Sociohistórica, nº 51, e199, marzo - agosto 2023. ISSN 1852-1606
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro de Investigaciones Socio Históricas

Entrevista

Entrevista a Néstor García Canclini: hacer filosofía entre disciplinas diversas

Clarisa Fernández

Universidad Nacional de La Plata - CONICET, Argentina
Ana Bugnone

Universidad Nacional de La Plata - CONICET, Argentina
Verónica Capasso

Universidad Nacional de La Plata - CONICET, Argentina
Cita recomendada: Fernández, C., Bugnone, A. y Capasso, V. (2023). Entrevista a Néstor García Canclini: hacer filosofía entre disciplinas diversas. Sociohistórica, 51, e199. https://doi.org/10.24215/18521606e199

Presentar a un intelectual como Néstor García Canclini no es tarea fácil, porque su figura es una referencia no solo académica, sino también política y humana para innumerables estudiantes y docentes de nuestra facultad, de múltiples instituciones educativas de nuestro país y de todo el mundo. Sin embargo, a pesar de su relevancia internacional, podemos decir orgullosxs que nuestra ciudad de La Plata (Argentina) lo vio nacer, lo acompañó en la primaria de la Escuela 10, en sus estudios secundarios del Colegio Nacional “Rafael Hernández”, y fue testigo de su paso por la carrera de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de La Plata, como estudiante y como docente. También es parte de aquellos recuerdos la emblemática cervecería Modelo, donde dicen los memoriosos, Néstor se reunía con José Sazbón, Ricardo Piglia, Julio Godio, Alfredo Pucciarelli y José Antonio Castorina a leer, comentar y discutir los textos de Karl Marx. En el año 1975 fue cesanteado de sus cargos de la Universidad junto a otrxs docentes y en 1976 se exilió a México, su lugar de residencia actual.

Los textos de Néstor fueron parte de programas curriculares en varias carreras de nuestra Universidad. Sus ideas y propuestas fueron puntapié y profundización de discusiones en las aulas: nos ayudaron −y ayudan− a pensar nuestra realidad. Y ese pensamiento nos marca uno de los rasgos más sobresalientes de su obra: el compromiso que adquiere con las transformaciones sociales. Porque sus trabajos son capaces de atravesar décadas sin perder el ritmo de los cambios históricos, culturales, sociales y económicos. Sus textos logran construir de manera profunda y comprometida la configuración de los tiempos, sus complejidades y, fundamentalmente, de las desigualdades que nos atraviesan como sociedad.

Desde su temprana participación en espacios políticos y ecuménicos, en círculos de pensamiento nacionales e internacionales, fue configurando su lúcida y aguda mirada sobre los procesos sociales, culturales y comunicativos, siempre atento al escenario latinoamericano, espacio privilegiado de su análisis y preocupación. Néstor es un nadador de aguas disciplinarias diversas, y en su obra logró plasmar un diálogo entre filosofía, comunicación, sociología, antropología, economía, historia del arte, sociología de la cultura y otras ciencias sociales y humanas. Consciente de lo complejo de este diálogo, se embarcó en el desafío de construir conceptos, reflexiones y análisis empíricos que metabolizan y transforman esa complejidad en conocimiento enriquecido.

Néstor García Canclini es una parte ineludible de la historia intelectual Latinoamericana. Pero, fundamentalmente, constituye una figura trascendental en la trayectoria académica de nuestra Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Es un platense que dejó una huella en aquellas personas que lo leyeron y logró trascender los reduccionismos del mundo académico para crear un pensamiento contextualmente situado, política e intelectualmente comprometido.

P: Néstor, en primer lugar, queremos agradecerle su presencia en nuestra facultad. Como se imaginará, tenemos muchas preguntas para hacerle. Queremos empezar por sus inicios, por sus primeros pasos por esta facultad en la carrera de Filosofía, ¿cuál fue su experiencia como estudiante en el transcurso de aquellos años?

R: Estudié filosofía y derecho. Filosofía era lo que yo quería estudiar. Me decidí por mi desempeño en el Colegio Nacional (UNLP) en el área de humanidades. Me interesaba mucho la literatura y tuve excelentes profesores que luego fueron mis profesores en la facultad. Dos fueron bastantes decisivos para orientarme hacia las humanidades. Pero, debo decir, que hasta tercer año mi deseo era ser arquitecto. En ese momento tuve trigonometría. Voy a decir una transgresión y, finalmente, sentirme un poco acompañado. Nunca supe bien cómo aprobé la materia, pero sí recuerdo que algunas clases las seguía, trataba de estudiar y en otras me iba a la última fila del salón. Por otro lado, la lectura de obras de teatro era un componente muy importante en esa época. Había algunas editoriales en Argentina que publicaban las obras y, por supuesto, había teatros en La Plata, además del Argentino y el Coliseo Podestá, teatros independientes o algunos relacionados con la universidad donde veíamos obras. Me acuerdo de haber visto La cantante calva de Ionesco. Leía con mucho placer esas obras. Entonces, me resultaron mucho más productivas personalmente que la trigonometría. Me parecía mejor dedicar la intensidad del estudio a ese autor teatral, a su modo también filósofo.

En el Colegio Nacional dieron clases dos profesores que volví a tener en la Facultad de Humanidades. Uno fue Atilio Gamerro, profesor de griego en la facultad y profesor de Literatura latinoamericana en el Colegio Nacional. Fue un excelente maestro. Tuve el gusto, el honor, que él me invitara a colaborar en lo que en algún momento la Universidad de La Plata promovió como cursos introductorios generales para los alumnos de todas las carreras, saberes no especializados, ubicables en lo que se llamaba cultura general. De ese modo, habilitaba a alumnos de carreras científicas en un conocimiento flexible, muy abierto, y Atilio era así. Tanto que nos invitó a algunos no especializados en lo literario a participar en los cursos que a él le habían encargado, cursos de literatura para alumnos de diversas carreras. Me acuerdo que ahí yo hablé sobre Cortázar pero todos los aspectos del programa los había armado Atilio.

El otro profesor que volví a tener en la facultad fue Narciso Pousa, profesor de Filosofía en quinto año en el Colegio Nacional. En la facultad asistí a un seminario con él, de todo un año, de Introducción a la fenomenología de Hegel. Trabajábamos en profundidad, tenía una buena formación en inglés y francés. No coincidíamos en cuestiones políticas y, con el tiempo, tampoco en las interpretaciones de textos filosóficos. Su manera de leer a Hegel era, en general, distinta a la que teníamos los alumnos que también nos interesábamos por Marx. Pero era un excelente profesor. Esas fueron, entonces, dos figuras importantes para encaminar mi gusto.

¿Por qué derecho? Era una frase común “te vas a morir de hambre con la filosofía”. Hoy sabemos que uno puede padecer hambre casi con cualquier carrera universitaria. Quizás no con las electrónicas, o ciertas disciplinas técnicas que tienen que proporcionar saberes para poder habitar este mundo digital. La filosofía no facilita prosperar económicamente, pero entrena para introducirse en muchos campos del conocimiento. Lo percibí cuando nos expulsaron en el año 1974 de la Facultad de Humanidades y de otras, cada uno sobrevivía como podía. Entonces, el problema no era la filosofía sino la represión. Pero la filosofía nos habilitó para que, con los cursos privados que dábamos, yo daba uno en La Plata, otro en Buenos Aires, pudiéramos apenas sobrevivir. Uno de esos cursos lo di para un grupo de ayudantes de cátedra y jefes de trabajos prácticos de varias materias de física que, cuando los echaron de la facultad en La Plata por razones ideológicas, dijeron “vamos a mantenernos activos intelectualmente, vamos a estudiar filosofía”. Me buscaron para hacer un grupo de estudio. Era una ocasión para comprobar que la filosofía se entrelazaba con búsquedas del saber muy diversas.

Pero tenía que explicar por qué llegué al derecho. Yo trabajaba en el Tribunal de Menores, que estaba muy cerca del Hipódromo, detrás de la estación de trenes, a unas cinco, seis cuadras. Fue una extraordinaria experiencia ver lo que se podía hacer con el derecho relacionado con los niños, con los adolescentes que escuchaba al tomarles declaraciones todos los días. Mi padre había vivido todo su desempeño laboral como empleado del poder judicial en La Plata. En los últimos años, terminó con un ascenso en el Tribunal de Trabajo de Quilmes, era el cargo más alto al que podía llegar porque no tenía diploma de abogado. Yo trabajé un año ahí también. Entonces, tenía esa experiencia que me motivaba. Pero cuando entré a la carrera de Derecho, empecé a darme cuenta que los códigos me aburrían tanto como la trigonometría y que las calificaciones eran de seis en Derecho y de nueve o diez en Filosofía. Entendí que era mejor concentrarme en la filosofía. He vuelto, más de una vez, por otras razones, que tienen que ver más con México, a ocuparme de los derechos humanos y los derechos de los indígenas con los que hice trabajo de campo, pero más bien para entender lógicas sociales. Y realmente más tarde, cuando me dediqué a la antropología o la comunicación, nunca dejé de hacer filosofía. O sea que uno puede practicar la filosofía no ocupando solo cátedras o cargos que lleven la palabra.

P: Volviendo a su experiencia como estudiante y como docente de nuestra Facultad, quisiéramos que nos cuente cuáles eran los temas, las perspectivas más importantes que se desarrollaron en aquella época en cada una de esas etapas.

R: Los temas eran muy variados. El Departamento de Filosofía tenía una orientación bastante plural. La propia currícula, el programa de estudios, incluía dos cursos anuales de Psicología, que eran en buena medida psicoanálisis aunque no solo eso, dos cursos de Sociología, uno de Sociología general, otro de Sociología argentina, con muy buenos profesores. Estuvo en nuestra facultad Gino Germani en la carrera de Sociología y después, cuando él ya no podía venir desde Buenos Aires, empezó a enviar a algunos de sus discípulos. Uno de esos profesores fue Juan Carlos Marín, un sociólogo y militante político de izquierda importante, muy polémico, pero de una formación excelente. Un grupo de los estudiantes de la carrera de Filosofía, entre los que estaban algunos de mis compañeros de generación, Pucciarelli, Castorina, Godio, se dedicaron después a áreas que aparentemente no eran filosofía, como Sociología del trabajo, agraria, de la clase obrera, Epistemología genética. Sabemos que la Epistemología genética también se formó en la intersección de la psicología del aprendizaje lingüístico y la filosofía.

En el curso de Filosofía contemporánea, tuvimos como profesor, que también daba Estética, a Emilio Estiú, y disentíamos mucho, pero a la vez aprendíamos a leer por primera vez para Estética a Proust y su obra A la sombra de las muchachas en flor y a Pirandello, quien se volvió para mí un autor fundacional. En Estética veíamos a autores no estrictamente filosóficos, sobre todo escritores. Estiú no tenía mucha afección por las artes visuales, iba mucho al Teatro Argentino a escuchar ópera, música. Me acuerdo que leímos con él a un autor ruso importante como músico, Stravinski. Y en Filosofía contemporánea daba gran lugar a Heidegger porque él incluso había traducido del alemán la Introducción a la metafísica de ese autor, era un excelente traductor y un expositor claro, estimulante. Enseñaba a otros autores contemporáneos, pero nunca vimos nada de Marx. Un día le preguntamos por qué y nos dijo “eso está en el aire”. Entonces, con un grupo, le pedimos a Miguel Murmis, que había sido también profesor de la Facultad, que nos diese cursos sobre El capital, fuera de la currícula. Nos organizábamos nosotros en forma independiente. Los temas variaban mucho y nos preocupaban las intersecciones. Mencioné Epistemología genética, Sociologías distintas y Filosofía, íbamos y veníamos todo el tiempo entre esas disciplinas donde se reformulaba el saber filosófico.

Leíamos mucho lo que no era enseñado en la facultad. Buscábamos en librerías y en revistas en francés que llegaban a la biblioteca de la Universidad. Me acuerdo de Jean-Paul Sartre, revistas inglesas y francesas, revistas mexicanas. Así aprendí quiénes eran Octavio Paz y Carlos Fuentes leyendo la Revista de la Universidad de México en los años sesenta y setenta en la biblioteca de La Plata, una publicación que llegaba puntualmente por correo. Teníamos esos insumos que venían de lugares muy distintos.

Además, yo tenía cierta participación en el movimiento estudiantil cristiano, movimiento ecuménico, católico y evangélico. Mi familia, mis padres, iban a la iglesia bautista, me habían llevado hasta los dieciséis años. Cuando entré a la universidad dejé de ir, pero seguí vinculado a este grupo nacional e internacional. Existe una Federación Mundial de Estudiantes cristianos, con tendencias de izquierda. En Brasil, por ejemplo, estaba muy ligada a la teología de la liberación y participaba en la organización de las campañas de alfabetización de Paulo Freire. Teníamos ese contexto de formación y estudiábamos marxismo. Nos daban cursos varios profesores de la Universidad de Buenos Aires. Había un conjunto de contenidos que recibíamos por otras vías. No era el programa de la Facultad ni de los que dirigían la Facultad donde aprendimos bien de fenomenología, de estructuralismo muy poquito, Heidegger, Sartre, existencialismo, etc. Muy poca Filosofía analítica, casi no llegaba, pero había algunos cursos de Lógica. Añadíamos esos insumos externos que buscábamos como estudiantes y experimentando esta sensación de intersección, de cruces que había que pensar. Mi tesis se centró en la fenomenología de Merleau-Ponty porque vi, primero, a alguien que no era Sartre, de quien, además de los disensos, ya se había escrito mucho y era una figura muy estudiada. Me sentía más cercano a Merleau-Ponty y me dio mucho placer, por ejemplo, leer su texto De Mauss a Claude Lévi-Strauss, que trabajé mucho para mi tesis. Las dos primeras obras de Merleau-Ponty, que fueron La fenomenología de la percepción y La estructura del comportamiento, eran diálogos filosóficos con la psicología más avanzada, experimental, de su época. Ya en los años cuarenta había formas de probar la filosofía en la medida en que se hacían conversaciones plurales, se escuchaban los saberes de otras disciplinas científicas. Esa fue la motivación que nos llevó a muchos a avanzar en otras disciplinas, a formarnos heterodoxamente para seguir haciendo filosofía con múltiples perspectivas.

Les cuento una anécdota de la época. Recuerdo que, cuando estaba tomando esas decisiones, a qué parte de la filosofía me iba a dedicar y cómo la quería hacer interactuar con otros saberes, leí una entrevista que le hizo una gran periodista uruguaya, María Esther Gilio, a Atahualpa Yupanqui. Como buena periodista de investigación, había descubierto que Atahualpa se había graduado con medalla de oro en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Atahualpa ya era Atahualpa. Pero ella le hace la primera pregunta: “vi que estuvo en la Facultad de Filosofía, qué le interesaba, ¿por qué no se dedicó después a la Filosofía?” Dice, “bueno: me interesa, siempre me ha interesado, escribo de vez en cuando textos periodísticos para un diario de Toulouse” −él ya vivía en Francia una parte del año−. El problema con los filósofos es que se desorientan en patota”. Eso era parte de lo que percibíamos muchos de nosotros, o sea que había una disciplina de pensamiento, aprendimos a pensar en esta facultad, y a la vez era una disciplina que desorientaba. Había un modo de practicarla, que no era suficientemente transdisciplinario como muchos pensábamos que era necesario en todas las otras disciplinas. Yo me volví más antropólogo en México, hice trabajo de campo con otros antropólogos, pero siempre trabajé también con psicólogos sociales, geógrafos, gente de sociología, de diversos grupos de investigación. Ese trabajo de escucharnos, más allá de saberes especializados, es indispensable. Comencé a ejercerlo en la docencia en La Plata, a principios de la década de los setenta, cuando dicté Antropología filosófica en la Facultad de Humanidades.

P: Siendo muy joven usted como estudiante comenzó a trabajar como docente y luego como profesor. Queríamos preguntarle cómo fue esa etapa siendo ya profesor de filosofía en esta facultad, en momentos políticos muy difíciles.

R: Quiero decir, ante todo, un reconocimiento a la política universitaria que había en ese momento de incorporarnos como ayudantes de cátedra, siendo alumnos. Teníamos comisiones a nuestro cargo, donde dábamos clases. En algunas cátedras nos reuníamos con los profesores titulares, en otras con los adjuntos, y había un plan formativo en el interior de la cátedra. Me pareció un procedimiento magnífico. La crítica sería que todo eso era ad honorem, y seguí siendo ad honorem durante tres años ya como ayudante diplomado, graduado. Era la manera de hacer la carrera docente. Entiendo que no ha cambiado lo suficiente y gran parte de la sustentabilidad de la vida universitaria en Argentina descansa en este trabajo gratuito. Creo necesario señalarlo para hacer un juicio equilibrado sobre esto. Pero esa incorporación temprana, a los 18 o 20 años, a la tarea docente, era clave en la formación. Eso lo supimos muy temprano en nuestras carreras, porque aprendemos con los alumnos, los alumnos aprenden entre sí, y los profesores experimentamos qué pasa con un texto cuando los estudiantes nos dicen que no entienden, cuando lo entienden mal o cuando nos obligan a repensar cómo nosotros creíamos entenderlo. Se pone en relación un texto, aun al más abstracto, con relaciones sociales diferentes, de alumnos que vienen de otros países, de culturas heterogéneas y algo novedoso pasa con el texto. La lectura es siempre un fenómeno colectivo.

P: Usted también se destacó y se sigue destacando como investigador, entonces queríamos saber cómo fue el inicio de su tarea de investigador, si estuvo relacionada con la docencia o vino por otra vía.

R: Esa interdependencia entre docencia e investigación mejoró notablemente, en muchos países. En México, en las universidades grandes, sobre todo en las universidades públicas, tenemos la obligación de ser profesores-investigadores, y yo lo tengo que poner al pie de la primera página de un artículo que voy a publicar. Las dos funciones van juntas, al menos para los que somos de tiempo completo. Y hay una vocación universitaria mayor en la actualidad para articular las dos funciones; en aquel momento era más voluntario, y era una conexión perturbada por la necesidad económica de multiplicarse en ciudades e instituciones dando clases. Hubo un periodo en el que yo daba clases en La Plata, en la Universidad de Buenos Aires y en un colegio secundario en Magdalena, todo en la misma semana. Sin embargo, hoy en muchas universidades pensamos que tiene que haber espacios, cubículos, laboratorios dedicados a la investigación: una parte del trabajo de docencia es trabajar en investigación con colegas y alumnos. Se puede empezar esa interacción siendo alumnos y, de hecho, fue nuestra experiencia. En La Plata, y en la universidad pública, sobre todo, existe esta vocación de combinar, de alimentar la investigación con la docencia, porque cuando uno enseña cambia lo que está investigando, cambia la manera de explorar los temas, prueba con los receptores qué está pasando con eso que uno ideó en soledad. Y hay también un trabajo en la dirección opuesta: entender cómo hacer docencia.

Veo aquí a personas que trabajaron conmigo en la Facultad de Artes, en aquel tiempo Escuela de Bellas Artes, con los que intentamos hacer esa tarea combinada. En la cátedra de Estética se valoraba el trabajo colectivo de docentes y alumnos. Y, efectivamente, lo hacíamos como grupo docente, nos reuníamos los profesores y los ayudantes, que éramos unos diez. Después, cada uno, a cargo de una comisión de trabajos prácticos, fuimos aprendiendo lo interactivo. Pedimos un curso a una egresada de Psicología de esta facultad, Ana María Fernández, quien hoy es una destacadísima psicoanalista que vive en Buenos Aires, iniciadora de la cátedra de género en la Universidad de Buenos Aires, una de las introductoras en Argentina de la dinámica de grupos. Había trabajado con los mejores psicoanalistas que se dedicaban a esas técnicas, y nos dio un curso de cómo operar colectivamente. Esa manera de organizar la cátedra era más fácil hacerla en Artes, con alumnos de distintas carreras que, en la Facultad de Humanidades, donde las cátedras eran un poco más verticales.

P: ¿Cuáles fueron sus primeros temas en la investigación y cómo fueron cambiando a lo largo de los años?

Leímos casi todo lo que salía en los años sesenta y setenta: Simone de Beauvoir, Merleau-Ponty, leíamos sus libros voluminosos, las obras de Sartre y otros. Las polémicas en revistas inglesas y francesas. Leíamos mucha literatura y traté de hacer ese vínculo en el primer libro que escribí sobre Cortázar, que se titulaba premonitoriamente Cortázar, una antropología poética. Digo premonitoriamente porque uní dos de mis vertientes afectivamente más comprometidas, que son la antropología −yo dictaba Antropología filosófica− y la poesía. Algunos artículos que escribí en ese tiempo fueron sobre literatura, sobre algunos autores mexicanos, por las poesías que leía y que conseguía en las librerías. A propósito de lo antropológico y lo poético, hay una cuestión respecto a la manera de entender la filosofía: ¿qué buscaba al llamar antropología poética a la obra de Cortázar? La concepción del hombre o sobre el hombre que tenía Cortázar. Era lo que nos preguntábamos, de ese modo tan abstracto, a través de la lectura de textos literarios, películas, obras de teatro. Es una pregunta que hoy no la haría de esa manera, cambiaría una frase, otro modo de preguntar: hoy entenderíamos la filosofía, no desde la pregunta kantiana de qué es el hombre, la pregunta abstracta, sino que lo repregunto con otra cita que a mí me iluminó mucho para escribir sobre arte, una pregunta que fue apareciendo hace unos veinte años. Todos saben los debates que hay sobre qué es el arte, cuáles son sus límites, qué instituciones deciden qué es arte y cuál es la intervención del mercado. Una autora francesa, Nathalie Heinich, dijo: “la pregunta no es qué es el arte, sino cuándo hay arte”. La pregunta filosófica es también una pregunta sociológica, es decir, no atrapar una esencia y pensar que es eso, sino preguntarse cuándo hay arte, qué conjunto de condiciones contextuales, procesos sociales e históricos establecen lo que en diferentes épocas y clases o etnias se considera arte. Aun así, es una categoría que puede describirse social y culturalmente de maneras muy diversas: es arte una performance, es arte un grafiti, etc. Me parece un giro filosófico fundamental y lo he tratado de aplicar en otras investigaciones. Podemos decir lo mismo sobre la literatura: no qué es sino cuándo hay literatura: si los grafitis son literatura, los memes son literatura y así podemos seguir desdibujando las fronteras. Me sirvió muchísimo en varias investigaciones que hice en México.

Hace diecisiete años vengo investigando sobre juventud. Comencé con motivo de una invitación a trabajar en el diseño de la Encuesta Nacional de Juventud en México, con 44,000 jóvenes en todas las regiones del país y luego escribí sobre la interpretación de los datos. Una de las primeras cuestiones que aparece es cuándo empieza y cuándo termina la juventud, porque aún en las encuestas mexicanas y en otros países suelen creer que los jóvenes empiezan a serlo a los doce años y acaban de serlo a los veintinueve. Ya en ese momento, en el 2005, la bibliografía europea corría la fecha de final de la juventud a los treinta y cinco, con el argumento de que hasta esa edad los jóvenes vivían con los padres, es decir que habían cambiado las condiciones que llevaban a establecer una periodicidad distinta y un objeto de estudio diferente. Entonces me pareció que la pregunta no es qué es la juventud, sino cuándo hay jóvenes. Y lo mismo se podría decir del comienzo: ¿Doce años? Muchos jóvenes pobres nunca tienen adolescencia: pasan de la niñez al mercado de trabajo informal. Hay reglas sociales, falta de reglas e informalidades subjetivas que condicionan el objeto, con quién trabajamos, que hace que se modifique en su delimitación, en sus fronteras. Para saber qué se quiere investigar, debemos tomar decisiones a partir de preguntas que han cambiado. La pregunta por lo esencial, lo ontológico, ha perdido importancia. En las teorías sociales principalmente. No digo que no haya que enseñar la materia Ontología en la Facultad de Humanidades.

En el último libro que escribí, Ciudadanos reemplazados por algoritmos (está en papel, pero se puede descargar gratuitamente en internet), que es un libro sobre ciudadanía, digitalización y conflictos, la pregunta central es ¿en qué medida podemos ser ciudadanos?, ¿en qué medida puede haber ciudadanos con una digitalización generalizada controlada por corporaciones transnacionales? Me pareció que una manera de organizar el último capítulo era tomar las cuatro preguntas de Kant. Entonces, lo primero que hice fue pluralizarlas. No qué es el hombre, sino qué es lo humano. No se resuelve con decir lo que es el hombre o la mujer, lo que está más allá de lo binario. ¿Qué es lo humano? Porque además está dislocado, cuestionado, en relación, como todos sabemos, con lo biológico, con la tierra, el planeta, con la contaminación, la ecología, etc. Somos parte de un universo que modifica el sentido de la pregunta.

Estos son algunos movimientos de la investigación. Después pasé a otros. No fue simplemente cambiar de tema, sino cambiar de modos de preguntar. La exploración por distintos lados, mediante dos equipos, sobre la condición juvenil en Madrid y en la Ciudad de México. Trabajamos en otro estudio con los grupos sobre comportamientos lectores. No simplemente sobre hábitos de lectura, no prefigurando esto es leer o esto no es. ¿Usar el celular es leer? ¿Se lee más ahora o menos? Si incluimos el celular, ¿leemos y escribimos más? Entonces, ¿Cuándo hay lectura? Así, aplicamos esté corrimiento, está desontologización de la pregunta y descuantivización al no hacer solo encuestas. Si buscamos cantidad de lectores y cantidad de tiempo a leer, las respuestas salen equivocadas. Las preguntas de lectura en Argentina y México dan más o menos igual. Se leen 2.9 libros al año, ¿Qué significa el punto 9? −ríen−. Si la respuesta viene así, es porque algo raro pasa. Hasta el 2012, por lo menos, revisé encuestas en España, Argentina, México, Brasil y Francia. En Francia un poco antes empezaron a cambiar los métodos de lectura, por las industrias culturales, los aparatos tecnológicos. En redes sociales, hay lectura y escritura, y los principales especialistas lo tienen incorporado hace muchos años. Pero esto implica una cuestión filosófica: no podemos dejar de hacer filosofía si queremos llegar a respuestas más acertadas, que nos den información más valiosa. Si no registramos a aquellos que siguen siendo jóvenes porque siguen viviendo con los padres por muchas razones, si no registramos las lecturas que hacemos en soportes heterodoxos, respecto a lo que significaba la lectura en el siglo pasado, no vamos a saber qué pasa con la lectura. Y no podemos entonces hacer políticas de producción de lectura. Vamos a hacer algo que tiene muy poco que ver con la vivencia, con el modo de relacionarse, sobre todo mediante las tecnologías digitales.

P: Usted respondió en varias oportunidades el tema de la transdisciplina. Incluso en los ejemplos que estuvo dando, como estudiante, docente y ahora en la investigación. Me gustaría preguntarle un poco más, ¿cómo se da ese cruce en la producción, concretamente? Porque sabemos que no es algo fácil y trae muchos problemas, incluso por las jerarquías que hay entre las disciplinas. Todos los grupos de investigación siempre tenemos esa pretensión de hacer investigación transdisciplinaria. A veces hay impedimentos que tienen que ver con las dinámicas propias de las disciplinas y también con los objetos, que suponemos que nos guían a esa articulación disciplinaria.

R: Habría que remontarse a la historia: Aristóteles no estudiaba solo filosofía, Descartes conocía bastante de las ciencias. Podemos discutir su noción de sujeto, la noción de pensamiento y existencia, pero conocía las ciencias. No es tan novedoso, lo novedoso es que desde hace un siglo o un poco más se compartimentó mucho la especialización de las disciplinas por razones entendibles. Aumentaron a tal grado los conocimientos que es muy difícil manejar esas tres o cuatro disciplinas a la vez. Se puede ser competente en dos. Cualquier médico o veterinario, filósofo, sabe que hay una parte de la enorme producción de su campo que más o menos puede verla en el horizonte, aunque no haya leído ni la mitad, pero es muy difícil trabajar uno solo transdisciplinariamente. Se puede formar equipo, en donde las disciplinas echen chispazos, se desafíen, muestren el modo de repensar las fronteras. Esa fue una de las razones que me llevó a elegir a Merleau-Ponty como objeto de estudio para la tesis. Y en Francia, elegir a Paul Ricoeur, que nunca tuvo un sistema filosófico, como Sartre o Heidegger, o muchos otros, sino que fue un gran filósofo porque trabajó en las fronteras, en los puntos de incompatibilidad de los saberes. Trabajó en relación con la fenomenología, la teología, el psicoanálisis, hizo su gran libro muy polémico sobre Freud. Con la lingüística, conoció a los mejores de su época. Cuando hice el tiempo de la escolaridad del doctorado en París tomé dos seminarios con él que eran sobre Austin y Searle, que nunca había leído. Nos introdujo a esa filosofía analítica y del lenguaje. Él era un gran especialista en filosofías europeas y tradujo filosofía alemana. Cuando nos dio ese seminario, en un momento dijo: “a causa de estos dos filósofos, que eran ingleses, la filosofía europea está aislada”. La isla inglesa convirtió en isla al continente europeo. La corriente hermenéutica de interpretación de los discursos y, entonces, ese tipo de análisis un poco restringido de la relación entre sintáctica, semántica y pragmática, no me convencía. Por algo es el título del libro de Austin, Cómo hacer cosas con palabras. Ricoeur fue un filósofo de las intersecciones, dedicado a pensar los lugares donde las disciplinas se llevan mal. Me parece que parte de la fecundidad de su obra viene de esa tensión, de los lugares fronterizos donde los discursos problematizan las vacilaciones del sentido.

Por supuesto, las palabras que estoy usando remiten a otras fronteras, tan cercanas a nosotros: los dramas gigantescos de los migrantes. Leí está mañana un informe en La Nación, donde decía que siete millones cien mil venezolanos habían dejado Venezuela. Hay un tercio o una cuarta parte de muchos países latinoamericanos fuera de su país: de México, Ecuador, Colombia, Uruguay. Ser migrante es una condición constitutiva de lo contemporáneo. Si no pensamos nuestra actividad como migración, entre disciplinas, estamos incapacitados para pensar estos procesos de desplazamiento, de ubicación de varias culturas a la vez. Desde luego, lo que fue la dolorosa expulsión de la universidad que me envió a México, me sirvió para pensar junto con otros esta complejidad.

P: Y con esa última frase viene la última pregunta. Todxs lxs que estamos acá presentes sabemos de su magnífica obra y de la cantidad de temas heterogéneos, diversos que ha trabajado a lo largo de toda su vida. Nuestra pregunta es: ¿cuál de esos temas le gustó más y por qué?

R: Definitivamente, uno de mis autores favoritos durante mucho tiempo, aunque en los últimos veinte años me he vuelto muy crítico de él, es Pierre Bourdieu, una referencia para quienes trabajamos en la sociología, filosofía y antropología de la cultura. Él escribió esa gran crítica del gusto que es La distinción. Anoche me desvelé un poco, pensando en revisar las preguntas que me habían mandado para conversar hoy. Y estaba esta última pregunta y yo anoté cómo los gustos, el disfrute, cambian de una época a otra. Afortunadamente.

Existen autores en cine, literatura, ciencias sociales o filosofía, que me siguen importando muchísimo, sean actuales o pertenezcan a otros tiempos. Marx…es bueno que no nos guste en todo. Que seamos capaces de llegar a la crítica y repensarlo, con toda su productividad en la condición histórica. Merleau-Ponty tenía una frase que aprecié mucho y que, sin embargo, critiqué en mi tesis. En Humanismo y terror o en Las aventuras de la dialéctica, escribió que el marxismo es un lugar para ir a pensar. En los años setenta, cuando escribí mi tesis, era menos crítico con el marxismo. Deseábamos que el marxismo fuera más aplicable. Pero me parecía inteligente esa cita de Merleau-Ponty: el marxismo es un lugar para pensar.

Los gustos son esa parte vital que ponemos en lo que elegimos para estudiar, para enseñar, para armar la bibliografía. Para asociarnos con otros, sentir complicidades, afectividad; importantísimo. Los gustos nos forman, nos van a formar, aunque queramos ser hipercríticos. Pero es bueno que el disfrute cambie con la época. Es productivo no cerrarnos a los cambios de época. Los jóvenes con los que trabajé, me formé, todos tenemos el riesgo de quedar desubicados respecto de lo que ha pasado en el mundo. Me cuesta bastante usar el celular, debo usar un 5% de su potencialidad, pero me doy cuenta de que, si no lo uso, con sus reglas, me quedo sin comunicación, no puedo trabajar ni conocer dónde se hacen las fiestas.

Puede ser útil contar una anécdota de una reunión en Escocia donde conocí a uno de los mayores especialistas en estudios culturales y en el tema del racismo: Stuart Hall. En un momento le pregunté qué hacer con el correo electrónico. Era el año 1996 y recuerdo mis dudas sobre mi mail. Él me dijo “yo solo se lo di a diez amigos”. Y yo pensé, qué exagerado, yo se lo voy a dar a veinte. Bueno, no sé cuántos tengo ahora −-ríe−. Claro, de ahí viene la filosofía. Son “amigos”. 2567 amigos. ¿Qué es hoy tener amigos? Si las palabras y los contextos cambian, cómo no van a cambiar los gustos y las preguntas. Gracias. −Aplausos−.

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