema de la nación” y su desarrollo a lo largo de la historia argentina. Aquí dibujaba la imagen de una España enclaustrada y medieval que daba su espalda a la explosión modernizadora impulsada por el Renacimiento en otros países de Europa, estableciéndose como contrapeso frente a la expansión de la razón secular y los ideales democratizantes del Iluminismo.

Ponce se hacía eco, durante la década del veinte, de las concepciones spencerianas y darwinistas del Ingenieros de Sociología argentina. Al igual que este, que condenaba el legado africano implícito en lo hispánico,1 Ponce (1974 [1933]), veía en las colonias de América Latina una desventaja congénita vinculada a las “impurezas africanas de la sangre” del conquistador español (p. 156).

En este sentido, Ponce identificaba que las trabas existentes para el desarrollo en el continente de proyectos nacionales modernos y democráticos “a la europea” debían buscarse en los caracteres particulares de la cultura conquistadora. Ponce adhería, junto con Sarmiento e Ingenieros, a la denominada “leyenda negra” de España, base de un fuerte antihispanismo, establecido en algunas de las tradiciones intelectuales argentinas.

Terreno de disputa en torno al problema de la identidad nacional, la diferenciación con España respondió, en primera instancia, a las necesidades de las elites dirigentes del período post-independentista de eliminar los resabios del dominio colonial. Posteriormente, sin embargo, el rechazo del ethos peninsular excedió este marco primigenio, extendiéndose entre distintas expresiones del pensamiento nacional, como el romanticismo de la Generación del 37 y el positivismo Generación del 80 (De Diego, 2004).2

Estas últimas fueron incorporadas por Ponce a la construcción de un linaje histórico propio en donde, bajo la influencia de Ingenieros, el positivismo convivía con cierta tradición liberal argentina de proyección eurocentrista y particularmente francófila. Para el autor, figuras como Mariano Moreno, Domingo Faustino Sarmiento, Juan Bautista Alberdi o Miguel Cané, eran portadoras de los valores de la “civilización” europea en medio de un territorio signado por la “barbarie”.3

Estas perspectivas condicionaron la adhesión al marxismo emprendida por Ponce en la transición a la década del treinta, posicionándolo como un referente de una izquierda de tinte liberal. Aquí, la reivindicación de la lucha del proletariado socialista y de la Revolución Rusa como horizonte ideal, convivía con concepciones residuales que se apoyaban en el binomio sarmientino de “civilización” (Francia, Revolución de Mayo, liberalismo, modernidad, elites ilustradas e inmigrantes europeos) y “barbarie” (España, Rosas, Antiguo Régimen, catolicismo, gaucho e indio).4

En este sentido, la tradición antihispanista en la cual se fue modelando la idea de España como bastión del feudalismo, el despotismo y el dogmatismo religioso, llegaba al joven Ponce por medio de un liberalismo francófilo heredado por vía paterna y reforzado, posteriormente, por su vínculo con Ingenieros. Era en oposición a esta fuerza “regresiva” que Ponce (1974 [1927]) erigía a Sarmiento como el héroe civilizador que “frente a la Colonia, monárquica y teológica, quería construir una nueva cultura sobre la base del trabajo que emancipa y de la ciencia que destruye los temores vanos” (p. 218). La traba a la cual, según Ponce, debían enfrentarse Sarmiento y los emisarios locales de las luces europeas, durante el proceso de construcción del Estado nacional, era la persistencia de los caracteres de la Colonia.

El alineamiento de Ponce con una tradición intelectual antihispánica, vinculada fundamentalmente al liberalismo, se configuraba en oposición al afianzamiento, durante la década del veinte, de expresiones que reivindicaban a España como eje constitutivo del “ser argentino”. Surgidas a principios del siglo XX y ligadas a escritores como Manuel Gálvez, Leopoldo Lugones y Ricardo Rojas, entre otros, estas perspectivas encarnaron una reacción ante el supuesto peligro de “disolución” de la identidad nacional y de los antiguos lazos comunitarios, como consecuencia de la oleada inmigratoria europea y del proceso de modernización. Críticos del positivismo y el “cosmopolitismo” de la Generación del 80 veían, aunque desde visiones diversas y no exentas de matices y tensiones, la espiritualidad y la religiosidad de la tradición hispánica y colonial como un núcleo identitario aglutinador frente a los valores “utilitaristas” y “materialistas” supuestamente vinculados a la cultura de los inmigrantes y a la creciente injerencia de Estados Unidos como nueva potencia en América Latina.

Ganando adeptos entre los sectores dirigentes, estas concepciones también recalaron, ante el recrudecimiento de la “cuestión social” y el incremento de las luchas obreras, en expresiones organizacionales de la derecha nacionalista, católica y antiliberal. Ejemplo de esto fueron la Liga Patriótica Argentina de 1919, publicaciones como Criterio y La Nueva República, o espacios como el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. Sus perspectivas tomaron impulso a partir de la fundación de la Acción Católica Argentina en 1928 y, especialmente, del golpe de Estado comandado por Félix Uriburu en septiembre de 1930 (Neiburg, 1998; González Calleja, 2007).

Estos sectores se constituían en oposición a lo que, genéricamente, podemos denominar como agrupamientos de filiación “liberal”. Con publicaciones como las revistas Claridad de 1926 y Sur de 1931, el liberalismo contaba también con instituciones de referencia tales como el CLES de 1930. Ponce jugó un papel central como fundador y animador de este último, una organización extra-académica que se pretendía representante de la tradición de la Reforma Universitaria de 1918, la cual se consideraba amenazada por el avance “antirreformista” del gobierno sobre la educación superior (Neiburg, 1998; Montenegro, 2002; Binns, 2012).

Estas dos tendencias, sin embargo, distaban de conformar bloques homogéneos, y las líneas de demarcación entre ambas no estaban nítidamente definidas. Esto se ve con mayor claridad en el período previo al recrudecimiento de la polarización que se dio luego del golpe de Estado y la posterior consolidación del antifascismo. Podemos encontrar un ejemplo en la nómina de fundadores del CLES, a saber, Aníbal Ponce, Luis Reissig, Alejandro Korn, Narciso Laclau, Roberto Giusti y Carlos Ibarguren. Este último había ejercido funciones públicas durante los últimos años del régimen conservador, primero como Secretario de la Corte Suprema de Justicia (1906-1912) y luego como Ministro de Justicia e Instrucción Pública (1913-1914). Pocos meses después de participar en la fundación del CLES (mayo de 1930), Ibarguren brindó su apoyo al golpe comandado por Uriburu, oficiando incluso como interventor de la provincia de Córdoba y desvinculándose de la institución, a principios de 1931, bajo el pretexto de que estaba integrada por “simpatizantes del comunismo” (Neiburg, 1998).

De todos modos, a principios de la década del treinta, las referencias de Ponce a España se basaban aún en los clisés propios del antihispanismo liberal. En Sarmiento, constructor de la nueva Argentina (libro escrito paradójicamente para la serie Vidas españolas e hispanoamericanas del siglo XIX de la editorial Espasa-Calpe de Madrid, en donde se publicó en 1932, seis años antes que en Argentina; Agosti, 1974, p. 339)5 Ponce (1974 [1932]) establecía que en “la quietud de San Juan, tan impregnada del desprecio español por el trabajo, las industrias domésticas eran lo único que ayudaban [sic] a vivir” (p. 342).

En esta misma obra, Ponce retomaba la visión de España como un bastión medieval en un continente europeo que, a mediados del siglo XIX, se encontraba en pleno proceso de modernización. Acentuando su identificación con el autor de Facundo, veía Madrid a través de los ojos de Sarmiento y de las impresiones de su viaje a la nación ibérica en 1846. En este sentido, Ponce (1974 [1932]) señalaba que a Sarmiento, “…después del hervor intelectual de París”, Madrid le había parecido “a lo sumo una muy discreta ciudad de provincias, en la que bastaba ir una noche al café de los Suizos para conocer de una vez cuánto había en ella de ilustre o de famoso” (p. 390).

A través de la evocación de la experiencia vivida y reconstruida por Sarmiento, Ponce (1974 [1932]) confirmaba sus consideraciones previas acerca de España, citando las palabras del sanjuanino, para quien “ninguna ciudad nueva se había levantado; ninguna villa se había transformado en ciudad. Ni caminos, ni educación popular, ni grabadores. En todas partes la vida detenida, fosilizada, embalsamada” (p. 391). Carente de las marcas materiales y culturales de la “civilización”, España estaba anclada en el inmovilismo característico de la “barbarie”.

Sin embargo, ciertos eventos locales e internacionales y las orientaciones políticas asumidas por el autor en relación a estos en el devenir de la década del treinta, complejizaron sus perspectivas en torno a España, aspecto que analizaremos en el siguiente apartado.

España: ¿utopía o decepción?

En abril de 1935 Ponce se encontraba en París, participando de la “Conferencia Europea de Ayuda a las Víctimas del Fascismo en España”, convocada por el Socorro Rojo Internacional, Los Amigos del Pueblo Español, la Asociación Jurídica y el Comité Mundial contra la Guerra y el Fascismo. El objetivo de esta conferencia era denunciar la represión que el gobierno de Alejandro Lerroux había dirigido contra los obreros sublevados de Asturias y de León durante la llamada “Revolución de 1934”.6 El diagnóstico elaborado por la conferencia se basaba en un informe redactado por una comisión investigadora enviada previamente a España, con el fin de recabar datos acerca de la “reacción terrorista” y las torturas perpetradas (y negadas) por el gobierno. Ponce formaba parte de la Comisión de Encuesta junto a figuras como el novelista inglés Lionel Britton, el historiador del arte y crítico cinematográfico León Mousinac y la abogada del foro de Estocolmo Sonia Branting de Westerstahl. Habiéndole sido asignada la ciudad de Oviedo, una de las más afectadas por la represión, Ponce (1974 [1935]) recordaba su paso por el hospital, en el cual,

junto al lecho de un obrero, que no ha curado aún de las torturas horribles, escuchaba yo una tarde, por milésima vez, el heroico relato de la Columna de Asturias. Con el entusiasmo el muchacho iba subiendo la voz tal vez sin darse cuenta. Par evitar algún castigo, lo invité a hablar en voz más baja mientras le señalaba con el gesto los centinelas armados que montaban guardia en cada puerta. Volviendo él la cabeza, y mostrándome a su vez los compañeros de la misma sala, me dijo sin bajar la voz, con confianza orgullosa: — ¿Para qué? ¡Los fuertes… los fuertes somos nosotros! (p. 148).

¿Qué movimientos se habían dado entre el Ponce que exaltaba el heroísmo y el valor del joven obrero español, y aquel que, en 1928, consideraba a los conquistadores peninsulares y las “impurezas africanas” de su sangre como agentes del atraso medieval? El enfoque del autor abandonaba el determinismo racialista previo como factor explicativo, para asumir una perspectiva materialista que otorgaba centralidad a las clases sociales,7 particularmente en este caso, al proletariado. Esta complejización de las concepciones de Ponce en torno a España se dio de manera gradual, en estrecho vínculo con los procesos políticos abiertos tras la instauración de la Segunda República Española en 1931, y la creciente adhesión del autor al antifascismo y al marxismo.

En este sentido, y antes incluso de que la Guerra Civil Española impulsara la construcción de una suerte de “mito unificador” antifascista (Bisso, 2000), los sectores afines al liberalismo pudieron encontrar, en la proclamación de la Segunda República Española, motivos para relativizar su visión sobre la “leyenda negra” de España. El propio Ponce (1974 [1931]) reseñaba para Mundo Argentino el libro de Rodolfo Reyes Ante el momento constituyente español, y afirmaba que “la emocionante resurrección de España (…) hace brotar en nuestra memoria las proféticas palabras de Rodó”, quien afirmaba “haber reemplazado en su fantasía la vulgar imagen de una España caduca por la de otra España, asociada a la idea de niñez, de porvenir y de esperanza” (p. 435).

En esta reseña de noviembre de 1931, pocos meses después de la proclamación de la República, Ponce matizaba su antihispanismo. En relación a esto, el nexo establecido entre el liberalismo argentino y la Segunda República Española tenía un antecedente en los lazos estrechados entre los intelectuales latinoamericanos de la llamada Generación del 900 (entre los cuales se encontraba Rodó) y los españoles de la denominada Generación del 98. La pérdida, por parte de España, de Cuba y Puerto Rico a manos de Estados Unidos, en la guerra de 1898, que selló la crisis definitiva del antiguo imperio colonial, tuvo un impacto notable en la intelectualidad de ambos lados del Atlántico.

Por esta vía, el ideal de modernización estética y de ruptura con el pasado, que algunos miembros de la Generación del 98 elaboraron frente a esta crisis nacional, obtuvo un eco impensado en ciertos intelectuales de nuestro continente. Estos últimos veían, tanto en el expansionismo norteamericano como en la inmigración europea, un avance del materialismo y el utilitarismo que atentaba contra el aparente núcleo identitario de América Latina, definido en torno a valores espiritualistas. Fue a partir de aquí, en parte gracias a la consolidación de tópicos establecidos en el ensayo Ariel de José E. Rodó, que se volvió a mirar a España como un espacio de referencia con el cual se compartía una cultura de origen común, aunque esta vez el acercamiento era tamizado por el modernismo estético y el supuesto abandono de las antiguas ataduras coloniales (Hale, 1991; Altamirano y Sarlo, 1997; Sorensen, 1998). Con relación a esto último, si bien persistían asimetrías residuales, la renovación del vínculo pudo materializarse, por ejemplo, en la difusión en España de la obra de autores latinoamericanos como el referente del modernismo Rubén Darío (Englekirk, 1940).8

Este lazo reconfigurado se extendió durante las tres primeras décadas del siglo XX, intentando formar una “leyenda áurea” que contrapesara a la “leyenda negra” dominante, y que rescatara a una España moderna y republicana. Tal como veremos, Ponce tenía reservas sobre esa “leyenda áurea” y sobre ciertas figuras de la Generación del 98. Sin embargo, tanto su proclamación de una “emocionante resurrección de España”, como su cita de Rodó y su participación en una iniciativa orientada a estrechar lazos entre ambos lados del Atlántico, como las Vidas españolas e hispanoamericanas del siglo XIX, daban cuenta de la gravitación aún ejercida por esa reconstitución del vínculo con la antigua metrópoli.

En relación a esto, a partir de la instauración de la República y de los conflictos con los sectores conservadores que derivaron en la Guerra Civil, España se configuró, para el liberalismo argentino, como un espacio que ofrecía coordenadas de interpretación de los problemas nacionales. El vínculo con la antigua metrópoli era reformulado, asumiendo esta última un rol de nación progresista y de nuevo referente internacional en la lucha contra los resabios del autoritarismo, el feudalismo y la Iglesia, identificándose directamente a estos últimos con el régimen político establecido en Argentina a partir del golpe de Estado. De esta manera, el liberalismo intentaba arrebatar a las corrientes nacionalistas y/o católicas el patrimonio exclusivo de la filiación hispanista, reforzando la idea de un destino compartido entre España y América Latina (Bisso, 2001). Siguiendo a Angenot (2010), podemos afirmar que España se constituía como un ideologema, un significante vacío al cual se le asignaban contenidos según el posicionamiento político que se buscara legitimar.

En Ponce, esto se vio en que, tras el advenimiento de la República, España se transformó en un nuevo teatro de la lucha trascendental entre “civilización” y “barbarie”, dejando de lado su identificación exclusiva con el segundo término del binomio. Sus perspectivas en torno a la nueva configuración sociocultural de la España republicana abandonaban la antigua unilateralidad y coincidían, en algunos aspectos, con el esquema interpretativo del pasado y del presente argentino, anclado en la lucha entre la modernidad y el Antiguo Régimen. En esta dirección, en una reseña para Mundo Argentino, Ponce (1974 [1934]) criticaba la obra de Xavier Bóveda Humanismo español en los siguientes términos:

Después de la `leyenda negra´ tenemos ahora la `leyenda áurea´. Aquella, la consagrada, no veía en España más que la Inquisición y la Conquista, el despotismo sombrío de Felipe II y el `viva las caenas´ de Fernando VII. Esta otra, la que se inicia, solo quiere ver en España la “obra maternal” de la colonización, el `fervor popular´ de los concilios. Fáciles las dos para la declamación y el énfasis, se prestan a maravillas según las simpatías lo mismo a la arremetida virulenta que a la exaltación ditirámbica. Pero dejan las dos, también, una misma impresión de alegato forzado, contrahecho y mezquino.

Para un juez imparcial, quizá, la `leyenda negra´ estaría menos lejos de los hechos que la `áurea´ (p. 358).

Esta crítica matizaba la adhesión de Ponce al nuevo “hispanismo” liberal, y evidenciaba la gravitación de la “leyenda negra” como elemento persistente a pesar de la complejización de sus perspectivas.

La romantización de la República española por parte de los sectores liberales y de izquierda argentinos, acentuada especialmente tras el estallido de la Guerra Civil como catalizador del conflicto contra el fascismo, impulsó el establecimiento del antifascismo como una corriente de opinión capaz de articular a sectores como el Partido Socialista, la Unión Cívica Radical, el conservadurismo liberal, el Partido Demócrata Progresista, el Partido Comunista y diversas asociaciones civiles e intelectuales apartidarios, entre los que se encontraba Ponce (Bisso, 2001; Petra, 2017). El vínculo del autor con esta perspectiva fue, sin embargo, ambiguo y cambiante, estando condicionado tanto por su adhesión al marxismo y al frentismo antifascista, como por los vaivenes políticos a ambos lados del Atlántico.

El grueso de las apreciaciones del autor sobre la realidad española estuvo vinculado al viaje que, en 1935, lo llevó a Europa y la Unión Soviética. Mientras que sus dos viajes anteriores estaban orientados por intereses centralmente científicos, especialmente en relación a la psicología, este último tenía motivaciones predominantemente políticas, enmarcándose en las redes de circulación mundial de los intelectuales marxistas y antifascistas. El itinerario de Ponce es una muestra del mapa ideológico y geopolítico de una intelectualidad comunista que se desenvolvía en una doble dimensión, nacional e internacional. Siguiendo a Petra (2017), podemos decir que mientras Francia y el Partido Comunista Francés (PCF) oficiaban como intermediarios entre los intelectuales comunistas latinoamericanos y Moscú –la tierra en la cual la utopía estaba adquiriendo un carácter real–, España era, según Sarlo (1988), el nuevo escenario para una lucha trascendental, en donde se decidían los destinos de la humanidad y se enfrentaban la burguesía decadente con el proletariado revolucionario. En este esquema mundial, ordenado en torno a una multiplicidad de centros y de carácter no monolítico, Francia y España fueron pioneras en la construcción de frentes populares antifascistas victoriosos, con participación comunista, en 1935, y mientras que en la segunda el frentismo llegaba al poder en febrero de 1936, en la primera lo hacía con el gobierno de León Blum en mayo de ese mismo año.

La Guerra Civil Española fue, luego de la Revolución Rusa, un segundo espacio de “universalización” para una intelectualidad rioplatense cosmopolita y de izquierdas que, enfrentada a la censura impuesta por el gobierno argentino, veían en la antigua metrópoli “el lugar del futuro” (Sarlo, 1988, p. 135). La defensa de la República española, cargada de un componente político y moral, estuvo vinculada a la posibilidad de estos escritores de trasladarse al teatro de los acontecimientos, viaje que les permitió posicionarse como propagandistas activos de la causa republicana, pero también les ofreció la posibilidad de saldar, al menos temporalmente, una falta que tensionaba su legitimación como intelectuales revolucionarios: el contacto con el pueblo. Según Sarlo (1988), el nexo con los sectores populares españoles no solo les otorgaba a los intelectuales de izquierda rioplatenses un público que los considerara necesarios, sino que les permitía imaginar su accionar como parte de la lucha por el destino de la humanidad.

Aunque estas apreciaciones se refieren principalmente al ámbito literario, también brindan algunas coordenadas para interpretar la experiencia de Ponce. Incluso podemos afirmar que el caso del autor demuestra que algunos aspectos señalados por Sarlo, en torno al vínculo entre intelectuales rioplatenses de izquierda y la República española, podían observarse con anterioridad al estallido de la Guerra Civil. El viaje de Ponce, tal como vimos, transcurrió casi un año y medio antes del inicio de la guerra, siendo el levantamiento de los obreros asturianos y la subsiguiente represión del gobierno conservador de Lerroux los hechos que motivaron sus intervenciones.

En relación a lo último, al igual que otros intelectuales latinoamericanos, el autor intervino como partícipe y propagandista de iniciativas internacionalistas y antifascistas que, desde países como Francia, pretendían incidir en el teatro español.9 Un ejemplo de esto fue su participación en el grupo “Los Amigos del Pueblo Español”, constituido en París por el historiador del arte Elie Faure y el abogado Henri Torrés. Este espacio denunciaba la represión del gobierno español contra los obreros asturianos sublevados, frente al ocultamiento operado por la prensa hegemónica, y buscaba presionar al gobierno francés que se negaba a dar asilo a los afectados.

En un artículo de enero del 1935 para la publicación del CLES, Cursos y Conferencias, Ponce comentaba las actividades del grupo, y animaba a los intelectuales antifascistas argentinos a constituir espacios similares. Con la intención de generar un efecto de identificación entre “Los Amigos del Pueblo Español” y la sensibilidad liberal de ciertas franjas de la intelectualidad latinoamericana, Ponce retrataba los conflictos de la España republicana preguntándose si los “amigos de Argentina” podían “incorporarse a nuestra obra, fundando ellos también agrupaciones de igual índole que la nuestra”. No teniendo dudas acerca de esa posibilidad, Ponce sostenía que el pueblo español estaba “íntimamente unido a la América Latina” y que sus “desdichas y sus triunfos son los vuestros”. Era por esto que “la España Negra contra la cual tanto lucharon los liberales argentinos –desde Moreno hasta Sarmiento– es la misma que ahora se levanta iracunda con las manos sangrientas”. En este sentido, “mostrar a América Latina la verdad de la insurrección en Asturias y la espantosa represión que le ha seguido”, era “servir no solo a lo mejor que hay en España, sino también a vuestras mejores tradiciones” (Ponce, 1974 [1935a], p. 126).

Ponce, que en “Examen de conciencia” intentaba limitar la identidad entre América Latina y España al período colonial, daba cuenta ahora de la unidad entre los destinos de ambos pueblos. Por otra parte, poco antes, en su crítica de 1934 a la obra de Xavier Bóveda Humanismo español, minimizaba el alcance de los mitos de la “leyenda negra” y la “leyenda áurea”, acotándolos a los fines de la “declamación y el énfasis”. Ahora, sin embargo, el autor se montaba sobre esos mitos para acentuar la unidad entre la tradición liberal española y la americana, y “declamar” la necesidad de concretar acciones frente a la creciente amenaza bajo la cual esta se encontraba en la nación ibérica.

No se trata aquí de señalar estas tensiones y desplazamientos como incoherencias o meras contradicciones, como “verdades” o “falsedades” dentro de un marco estrictamente proposicional, sino de remarcar su carácter instrumental o pragmático. Junto con Angenot (2010) y Palti (2004), concebimos el discurso como un hecho histórico y social, cuyo sentido en relación al uso que de este pueda hacer un autor se establece en su imbricación con un contexto de enunciación sobre el cual interviene y al cual también da forma. En el caso de Ponce, si el ideal de un destino compartido entre América Latina y España era rechazado en 1928, ante la necesidad de definir la tradición liberal argentina en oposición a la tradición hispánica, en 1935 era aceptado como espacio de identificación entre los destinos del “pueblo español” y la intelectualidad progresista latinoamericana, a fin de impulsar la creación de espacios análogos a los “Amigos del Pueblo Español” de este lado del Atlántico. Si, por otra parte, en octubre de 1934 Ponce limitaba la aplicación de mitos como la “leyenda negra” y la “leyenda áurea” a un ámbito declamatorio, en enero de 1935 los utilizaba con el fin de otorgarle mayor efectividad propagandística a su llamado a la acción, presentando la República española como un espacio de la disputa universal entre los términos del binomio “civilización” (obreros asturianos e intelectuales afines) y “barbarie” (gobierno de Lerroux, Iglesia, fascismo español).10

El carácter pragmático de estos desplazamientos discursivos se veía también en relación a las estrategias de autolegitimación de Ponce de cara al campo cultural y político argentino. En línea con lo establecido por Sarlo (1988) para los escritores rioplatenses de izquierda, el accionar de Ponce en España enmarcaba su labor intelectual en la dimensión trascendental y legitimante de la lucha entre revolución y reacción, reforzado esto por el vínculo establecido con el portador privilegiado del cambio: el obrero asturiano. Esto era de especial relevancia para un autor cuya labor se desarrolló siempre en terrenos próximos a la política. Ejemplo de esto fueron su presencia, junto con Ingenieros, en el grupo Renovación, y derivado de ello, en la Unión Latino-Americana de 1923, organización intelectual de orientación reformista y antimperialista; su rol activo como fundador del CLES o la AIAPE, y el dictado de conferencias en diversas organizaciones estudiantiles y obreras.11

Por otra parte, el viaje a Europa vinculó a Ponce con organizaciones como “Los Amigos del Pueblo Español” o la “Conferencia Europea de Ayuda a las Víctimas del Fascismo en España”, y permitió su participación en espacios tales como el Congres Mondial des Estudiants, reunido en Bruselas a fines de 1934, o su asistencia, en abril de 1935, a un meeting en París en donde se proyectó la creación de una Union Internationale des Intellectuels Antifascistes (Pasolini, 2005, p. 406). Este itinerario, que sirvió de estancia previa a su viaje a la Unión Soviética, ejerció sin dudas una influencia decisiva en sus concepciones políticas posteriores y en su posicionamiento dentro del campo intelectual antifascista argentino.

Sus vínculos con el proceso español definieron su adhesión a la táctica de los Frentes Únicos y Populares ante el avance del fascismo, establecida por Georgi Dimitrov en el VII Congreso Mundial de la Internacional Comunista de 1935. Con Hitler, Mussolini y cualquier representante potencial de la “dictadura terrorista descarada de los elementos más reaccionarios, más chovinistas y más imperialistas del capital financiero” (citado por Bisso, 2000, p. 94) como enemigos comunes, el comunismo abandonó la oposición total a las corrientes socialdemócratas y liberales consideradas “burguesas”, propia del Tercer Período, para pasar a concebirlas como posibles aliadas estratégicas. En “Ensayo general de Asturias”, texto publicado en enero de 1935 en Cursos y Conferencias, Ponce citaba el testimonio de un obrero asturiano exiliado en Francia tras la represión, subrayando la necesidad de una fuerza multiclasista comandada por el proletariado. Aquí señalaba que “ha quedado probado en Asturias que la unión del proletariado y de las clases medias y campesina conquista el poder burgués cuando se decide a conquistarlo” (Ponce, 1974 [1935b], p. 130). Por otra parte, en “Contra el fascismo español”, tras hacerse eco de las palabras de la socialista francesa Margarita Nelken, en la inauguración de la Conferencia Europea de Ayuda a las Víctimas del Fascismo en España (según las cuales la única organización capaz de frenar el triunfo de las fuerzas fascistas era la de proletariado del frente único), Ponce (1974 [1935]) evocaba la intervención de la dirigente comunista Dolores Ibárruri en los siguientes términos:

Habla con ademán generoso y con voz que adquiere el timbre ronco de las pasiones ardientes. `Yo no soy nada más que la mujer de un minero´, ha dicho. Y como si esa frase hubiera traído de un golpe el espectáculo magnífico de los mineros de Asturias –magníficos en la insurrección victoriosa, magníficos en el no resignado martirio–, la sala entera, puesta de pie, comienza a cantar, sin saber por qué, la letra de fuego de La Internacional. Y la cantan ahora, no solo los que siempre la tuvieron como himno: la cantan también los radicales y los republicanos; el escritor sin partido que quizá en otro tiempo la escuchó con ironía; el profesor que tal vez nunca aprendió sus versos; el científico que creyó en otros tiempos en la ciencia arrogante y el saber desdeñosos (p. 146, cursiva del autor).

Las experiencias de Ponce en teatros considerados centrales para la lucha contra el fascismo (como eran España, Francia y la Unión Soviética) lo posicionaron como un emisario privilegiado de la estrategia frentista y un mediador entre el antifascismo argentino y el europeo. Su lugar en Argentina como referente antifascista devino en la fundación de la AIAPE el 28 de julio de 1935, concebida como una alianza entre intelectuales frente al avance del fascismo y las derechas a nivel internacional, e inspirada en el Comité de Vigilance des Intellectuels Antifascistes de Paris. El vínculo de Ponce con el principal animador del Comité, Henri Barbusse, fue forjado en sus dos últimos viajes a Europa, influyendo en la creación de la AIAPE (Pasolini, 2005 y 2013).

Examen de la España actual

El paso de Ponce por París y Oviedo, combinado con su adhesión al marxismo y al antifascismo, generó un giro en sus concepciones sobre las causas del “atraso” español. En su texto más elaborado acerca de la cuestión, “Examen de la España actual”, abandonaba las anteriores concepciones racialistas, poniendo el eje en la lucha de clases. En esta conferencia, pronunciada en 1936 en el CLES, a su regreso del viaje, realizaba un abordaje de la historia española entre el siglo XVI y un presente signado por el estallido de la Guerra Civil. Parafraseando a Sarmiento en sus apreciaciones sobre la nación ibérica de mediados del siglo XIX, Ponce (1974 [1936]) establecía que “España marcha a destiempo de las demás naciones, `dando las doce cuando todos los relojes dan las cinco´” (p. 222).12 Sin embargo, en este texto, el autor identificaba esta marcha “a destiempo” con el fracaso de la burguesía española para dirigir el paso de una sociedad feudal a una capitalista.

Considerada por Ponce como la primera burguesía europea poderosa, la española se había adelantado a sus vecinas en el establecimiento de alianzas con la monarquía absolutista y el combate contra el feudalismo durante el siglo XVI. Sin embargo, y a diferencia de aquellas, Ponce advertía que la falta de “madurez” del momento histórico le impidió asumir un rol dirigente, generándose, contrariamente, una alianza defensiva entre la nobleza feudal y una realeza temerosa ante el avance burgués. Derrotada tempranamente en la sublevación de los Comuneros de Castilla y de las Hermandades de Valencia, “la primera entre todas las burguesías revolucionarias, la española se lanzó precozmente a `desfechar su yugo´. Sin la adecuada madurez, quedó más acá de sus propósitos”. A consecuencia de esto y “a remolque del feudalismo, del rey y de la Iglesia, la extenuada burguesía llevó desde entonces una vida lánguida y marchita” (Ponce, 1974 [1936], p. 227).

Privada del heroísmo y el espíritu laborioso de las primeras burguesías triunfantes, la nación ibérica asumía, según Ponce, la forma de la “España negra”, y mientras Francia e Inglaterra se lanzaban hacia la revolución, la monarquía española dilapidaba los frutos de la Conquista de América a causa de una cultura feudal que desdeñaba todo lo vinculado al ímpetu productivo burgués.

Si en España se advertía “la desastrosa ausencia del siglo XVIII” (Ponce, 1974 [1936], p. 223), su siglo XIX había transitado un camino opuesto al de la centralización estatal y el establecimiento de un mercado nacional capitalista, recorrido por otros países de Europa. Reflexionando sobre los vaivenes políticos de España durante este período, Ponce (1974 [1936]) se preguntaba “¿cuál fue la causa de semejante `inestabilidad´? ¿Acaso el `genio de la raza´, `el individualismo ibérico´, `el orgullo español´ y otras pamplinas por el estilo?” (p. 230). Desandando sus concepciones previas, Ponce identificaba el núcleo del problema como el fracaso de la burguesía española para arrebatar el poder al feudalismo durante el siglo XIX.

Las sucesivas derrotas de la burguesía durante el siglo XIX habían sometido a España al yugo de Francia y de Inglaterra, privándola de una industria y de un proletariado moderno. Este condicionamiento material “dificultó la formación de una clara conciencia proletaria”, manteniendo al obrero “dentro del ámbito burgués” e impidiéndole “abarcar en su totalidad los problemas específicos de su clase” (Ponce, 1974 [1936], p. 236). La falta de “madurez” del proletariado y el atraso de la estructura económica del país alejaron al primero del marxismo, acercándolo al anarcosindicalismo bakuninista. Este último era juzgado por Ponce (1974 [1936]) como una expresión inmadura y estéril que había “malgastado durante años la combatividad extraordinaria del obrero español y del pequeño campesino” (p. 237).

Incluso cuando la burguesía pudo cuestionar la hegemonía del bloque feudal con el crecimiento de la industria liviana en la Primera Guerra Mundial, el ejemplo de la Revolución Rusa la inclinó a pactar con aquel por temor al proletariado revolucionario. La dictadura dirigida entre 1923 y 1930 por Miguel Primo de Rivera fue, según Ponce, expresión de esta alianza defensiva. Sin embargo, sus intentos por favorecer al rezagado sector industrial, y el impacto de la crisis mundial de 1929, generaron un aumento de la deuda pública, mientras que la devaluación impactaba en los salarios de los obreros. Estos últimos, en quienes el ejemplo de Rusia persistía como horizonte de acción, se lanzaron a la huelga, y convencieron al bloque dominante de que la única manera de evitar una revolución era sacrificando la monarquía y una dictadura que tampoco respondía satisfactoriamente a sus intereses económicos. De esta manera, y mediante el llamado a elecciones, “el 14 de abril quedó proclamada la república. Extraña república que al nacer había derrotado, al mismo tiempo, a la monarquía y a la revolución” (Ponce, 1974 [1936], p. 250).

La visión crítica de Ponce (1974 [1936]) sobre una República que “sucedería a la monarquía como un gabinete a otro en cualquiera de las crisis de ministros” (p. 249) se extendía a la socialdemocracia española liderada por Manuel Azaña, la cual había pactado con sectores del bloque dominante para facilitar una transición que anulara el impulso revolucionario del proletariado. De esta manera, las coaliciones que alternaron en el poder fueron evaluadas por Ponce como expresiones que, ya sea bajo el liderazgo de la burguesía industrial y la pequeña burguesía (Alcalá, Azaña y Largo Caballero), o bajo el antiguo bloque latifundista, monárquico y bancario (Gil Robles y Lerroux), traicionaron las expectativas de las masas y obraron en su contra.

El momento en el cual “España dejó de dar las doce cuando todos los relojes señalaban las cinco” (Ponce, 1974 [1936], p. 257) fue, según el autor, el levantamiento de los obreros asturianos. Esta experiencia, a pesar de ser reprimida por el gobierno de Gil Robles y Lerroux (al cual Ponce consideraba fascista), dio inicio al liderazgo obrero sobre los destinos de la República, sirviendo como “ensayo” para una futura revolución. La República era una plataforma de elevación para un proletariado que, tras la derrota de la derecha en manos del Frente Popular en febrero de 1936, arrastraba consigo a “todas esas otras capas vacilantes” que “no siendo obreras en el sentido estricto –pequeña burguesía, intelectuales, empleados, estudiantes– son, sin embargo, al igual que los obreros, las víctimas directas del fascismo” (Ponce, 1974 [1936], p. 260). Además de una muestra de la efectividad de un frente interclasista dirigido por el proletariado como herramienta para combatir la ofensiva fascista, la experiencia de la República mostraba la incapacidad de la burguesía española para llevar a cabo un programa democrático. Ante esto, era el obrero revolucionario quien asumía la tarea, impulsando diversas reformas frente a las vacilaciones del gobierno. Tomando el modelo ruso, Ponce suponía en estas iniciativas el antecedente de una transformación revolucionaria que superara la república burguesa e instaurara el socialismo.

Este escenario gravitaba, según el autor, en el mundo de las letras, en el cual consideraba la Generación del 98 como representante de una burguesía española decadente que se encontraba “frenada de un lado por un feudalismo todavía poderoso, amenazada del otro por un proletariado cada vez más consciente” (Ponce, 1974 [1935c], p. 131). Como contraparte de esta “generación en bancarrota” de ideólogos místicos y contrarios al ascenso revolucionario de la clase obrera, Ponce situaba a los artistas de izquierda nucleados en torno a la revista Octubre. Al reformismo tibio de Unamuno, Ortega y Gasset y Ramiro de Maeztu (cuyo pedido de “más libros y menos ocio” solo era disruptivo en relación al “retardo de dos siglos” de la cultura española), Ponce oponía la voluntad de nombres como Rafael Alberti, Ramón Sender y César Arconada, de “bajar a la calle” ante el “rumor revolucionario de las masas”. Era en estas últimas en donde estos artistas buscaban “su propia alma, rastrean sus secretos, se entremezclan en su vida, la invocan como juez y guía de su obra” (Ponce, 1974 [1935c], pp. 131-132).13 Es posible que los posicionamientos de la revista Octubre, vinculada a un Partido Comunista Español en el cual persistían resabios del izquierdismo propio de la estrategia de “clase contra clase” desplegada por la IC entre 1928 y 1935, hayan influido en las concepciones críticas que Ponce elaboró sobre la República y la socialdemocracia española.

En línea con esto, y sentenciando el hecho revolucionario como inevitable, el levantamiento militar del 17 de julio de 1936, liderado por Francisco Franco, que daba inicio a la Guerra Civil, y eventualmente a la derrota de la República, era considerado por Ponce como una instancia de maduración acelerada para la conciencia del proletariado y como un conflicto que permitía afianzar su rol dirigente en el frente antifascista.

Consideraciones finales

En el período de entreguerras, España se consolidó como un objeto de disputas en el campo intelectual y político argentino, en lo que Angenot (2010) denomina un ideologema, un lugar común, un espacio privilegiado en el que converge la disputa por la imposición de un sentido hegemónico. Ponce utilizó la imagen de una España enclaustrada y medieval, proveniente de cierto antihispanismo, para vincularla a la ascendente derecha nacionalista y/o católica que desafiaba la tradición liberal argentina. Situando su origen en los valores del Iluminismo y la Revolución Francesa, esta última se encontraba en una crisis que se acentuaba con el golpe de Estado de 1930.

De todas maneras, el proceso histórico desencadenado luego de la instauración de la Segunda República Española fue interpretado, por diversos escritores liberales y de izquierda latinoamericanos, como manifestación privilegiada del conflicto trascendental entre las fuerzas de la modernidad y las del atraso y el feudalismo. En este sentido, la revalorización de España como una nación progresista pretendía disputar el hispanismo a la derecha tradicionalista en ascenso. Crecientemente influenciado por el marxismo de la IC, Ponce asumió una defensa de la República que no implicó un total abandono de sus antiguas concepciones, aunque su viaje de 1935 a Europa y a la Unión Soviética afianzó su rol como mediador entre el espacio español y el argentino. Sin embargo, su contacto con la rebelión de los obreros asturianos y con la experiencia de la revista de orientación comunista Octubre radicalizó sus posicionamientos, tensionando su papel como emisario del frentismo antifascista.

Es por esto que las pujas en torno al hispanismo entre las corrientes liberales y las nacionalistas/católicas, mencionadas más arriba, no deben ser interpretadas de manera esquemática. La visión crítica elaborada por Ponce, en relación al proceso republicano, es una muestra de que la Segunda República Española no era considerada unilateralmente como un espacio progresista por parte de los sectores antifascistas y liberales, dando cuenta, por el contrario, de la existencia en este campo de un abanico heterogéneo de interpretaciones.

Por último, en estrecho vínculo con lo anterior, en una intelectualidad argentina cada vez más atenta al panorama internacional, el escenario español ofrecía coordenadas a través de las cuales se podían interpretar los problemas nacionales. En el caso de Ponce, si España era una muestra del conflicto presente también en Argentina, entre las fuerzas modernizadoras y el feudalismo, en las razones de su atraso también se encontraban algunas de las claves del atraso argentino. España, como nación conquistadora, había trasladado su fisonomía medieval a sus propias colonias, determinando su ulterior desarrollo de forma duradera. En el transcurso de la década del treinta, Ponce dejaba de vincular esta fisonomía con condicionamientos raciales, moviendo el eje hacia una perspectiva marxista centrada en la lucha de clases.

Fue desde este último enfoque que, a varias de las conclusiones extraídas del caso español, Ponce les otorgó un alcance universal. Un ejemplo de esto es la visión de una burguesía incapaz ya de ser la portadora de los valores iluministas, republicanos y democráticos, que otrora la llevaran a derribar el régimen feudal. Convertida, tal como se veía en el caso de la República española, en una clase reaccionaria, le cedía esta “misión histórica” a la clase obrera, destinada a concretar no solo los valores de la revolución burguesa, sino también los de un socialismo que se aparecía como el último depositario de la cultura occidental.

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Notas

1 Ingenieros (1939) atribuía las “desventajas” iniciales de la colonización “hispano-americana” sobre la “anglo-americana” a la desigual “civilización” de las sociedades conquistadoras. Refiriendo a la primera, establecía que “concurrieron al Centro y Sur europeos de la zona mediterránea, mestizados de árabes [afro-europeos] (…) No proponiéndose trasplantar una civilización, sino explotar un territorio, no se ejercitaron en la práctica de la libertad política y religiosa, de que tampoco disfrutaban en su país de origen” (pp. 481-482).
2 Según De Diego (2004), el antihispanismo se extendió también a lo largo del siglo XX, pudiendo rastrearse en distintos representantes de las letras argentinas tales como Jorge Luis Borges, Julio Cortázar o Ricardo Piglia. En la década del veinte, por ejemplo, encontró lugar entre los escritores vanguardistas nucleados en la revista Martín Fierro, quienes reaccionaban frente a la religación con España promovida por el modernismo estético a través de figuras como Rubén Darío o Ricardo Rojas. Sobre esto ver Bosoer (2008).
3 Este aspecto de la obra de Ponce fue plasmado, principalmente, en La vejez de Sarmiento (1927). El libro fue concebido a partir de la compilación de semblanzas que el autor había realizado de figuras literarias de la Generación del Ochenta tales como Amadeo Jacques, Nicolás Avellaneda, Lucio V. Mansilla, Eduardo Wilde, Lucio V. López y Miguel Cané. Aquí Ponce consideraba a estas figuras como continuadoras de la labor “civilizadora” emprendida por Sarmiento, modernizando desde las ciencias hasta las letras y la educación sobre las bases del pensamiento europeo.
4 Wanschelbaum (2018) identifica a “Examen de conciencia” como la obra en la cual ambas perspectivas confluían más claramente en el pensamiento del autor, señalando que “en esta exposición coexistían aún el Ponce liberal, que no terminaba de morir, y el Ponce marxista, que no terminaba de nacer” (p. 31). La reivindicación de la Revolución Rusa como realización de los valores inconclusos de la Revolución de Mayo situaban a “Examen de conciencia” como una obra de transición. Aquí, sin ambargo, seguía operando el enfoque sarmientino que oponía la “civilización” encarnada en la cultura liberal francesa y la inmigración a una “barbarie” destinada a desaparecer, ligada a la colonia, Rosas y el gaucho.
5 Vidas españolas e hispanoamericanas del siglo XIX fue una colección impulsada por el filósofo español José Ortega y Gasset entre 1929 y 1942. Concebida inicialmente solo para España, la colección amplió su espectro a Hispanoamérica, lo cual se vinculó con la existencia de un mercado editorial que dinamizaba el diálogo transatlántico, potenciado por ejemplo por el establecimiento de una sucursal de Espasa-Calpe en Argentina (Cáliz Montes, 2013). Podemos inferir que esto último facilitó la inclusión de Sarmiento, constructor de la nueva Argentina en la colección, además de brindarle acceso a Ponce a varias de las obras de Vidas…, las cuales reseñó para Mundo Argentino y Cursos y conferencias. Entre ellas se encuentran Bolívar, el libertador e Iparraguirre, el último bardo de José María Salaverría, Artigas de Alberto Lasplaces y Fructuoso Rivera de Telmo Manacorda. La inclusión del trabajo de Ponce en Vidas…, siendo un autor poco afín a las perspectivas vitalistas y antipositivistas de Ortega y Gasset, pudo ser una muestra de la heterogeneidad ideológica desde la cual fueron concebidas las colaboraciones en la colección, aspecto señalado por Rodríguez-Fischer (1991).
6 La “Revolución de 1934” aconteció en octubre de ese año y fue un levantamiento que se extendió a diversas zonas de España. Aunque contó con el apoyo de las distintas fuerzas de izquierda, sus principales impulsores fueron el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y la Unión General de los Trabajadores (UGT) en respuesta a la creciente injerencia de la derecha católica en el gobierno de Alejandro Lerroux, plasmada en el nombramiento de tres ministros pertenecientes a la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA). El levantamiento fue brutalmente reprimido por el gobierno, contándose por miles los muertos y los detenidos (Azaña, 1986; Casanova, 2014).
7 Podemos ver que en este periodo, Ponce también se distanciaba de la idea de “raza” como factor explicativo a la hora de abordar problemáticas como la educación. En este sentido, tal como observa Mateu (2014), en Educación y lucha de clases el autor rompía con las concepciones positivistas y biologicistas presentes en Ingenieros que otorgaban centralidad a las “condiciones innatas del conocimiento”. Por el contrario, Ponce hacía hincapié en la dinámica social, la lucha de clases y el rol del Estado como principales condicionantes del proceso educativo.
8 La antigua metrópoli ocupó un lugar de relevancia en el pensamiento de Darío, quien incluso le dedicó su obra España contemporánea de 1901. Además, sostuvo un vínculo personal con Miguel de Unamuno que, no estando exento de tensiones, expuso la influencia mutua entre ambos. Sobre esto último ver Meier (1983). Otro ejemplo en este sentido fue el del intelectual socialista Manuel Ugarte (1875-1951) quien, gracias a sus viajes a Europa, ofició de mediador entre la cultura hispánica/europea (en particular con respecto a los intelectuales de la Generación del 98) y América Latina. Sobre esto ver Merbilhaá (2007).
9 Un ejemplo de esto fue el II Congreso de Escritores Antifascistas del cual Ponce no participó, realizado en plena Guerra Civil entre julio y agosto de 1937 en Valencia y en París. Este contó con la asistencia de intelectuales latinoamericanos como Nicolás Guillén, César Vallejo, Octavio Paz, Raúl González Tuñón y el cofundador de la AIAPE, Cayetano Córdova Iturburu (Sarlo, 1988).
10 La identificación de un sector de la intelectualidad antifascista argentina con esta perspectiva dual y de proyección internacionalista puede verse, por ejemplo, en el artículo de Gervasio Guillot Muñoz “La gran tradición española”, publicado en 1937 en el órgano de la AIAPE Unidad por la defensa de la cultura. En plena Guerra Civil, Guillot Muñoz (1937) afirmaba que “en la guerra que desde hace un año tiene por campo el suelo ibérico” se enfrentaban una “España luminosa y humana”, portadora de una “tradición creadora elaborada con adquisiciones de justicia y libertad, dinamizada por un contenido avancista, orientada hacia formas democráticas, hacia normas jurídicas de justicia social”, y otra que encarnaba una tradición “enmohecida y decrépita, representada por las clases parasitarias y expoliadoras”, la “tradición de la España negra, la única que pueden invocar las reaccionarias y vandálicas bandas facciosas que actúan en la península a las órdenes del fascismo internacional” (p. 9).
11 Algunas de las conferencias que componen la primera edición de El viento en el mundo, por ejemplo, se desarrollaron en los siguientes espacios: “Examen de conciencia”, pronunciada en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) el 19 de mayo de 1928 por invitación de la Federación Universitaria; “Conciencia de clase”, pronunciada el 17 de julio de 1932 en la inauguración de la biblioteca de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE), y “Las masas de América contra la guerra en el mundo”, pronunciada el 12 de marzo de 1933 en calidad de presidente de la Comisión Organizadora del Congreso Latino Americano contra la Guerra Imperialista, realizado en Montevideo.
12 Esta es una cita de la carta enviada por Sarmiento a Victorino Lastarria, que Ponce toma de Viajes, obra editada en 1922 por La Cultura Argentina, en Buenos Aires.
13 Ponce había obtenido información sobre este grupo en una entrevista personal con Alberti (miembro del Partido Comunista Español) y su pareja María Teresa de León, en un café del barrio parisino de Passy. Sobre la figura de Alberti y la revista Octubre, ver Juliá (2004).

Recepción: 14 Octubre 2021

Aprobación: 13 Mayo 2022

Publicación: 01 Marzo 2023

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